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D I E C I N U E V E

Mientras que desayuno en el comedor de casa, no puedo evitar pensar en que no quiero ir a donde mi padre. No es que el no me agrade. Al contrario, le tengo bastante aprecio, a pesar de todo. Sin embargo, se que ir significa pasármela sola en su casa, esto porque el trabaja la mayor parte del tiempo, y lo entiendo, entiendo que solo quiera verme ahí o saber que estoy cerca, pero para mi es incomodo. Por esa razón prefiero ir solo cuando está mi hermano. Cosa que ahora mismo no pasaba porque el estaba en otro país estudiando.

Después del divorcio de mis padres a mi me tocó elegir con quien irme. Por supuesto, me vine con mi madre. Esto porque no quería dejarla sola. Sabía que mi padre tendría a la que en la actualidad es su esposa y a su otro hijo, así que el estaba bien, en cambio mi madre no tenía a nadie más que a mi y, bueno, mi abuela. Así que mi elección influyó más en pensar en quien me necesitaba, y no con quien yo me quería ir.

Ninguno era perfecto, y tampoco eran los padres modelos, sin embargo, seguía queriendo ayudar en su felicidad.

— Jennie —escucho a mi madre llamarme—, el avión despega dentro de cuatro horas. Así que termina de comer y te vas. Debes de estar dos horas antes.

Sûr.

Ella sonrie y se va, dejandome de nuevo sola.

Mi madre me había despertado hacía unas dos horas, diciéndome que por diversas cuestiones había tenido que cambiar mi pasaje que era para la próxima semana a hoy viernes. Esto debido a que los vuelos hasta Italia, por alguna extraña razón, estarían cancelados. Así que este viaje había sido de imprevisto. Tanto que incluso tendría que faltar a clases.

Termino mi comida y decido ir a mi habitación por mi maleta. Llego hasta el elevador y bajo hasta la recepción. Había llamado a un taxi para que me llevara, pero al parecer este todavía no llegaba. Pasaron unos minutos hasta que el se estacionó justo frente a mi edificio. Yo subí mis cosas y esperé paciente hasta llegar al aeropuerto.

  El viaje en avión fue de lo más común. Llevaba un libro que había estado leyendo la última semana y que todavía no lograba terminar debido a que había estado centrada en la academia. Así que como hoy tenía día libre por decirlo así, decidí que era mi oportunidad para terminarlo. Estuve todo el viaje leyendo, y cuando aterrizamos estuve a pocas páginas de terminarlo.

Al llegar no me sorprendió saber que mi padre no había ido a recogerme y que en cambio había enviado a su chófer por mi. Era algo que sin duda me esperaba y en realidad no tenía problema. Ya me había acostumbrado.

Tardamos unos pocos minutos en llegar a la gran casa de la que mi padre era dueño. Se había mudado a este lugar hace poco, así que era la primera vez que la veía y era enorme. Lo merecía. Mi padre tardó dos años terminando de construirla y esto porque quería que quedara perfecta, tal y como era la casa soñada suya, como tanto la de su esposa, porque ambos se habían involucrado en el diseño.

Al bajar del vehículo voy directamente a mi habitación, donde dejo mis cosas para después pasar e ir a la oficina de mi padre a saludarlo.

— Es bueno verte, hija —dice el cuando entro.

— Lo mismo digo, padre.

— ¿Planeas hacer algo ya que estás aquí?

— ¿Algo más que quedarme en mi habitación leyendo e ir a cenar mañana contigo? No.

— De igual forma, si deseas salir ahora, aunque ya casi sea de noche, mi chófer puede acompañarte.

— Estaré bien, solo quiero ir a dormir un poco y ya mañana veré que hacer.

El asiente y voy de vuelta a mi habitación. Busco mi celular y trato de encenderlo, sin embargo  por alguna razón no enciende. Intento de todas las maneras; cargandolo, etc. Pero nada funciona. Dandome por vencida decido que lo mejor será irme a dormir, y que mañana lo llevaré a que lo revisen, ya que me es extraño haber intentado con todo y que no encienda.

