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ꜰᴀᴍɪʟɪᴀ ꜱɪʟᴠᴀ - ᴘʀɪᴍᴇʀᴀ ᴘᴀʀᴛᴇ (2/2)

Despertó.

Abrió los ojos lentamente, se encontraba desorientada. La luz tenue de la mañana se filtraba por las cortinas, dando de golpe en el dosel blanco que cubría a Noelle. Parpadeó un par de veces, tratando de enfocar la vista, tratando de recordar dónde estaba.

Estaba recostada en una cama de las incontables habitaciones del castillo.

Las sábanas las sentía suaves contra su cuerpo adormitado. Poco a poco, se incorporó con cuidado, sentándose en el borde de la cama, luego estiró sus brazos hacia arriba mientras bostezaba y miraba a su alrededor. La habitación era espaciosa y elegantemente decorada, pero no la reconocía.

    — ¿Dónde...? —murmuró aún adormitada.

Entonces, como una ola rompiendo contra la costa, los recuerdos la golpearon. Recordó haber visto a Asta merodeando por las callejuelas de la ciudad. Recordó los gemidos de su progenitora, luego de haber entrado en la habitación donde salían aquellos sonidos de placer que ella buscaba con intriga.

Las imágenes, borrosas al principio, se volvieron más nítidas y más crudas. Vio a su madre, entregada a Asta, gimiendo y retorciéndose bajo su cuerpo. Vio al muchacho con una expresión de deseo animal en su rostro, poseyendo a su madre, quien se ofrecía a él sin reservas con gritos muy agudos.  Sintió... una mezcla de emociones que no supo cómo interpretar. Asco, miedo, celos, y una extraña e inconfesable excitación.

Un rubor intenso cubrió el rostro de la joven Reina, sus mejillas ardieron de tal forma que pareciera que estuvieran en llamas. Se llevó las manos al rostro, como si quisiera borrar las imágenes de su mente, pero era inútil.

Podía escuchar los gemidos de su madre y los de Asta, el sonido de sus cuerpos chocando. Podía oler el sexo, el sudor y la deliciosa mezcla de fluidos corporales.

De repente, la puerta de la habitación se abrió. Noelle levantó la vista, sobresaltándose por lo que vio. Allí, de pie en el umbral, estaba la causante de su actual estado:

    — Noelle, hija... —murmuró Acier suavemente, mientras ingresaba y cerraba la puerta tras ella— ¿estás bien?

Noelle, sin poder articular una sola palabra, solo pudo negar con la cabeza al tiempo que desviaba su mirada. Acier se acercó a la cama y se sentó a su lado, tomando la mano de su hija entre las suyas. Luego de acariciarle un poco su mano, la observó un momento y le sonrió.

    — Veo que... lo que viste te ha afectado —comenzó Acier, en una voz baja y tranquilizadora—. No te preocupes. Te acostumbrarás a la idea de compartir a Asta. A la idea de que él es... nuestra única esperanza.

Noelle no le respondió, se mantuvo sentada mientras perdía su mirada amatista en algún punto de la habitación.

Su madre, con una ternura inesperada, comenzó a acariciar su barriga, sus dedos, largos y delgados, se dirigieron por debajo de la tela e intento acariciar la piel tensa y ligeramente abultada. Noelle, no se lo permitió.

    — No hagas eso, madre... —respondió Noelle al fin, ceñuda— no te metas con Asta.

Acier sonrió ligeramente, en una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

    — Lo sé, cariño, te entiendo —matizó suavemente, mientras regresaba su mano al vientre donde crecía su nieto, o nieta.

Noelle, sintiendo nuevamente la mano de su madre sobre su abdomen, un ligero escalofrío recorrió su cuerpo.

    — Basta, no sigas —farfulló, intentando apartar la mano de su madre de nueva cuenta—. No estoy de humor.

Acier se resistió con ayuda de su otra mano, que posó suavemente sobre la muñeca de su hija.

    — Tranquila mi amor, relájate —le habló a manera de tranquilizarla, provocando un bufido por parte de la joven.

