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𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐮𝐧𝐨

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[Presente]

Academia de Magizoologia, Londres, 1997.

Era un día soleado de primavera, ni muy cálido ni muy frío, las aves cantaban y alguna que otra nube le brindaba la sombra necesaria a las sillas que estaban a la intemperie, el clima perfecto para llevar a cabo una ceremonia tan importante como esa.

—Este ha sido un año muy largo, lleno de retos y desafíos, que a pesar de todo, nuestros estudiantes han podido superar —comenzó a hablar el director de la academia haciendo un hechizo amplificador para que todos pudieran oír su voz—. Me siento sumamente orgulloso de haber visto a estos jóvenes progresar y superarse a ellos mismos, convirtiéndose en sus mejores versiones —hizo una pausa en la que continuó  su largo discurso.

Evangeline dejó de prestarle mucha atención a lo que el viejo hombre decía, no era porque no le interesara, más bien era porque los nervios la estaban carcomiendo por completo. Todo el esfuerzo que había puesto durante años al fin surgía frutos, llevándola a ese momento, el día de su graduación.

Dejó salir un último suspiro antes de volver a alzar la mirada, estaba muy orgullosa de sí misma, después de todo había alcanzado su meta, su más grande sueño.

—¡Ahora sin más preámbulos, comencemos con la entrega de diplomas de la generación de 1997! —miles de aplausos se hicieron presentes por todo el lugar.

—¡Astrid Grayson! —llamó la subdirectora leyendo su nombre en el documento que tenía en la mano. Todos volvieron a aplaudir.

La chica de cabello rubio se puso de pie y caminó con paso decidido hasta estar sobre el escenario. Evangeline la recordaba como una buena estudiante, aunque un poco egocéntrica y presumida.

—¡William Fortescue! —y así cada uno de los recién graduados subieron al escenario para recoger sus diplomas, siendo al cabo de unos extensos minutos el turno de la morena.

Cuando sintió su llamado los nervios antes presentes se intensificaron, sus manos empezaron a temblar y sus ojos se cristalizaron por la intensa mezcla de emociones. Volteó a ver a su familia que estaban en la fila asignada para los familiares, sus padres y hermana la miraban con admiración y orgullo, mostrando sus enormes sonrisas brindándole todo el apoyo que podían.
Juntó toda la valentía que tenía dentro de sí y se puso de pie, levantó un poco su túnica de graduación y comenzó a subir los escalones del escenario.

—Estoy muy orgulloso de ti, Evangeline —dijo el director una vez estuve a su lado—. Ten, aquí tienes, te lo mereces —le extendió el certificado, dándole un leve asentimiento con la cabeza antes de dejarla ir.

La morena observó su nombre escrito en aquel papel grueso, “Doctora Evangeline Graves, licenciada en Magizoologia”. Fue entonces que todo se confirmó, a pesar de que ya sabía que se había graduado, ahora todo era mucho más real.
Las lágrimas empezaron a escapar de sus ojos rápidamente mientras bajaba las escaleras con cuidado, volviendo a su asiento.

Una vez todos los estudiantes pasaron, la ceremonia culminó, dando paso a las familias y recién graduados al buffet que estaba servido en el patio sobre una larguísima mesa rectangular.

—¡Vivi! —la hija menor de los Graves corrió hacia su hermana en cuanto la vió, dándole un fuerte abrazo.
Ambas hermanas se abrazaron con fuerza, mientras la mayor de ella seguía llorando. Celestine se separó un poco de su hermana y le secó las lágrimas con sus pulgares.

—No llores, me vas a hacer llorar a mi —le sonrió cálidamente—. Y si eso pasa me tendrás que llevar contigo a Rumania —la mayor dejó escapar una risita mientras se sorbía la nariz.

Ambos padres observaban el momento tan significativo entre las hermanas. Para ninguno era un secreto que ambas chicas tenían un vínculo extremadamente fuerte, indestructible en otras palabras. Y de las cosas que más les iban a afectar era la lejanía, después de todo desde que la menor había nacido no se habían separado por más de tres días seguidos, y ahora iba a cumplir diecisiete años.

—Me parece que faltamos nosotros ahí —habló el hombre el cual tenía una tierna sonrisa en su rostro, acompañada de ojos llorosos, no era un secreto que el padre de familia era alguien sumamente sensible.

El hombre sujetó a su esposa de la mano que hasta ese momento estaba cruzada de brazos observando todo conmovida, aunque a diferencia de su esposo no lo demostraba tanto. Ambos dieron unos pasos más hasta fundirse en un abrazo con sus hijas.

Minutos después, se separaron para dejarle paso a la alegría del momento, puesto que tres de ellos se encontraban llorando y fue a la madre a la que le tocó consolar a su familia. Los cuatro caminaron hacia la enorme mesa, disfrutando de esa cálida tarde antes de la partida de Evangeline

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La mañana siguiente a diferencia del día anterior había amanecido un poco fría y nublada. No había ni un solo sonido, todo estaba sumido en un infernal silencio. La suave brisa matutina golpeaba el rostro de Evangeline, que estaba apoyada sobre sus brazos en el borde de la ventana de su habitación.

Las flores del amplio patio de la mansión Graves estaban aún cerradas, haciéndolas casi imperceptibles, la enorme fuente estaba apagada, haciéndola lucir como una simple estatua. Esto más el pesado clima que amenazaba con llover, le daba al jardín un aire apagado, como si nadie viviera ahí y lo único que le daba un poco de vida eran las diversas flores que luchaban por sobrevivir.

Evangeline dejó salir un suspiro. No había podido pegar ojo en toda la noche por culpa de la ansiedad que le desencadenaba su partida. Más allá de que empezaría a vivir de forma independiente y trabajando en lo que más le gustaba, le preocupaba demasiado dejar a su familia atrás, principalmente a su hermana.

