ᴘʀɪᴍᴇʀ ᴇɴᴄᴜᴇɴᴛʀᴏ
— Ejem... –una fingida tos irrumpió en la sala, captando al instante la atención de los presentes.
Sally se bajó de un salto del regazo de Asta, adoptando un semblante de sorpresa ante la mirada inquisidora de la recién llegada.
Asta, por su parte, abrió los ojos de par en par al reconocer a la imponente dama bajo el umbral.
— ¿Noelle? –musitó estupefacto, casi atragantándose con la palabra.
Bajo el umbral de la puerta se erguía la que fue su entrañable compañera, ahora convertida en la viva imagen de la realeza –joven y hermosa reina de 23 años–. Su cabellera plateada, antes recogida en sus características coletas, ahora caía libre cual cascada argéntea sobre sus hombros. Una corona con gemas rosáceas coronaba majestuosamente su cabeza.
Sus facciones se veían realzadas por un maquillaje sutil, que no opacaba la belleza natural de sus rasgos nobles. Y su vestido, de una suntuosidad casi irreal, parecía tejido con los secretos de la luna y las estrellas.
Cual reina de hielo, la mujer caminó hacia Asta con lentitud escalofriante. Su mirada amatista lo escrutaba con intensidad.
— Asta... –dijo al fin con voz neutra, apenas una sombra del tono altanero que él recordaba–. ¿Puedes caminar?
El aludido seguía mirándola pasmado aún sin haber procesado su situación actual, incapaz de conciliar a la imponente monarca ante sus ojos con la fuerte guerrera de sus memorias.
La albina, muy sutilmente, curvó la comisura de sus labios en un amago de sonrisa nostálgica. Fue apenas un destello, un fugaz momento, pero él pudo percibirlo.
— ¿Caminar? –repitió aturdido.
Haciendo acopio de fuerzas, se irguió trabajosamente, sólo para precipitarse al suelo un instante después. Afortunadamente, los reflejos de Noelle fueron rápidos como los de una felina y logró atraparlo antes del impacto.
— Sigues siendo un idiota –musitó ella con una sonrisa teñida de nostalgia, mientras lo ayudaba a sentarse nuevamente en la camilla.
Un suspiro imperceptible escapó de sus labios que Asta logro captar, por unos segundos, un atisbo de melancolía asomando tras la máscara real.
— ¡No se preocupe, Majestad! –exclamó Sally, ajena al momento–. ¡Él está listo para cogerse a todas las mujeres del reino!
Ante tal afirmación, Noelle enarcó una ceja en señal de reprobación.
— No –sentenció secamente–. Primero...
¡clap, clap, clap!
Sus palabras fueron interrumpidas por el repiqueteo de unos pasos acercándose. Nero hacía su arribo, cargando unas bolsas oscuras en sus manos. La reina se dirigió su atención hacia el último hombre.
— Asta, debes descansar –Noelle lo vio directo a los ojos–, en estas bolsas están tus cosas –la albina recorrió con la mirada al joven, quien solo portaba una bata hospitalaria encima–. Tengo mucho que hacer. Cuando te recuperes, ven al castillo, tengo que contarte muchas cosas...
Dicho aquello, la monarca dio media vuelta y se alejó del lugar de la misma manera en la que había entrado, de manera escalofriantemente lenta y serena, dejando tras de sí un rastro de interrogantes en la mente del joven.
— Bueno, empecemos con el paso número uno, del plan "repoblar el planeta" –habló Sally mirando a la peliazul, quien asintió–. Iré por unos instrumentos para dar inicio a la fase dos, te encargo la primera fase –le dijo a Nero.
Tras suscitar esas palabras, Sally hizo su retiro de la habitación, dejando solos a los jovenes, rodeados simplemente por el frío ambiente del laboratorio. La peliazul, sacó cautelosamente del fondo de su bata un pequeño frasco de cristal traslúcido, tan puro y delicado al tacto como el vidrio recién creado. En su superficie se podía leer una frase: "Muestra de semen, después del follador 3000".
