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𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐬

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Santuario de Dragones, Băile Tuşnad, Rumania.

Luego de diez largas horas de viaje por fin había llegado a la Estación de trenes de Bucarest, dónde el director del santuario le había indicado que la esperaría uno de los miembros directivos.

Efectivamente, una vez que terminó de pasar por la aduana y recogió su equipaje, vió a un hombre de baja estatura, cuerpo rechoncho y ojos saltones sosteniendo un cartel con su nombre escrito en una caligrafía un poco ilegible.

La morena tomó aire y caminó con dudas hacia el sujeto, una vez cerca de él mostró una débil sonrisa.

—Buenas tardes, ¿usted es el señor Ionesco, verdad? —preguntó cordialmente.

—Así es señorita —le extendió una mano que la chica aceptó—. Soy Vasile Ionesco, es un placer conocerla.

—El placer es mío.

—Muy bien, ahora que ya está aquí conmigo es hora de irnos. Hay mucho trabajo por hacer —se dió la vuelta agarrando una de las maletas de la chica—. Sígame señorita Graves.

Sin más, hombre y mujer caminaron hacia afuera de la Estación de trenes, y emprendieron una corta caminata hasta llegar a un callejón oscuro y sombrío.
Evangeline se hubiera alarmado si no fuera porque ya le habían advertido donde estaría el traslador que los llevaría hasta el santuario.

El Señor Ionesco caminó al frente y rebuscó un poco detrás de un bulto de aparente basura, sacando un calcetín deshilachado y demasiado sucio.

—Muy bien, aquí está —le extendió la media a la morena, que no pudo evitar hacer una mueca—. Apareceremos en el Santuario en unos segundos.

Sin pensárselo más, se agarró del objeto y al instante sintió un fuerte tirón que partía de su ombligo y tras eso todo empezó a dar vueltas, sujetando con fuerza su equipaje. Cuando sintió el suelo bajo sus pies abrió los ojos, impresionandose con la inmensa edificación frente a ella.

Enormes muros de roca recubiertos por hiedras estaban alzados alrededor como muralla, había una gigantesca puerta de acero en el medio y a los costados de estás había dos estatuas de dragones que Evangeline identificó eran Bola de Fuego Chino. Cuando se acercó un poco notó que ambos dragones tenían piedras preciosas de color verde esmeralda como ojos.

—Vamos adentro, el director espera por nosotros —habló el hombre sacándola de su ensoñación y caminando hacia el enorme portón. Este se abrió causando un insoportable y prolongado sonido.

Ambos se adentraron a paso rápido y las puertas se cerraron volviendo a hacer ese desesperante sonido. Una vez el ambiente volvió a estar casi en silencio, la morena se percató una vez más de su alrededor.

Varias edificaciones también de piedra se extendían por todo el lugar, siendo la más grande la que estaba en el centro y siendo de esta que salió un hombre de mediana edad y un chico.

—Ahí vienen —anunció el bajito y adoptó una postura erguida.

—Vasile, al fin llegan —habló el hombre de gran estatura y barba entrecana. Hombre y chica se miraron a los ojos durante unos tensos segundos, luego una sonrisa se posó en el rostro del cuarentón—.  Braham Sayer a su servicio, es un placer tenerla aquí señorita Graves.

—El placer es mío —inclinó un poco su cabeza con respeto—. Muchas gracias por permitirme trabajar con ustedes.

—No hay de qué, para mí es un honor trabajar con una de los mejores graduados de Loughty —habló aún sonriendo, a pesar de lucir demasiado intimidante por su prominente estatura y gran contextura.

Hasta ese momento a Evangeline le había agradado, cosa que agradeció inmensamente ya que sería su nuevo jefe.

—Te quiero presentar al que será tu guía y te ayudará a instalarte —se hizo a un lado dejando ver al chico que lo acompañaba.

—Nicolae Dobre, es un gusto conocerla señorita —interrumpió el chico.

