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ʟᴀʙᴏʀᴀᴏʀɪᴏ ᴅᴇ ʟᴀ ᴘᴀsɪᴏ́ɴ

En la despeinada atmósfera del laboratorio, Sally avanzó con pasos seguros y decididos hacia la camilla, donde Nero esencialmente exhausta descansaba, cansada y casi sin aliento tras un inesperado y fogoso encuentro. 

Asta, aún todavía encima de la peliazul, la sostenía de la cintura fuertemente terminando de descargar su néctar.

La científica loca, aguardó pacientemente hasta que Asta se separó de Nero. El joven no tardó mucho en despegarse de ella, una vez terminó de vaciarse, de liberar su esencia dentro de la mujer. Jadeando ligeramente, se acomodó en la camilla para sentarse frente a Sally.

— Ja,ja,ja,ja –en respuesta a la escena, Sally soltó una carcajada gélida y fulgurante–. ¡El Follador 3000 es completamente increíble!" exclamó, salpicando el anuncio con una gama de emociones exaltadas.

Asta, totalmente perdido, hizo un esfuerzo sobrehumano para sacarse de su confusión y volteó para ver a Nero. La mujer de ojos escarlata jadeaba arduamente en un estado de éxtasis puro, una de sus manos descansaba en su vientre que se notaba visiblemente hinchado; signo evidente de que su útero estaba lleno, a reventar, de la abundante descarga del chico.

— ¿Qué...? –el cenizo dejó escapar un murmullo atónito, procesando lo que acababa de ocurrir.

La científica, notando su confusión, intervino para calmarlo, metiendo sin reparo un extraño aparato metálico en la boca del cenizo.

— Tranquilo, esto es completamente normal –aseguró con un entusiasmo que solamente ella podría contener– ¡Ahora vamos a verificar si 'El Follador 3000' realmente funciona!

Asta observó con una mezcla de asombro y confusión a la científica, quien no podía contener su emoción dando pequeños saltitos en su lugar.

— ¿Nero, dónde guardaste el frasco? –preguntó Sally, mientras todavía saltaba.

Temblorosa, Nero levantó un dedo para indicar una mesita metálica cerca de la camilla, donde descansaba un frasco lleno de un líquido lechoso y viscoso, el néctar masculino en toda su contundente naturaleza.

— Veamos... –murmuró Sally pensativa. Inmediatamente, tomó el frasco y vertió cuidadosamente su contenido en un extraño aparato metálico que de inmediato comenzó a irradiar luces azules intensas, llenando cada rincón de la habitación con su resplandor.

Después de una tensa espera, el brillante resplandor de la máquina se intensificó, en ese preciso instante Sally retiró el aparato metálico de la boca de Asta y lo introdujo en la máquina junto al esperma. Al instante, las luces azuladas que irradiaba la máquina transformaron sus matices. Los tonos azules se desvanecieron, dando paso a luces brillantes de tonos rosados y celestes que pintaron un espectro surrealista en todo el entorno.

— ¡Superas ampliamente todas mis expectativas! –estalló de entusiasmo la científica loca, sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y satisfacción–. ¡La producción de tu esperma se ha disparado estratosféricamente! ¡La tasa de aumento de tu testosterona está subiendo hacia las nubes!

La expresión de Asta, aunque atónita, era digna de una novela en prosa, su desconcierto se había pintado en los matices de su rostro; las palabras técnicas y científicas de Sally caían sobre él como un torrente incomprensible. Había un vacío en su mirada, producto de ese peculiar turno de eventos que no terminaba de asimilar, su reciente despertar, la inyección del "follador 3000" y su creciente apetito sexual.

Durante lo que fueron apenas unos segundos, pero que para Asta parecieron eternos y silenciosos minutos, su mirada errante aterrizó involuntariamente en el abdomen expuesto de Sally. Sus ojos fueron incapaces de resistirse a la tentación de recorrer la sinuosidad suave y tentadora de sus curvas, y de perderse en la profundidad de su ombligo. Sally no tardó en notar esa intensa mirada serpenteante; una mirada férrea cargada de lascivia junto a un deseo lujurioso centrada en ella.

— Y ahora... –comenzó Sally, ajustando su mirada para clavarse en la de Asta, con resolución y determinación–, es el turno de experimentar directamente mi propia creación, mi distintivo triunfo...