Con ligereza y sin romper el silencio, la fémina se acercó hasta la figura sentada del hombre de cabello cenizo, y se lo entregó. Su rostro quedó completamente inmerso en una máscara de confusión que parecía transformar su semblante. Asta no dejó que sus ojos se apartaran del objeto en su mano.
— ¿Qué es esto? –un atisbo de desconcierto en sus palabras resonó por la habitación.
La piel de Nero, que, bajo la fría iluminación parecía aún más nívea, se tinto de carmín, ruborizándose ante la inevitable respuesta que tenía que dar a cumplida interrogante.
— Necesitamos una muestra... –la voz de la peliazul flaqueó un tanto al hablar, desvió su mirada, intentando encontrar algo en la habitación que le sirviera como distracción momentánea–. De tu... semilla.
Dejando a Asta en el centro de la habitación, Nero se giró dispuesta a marcharse y darle privacidad al chico, sus pies daban los primeros pasos hacia la salida, cuando la voz de Asta la atrapó.
— Nero –llamó a la mujer con un tono de misterio en su voz, la nombrada giró, dejando su rostro visible para él, quien seguía insólitamente confuso– ¿Cómo que mi semilla?
«No puede ser... –la peliazul no podía creer las palabras del chico».
La incredulidad se plasmaba en cada parte de su rostro, pero al mirar a Asta, su semblante confirmaba que sus palabras eran sinceras.
— ¿Nero? –las palabras de Asta sacaron a Nero de su reflexión interna.
La mujer de cabello azulado se decidió a romper la barrera que la separaba de Asta y se aproximó, con pasos leves hacia la camilla. Finalmente, se sentó al lado del ahora confundido pelicenizo. Tras una amplia y lenta inhalación, seguida de una exhalación igual de profunda para intentar calmarse, se atrevió a levantar su vista. Haciendo contacto visual, viendo sus ojos esmeraldas.
«Esto es por el bien de la investigación –se recordó Nero, quien inusualmente estaba muy nerviosa».
— Dame el frasco –susurró Nero con un tono apenas perceptible, como un suspiro llevado por el viento.
De inmediato, Asta, interpretando con obediencia el ligero gesto de la chica, extendió su mano hacia ella, entregándole el frasco. Nero, al tomarlo, sintió el frio cristal en sus delicadas manos al tiempo que respiraba inhalando y exhalando, intentando calmarse por lo que estaba por hacer...
Pacientemente, desenroscó la tapa metálica, dejándola a un lado con cautela, como si fuera una preciada joya. El frasco, ahora despojado de su cobertura, quedaba abierto y esperando, listo para ser llenado...
Otro pesado suspiro abandono los labios de Nero, aun con el frasco en las manos. Era un intento por calmarse a sí misma, alejando los nervios previos a la ejecución de su acción. Cerró sus ojos, tomando una profunda inspiración, y procedió.
Entonces inició el delicado táctil encuentro. Con una lentitud que bien podría confundirse con temor, sus dedos tocaron suavemente uno de los muslos de Asta, acercándose peligrosamente a su ingle. Un espasmo de sorpresa recorrió el cuerpo de Asta de pe a pa, un escalofrío que viajo cual relámpago desde su cabeza hasta sus pies, tomándolo desprevenido por la repentina caricia de las delicadas y frágiles manos de Nero.
La chica se acercó aún más a Asta, rompiendo cualquier distanciamiento entre ellos. A medida que sus caricias se volvían cada vez más lentas, se empezaba a sentir demasiado atraída por el hombre al cual estimulaba, no era una atracción normal, más bien era sobrenatural...
Y siguió con su deber adentrándose paso a paso en la zona a estimular. Asta, atrapado por la peliazul, comenzaba a sentir un peculiar bienestar a medida que sus mimos continuaban.
La bata hospitalaria que Asta llevaba puesta pronto se convirtió en un obstáculo para las ahora impacientes y curiosas manos de Nero.
A cada segundo que transcurría, la chica parecía caer cada vez más bajo aquella extraña atracción, alimentando un calor creciente desde el núcleo de su ser. Ya no era la investigación la que impulsaba sus acciones, sino el arcano sortilegio.