    — ¿Me entiendes, dices? ¿Cómo puedes decir algo así? —respondió exhalando un suspiro de derrota, pues dejo de resistirse a los mimos de su madre. 

    —  Yo también tengo derecho a Asta. Todas tenemos derecho a él —zanjó sin rodeos— ... y lo sabes, después de todo, habías dicho que estabas de acuerdo con el plan para salvar a nuestra especie, ¿no? —concluyó, apartando su mano del vientre de su hija.

Aquellas palabras calaron en Noelle, era verdad lo que decía Acier, ella misma había estado de acuerdo en, mantener a Asta con todas las comodidades posibles mientras mujeres lo visitan diariamente. Aun así, la idea de compartir a Asta con su madre, de que su propio hijo o hija que crecía en su vientre tuviera que compartir a su padre –Asta– con otro hijo de su madre –Acier–, siendo ella –Noelle– hermana de los hijos de Acier y a la vez sus hijos compartieran ese mismo lazo de hermandad, la llenaba de una mezcla de repulsión y resignación. Era una situación antinatural, injusta, pero era la realidad. La realidad de su nuevo mundo, o eso era lo que creía.

    — Pero... —comenzó a rebatir Noelle, aunque no pudo continuar, ya que, las palabras se le atascaron en la garganta.

    — No hay peros que valgan, Noelle —la interrumpió Acier—. Es nuestro deber. Nuestro destino. Y debes aceptarlo.

Sin poder argumentar contra la lógica implacable de su madre, Noelle hizo un puchero, una expresión infantil que contrastaba con la seriedad del momento. Al ver el gesto de su hija, Acier soltó una risilla cristalina, melodiosa, como el tintineo de una campanita de plata.

    — Vamos, cariño —articuló, al tiempo que dirigía su mirada violácea oscura, al vientre de su hija—. No te pongas así. Piensa en el lado positivo. Tendrás un hijo, una nueva vida que traer al mundo. Y tendrás a Asta, aunque sea compartido. Es mejor que nada, ¿no crees?

Noelle, aunque aún molesta, no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. A pesar de todo, la idea de tener un hijo de Asta la llenaba de una profunda emoción. Y la idea de compartirlo con su madre, aunque extraña, tenía su propio morbo, su propia atracción.

Acier, sintiendo que su hija se calmaba, le acarició el cabello con suavidad, apartando de su frente uno de los dos gruesos mechones plateados que caían rebeldes, junto a sus orejas.

    — Es increíble pensar que pronto seré abuela —murmuró Acier, sonriéndole mientras jugaba con ese mechón—. Y tú, mi querida Noelle, tendrás más hermanos pronto.

La aludida se sonrojó intensamente, agitando su cabeza de pensar en la inminencia de ese futuro cercano, más cercano de lo que creía en aquellos momentos.

    — Madre, por favor... no sigas, no puedes ignorar la naturaleza de lo que significa tener hijos con la misma persona, ¡con Asta!, la sola idea de que nuestros hijos serán hermanos y al mismo tiempo... —su voz se apagó, incapaz de completar la frase.

    — No es nada que no haya ocurrido antes, Noelle —la interrumpió Acier, soltando sin querer aquellas palabras que helaron la sangre de su hija.

    — ¿Qué dices?  —Noelle trago saliva, comprendiendo el mensaje subyacente. 

Acier suspiró, considerando si contarle o no a su hija, decidiéndose al fin después de ver aquella insistente mirada rosada.

    — Hay cosas que no sabes —reveló, mirándola a los ojos—, secretos que se han guardado celosamente entre la realeza durante generaciones.

Noelle la observó expectante, buscando una explicación consistente ante aquellas palabras que acababa de soltar.

    — ¿Qué cosas? —inquirió, con un nudo en la garganta que le impedía articular las palabras con la claridad que ella desearía.

Acier mantuvo el silencio por unos instantes. Sus dedos tamborilearon sobre su rodilla, mientras pensaba como decir adecuadamente el secreto mejor guardado de la realeza.