Con la agilidad y destreza de una felina, Sally, tan ligera como una pluma, saltó y se situó rápidamente en el regazo de Asta quedando a horcajadas sobre él, provocando un denso silencio y una inmediata oleada de anticipación.

— Realmente tienes un aroma embriagante... –susurró Sally, sus labios quedaron apenas a un par de milímetros de los labios de Asta. Él pudo sentir la calidez de su aliento, como una fragancia candente y tentadora que se escapaba de la boca de la científica.

Las manos de Sally, como aves inquisitivas en un territorio desconocido, empezaron su viaje exploratorio por el torso masculino que tenía delante. Apreciaron con tacto cada detalle de su muscular definición, trazando con el dedo índice líneas precisas, delineando su six-pack. En respuesta a su suave tacto, Asta comenzó a percibir aquel aroma femenino y dulce de hace rato, un aroma que llamaba al acto sexual.

Involuntariamente olfateó suavemente los labios de Sally antes de atreverse a besarlos y efectivamente, allí yacía aquel dulzor familiar, ese que había experimentado con Nero, y que ahora estaba presente en la piel de la científica.

Pero había en ello un matiz diferente... El aroma de Sally era distintivo, un toque personal que lo diferenciaba de Nero. Los sentidos de Asta se habían intensificado a un nivel que nunca había experimentado antes, le permitía descubrir y reconocer el aroma único e inconfundible de cada mujer con la que tenía un contacto cercano.

Sally, sin el menor rastro de duda en su corazón, correspondió aquel beso con una intensa pasión, abriéndose a las embriagantes olas de la lujuria que la inundaban. Podía sentir, como una llamada a la danza del deseo, el pene de Asta que, aún se encontraba bien erecto, en todo su vigoroso esplendor, presionaba contra sus posaderas en un rítmico y provocante movimiento, tan dispuesto y deseoso de participar en el próximo acto sexual.

— Oh, vaya –murmuró Sally, con su voz teñida de una visible lujuria y creciente deseo–, parece que tu amiguito está más que listo para entrar en acción...

Actuando con eficiencia científica, pero con la agudeza erótica de una seductora, Sally se quitó sus bragas con una mezcla de impaciencia y sensualidad. Se volvió a acomodar a horcajadas sobre el cenizo, alineando cuidadosamente su entrada con el desafiante miembro erecto de Asta, bañado aún en los fluidos de su previo coito con Nero y sus propios jugos seminales. Y de un sentón, descendió, provocando que una corriente eléctrica de pura carnalidad recorriera hasta el último rincón de sus entrelazados cuerpos, arrancándole a la científica un sonoro gemido de puro éxtasis. Comenzó entonces a moverse a un ritmo frenético.

Asta se percató al instante, que a diferencia de Nero, Sally no era tan estrecha, y que la humedad de su flujo vaginal facilitaba un placentero deslizamiento.

Asta, llevado hasta sus límites por el voraz deseo, la agarró del trasero con ansias y forzó sus labios a liberar los prisioneros y tentadores pechos de Sally de la tiranía de su pequeña vestimenta. Con un instinto primitivo arrancó la tela con los dientes, y luego su boca abarcó una de las rosadas aureolas de la mujer, que comenzó a succionar con júbilo, mientras su lengua se entretenía danzando con el erecto y rosado pezón.

— Ahhhhhm...

— Ohhhh...

Sally, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos clavados al techo, gemía libre y fervientemente, su pasión desbordaba todos los límites. Sus manos, hechas garras de un placer desenfrenado, se aferraron fuertemente a la espalda de Asta, con sus uñas hundiéndose en la piel como las de una fiera en la caza. Con cada nuevo segundo que pasaba, Sally incrementaba su ritmo, entregándose al deseo y a compartir ese intenso carnaval de lujuria con Asta.

El cenizo flotaba en un éxtasis hipnótico, un estado de placer inigualable proporcionado por Sally, que cabalgaba con habilidad y maestría, su cuerpo se movía cual bailarina en perfecta sincronía con el suyo. Pero la esfera de placer que rodeaba a Asta se expandiría de manera inesperada cuando Nero, envuelta en un halo de deseo, se unió al dúo. Uniendo fuerzas con Sally, rodeó a Asta con sus delgados y finos brazos, provocando un estremecimiento de placer por el cuerpo del último hombre, quien estaba siendo reclamado por las féminas.

Como si de una sinfonía se tratase, Nero inició un juego de lúdicas caricias a lo largo del hombro y la espalda de Asta, lamiendo su omoplato y dotando a su piel de un patrón de besos y mordiscos suaves que erizaban la piel del chico.