Con movimientos resolutivos, deslizó hacia arriba la prenda, lo suficiente para dejar al descubierto el miembro viril de Asta. Nero, con los ojos abiertos y cubiertos por un velo de fascinación, observó cómo el pene se endurecía poco a poco, irguiéndose con majestuosidad para su observación.
La mirada escarlata de Nero se vio cautiva, irremediablemente atrapada por la anatomía masculina que se esbozaba frente a ella. Un susurro de deseo escapó de sus labios al tiempo que los relamía, sin desviar por un instante la atención del paquete de Asta.
El pelicenizo, sentía una electricidad invadirlo por dentro, sus venas parecían cobrar vida propia, como un río que fluye bajo la presión de una corriente incesante, su cuerpo entero se llenó de una abundante e inexplicable energía vigorosa que recorría cada rincón de su anatomía, el suero de Sally comenzó hacer efecto en su sistema, llenando su cuerpo de deseo sexual.
Sin malgastar ni un solo segundo, la peliazul envolvió con dulzura y delicadeza el eje de su fascinación, sintiendo cómo aquel pene erecto, húmedo y ligeramente pegajoso al tacto, emitía un calor singular, un calor que de algún modo compartía solo con ella en ese instante.
Haciendo uso de su mano, Inició un masaje lento y sensual, acariciando con suma delicadeza la proporción carnal que tenía bajo su tacto.
— Mmmm.
La respuesta de Asta no tardó en llegar, intercalándose en la tranquila atmósfera del cuarto, jadeos de placer se escapaban de su ser. En toda su vida, Asta nunca había navegado por las aguas del placer, era su primer viaje de esa índole y se encontraba satisfecho, disfrutando plenamente del trayecto. El masaje que realizaba Nero cobró mayor intensidad, acelerando el ritmo sobre la erección, y los gemidos varoniles se hicieron eco en la habitación con un tono cada vez más eróticamente sincopado.
Asta, entregado completamente al éxtasis y la excitación, contrajo sus dedos en torno a las sábanas, levantando la cabeza hacia el cielo en un gesto involuntario. La otra mano de Nero se deslizaba traviesamente, subiendo por la bata hospitalaria y explorando con lascivia el abdomen marcado, recorriendo aquel paisaje de músculos a la perfección con el único deseo de desatar aún más las llamas de la pasión.
¡Psssshhh!
La inevitable consumación se produjo: Asta liberó un gemido profundo y vívido, resonando en la serenidad de la habitación. Sus músculos se convulsionaron de modo casi salvaje, liberando su potente y extasiante descarga en la mano expectante de Nero, empapándola por completo en un cálido aluvión.
Por un momentáneo e infinito instante, la fémina quedó varada en tiempo y espacio, ensimismada en la cálida sensación del semen caliente en su mano. La realidad, el acto y la intimidad de aquel encuentro crearon un retrato cautivador, enriquecido por la textura pegajosa y cálida que reposaba en su mano.
Emergió de este embriagador trance con una claridad renovada. Recogió el frasco con delicadeza y, con precisión casi quirúrgica, canalizó el líquido espeso y caliente en su interior. Para sorpresa de ella, el frasco alcanzó su máxima capacidad, desbordando parcialmente.
Nero, con una mirada deseosa, se levantó, dejando el frasco goteante de néctar masculino en una mesita cercana. Un hondo suspiro escapó de sus labios. Había cumplido su propósito con una resolución inaudita.
Luego, con una toalla en mano, Nero comenzó el cuidadoso proceso de limpieza. Eliminó con suavidad cada rastro de esperma que quedaba sobre la superficie de la cama y el piso. Sin embargo, al llegar a limpiar el miembro de Asta, se sorprendió al encontrarlo todavía bien erecto. Ante esta sorpresa, simplemente se limitó a continuar su tarea, envolviendo cuidadosamente el pene con la toalla, deslizándola delicadamente a lo largo de la longitud hasta que este quedó prístino, como si nada hubiera sucedido.