    — Entre la realeza —comenzó con voz pausada—, desde que les arrebatamos el poder a los elfos... el linaje siempre se ha mantenido así... cerrado —reveló. Su hija abrió los ojos de par en par. Un silencio tenso se instaló entre ambas, apenas roto por la respiración poco agitada de Noelle. Acier, al no recibir respuesta, prosiguió con un tono más firme—. ¿Acaso no te has preguntado, Noelle, por qué la magia de los Silva, Vermillion y Kira parece concentrada, casi destilada, generación tras generación? ¿No te extraña que nuestro poder supere con creces al de cualquier noble, incluso después de tantos siglos? ¿Por qué crees que el poder siempre se ha mantenido en tres familias? ¿Por qué crees que la nobleza jamás alcanzó a la realeza, en términos de poder mágico?, cuando se supone que todo ese poder mágico se tuvo que haber esparcido por todo el reino con el paso de las generaciones con el paso de los siglos. Pero no. Solo se mantuvo en la realeza.

Noelle parpadeó, atónita, como si le costara asimilar las palabras de su madre.

    — Esas prácticas quedaron en el pasado —replicó, con un atisbo de esperanza en su voz—. Hace 340 años, ¿no es así? Se supone ya no somos así...

Acier negó con la cabeza, lentamente, con una solemnidad que hizo que a Noelle se le encogiera el corazón.

    — Para el público, sí, querida con la "separación" de la familia Silvamillion —concedió, con un tono condescendiente y una amarga sonrisa en sus perfilados labios—. Nos separamos a ojos de las masas, desapareciendo el apellido. Pero internamente, en la oscuridad de nuestros salones, entre las familias que realmente ostentan el poder, las tradiciones continuaron. Intactas.

    — No te creo. Estás mintiendo... tienes que estarlo —murmuró trémulamente. No quería creerlo, pero en el fondo, una parte de ella, la parte que había crecido entre las sombras de la realeza, reconocía la verdad en las palabras de su madre.

Acier calló, aquel silencio habló más que miles y miles de palabras.

Noelle, entonces, comenzó a digerir las revelaciones de su madre. Las palabras la golpearon, un mazazo, una tormenta de verdades incómodas que amenazaban con mandar al carajo todo lo que creía saber sobre su familia, sobre sí misma.

De pronto, como un balde de agua fría, recordó los banquetes de su infancia. Los dichosos banquetes de las tres familias, esos eventos tan privados y selectos que, aunque no entendía bien por qué, la llenaban de una profunda incomodidad, un no se qué. Las miraditas furtivas entre los miembros de las familias, los susurros incomprensibles, las risitas nerviosas... y la sensación de que algo no andaba bien, de que algo, algo turbio se escondía detrás de tanta opulencia y formalidad. Como si la elegancia de los vestidos no alcanzara a cubrir la mugre bajo las uñas.

    — Nunca lo supiste —murmuró Acier de repente, con una emoción extraña, algo retorcida, que hizo que a Noelle se le saliera el corazón del pecho, pegó un brinco en su sitio—. Te uniste a los Toros Negros a tus quince añitos. Tu nana... ella tenía instrucciones de revelártelo todo cuando cumplieras dieciséis. Pero para entonces ya estabas lejos de casa.

Noelle se levantó de golpe, las piernas le temblaban, como un par de flanes, mientras enfrentaba a su madre. Sus ojos se clavaron en los de esta, buscando respuestas en aquellos pozos que, después de todo, eran un espejo de los suyos.

    — ¿Cómo lo sabes?, lo de mi nana —su voz salió como un susurro cortante—. Digo... estabas muerta entonces.

Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Acier mientras cruzaba las piernas con una elegancia estudiada, de reina de telenovela.

    — Cuando regresé de la muerte, lo vi todo, Noelle —dijo, mientras sus dedos jugaban un poco sobre sus piernas, como si acariciara un gatito invisible.

Noelle apretó sus manos contra su regazo, reuniendo el valor para hacer la pregunta que le quemaba la garganta:

    — Tú... ¿lo hiciste? —susurró, en un hilillo que apenas se escuchó—, ¿participaste en esas... cochinadas?