Por otro lado, Sally, se deleitaba saltando de arriba para abajo sobre su trofeo de carne.

Ahhhm –Sally gimió–, estoy cerca...

La respuesta de Asta fue acallarle con un beso apasionado, un gesto que dejó a Sally sin respiración. Momentos después, una ola caliente y húmeda bañó sus muslos. El orgasmo de Sally había sido liberado, sus movimientos se detuvieron, entonces Asta tomo las riendas.

Con la maestría propia de un amante experimentado, el cenizo tomó a Sally de sus nalgas, subiéndola y bajándola mientras seguía besando sus labios con una pasión febril. Nero, siendo la espectadora silente en esta danza erótica, añadía besos y caricias al cuello de Asta, impaciente por su turno.

Finalmente, Sally cedió al agotamiento y se dejó caer sobre Asta, quien continuó llevándola a flote con el impulso de sus manos, subiéndola y bajándola, cual títere.

En el clímax de su deseo, el chico se hundió tanto como pudo, penetrando en lo más profundo de Sally, invadiendo su cérvix.

Su erección palpitaba con una intensidad nunca antes sentida, ahora perdida en el húmedo y fibroso terreno que era el cuello uterino de Sally. Fue entonces cuando Asta también cedió, liberando su eyaculación en potentes chorros de un líquido lechoso y caliente, directo en su útero.

Exhausta y rendida, Sally cayó rendida cual pieza de dominó, desplomándose sobre la camilla, boca abajo, con sus piernas tambaleándose debido al intenso placer. El néctar masculino de Asta emergía a borbotones de su sexo.

Después de consumar su deseo con Sally, en un abrir y cerrar de ojos, la mujer de cabellos azules yacentes como una noche estrellada, se apoderaba del control e imponía su presencia sobre el Asta. La chica se sentó a horcajadas sobre él, segundos después se adueñaba de su boca; no había reticencia alguna, sus labios buscaban con avidez recorrer cada rincón, de la boca del cenizo, permitiéndose la audacia de explorar con su lengua curiosa como una abeja dentro de una flor.

Minutos se convertían en segundos y momentos más tarde, de nuevo se desató el íntimo coito. La chica de ojos escarlata, descendió con decisión, aprisionando la virilidad del hombre aún pulsante y bien erecta con las poderosas murallas de carne de su interior, apretándolo como si quisiera extraer de él hasta su última gota de néctar, seguir exprimiéndolo igual a un fruto sagrado y sumamente exclusivo.

Nero, en un nuevo acto de dominación, empujó a Asta sobre la camilla, donde quedó al lado de Sally, quien aún experimentaba ondas de placer que la hacían delirar. Después de situarlo en la posición, Nero comenzó un rítmico vaivén, orquestado por el movimiento de sus caderas que describían círculos en torno a la pelvis masculina.

El deslizamiento de su cuerpo contra el de Asta abrió un mundo de sensaciones para el cenizo, quien aprovechó la oportunidad para apreciar el cuerpo esbelto de Nero, deslizando sus fuertes manos por su fina figura. Su cuerpo era de un encanto sutil, adornado con sus pechos pequeños, pero sensualmente llamativos, cuyos dos pezones igualmente pequeños permanecían firmes al tacto. Su estrecha cintura se fundía en una silueta delicada, que Asta se deleitaba en recorrer con sus toques exploratorios.

Sus manos, emprendieron un viaje de exploración, descendiendo desde el níveo cuello de Nero, acariciando sus pezones hasta deslizarse hacia el ombligo. La contemplación estética del cuerpo de la peliazul se vio abruptamente interrumpida por Sally, quien despertó de su frenesí de placer, despierta de su ensimismamiento dispuesta a participar en el encuentro. Comenzó a besar al chico y a acariciarlo, añadiendo un nuevo nivel de estímulo a la ya inflamada atmósfera de la sala.

Los tres, abrazados a la vorágine pasional del momento, se encontraban envueltos en un vórtice de lujuria provocado por el estridente influjo del suero. El único objetivo en sus mentes, en ese instante, era el sexo, toda otra preocupación quedaba relegada a un insignificante segundo plano.

Las dos científicas, completamente cautivas bajo la oleada de testosterona del varón, experimentaban una atracción hipnótica, un inquietante encandilamiento afectuoso que no hallaba enmascaramiento posible. Tal atractivo se convertía en un reclamo inapelable, al cual se veían obligadas a sucumbir sin reparo, la atracción que desencadenaba Asta sobre ellas era demasiado para resistirla.