La chica, quedo inmersa en un trance fragante, una atracción crecía segundo a segundo que se manifestaba por un potente e irresistible olor que emanaba de la piel masculina.
Los sentidos de la chica se dispararon en una danza frenética mientras aplastaba su nariz contra la suave piel de Asta, absorbiendo ávidamente ese aroma irresistible.
— Hueles... tan bien –sus palabras salieron como un susurro delicado, su voz era suave y melosa–. As...ta.
— Nero... –el contacto visual con Asta se construyó como un puente delicado entre ambas almas a medida que Nero se retiraba de su cuello.
Asta, tanto sorprendido como atrapado por esta afirmación, al igual que la fémina detectó en el aire un aroma extraño, pero enigmáticamente atractivo, un olor que estaba envolviendo a Nero en un aura sensual.
Aquel aroma era sutil y delicado, pero increíblemente apremiante. Cual mosquito encantado por la luminosidad de una lámpara, la nariz de Asta encontró su camino de vuelta; el cuello de mármol de Nero.
Mientras respiraba este nuevo aroma que parecía deliciosamente exótico, como el perfume más exótico.
Poco a poco, el juicio que antes guiaba a Asta cedió su control a los primitivos instintos que comenzaban a tomar las riendas. Actuando en un estado semi-consciente, el chico derribó a la joven sobre la camilla. Acto seguido, la bata blanca y el elegante vestido negro que portaba la peliazul fueron desgarrados por completo en medio de su apremiante urgencia. Asta, cegado por sus instintos, no tomó el tiempo para apreciar la belleza de la figura desnuda de Nero quien en aquel momento tan solo estaba cubierta por sus calzones humedecidos por su néctar.
Asta sin poder resistirse más en el embriagador aroma que la envolvía, hundió su rostro en los pequeños pechos de la fémina con un ansia irrefrenable. Inhaló profundamente, permitiendo que esa esencia adictiva se infiltrara en cada fibra de su ser. Su cabeza comenzó a moverse descendiendo lentamente por el cuerpo femenino, dejando en su camino una línea húmeda que marcaba el rastro de su ansiosa lengua la cual realizaba un viaje más que exploratorio, desde el esternón hasta el ombligo de suavidad inconfesable. Ansiaba saborear aquel inexplicable olor...
— Ahhhh...
Un gemido de Nero rompió el tranquilo silencio de la habitación mientras la lengua de Asta la recorría con impaciencia. El olor intoxicante comenzó a intensificarse, a medida que se acercaba a las bragas humedecidas de la excitada mujer.
Sin ninguna vacilación, Asta rasgó los calzones de encaje de Nero, partiendo la fina tela en dos con facilidad y exponiendo la íntima y húmeda vulva de la fémina la cual brillaba bañada en su néctar de antelación.
Sin frenos en su ser, Asta presionó su boca contra la intimidad de Nero, saboreando su flujo con una sed insaciable. Nero gimió fuerte y claro, sus manos se retorcían cuales gusanos mientras su espalda se arqueaba hacia el cielo.
¡glup-glup-glup!
La lengua de Asta pintaba un retrato con los pliegues de la joven en sonidos acuosos, sus manos trazaban caminos de fuego sobre la fina figura femenina, sujetando su estrecha cintura, percibiendo lo suave que era su piel y experimentando la fragilidad de la excitada mujer bajo sus poderosas palmas. En un momento dado, la audaz lengua de Asta se aventuró más allá en la húmeda intimidad de Nero, explorando la entrada de su vagina con una admiración casi asombrosa, como si contemplara la magia por primera vez, ante la increíble textura de su interior.
— Ahhh...
— Hmm...
— Ohhh...
Los delgados y delicados brazos de Nero se aferraron al suave cabello en punta de Asta, sus gemidos aumentando en volumen y deseo conforme su cabeza se hundía más en ella, instigando a Asta a continuar su inquisitiva exploración de su zona intima.