Era castaño de ojos claros, piel pálida y tenía la barba a medio crecer. Ciertamente era atractivo, la morena no lo iba a negar, no obstante luego de unos pocos segundos llegó a la conclusión de que no era su tipo.

—Evangeline Graves, el gusto es mío —ambos estrecharon sus manos.

—Vasile, ¿podrías hacerte cargo del equipaje de la señorita y hacerlo llegar a su cabaña? —le habló el director con amabilidad—. Nicolae y yo le mostraremos a Graves el lugar.

—Sí señor.

—Hasta luego —se despidió la morena tímidamente.

Sin más, vieron al hombre alejarse en dirección a un sendero de gravilla llevando a las maletas encantadas detrás de él.

—Muy bien, yo te daré ahora tu itinerario, luego Nic te mostrará el lugar. Lo haría yo pero tengo que viajar de imprevisto a Bucarest, espero y sepas perdonarme —se disculpó el pelinegro.

—No se preocupe señor.

—En ese caso, acompáñame —sin más, los tres se dirigieron a la enorme construcción central.

Subieron las grandes escaleras de piedra maciza y se adentraron en la edificación. Por lo visto, todo en el lugar era de piedra, pero a diferencia del exterior, aquí los pisos, techos, escaleras y alguna que otra mesa o barra lucían perfectamente pulidos, sin ninguna imperfección, haciéndolos lucir hasta un poco cómodos y cálidos.

El señor Sayer desapareció tras la inmensa barra de recepción, para pocos segundos aparecer sosteniendo una pila de hojas.

—Muy bien, comencemos —extendió todo el papeleo sobre la barra—. Aquí tienes tu horario, trabajamos de lunes a viernes, los sábados y domingos nos vamos turnando con el personal para hacer guardía; usualmente son dos los magos asignados así que vas a tener a alguien que te guíe. Te toca la semana del 5 y 6 de julio —le entregó la hoja con los horarios—. ¿Alguna duda?

—No, señor.

—Excelente —sacó otra pila de papeles—. Aquí tenemos los expedientes de cada dragón, deberás completarlos y poner todo con lujo de detalle cada vez que atiendas a alguno. Lo mismo va para su proceso de entrenamiento. Son nuestros pacientes y hay un protocolo que seguir —dijo mirándola con seriedad, a pesar de tener una pequeña sonrisa oculta en su rostro—. De todas formas te daré la guía detallada de cómo funcionan las cosas por si tienes alguna duda. Y por último, un mapa del lugar, es bastante extenso así que puedes que te pierdas con facilidad. ¿Alguna duda? —volvió a preguntar.

—Ninguna señor —negó Evangeline sosteniendo las nuevas hojas que el hombre le había dado.

—Mejor dáme las hojas, las pondré dentro de una carpeta así te es más fácil —agarró todo el papeleo y detrás de la barra sacó una carpeta azul translúcida donde guardó todo—. Es hora de que me vaya —dejó salir un corto suspiro en el que miró a sus dos opuestos—. Confío en que Dobre te ayudará en todo lo que pueda, ¿no es cierto Nic?

—Sí señor, lo prometo —contestó sonriendo.

—En ese caso, me retiro —dió media vuelta y caminó deprisa hacia la salida—. Por cierto, ¡nada de apariciones dentro del Santuario! —sin más, desapareció cerrando la enorme puerta tras él.

—Muy bien, ahora somos solo tú y yo —habló el castaño con una linda sonrisa.

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Ya casi era hora del atardecer cuando ya casi terminaban de recorrer todo el Santuario.

Hasta ese momento a Evangeline le había encantado tanto el lugar como la compañía del castaño. Como bien le había dicho el Director Sayer, era un lugar enorme y era muy fácil perderse, de hecho ya se había olvidado de la mitad de las localizaciones de las cosas, le costaría un poco aprenderlas.
No obstante, había quedado fascinada con cada rincón que recorrió, había toda clase de dragones, incluso tenían un enorme lago para los dragones acuáticos ¡Era maravilloso!