Acier dejó escapar un largo suspiro, un suspiro de esos que te inflan el pecho y te lo desinflan de golpe, dejando que sus ojos, esos ojos tan parecidos a los de Noelle, se perdieran en recuerdos lejanos, como quien ojea un álbum de fotos viejas.

    — Cuando era joven —comenzó, con un tono que era pura nostalgia, de esas que te hacen arrugar la cara—, era tan arrogante como tú lo fuiste una vez. Me pavoneaba por los pasillos del palacio, orgullosa de mi poder, de mi linaje, del peso que llevaba el apellido Silva. El orgullo me consumía, me cegaba. Era adicta al poder, a la sensación de superioridad.

Se detuvo un momento, dejando que su hija asimilara su relato.

    — Primero llegó Nozel —continuó—. Mi primogénito. Luego vino Solid. Nebra siguió, y luego...

Sus ojos se clavaron en Noelle.

    — Y entonces llegaste tú, mi pequeña Noelle —su voz se suavizó—. Cada uno de ustedes fue un paso más profundo en el abismo de la obsesión por mantener el poder dentro de la familia.

Noelle sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si un gusano le caminara por la espina dorsal, al comprender el significado oculto, la verdad tras las palabras de su madre. La implicación flotaba en el aire, densa y pesada, como el humo de un cigarro barato, sin necesidad de palabras más explícitas. La verdad había sido dicha.

   — No me arrepiento de lo que hice, Noelle —declaró Acier, con una firmeza que contrastaba con el ligero temblor en su voz—. Gracias a esas decisiones, a ese camino oscuro que seguí, ustedes nacieron, aunque... Solid y Nozel ya no estén con nosotros...

Hubo un breve silencio ante la mención de los difuntos.

    — Tú y Nebra, son lo que me queda, son lo más valioso que tengo —continuó—. Pero sí, algo cambió cuando tú llegaste a mi vida, mi pequeña. Sostenerte entre mis brazos, tan frágil, tan pura... me hizo ver las cosas de otra manera. Me juré a mí misma dejar ese camino retorcido, esa búsqueda obsesiva del poder.

Acier suspiró, con melancolía, dejando que una sombra cruzara por sus ojos.

    — Ser la más fuerte de todos, ¿sabes?, con el tiempo te da otra perspectiva. Te hace ver que la felicidad no está en ser invencible, en pisotear a los demás, como yo creía cuando era joven e idiota. Esa ambición desmedida, me quitó más de lo que me dió. Me di cuenta, quizá demasiado tarde, de que nunca me había enamorado de nadie, de verdad. Nunca conocí ese amor genuino, el que te hace sentir completo, el que te llena el alma. Y de eso sí me arrepiento, Noelle, de haberme negado la posibilidad de amar de verdad, con el alma entera, y no con la mente retorcida por el poder. Me cegué tanto en ese camino de... que me olvidé de las cosas simples, que son las que te hacen feliz.

Noelle mantuvo su mirada fija en el suelo, apretando ligeramente sus puños sobre su regazo.

    — Al menos mis hermanos no resultaron ser unos enfermos degenerados como tú —escupió las palabras con veneno, pero su voz temblaba, como la de una chiva a punto de ser sacrificada.

Acier se levantó y envolvió a su hija en un abrazo. Podía sentir el cuerpo de Noelle temblando contra el suyo, tensa e intentando apartarse inútilmente, el shock no la dejaba reaccionar como ella haría.

    — Quisiera decir lo mismo... —susurró con dolor contra su cabello— ¿qué, acaso nunca te diste cuenta?

    — ¿Darme cuenta? —repitió la Silva menor— ¡Habla claro madre!

    — Solid y Nebra... ellos... —comenzó la Silva mayor con voz rasposa, como si se hubiera tragado una lija— ¿nunca te preguntaste por qué Solid y Nebra siempre estaban juntos, más de lo normal?

    — ¡¿Qué?! —Noelle se apartó bruscamente, clavando sus ojos en los de su madre— ¡¿De qué estás hablando?! ¡No puedes decir esas cosas! ¡Estás loca!

