01
—Maldito auto, maldito auto, maldito auto ¿no podías elegir otro momento para dejar de funcionar? —rodó los ojos y bufó irónico por lo estúpido de la situación en la que se veía envuelto—. No, claro que no, tenía que ser ahora, cuando mi celular no tiene batería y no hay ni siquiera un puto bus en esta puta calle.
Mientras caminaba por un callejón oscuro, solamente iluminado por los faros de las luces y sin ningún ser vivo a la vista, Jimin seguía maldiciendo a su auto, al que, por casualidades de la vida, no le había querido arrancar en el estacionamiento de la universidad y producto de eso se había visto obligado a regresar a su casa de la forma más tradicional que existe en el universo. A pie. Y Jimin, como buen ejemplo de ser humano moderno y sedentario, odiaba con su vida tener que caminar, le parecía una pérdida de tiempo y un cansancio innecesario.
—Cacharro inútil, te juro que —se calló repentinamente cuando a su espalda escuchó un silbido lascivo, no era más que un silbido pero fue suficiente para lograr colocarle los pelos de punta. No quería voltear, pero necesitaba hacerlo, para saber si debía huir como un niño asustado, o simplemente seguir su curso con normalidad, así que, despacio y tembloroso volteó un poco su cabeza y lo que vio sólo logró empeorar su situación.
Tres hombres sin buen aspecto, demacrados en su totalidad y con harapos en lugar de vestimenta decente. Uno de ellos llevaba un reloj en su muñeca de lo que aparentaba ser oro, y el que estaba posicionado en la derecha tenía un tajo muy notorio en la ceja. Cuando aquellos hombres se percataron de que Jimin los estaba observando, el del medio esbozó una sonrisa escalofriante, una sonrisa perversa y asquerosa, de esas que se te hiela la sangre de tan solo verlas.
Volteó su cabeza, totalmente asustado y mirando hacia todas direcciones con la esperanza de hallar a alguien en quien pudiera encontrar aunque sea un pequeño refugio, pero no había nada, ni nadie—. Maldición, primera vez que mi auto no arranca y pasa esta mierda —murmuró por lo bajo sintiendo los nervios a flor de piel.
Uno de ellos lo llamó con un intento de voz cantarina—. Niño~ ¿Por qué huyes? Ven con nosotros, queremos ver más de cerca ese trasero.
Jimin solo apretó los dientes y siguió caminado, fingiendo no haber escuchado nada, pero con un sentimiento de repulsión por la existencia de personas así, tan asquerosas. Sin embargo, su intento de ignorar fue en vano, porque los psicópatas de atrás avanzaron aún más rápido, silbando y diciendo palabras obscenas. Sentía en su interior la impotencia de no poder hacer nada, de no poder defenderse, de sentirse como un niñito asustado, no era capaz ni siquiera de mirarlos por segunda vez. Frustrado consigo mismo, cerró los ojos y apuró el paso.
De un momento a otro, a su espalda se escuchó un golpe seco, Jimin se giró más asustado de lo que ya estaba y justo en aquel momento una sombra negra como el alquitrán al que solo se le veían los ojos cayó frente a él, logrando que se quedara estático, sin tener idea de qué hacer. Dicho sujeto le obstruía toda su vista frontal, impidiendo que viera lo que estaba sucediendo a unos metros de distancia. Lo único que Jimin lograba oír eran quejas, maldiciones y respiraciones agitadas, hasta que de pronto, todo quedó en silencio, y en mitad de la noche resonó la voz de un tipo, tranquilizadora, fuerte y segura.
—Señor, ya están neutralizados.
La sombra se quitó del medio y dejó que Jimin viera lo que estaba pasando, los tres tipos de hace unos minutos estaban en el suelo, boca abajo y con paños introducidos en la boca formando una especie de mordaza rústica, tenían las manos atadas a la espalda con gruesas cuerdas. Producto del miedo, los ojos de los hombres se movían hacia todas las direcciones en busca de ayuda, intentaban desesperadamente moverse y escapar, pero sobre cada uno, había un hombre sentado sobre sus traseros.