Paralelamente, Asta, sujeto de tal pasión encubierta, experimentaba una transformación sensorial, convirtiéndose su olfato en el de un canino, extremadamente agudo y capaz de distinguir el aroma característico de cada mujer, una habilidad que, junto a un deseo sexual desbordante e insaciable, nos diseña un retrato salvajemente pasional.

En un parpadeo de dos horas, Sally emergía, con una mezcla de éxtasis y agotamiento, encima de Nero, en un amasijo de pasión y lujuria. Se besaban sin inhibiciones, con Asta ocupado en satisfacerlas a ambas, penetrándolas mientras las nalgueaba fuertemente, después de unas cuantas embestidas cambiaba de vagina, repartiendo igualdad de satisfacción sexual a las dos científicas quienes, sumidas en un edén de placer, parecían danzar al ritmo de la excitación celestial que gobierna sus almas.

Una constelación de azotes pintó de rojo el trasero de ambas, hasta llegar a un punto en que no podían soportar más, forzando a Asta a cesar su arrebato frenético. Los sexos de ambas científicas eran un escenario insólito, donde el esperma fluía abundantemente como un río inmemorial. Ambas se colapsaron sobre la camilla, como dos marionetas abandonadas por sus manipuladores, jadeantes y agotadas después de haber nadado en un mar agitado por las olas del placer inimaginable. Acurrucadas la una contra la otra, su respiración seguía siendo evidencia del delicioso festín sensual que habían compartido.

Inmerso en una sensación de vigor renovado, Asta logró ponerse de pie, su postura ahora erguida y confiada. A pesar de las dos horas de intenso placer que acababa de experimentar, sus energías parecían no haber disminuido; al contrario, se sentía revitalizado. El suero que le habían administrado anteriormente se había fusionado con su sistema, haciendo eco de una misteriosa fuerza interior que comenzaba a comprender.

Pronto decidió que era hora de ponerse en marcha. Su destino: una ducha. Se dirigió al baño contiguo del inmenso laboratorio, agradecido por la presencia de una ducha en la estancia. Allí, se permitió un baño largo y reparador con agua caliente, que runrunearon en torno a su piel y le proporcionaron la sensación de estar limpio, tanto a nivel físico como espiritual.

Cuando salió de la ducha, cubierto en gotas resplandecientes y con una satisfacción tranquila asomándole en el rostro, buscó las bolsas negras que Noelle le había entregado. Prestando atención a sus contenidos, encontró su ropa y, sin demora alguna, se vistió.

Una vez preparado, se sentó en un sillón cercano, observando a las exhaustas científicas quienes, desnudas y apacibles, dormían acurrucadas entre sí. Ante esta visión, Asta meditó sobre las circunstancias recientes y la sorprendente situación en la que se encontraba.

— ¿Qué acaba de pasar? –preguntó al viento, mientras sus ojos vagaban por las paredes cargadas de aparatos científicos que revestían el laboratorio. Se detuvo para procesar cómo su vida había cambiado.

Lo cierto era que después de experimentar el sexo había quedado más que satisfecho.

A pesar de su expresión de satisfacción, un gesto de preocupación marcó su rostro contorsionándolo al instante, al percatarse de su grimorio reposando sobre una mesita cercana. Con cautela, se acercó al libro y lo tomó con un cuidado reverencial.

— Liebe... –susurró con voz trémula, recorriendo con cautela las páginas de su grimorio.

Pero al no obtener respuesta, dedujo que Liebe estaba dormido, hecho que le causó un suspiro de alivio. Tras guardar su grimorio en su correspondiente estuche, Asta recordó las palabras finales de la reina:

"Asta, debes descansar, en estas bolsas están tus cosas. Tengo mucho que hacer. Cuando te recuperes, ven al castillo, tengo que contarte muchas cosas..."

Tras moldear las palabras en su mente, el recuerdo le aclaró cuál debía ser su siguiente destino: el imponente Castillo Real.

Aquí otro capitulo de este fic, espero les haya gustado.

¡¡Que pasen una feliz navidad!! 🎄🎄

Como regalo de navidad mañana les subiré el próximo capitulo de este fic.

El cual se titula "ʟᴀ ʀᴇɪɴᴀ ʏ ᴇʟ ᴘʟᴇʙᴇʏᴏ"

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