Y en cuanto al chico, resultó ser tan amable como lo aparentaba, la hacía reír y le mostraba todo con entusiasmo; le llegó a recordar mucho a como era Bill con ella cuando se conocieron, tal vez por eso le agradaba tanto.

—Ahora solo falta que te muestre tu cabaña —dijo el chico y empezaron a caminar por el paso de gravilla por el que había desaparecido el señor Ionesco rato atrás—. Solemos compartirla con alguien más, pero como tu eres la única chica por aquí tendrás una cabaña para ti sola, para que te sientas más cómoda, ya sabes.

—Gracias —sonrió un poco bajando la cabeza.

—Es lo mínimo que podíamos hacer, no muchas optan por hacer una especialización en dragonología, es un poco inusual. Pero interesante, por favor no me malinterpretes —se corrigió rápidamente temiendo ofender a su compañera.

—No te preocupes Nicolae, te entendí.

Siguieron caminando en silencio durante unos minutos, adentrándose cada vez más en el bosque hasta que se empezaron a visualizar una serie de cabañas, estás eran de madera, tenían un pórtico y una chimenea saliente del techo en forma triangular. A un costado de las escaleras tenían un pequeño cartel de madera con números tallados.

—Esa de allí es mi cabaña —dijo el castaño señalando la cabaña con el número 7 en ella—. La comparto con Charles, es un buen amigo, aunque justo hoy tuvo que salir de imprevisto, te lo presentaré otro día.

—¿Qué tan lejos queda el pueblo? Necesitaría comprar algo de comida —preguntó la morena guardando sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, a pesar de estar casi en verano, hacía bastante frío.

—De hecho me tomé la molestia de ir a comprar algunas cosas básicas, como agua, algunas frutas, pastas y esas cosas. No son muchas pero te servirán hasta que te instales bien y puedas ir al pueblo a por comida.

—Muchas gracias Nic, enserio —sonrió enormemente—. La verdad ya estaba empezando a sentir hambre y mi sentido de la ubicación es pésimo, además de que ya casi anochece —frunció un poco el entrecejo—. Tenía planeado no comer hoy con tal de no tener que salir así nada más, si me voy a perder al menos que sea durante el día.

Nicolae no pudo evitar reír.

—Menos mal que te compré algo de comer —avanzaron unos pocos metros más y detuvieron el paso justo en frente de la cabaña número 13—. Muy bien, este será tu nuevo hogar.

Por el exterior la cabaña lucía exactamente igual que al resto, pero se sorprendió lo hogareña que era tras entrar un poco en la morada. Paredes de madera pintadas de color crema, muebles de caoba tapizados con terciopelo rojo, una pequeña mesa ratonera del mismo material, alfombras rojizas y suaves.

—De aquel lado está tu habitación —señaló la puerta del lado derecho—, la de al lado es el baño, y esta otra de aquí —señaló al lado opuesto—, es la cocina. No es muy grande o cómoda, pero cumple su función.

Evangeline caminó hacia donde le habían indicado que estaba su cuarto viendo que sus maletas ya estaban ahí, colocadas a un costado de la cama.

En el medio estaba la cama queen size, cubierta por un cubrecama carmesí con bordados dorados, a cada lado tenía una pequeña mesa de noche, sobre las cuales habían lámparas, y en una de ellas una llave. El armario tenía un estilo antiguo, era alto, de madera, y tenía adoquines tallados por doquier. Cuando abrió una de las puertas se dió cuenta de que había un espejo colgado de esta.

—Bueno, mi trabajo aquí ya está hecho —habló el castaño, sacando de su ensoñación a la chica frente a él—. Te dejaré para que descanses y te acomodes, nos vemos mañana, Evie.

—Buenas noches Nic, descansa —dijo mientras lo acompañaba a la salida—. Gracias por todo.

—No hay de que —bajó los escalones del pórtico con las manos en los bolsillos, antes de irse dijo—. No te olvides, mañana a primera hora en el área E: Sayer y Charles traerán un nuevo dragón.

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