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V E I N T I S E I S

Un correo electrónico había llegado a mi buzón esta mañana. Donde se explicaba que la presentación para nuestra calificación final del semestre (y la misma que contaba para decidir quien nos representaria en la competencia) debía de ser presentada la última semana de Noviembre. Cosa que sucedía dentro de poco más de dos semanas.

Debo decir que aquel correo no había logrado más que ponerme aun más nerviosa de lo que anteriormente ya estaba. Todavía nos hacían falta pulir más cosas de la coreografía, además de hacernos falta el vestuario. Aunque según habíamos dicho Jennie y yo, usaríamos unos Maillots simples, pero del mismo color. Pensando en eso, recordé que yo me había ofrecido para ir a comprarlos. Quizá eso hubiera sido algo de hace semanas, pero teniendo en cuenta que la presentación estaba a nada de ser, debería de comenzar a hacerme cargo de estas cosas.

He mirado la hora en el reloj. Era de mañana. Quizá seria la oportunidad para ir a pedirle sus medidas a Jennie. Sujeté el celular entre mis manos y llamé su número. Obtuve una respuesta casi al instante.

Bonjour, Jennie.

— ¿Necesitas algo, Manoban?

Tus medidas para comprar los Maillots donde te dije el otro día.

— No es necesario, yo misma puedo encargarme de comprar el mio.

— Iré hoy, es mejor aprovechar.

— No recuerdo mis medidas y no tengo una cinta para medirme.

— Tengo una, la llevaré a tu casa y te mediré yo misma.

— Bien —y colgó.

(...)

Fui a pie hasta casa de Jennie. Haciendo una caminata corta puesto que el edificio donde vivía quedaba a pocas calles de la residencia de la academia. Cuando llegué a la recepción ella ya me esperaba ahí, así que subimos juntas por el elevador. Era la primera vez que entraba a su edificio y debía decir que era bastante elegante y bonito.

Llegamos a su penthouse donde lo primero que te recibía era la sala de estar, conformada por tres sofás beige y una mesa de café de, casi, el mismo color. Lo demás eran decoraciones bastante mínimalistas, esculturas, pinturas seguramente costosas, y lamparas enormes.

Jennie fue directa a las escaleras que abarcaban la mitad del espacio y yo fui detrás de ella hasta que entramos a la que, supuse, era su habitación. Una bastante grande, he de decir. Blanca y con tonos grises y beige. Habia una cama en medio de todo, donde detrás tenía una gran ventana con vistas a la Torre Eiffel que se encontraba algo lejos, pero que pese a eso y a los demás edificios, llegaba a ser apreciada. Lo demás era un escritorio de madera, un librero, dos mesitas de noche, unos cuantos muebles más y otras dos puertas que no sabía para que eran.

— ¿Te gusta mi habitación, Manoban? —dijo Jennie.

— Es bonita, solo eso.

— De acuerdo, tomaré tus medidas y me iré. No quiero molestarte más.

— ¿Por qué sigues pensando que tu presencia me molesta? —ignorandola, comeinzo a desenvolver la cinta—. Manoban, no me ignores.

Alcé la mirada. Y suspiré.

— Me has estado evitando. ¿Eso es suficiente para pensar en lo que pienso?

— No te he evitado. ¿Por qué lo haría sin razón?

— Lo has hecho —me he acercado y comenzado a medirla con la cinta—. Cuando nos cruzábamos pasabas de largo y ni siquiera me saludabas.

— Oh, désolé —murmuró—, no sabía que teníamos que hablar todo el tiempo.

— Desde el beso no hablamos como antes —sentí como su cuerpo se ponía rigido, pero segui a lo mio midiendo su cintura—. De haber sabido que esto sucedería no habría permitido que me besaras.

— ¿Perdón? Quien me besó fuiste tú.

— No, fuiste tú.

— Te equivocas. Tu fuiste quien me acercó a ti.

Tenía razón. Pero todavía no era capaz de admitir que había sido yo quien quería besarla.

— Pero tú seguiste el beso.

Ella ya no respondió y yo tampoco dije mucho más. Al terminar de medir su último brazo, volvi a envolver la cinta.

— He terminado, Kim, así que me voy.

— Nos vemos el mañana en la clase del profesor Abraham, y el viernes después de clases.

Me giré hacia ella y asenti.

— Bien, hasta entonces.

El día siguiente llegó con más rapidez de la esperada. Al entrar al aula de baile Jennie me esperaba en una de las esquinas, alejada, como siempre, de los demás. El profesor Abraham se encontraba sentado en uno de los bancos observando a quienes practicaban. Caminé hasta donde la castaña y me senté a su lado, comenzando a colocarme las zapatillas de ballet. Estiramos juntas, en silencio. Después nos colocamos en posiciones y comenzamos a bailar la coreografía que llevábamos semanas practicando.