En determinado punto, Asta levantó la cabeza, ofreciéndose a la apreciación de los ojos escarlata avivados de Nero. Sus ojos estaban trasformados, lucían cargados de una lujuria y deseo profundos y palpitantes, una mirada que ansiaba el encuentro del cuerpo y del alma.
Tras ese intenso intercambio visual, las esbeltas y flexibles piernas de la chica rodearon la contundente musculatura del torso de Asta, aferrándose a él con un deseo irrefrenable. El cenizo, con sus instintos potenciados, supo intuitivamente cómo continuar. Alineó su miembro erecto y palpitante en la entrada de Nero.
Sin vacilar, Asta se adentró en el profundo terreno desconocido, a la par que íntimo. Penetro su vagina de una sola estocada hundiéndose hasta el fondo. Su vulva previamente humedecida facilitó un deslizamiento profundo y total.
— ¡¡Aaaaaaaa!!
Un grito cortante llenó el espacio, escapando de los labios adoloridos de Nero al sentir el desgarro de su himen, marcando el fin de su inocencia. Asta no se detuvo ante esa respuesta, comenzando a embestir con fervor a la fémina que yacía bajo él, bajo su control.
La compacta vagina de Nero resistía contra el miembro invasor, su presión firmemente contenida exacerbaba las sensaciones de ambos. El flujo de sangre junto con la secreción vaginal abría camino al frenético y rítmico deslizamiento.
Asta quedo encima de Nero, en la posición del misionero, comenzando a moldear la carne femenina con su envergadura, a rápidas embestidas, marcando una desmedida cadencia, impactando con potencia dentro de Nero, sus pensamientos en ese momento giraban como un vórtice en torno a la figura femenina que tenía completamente sometida a su control.
— Mmmmm...
— Uhhhmm...
— Ahhhhhh...
Los lamentos repletos de deseo se intensificaron en el laboratorio, sus ecos inundaban cada rincón, golpeando con fuerza los tímpanos de Nero, quien ya se había acostumbrado al dolor inicial dando paso al goce.
La peliazul incapaz de resistir el éxtasis, se movía siguiendo el ritmo de las embestidas con una perfección casi coreografiada. Asta, cuyos movimientos se volvían cada vez más rápidos y más voraces, había explorado y moldeado la carne interior de Nero, lo había adaptado a su singular anatomía hasta lograr que esta se ajustase perfectamente a su robusta y sólida envergadura.
— ¡¡Ahhhhhhhhhmmm!! –un grito de deleite se escapó de las profundidades de Nero.
En ese preciso instante, una explosión de satisfacción inundó su ser. La peliazul había alcanzado el pináculo de su goce. Sus entrañas vibraban de placer, el calor de su cuerpo parecía haberse concentrado en su vulva que cedía a las embestidas entregándose con pasión. Liberó sus jugos en una fuente desbordante de infinito deleite, las penetradas de Asta se ralentizaban, él también se encontraba al borde del precipicio de un nuevo y abrumador orgasmo y, sin más dilación, llegó.
Con una última embestida que reverberó a través de su ser, se hundió hasta el fondo del cuerpo delicado y frágil, de la fémina. Su miembro quedo completamente incrustado, vibrando en un ritmo frenético en perfecta sincronía con la liberación de su esencia. La eyaculación fue potente y plena, quedando el resultado de un creciente deseo, dejando el interior de Nero completamente cubierto en su espeso y cremoso líquido.
El ciclo de eyaculación fue largo y rico, diez segundos eternos en los que el cenizo liberó su semilla de forma constante, dejando hasta la última preciada gota hasta llenar a Nero, quien quedó jadeante y derrotada por el goce, su delgada figura aun vibraba con las olas residuales del placer.
¡PAAAM!
De improvisto la puerta se abrió, revelando a Sally que traía un carrito con varios instrumentos extraños.
— ¡Vaya! ¡No pierdes el tiempo! –exclamó al ver la escena delante de ella–. ¡Veo que "el follador 3000" es muy efectivo!
¿Les gusto el capítulo?
Pronto tendrán en próximo.
Sin más me despido, pasen feliz día.
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