    — Shhh, mi niña —Acier la atrajo hacia sí, como si hubiera atrapado a un pajarito asustado, acariciando su cabello a la fuerza, con una mano firme y posesiva—. No te alteres. Solo quiero que sepas la verdad.

Acier sintió como Noelle temblaba bajo sus brazos y con voz solemne continuó:

    — Créeme, cuando volví de la muerte hace 5 años, cuando todo acabó... lo descubrí. Me destrozó, me rompió en mil pedazos. Verlos así... tan... —no pudo completar las palabras, en su lugar trago saliva antes de continuar— pero luego... lo entendí. Entendí que eso mismo había sembrado yo. Yo... yo no era nadie para juzgar. No tenía el derecho de hacerlo.

El cuerpo de Noelle se congeló, como si la hubieran convertido en una estatua de hielo.

Los recuerdos comenzaron a inundar su mente como una avalancha: Solid y Nebra desapareciendo durante horas cuando ella quería que le enseñaran algún hechizo, las miradas cómplices durante las cenas, las risas compartidas en los pasillos oscuros, los murmullos tras puertas cerradas. Las burlas constantes hacia ella tomaron un nuevo significado, más retorcido y oscuro.

Un gemido ahogado escapó de su garganta mientras las piezas encajaban en un horrible rompecabezas. Sus rodillas cedieron, y solo los brazos de su madre la mantuvieron en pie.

    — No... no... —murmuró Noelle, con la voz algo quebrada—. Ellos no... no podían...

    — Está bien, mi pequeña, está bien... —susurró Acier, acunando a su hija como si fuera una muñequilla de porcelana—. Ya pasó, ya todo pasó. Estoy aquí, contigo.

Noelle se aferró a su madre, como una niña que busca refugio en una tormenta eléctrica, y sollozó en silencio. Acier la mecía suavemente, mientras sentía el dolor de su hija como propio.

    — Desahógate, mi vida, saca todo eso que te quema por dentro... —murmuró Acier, con la voz cargada de una tristeza infinita—. Llora todo lo que necesites, yo estoy aquí para ti.

Poco a poco, los temblores de Noelle fueron disminuyendo, y sus sollozos se convirtieron en respiraciones agitadas. Acier la separó con delicadeza, mirándola a los ojos con una mezcla de amor y compasión.

    — Es mejor así, mi pequeña —susurró Acier mientras sostenía a su hija—. Que te hayas enamorado de Asta por tu propia voluntad. Los Kira, por tu gigantesco y enorme poder sin precedentes, querían arreglarte un matrimonio con alguno de sus herederos. De haber estado en tu infancia, a tu lado, jamás lo hubiera permitido. No si tú no lo deseabas.

Poso sus manos sobre la barriga de su hija, sintiendo pequeños movimientos la vida que se gestaba, hasta que Noelle bruscamente apartó su mano de un manotazo. 

    — Tranquilízate Noelle, no te alteres.

Regresaron a la cama, sentándose una frente a la otra, como si jugaran un juego de mesa. La mirada de Noelle había cambiado, una chispa oscura estaba ahora en sus ojos.

    — Cuéntamelo todo —espetó Noelle, inclinándose hacia su madre mientras le fruncia el ceño—. No me ocultes nada.

    — Ya es suficiente por hoy, mi amor —murmuró, fijando sus ojos en el lugar donde crecía su nieto, comenzando a masajear la zona nuevamente, esta vez con un ritmo diferente—. No es bueno para el bebé que te alteres tanto, ya fue suficiente.

    — Entonces, mejor no me hubieras dicho nada —se quejó Noelle, con un puchero mientras se cruzaba de brazos—. Ya me alteraste. 

    — Necesitas relajarte —interrumpió Acier, en un tono profundo mientras se acercaba más a su hija—. Deja que mami cuide de ti... —su voz, se tornó nostálgica— como debió hacerlo hace tanto tiempo.