No fue bien. Nos salió mal. Cuando nos tocaba acercanos era como si simplemente no pudiéramos tocarnos, como si el tacto de la otra nos quemara. Ya no teníamos esa misma magia que tuvimos tres días antes en la azotea.

En mis siguientes clases Jennie estuvo presente en mis pensamientos.

¿Por qué las cosas estaban cambiando tanto? No había razón aparente para que esto sucediera, ese beso debía de mejorarlo todo y no empeorarlo, pero estaba sucediendo lo opuesto.

Yo estaba confundida con mis sentimientos hacia ella. Pero Jennie no parecía confundida...

En el descanso fui a la cafetería de la academia a comprar un bagget. Me senté en una de las mesas que se encontraban solotarias y comencé a devorarlo. Mientras que masticaba lentamente, a la distancia pude ver esa cabellera castaña, leyéndo un libro mientras que veía de una taza de, quizá café o Té.

Mientras que la observo, no puedo evitar pensar en como me he sentido los últimos días. En mi clara confusión debido a aquel beso. No entendia mis sentimientos del todo, pero podía asegurar que aquel beso me había hecho sentir muchas cosas que nunca había sentido. Y ahora, mirándola embobada mientras que hacía algo tan sencillo como beber de una taza, pude confirmar algo.

Me pongo de pie y acerco hasta su mesa. Cuando me estoy sentando frente a ella, Jennie alza la vista del libro que está leyendo y me mira con curiosidad, y al mismo tiempo pareciemdo sorprendida.

— Me gustas.

Lo suelto sin siquiera darme tiempo a dudarlo, y no me arrepiento.

Jennie, quien estaba bebiendo de su taza, al oír mis palabras abrió sus ojos y alejó la taza de sus labios comenzando a toser y darse golpecitos contra el pecho. A los pocos segundos se aclaró la garganta y fijó su mirada en mi.

— ¿Te gusto? —asiento— ¿Qué quieres decir con eso?

— ¿Qué crees tu que quiero decir con eso?

Ella se queda en silencio por unos momentos, su mirada paseando por la mesa.

— No entiendo...

— Si entiendes , lo entiendes perfectamente —apretó sus labios y bajó sus manos hasta sus piernas, recargando su espalda contra la silla—. No es una mentira, Kim, me gustas mucho, y no puedo decir que estoy enamorada de ti, todavía no lo estoy, pero créeme que cada día que pasa, mi gusto por ti disminuye para dejar que el enamoramiento incremente.

De nuevo no dice nada. Se encuentra quieta frente a mi y eso me pone nerviosa. Temo que decir todo esto no sirva para nada.

— Me estoy enamorando de alguien que no debo pero...

— ¿Pero?

— Pero creo poder tener a mi lado.

— ¿Por qué piensas que me puedes tener, Manoban?

— No lo sé—murmuré. No esperaba esa respuesta, crei, quizá ciegamente, que ella correspondería al instante y diría que también le gustaba— ¿Tú no tienes nada que decir?

— no, creo que no.

— Bien —asentí—. Entonces me voy.

Suspirando y sin saber que pensar mlevanto de la silla y me voy de la cafetería.

(...)

Las semanas siguientes pasaron más rápido de lo que hubiera deseado, y sin siquiera darme cuenta, el día en que debíamos de presentar la coreografía frente al profesor Abraham había llegado.

Era Martes y decidí levantarme con anticipación para acomodar los Maillots de manera en que estos no se dañaran. Guardé todo lo necesario en mi mochila y me despedí de Rosé antes de salir de nuestro departamento. Ella iría más tarde a la academia, puesto que no tenía algo extra por hacer como era mi caso.

Al llegar a la academia fui directamente a los vestidores del auditorio donde se dio la bienvenida el primer día, mismo auditorio donde debería de presentar la coreografía que elaboré junto a Jennie frente a nuestro profesor de baile y a la directora, así es, la directora. El solo hecho de pensar en eso me ponía nerviosa. No podía arruinar esto.

Cuando llego a mi espacio compartido con la castaña, dejo mis cosas encima de la mesa y en la silla libre a su lado.

Bonjour —dice Jennie al percatarse de mi presencia.

Bonjour.

Dejo los Maillots sobre la silla y abro mi mochila que he dejado en el suelo.

— Ahí hay percheros —señala una de las esquinas— ¿quieres que los cuelgue para que no se dañen? —pregunta refiriéndose a los Maillots.

— Ya los acomodo yo.