Era consciente de todos los problemas que estaba teniendo Hogwarts, más ahora con la muerte del director Albus Dumbledore el pasado treinta de junio.

Ella no quería que Celestine siguiera asistiendo a Hogwarts, en cualquier caso terminaría sus estudios en Francia, puesto que allá tenían a toda su familia no sería algo difícil de lograr, pero fue la menor que a pesar de todo insistió en quedarse, no quería abandonar a sus amigos, y lucharía hasta el final si fuera necesario.

La morena se sobresaltó al sentir la puerta de su habitación abrirse, volteó de forma rápida y vió ahí a la chica que surcaba sus pensamientos, vestida aún con su pijama.

La recién llegada caminó en silencio hasta estar junto a su hermana y sentarse a su lado en el ventanal, haciéndose bolita junto a ella en busca de calor.

—¿Prometes escribirme? —le preguntó en un susurro.

—Intentaré escribirte varias veces a la semana, te contaré todo —acarició su cabeza, jugando con sus salvajes rizos sueltos—. Tu también tienes que escribirme, ¿de acuerdo?

—Lo prometo.

—Y quiero que me cuentes qué ocurre con, ¿cómo se llama? Es la hermana menor de Bill, me parece que la conoces —dijo en broma, viendo a su como la menor se separaba de forma rápida de su pecho mirandola con terror.

—¿Cómo te enteraste? —preguntó con un hilo de voz, sintiendo que se podría desmayar ahí mismo, nadie lo sabía, o al menos eso creía.

—Te conozco Cissy, digamos que lo noté todas las veces en las que Ginny venía a casa —corrió los frondosos rizos del rostro de su hermana menor—. Las amigas no se ven en la forma en la que lo hacen ustedes.

—¿Está mal? —preguntó entonces luego de unos largos segundos de silencio— ¿Estoy mal Vivi?

—No cariño, querer a alguien no está mal —dejó un suave beso en su frente—. ¿Piensas decirle a mamá y papá?

—Aún no, tengo miedo de que me digan algo o reaccionen mal —admitió mientras abrazaba sus piernas y apoyaba su cabeza en ellas.

—Nuestros padres te adoran, nunca dejarán de amarte y sabes muy bien que siempre te apoyaran con cualquier cosa, Cissy —hizo una pausa—. Si aún tienes dudas al respecto tomate tu tiempo, no hay prisa y no te sientas presionada, ¿de acuerdo? Sabes que si necesitas a alguien con quien hablar me tienes a mi, siempre.

—Te quiero demasiado —levantó el rostro dejando ver su evidente expresión de tristeza, abrazando con fuerza a su contraria.

Y así ambas chicas se quedaron dormidas, aprovechando los últimos minutos juntas antes de que Evangeline partiera rumbo a Rumania.

Cerca de las ocho sonó el despertador muggle que la mayor tenía en su habitación, haciendo que ambas se levantaran de un susto ocasionando que se golpearan la cabeza la una con la otra.

—Agh —se quejó la menor sobando su frente.

—Ya es hora —murmuró Evangeline tras apagar su alarma, sentándose en el borde de su cama.

Ambas morenas se estiraron un poco y bajaron de la habitación, dirigiéndose al comedor donde ya estaba todo servido. Los señores Graves ya estaban despiertos, ambos sentados en la mesa esperando por sus hijas para empezar a comer.

El desayuno fue algo tenso, nadie sabía qué decir y menos aún querían dedicar palabras en despedida, inconscientemente nadie quería aceptarlo del todo, pero Evangeline era un pilar esencial para la familia.

Al cabo de una hora todos estuvieron listos, Celestine ayudó a su hermana a llevar su equipaje mientras salían de la casa listos para aparecer en la Estación de trenes de Londres. Una vez allí Evangeline hizo todos los papeleos y dejó su equipaje en la zona de abordaje; aún tenía cinco minutos para despedirse de su familia.

—Los extrañaré mucho —fue lo único que fue capaz decir, parecía como si todo el resto de palabras hubieran desaparecido por completo de su vocabulario.

—Nosotros también, Viví —habló su madre abrazando con fuerza a su hija—. Mandanos una lechuza cuando llegues, ¿entendido?

—Sí mamá.

—Ven aquí mi margarita —intervino su padre abriendo sus brazos, fundiéndose ambos en un fuerte e intenso abrazo—. Cuidate mucho por favor, sabes que puedes escribirnos cualquier cosa. Y visitanos, sino nos veremos en la obligación de aparecernos por allá —ambos rieron un poco.

—Atención, último llamado de abordaje del viaje 312 con destino a Rumania —habló una voz robótica.

A continuación, los cuatro se fundieron en un abrazo un poco desesperado porque el tiempo se les acababa. Fue entonces que sin intentar reprimirlo más, todos dejaron escapar sollozos.

—Te amamos mucho, hijita —dijo el hombre.

—Y yo a ustedes —habló con una sonrisa separándose un poco secando sus lágrimas—. Por favor cuidense mucho —se volteó a ver a su hermana—. Cuidate mucho Cissy.

Sin más les dedicó una última sonrisa a su familia y comenzó a caminar hacia su tren. Se obligó a no mirar atrás, después de todo se podrían reencontrar más adelante.  Le dió su boleto al hombre al pie de la puerta e ingresó al tren.

Caminó entre las filas de asientos hasta dar con el suyo, desde el que se podía ver a la perfección a su familia, que en ese punto estaban los tres abrazados.

Les sonrió una vez más y dejó salir todas las lágrimas que podía, entonces el tren empezó a moverse y poco a poco su familia desapareció de su vista y tras ellos la estación.

Ese era su adiós, su despedida de Londres.

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