Acier se dedicó celosamente a continuar con su masaje, mientras algo extraño comenzaba a aflorar entre ellas... el aire se hacia denso, pesado.

Al pasar los minutos Noelle se relajó y dejo de estar tensa a estar calmada, disfrutando de aquella sensación reconfortante.

    — Se siente... agradable —admitió en voz baja.

    — Lo sé, yo también estuve embarazada —concedió, al tiempo que cambiaba el ritmo de sus atenciones—. Se lo mejor que le puedes hacer a una mujer embarazada, para que no este estresada. 

Y entonces, Acier notó una humedad excesiva en el vestido de Noelle, proveniente de su prominente pecho. Con gentileza, ayudó a su hija a quitárselo:

    — Mira cómo empapas tu vestido —susurró Acier, viendo las manchas húmedas que se expandían sobre la tela—. Déjame ayudarte con eso.

Sus dedos encontraron los pequeños botones del vestido, desabrochándolos uno a uno mientras Noelle temblaba bajo su toque. La tela empapada se pegaba a sus pezones hinchados, revelando su forma erecta.

    — Levanta los brazos —ordenó Acier, mientras deslizaba el vestido húmedo por el cuerpo de su hija. Los pechos de Noelle quedaron expuestos, brillantes por el líquido transparente que goteaban.

    — Oh, cariño —continuó Acier, mientras examinaba la situación—. Parece que tu producción de leche aumento significativamente en los últimos días, te debe de doler tener tanto acumulado.

Noelle se cubrió instintivamente, avergonzada llevo su brazo directo a sus senos, tapando sus goteantes pezones, pero Acier la tranquilizó con un ademán.

    — No te preocupes, es completamente natural. Déjame ayudarte a aliviar la presión.

Sin esperar respuesta, y con una lentitud deliberada, casi ritualista, Acier se posicionó detrás de Noelle. Su cuerpo, cálido y voluptuoso, se amoldó al de su hija, creando una intimidad inesperada. Sus manos suaves, buscaron los pechos de su hija, quien se resistía al principio manteniendo su brazo sobre sus senos llenos de leche materna.

    — No, madre —farfulló Noelle, mientras mantenía su brazo sobre sus pechos—. Basta, ya fue suficiente, gracias.

Sentía una mezcla de vergüenza y vulnerabilidad al tenerlos expuestos ante la mirada de su madre, aunque no era la primera vez que estaba expuesta de esa manera ante su progenitora, esta vez se sentía algo extraña... 

El aire, poco a poco se volvía mas denso.

Las manos de Acier, intentaron apartar el brazo de Noelle, pero la joven se resistió, aferrándose a su pecho con fuerza.

    — No quiero —insistió, frunciendo un poco su ceño—. Alejate...

    — Vamos, cariño —susurró Acier dulcemente—. No te resistas. Es por tu bien. Necesitas... necesitas alivio. Y yo... yo puedo dártelo.

La insistencia en la voz de su madre, y la promesa de alivio que se escondía tras sus palabras, comenzaron a ablandar la resistencia de la joven Reina. Lentamente, casi imperceptiblemente, aflojó el agarre de su brazo, permitiendo que las manos de Acier se acercaran a sus pechos.

Un leve temblor recorrió su cuerpo, al sentir las cálidas manos de su madre sobre su senos, hinchados.

Acier comenzó a masajear aquellos globos blancos de con movimientos ascendentes y descendentes, ejerciendo una presión suave pero firme. Amasó la carne calientita y flexible, sintiendo la textura suave y tersa bajo sus dedos. Con cada movimiento, los pezones de Noelle se endurecían aún más, liberando pequeñas gotas de un líquido transparente y viscoso, el cual había sido el responsable de manchar su blanco vestido.

Y entonces, como si una presa hubiera sido abierta, la leche comenzó a fluir.

Primero, fueron solo unas gotas, que Acier recogió con la punta de sus dedos. Luego, el flujo aumentó, transformándose en un chorro constante que empapó el vientre ligeramente hinchado de Noelle. La leche, tibia y dulce, se deslizó por su piel, creando un camino blanco y brillante que casi se confundía con la palidez de su abdomen, el cual subía y bajaba lentamente, con el ritmo suave y constante de su respiración.

