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|Capítulo 1|

Su cabeza se partía en mil, el impacto contra los cerámicos de la cocina le habían hecho perder la conciencia por unos pocos minutos.

Ni siquiera recordaba que hacia en la cocina. Aunque sentir la presencia de ese algo invisible le recordó todo.

Ella lo miraba expectante, internamente arrepentida de lo que provocó. Quería disculparse, nuevamente, pero temía que volviera a desmayarse y entrar en un bucle de disculpas y desmayos.

Daniel observo por unos segundos el lugar dónde creía que estaba, hasta sonreír con tranquilidad. La joven, "sentada" en la mesada se sorprendió. Se lo estaba tomando demasiado bien.

—Esto es un sueño cierto, esos extraños sueños que uno tiene cuando está muy cansado...

>>Aquí vamos otra vez<< pensó la joven. No era la primera vez que decían esa estupidez de "es un sueño y bla bla bla".

Negó con la cabeza, en respuesta a la suposición del que recién despertaba.

—No me jodas que eres un puto fantasma — Grito alterado, aliviando a la muchacha.

Ya estaba comenzando a preocuparle que el muchacho se tome tan livianamente su presencia.

—No tarado, los fantasmas no existen— Replicó ella—Soy un espíritu.

Daniel se sintió confundido, en su mente era exactamente lo mismo. Si fuera creyente ya estaría rezando tres rosarios, estaba asustado, pero aún así su curiosidad prevalecía. En contra de todos sus instintos de supervivencia de correr lejos del lugar, se quedó.

—Es lo mismo, solo que suena más bonito.

La muchacha se sintió ofendida, era como decir que un vegano es lo mismo que un vegetariano, pero más bonito. No obstante, se guardo los insultos que tenía pensado. Se negaba a alejar a otro potencial "amigo corporeo", necesitaba ayuda si quería acabar con todo lo que le atormentaba.

—Claro que no es lo mismo... Aunque creo que eres muy tonto como para saber la diferencia—dijo altanera.

El joven cocinero se enfadó. No solo se metía en su casa, se presentaba como no se sabe que cosa, si no que además tenía el tupé de dicerle tonto en su cara.

—Lo siento, no quise decirlo—se disculpó.

Sabía que a veces su soberbia y comentarios algo sarcásticos habían hecho que su vida no sea muy bonita. O sea, si fue bonita, pero no como quizá ella hubiese esperado.

—un fantasma es algo imaginario que alguien cree ver, en cambio, un espíritu es la parte inmaterial del cuerpo. La parte que siente y piensa—explicó—¿Entiendes?

—y si eres inmaterial...¿Cómo es que tiraste las ollas?—pregunto, sientiendose satisfecho de tirar su explicación abajo.

—Yo no tire nada, no es mi culpa que no sepas acomodar los platos—contestó.

Daniel miro lo poco arquitectónico que estaban ordenando los platos que aún quedaban escurriendose. Asintió, dandole la razón.

Ambos se hundieron en un silencio cargado de tensión. A él le resultaba un poco incómodo sentir una presencia y escuchar una voz desconocida en su propia casa. Por su parte, ella le daba pavor decir algo fuera de lugar y espantarlo como le ocurrió en otras ocasiones.

Por la cabeza del castaño pasaban miles de preguntas. La que más resonaba era la alta probabilidad de que esté enloqueciendo. Pero fuera de eso, la curiosidad lo mataba.
Suponiendo que en verdad esté pasando eso, ¿Qué hacía un espíritu en su casa? Que él recuerde en ninguna lado decía que la casa venia embrujada. Le causaba curiosidad el porque, existiendo tanta personas en el mundo, justo a él le tocaba.

Con la cabeza llena de dudas, y sin decir una palabra, optó por volver a la cama. A paso perezoso y ya con el sueño ganándole subió las escaleras.

Ella lo miraba sin entender nada. Luego de su encuentro se iba como si nada. Le pareció raro, pero estaba bien, no presentaría muchas dificultades entablar una especie de amistad o compañerismo con él... Creo.

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