—Hoseok, trae el auto —volvió a mirar a la sombra que estaba enfrente suyo y que acababa de hablar por una radio, no sabía si correr o quedarse ahí a presenciar el término de aquel lujoso espectáculo. El hombre pareció notar su pánico y se quitó el pasamontañas que cubría su rostro. Era un hermoso joven con cabello negro, de piel tan blanca como la porcelana y ojos rasgados, similar a los de un gato—. No temas, bonito, sólo estamos aquí para ayudarte. No somos como ellos —con una seductora pero amable sonrisa en el rostro le tendió una mano enguantada a modo de saludo—. Mi nombre es Yoongi.
Jimin miró la mano del desconocido, y un poco dudoso le tendió la suya para devolverle el saludo—. Soy Jimin —estaba a segundos de agregar algo más para no sonar tan descortés, pero un imponente Hyundai de un hermoso color azul eléctrico dobló en la esquina a toda velocidad y se estacionó a un costado de Yoongi, llamando la atención de todos los presentes.
Un tipo alto y de contextura delgada se bajó de la puerta del piloto mostrando una sonrisa que curiosamente tenía forma de corazón, y a pesar de que literalmente estaban en mitad de la noche, lucía unos lentes de sol redondos con destellos anaranjados—. ¡Esto si es vida, hermanos! —gritó eufórico crrrando la pierta—. ¿Quiénes son nuestra nueva presa? ¿A qué cosas inútiles tengo el honor de transportar esta espléndida noche?
Yoongi sonrió lascivo—. A estos animales —dijo apuntando a los tres tipos con un despectivo movimiento de cabeza—. Estaban acosando a esta bella criatura que deambulaba solo por la penumbra.
El tipo del auto miró a Jimin y le hizo una pequeña reverencia, sin dejar de sonreír—. Un gusto, lindura, soy Hoseok.
Con un leve asentimiento de su parte Yoongi ordenó que metieran a los tres hombres al maletero del auto que acababa de llegar, las sombras hicieron lo que se les pidió y en menos de un minuto la cajuela de aquel vehículo se estaba cerrando con una nueva carnada en su interior.
—¿Q-qué harán con ellos? —preguntó Jimin por lo bajo, un poco temeroso e inseguro.
Quien respondía al nombre de Yoongi volteó a verlo—. No te preocupes por ellos, no volverán a rondar por aquí, ni por ningún otro lugar —le guiñó un ojo y se adelantó a la puerta del copiloto del Hyundai—. ¿Te llevamos a tu casa, bonito? ¿O prefieres continuar solo? —los demás hombres y Hoseok ya estaban dentro del auto, si bien Jimin quería llegar luego a su casa, no quería entrar en el vehículo de unos tipos que literalmente acaban de secuestrar a tres personas en mitad de la noche y las metieron en la cajuela de un auto sin remordimiento alguno, y eso sin mencionar que ese auto azul valía millones y millones de wones, muchos más de los que él tendría alguna vez en su vida.
—No, gracias, puedo llegar solo, ya falta poco... —dijo con un intento de sonrisa, pero la verdad de las cosas, es que los nervios lo estaban consumiendo.
Yoongi asintió—. De acuerdo. Cuídate de estar en peligro nuevamente, eres demasiada perfección para este mundo tan corrupto.
Jimin tragó grueso—. Esperen, ustedes...me salvaron ¿Por qué? ¿Cuál será el precio? —preguntó, temiendo tener que pagar una suma elevada de dinero o en su defecto, algún riñón.
Esta vez fue el chico de nombre Hoseok quien habló—. Por diversión —se bajó los lentes de sol—. No hay precio. Nosotros cuidamos a las personas desde la penumbra, sin fines de lucro —le guiñó un ojo, se subió los lentes y arrancó el auto, sin poder darle tiempo de responder ni de agregar algo más, dejándolo en mitad de la noche, otra vez a la deriva
—Por diversión... —susurró para si mismo mientras miraba hacia la dirección por la cual se había ido el hermoso auto color azul eléctrico—. Pero que gente más extraña —suspiró y se echó a correr hacia su casa lo más rápido que sus cansadas piernas le permitían, definitivamente no quería arriesgar su trasero nuevamente.
Estaba seguro de que no tendría la misma suerte dos veces.
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