    — ¿Mejor? —le preguntó Acier, mientras continuaba apretujando sus senos.

Noelle asintió, cerrando los ojos y dejándose llevar por la agradable sensación.

    — Sí... gracias, madre.

Mientras Acier masajeaba y apretujaba los senos de su hija, sin quererlo realmente, estimulaba constantemente sus pezones, ella, los sintió endurecerse bajo sus finas manos. Noelle por su parte, se mordió los labios, evitando soltar algún sonido que delatara su creciente excitación, pero no pudo resistirse más y gimió: 

    — Ahmm... —esta incesante atención llevó a Noelle a gemir suavemente y recostar su plateada cabeza en el hombro de Acier— mamá...

La aludida no dijo nada, permitiendo que el silencio llenara la habitación, donde, sin saberlo aquella leche materna aumentaba el libido de ambas Silvas a una velocidad abrumante. Las tetas de Noelle, liberaban más y más leche materna que, poco a poco manchaba las sabanas expelían un olor muy fuerte y dulzón.

    — ¡Ahhhmmm!... —cuando su hija volvió a gemir, esta vez de una manera más intensa y cargada de deseo, Acier se detuvo abruptamente, retirándose de la espalda de Noelle. 

Sin el apoyo de su madre, la joven se desplomó en la cama, jadeante y aturdida por las sensaciones extrañas que recorrían y dominaban su cuerpo.

La leche materna que manaba de sus tetas, actuaba como una especie de follador 3000, pero en menor potencia. Las incontables corridas del último hombre, cargadas de aquel esperma potenciado, que recibió su cuerpo por todos lados aquella noche, fue la justa para que su sistema la absorbiera y desarrollara su propia versión.

Versión, la cual ya había terminado de madurar en su sistema, y estaba siendo liberada aquella atracción invisible e inexplicable, no con la misma potencia que lo hace Asta. No, esta era diferente, en lugar de atraer con la presencia y puras hormonas, lo hacia únicamente con leche materna. La cual necesita estar expuesta ante una persona la cual, la portadora –en este caso Noelle– tenga cierto grado de afinidad. Mientras mas afinidad exista mayor será la potencia, y en el caso de Acier, la afinidad es elevada.

La Silva mayor, visiblemente afectada, no podía apartar la mirada de sus finos dedos manchados con aquel líquido blancuzco. Aquellas gotas brillaban tentadoramente sobre su piel, llamándola como un dulce veneno. Su respiración se volvió pesada mientras observaba hipnotizada cómo la sustancia se deslizaba lentamente por sus dedos. El aroma dulce y cálido invadía sus sentidos, nublando su juicio con cada inhalación.

    — ¿Qué me está pasando? —susurró Acier, sintiendo cómo su cuerpo respondía ante aquella simple visión. Sus pezones se endurecieron bajo la tela de su vestido corto, y un calor familiar comenzó a extenderse entre sus piernas. La leche de su hija la estaba afectando de una manera que sabía que debería resistir a toda costa. Se había jurado a si misma no volver a caer en aquellas practicas—. No. No, tengo que... salir de... —murmuró débilmente, intentando salir de aquella habitación a fallidos trompicones. 

Su intento fue inútil. Era tarde. Ya había cambiado, aquella sensación ya la había dominado y ahora solo buscaba el pecado...

Bueno, por fin actualicé, lo siento por la demora. Quería subir el capítulo hace como dos semanas, pero aún no estaba terminado. Espero que les haya gustado, quisiera saber sus opiniones al respecto para saber que dirección tomar en este fic de puro fanservice.

Con respecto a la imagen, veamos qué pasa, jaja. Vere como la comparto sin censura.

Deja tu estrellita si te gustó, eso me motiva a seguir escribiendo.

Intentaré actualizar dos o tres de mis fics antes de que acabe el mes. No prometo nada, ya que nunca cumplo :c pero, haré el intento.

Bye, un abrazo.

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