Acomodo ambos trajes en los percheros y después me siento en la silla que se encuentra junto a Jennie.

— Son bonitos.

— Claro, me encargué de encontrar los más bonitos.

Ambas nos pusimos los Maillots blancos y después cada una se dispuso a maquillarse por cuenta propia. Como se podia notar, estas semanas nada había mejorado entre nosotras. En realidad solo nos limitabamos a hablar cuando teníamos que practicar juntas, y eso que los ensayos eran nefastos, y esa era otra de las razones por las cuales me encontraba aun más nerviosa. Solo deseaba que ese baile saliera ma perfección. Nos sabíamos la coreografía de memoria, pero en ocasiones nos distraíamos, arruinandolo.

En un momento dado he notado que a Jennie se le complicaba hacer el delineado que había en la imagen de mi celular. Al darme cuenta he dejado de lado mi rostro para acercarme al de ella y hacer el delineado de manera adecuada.

— Asi, no te debe temblar la mano, si no lo arruinarás —he dicho mientras trazaba la línea por su parpado.

— Lo dices como si no fuera difícil evitar que la mano te tiemble, Manoban.

Me encogí de hombros.

— Estoy nerviosa —ha dicho mirando al espejo, donde las imágenes de ambas maquillada a medias deslumbraba.

— Yo también. La coreografía no nos ha salido estos días.

— Lo hemos hecho bien.

— Pero bien no es suficiente cuando se que somos capaces de hacerlo a la perfección como aquel día en la azotea.

— No hay mucho que decir al respecto, creo que nunca nos podrá volver a salir como ese día.

Me he girado hacia ella, dejando de verla a través del espejo para mirarla cara a cara.

— Lo sé, y pese a saber la razón y como resolverlo no he hecho nada.

Ella se ha limitado a mirarme con cautela, de arriba a abajo.

— El otro día me preguntaste por qué pensaba que te podía tener, en otras palabras, por qué pensaba que me corresponderías. Y te dije que no lo sabía, pero ahora si lo sé.

— Mano-

— Kim, cada que estamos cerca, puedo asegurar, puedo poner la mano en el fuego, para decir que tu corazón late intensamente igual que el mío cuando estamos cerca —me acerqué más a ella, hasta tal punto que tuvo que retroceder, pues de no hacerlo, nuestros labios habrían chocado— ¿es verdad lo que digo?

Silencio. No esperaba menos de Jennie.

— Sé que sientes la misma conexión que yo cuando bailamos juntas, sé que, al igual que yo disfruto verte tocar el piano tu disfrutas de verme bailar, sé que deseo tomar tu mano y tu permitirme hacerlo. Si eso no es que te guste alguien, o incluso amarlo, en realidad no se que lo sea.

Llevé mis manos hasta las suyas, y las entrelacé satisfecha al ver como cedía.

— Dime que estoy en lo correcto, Jennie, dime que tu también sentiste lo mismo ese amanecer en la azotea, dime que sientes eso mismo en estos momentos, Kim.

— Soy más de acciones a palabras.

— No lo parece.

— A veces no me es tan sencillo expresarme, Manoban —dijo negando.

— Por como eres pareces más del tipo que prefiere hablar.

— Te equivocas, no soy tan valiente.

— Kim, también necesito palabras, no solo acciones que pueden confundirme.

— Por ahora lo único que te puedo dar son acciónes. Lo siento.

Jennie se acerca hacia mi y une nuestros labios en un dulce pero al mismo tiempo necesitado beso. Es suave, tranquilo, pero en ocasiones se tornaba desesperado, aunque sin permitir que esta emoción tome el control de la situación. He desviado mis manos a su cintura acentuada gracias al Maillot blanco que lleva.

Al cortar el beso aun nos hemos quedado frente con frente. Podia sentir su respiración contra mis labios, y aquellos bellos ojos avellana observándome. En un momento dado puedo darme cuenta de como la mirada de Jennie recae a mis espaldas y la sorpresa y el miedo recae en cada parte de ella.

Merde —murmura.

Me giro a mis espaldas y entonces entiendo su reacción. Había alguien mirandonos; Rosé. Mi mejor amiga estaba inerte mirándonos con clara sorpresa. No sabía que decirle, no sabía como reaccionar.

— Rosé...—he dicho algo afectada. No esperaba su presencia y ahora estaba asustada — ¿Q-qué haces aquí?

— Solo venía a avisar que ya les toca salir —desvió su mirada—, solo eso. Las dejo.

— Rosé espera.

No se detuvo. Ella simplemente se giró y cerró la puerta detrás de si.

— No era la mejor manera para que se enterara.

— No, pero sucedió.

Solo esperaba que Rosé lo entendiera...

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