Al día siguiente me levanto algo tarde, supongo que aprovechando que mi padre no podría decirme nada al respecto —cosa que mi madre sin duda si me hubiera recriminado— y bajo a desayunar. Después voy al salón de la casa para quedarme un rato ahí. Sentada y sin nada interesante por hacer debido a que mi celular no funcionaba —descubrí que no lo hacía debido a que había confundido mi cargador con el de mi madre—, recordé la sala de ballet que mi padre me mostró en los planos para construir la casa. Eso había sido hace un año, y fue antes de que la construyeran, así que nada me aseguraba el que si lo hubiera agregado.

Con un nítido sentir de esperanza, fui al segundo piso en busca de la puerta. Todavía recordaba el diseño que esta tendría, y sobre todo la ubicación donde mi padre deseaba ponerla, diciendo que sería exclusivamente para mi. Después de una larga búsqueda por los largos pasillos de la segunda planta, encontré una puerta distinta a las demás. Algo, mi instinto, me dijo que ahí era y que mi padre si había cumplido su palabra de un año atrás. Así que sin pensarlo giré la manija. Acerté. Lo primero que mis ojos encontraron fue una barra para estirar, similar a la que había en la academia. La sala de ballet era idéntica a como mi padre me mostró en el dibujo, me pareció asombroso que el cumpliera lo que dijo. Sin dudar comencé a desvestirme, y encontré unas zapatillas guardadas en una de las cajas. Eran de mi talla, estaban nuevas y bueno, quizá seria difícil debido a eso pero sabría acostumbrarme. Quedé en un short que llevaba bajo la falda y en una blusa de tirantes. Me puse las zapatillas y me acerqué hasta la barra para comenzar a estirar.

Perdí quince minutos cerciorandome de estirar correctamente. Llevaba dos meses sin bailar, y aunque quizá no fuera tanto, sabía que había perdido algo de experiencia. Comencé a moverme de un lado a otro, dando pequeños saltos y moviéndome de puntillas. Intentaba hacer la  coreografía que había practicado con mi abuelo la última vez que lo vi, y es que los pasos yacian tan frescos en mi memoria, que fue dócil el bailarlos. Al parecer no había perdido tanta experiencia como creí en estos dos meses. Todavía era capaz de bailar.

Escuché la puerta del lugar cerrarse, cosa que atrajo mi atención y provocó que dejara de bailar. Era mi padre, quien estaba de pie frente a la puerta y me miraba con una sonrisa.

He de decir que lo veo y no le tengo rencor. He sabido perdonarlo aunque el le haya hecho lo que le hizo a mi madre, esto porque sé que mi madre tampoco fue la mejor persona. Ella tampoco fue perfecta y también arruinó muchas cosas. Ellos se habían lastimado mucho, y a mi también me salpicaron algo de aquel dolor que a día de hoy me digo, no merecía. Además, mi padre parecía querer hacer las cosas bien conmigo y yo no lo detendría, de hecho se lo agradecería.

— ¿Te ha gustado?

— Es...maravillosa —dije comenzando a limpiar el sudor que caia por mi cien, e intentando regular mi agitada respiración.

— Especialmente para ti. Sé que el ballet te ha gustado desde siempre, aunque bueno, quizá no tanto como el piano pero pensé que quizá sería bueno que tuvieras esto aquí ya que en Francia posees un piano.

— Gracias, padre —murmuré.

Habia algo que decir. Mi padre me había acompañado a recitales de ballet a los que había asistido de pequeña. El había sido el único al que le había importado lo que a mi me gustaba, en cambio, mi madre solo decía que debía ser la mejor, lo demás le daba igual. Si llegaba con el primer lugar de un concurso era lo único importante, porque el verme actuar nunca le interesaba.

Para mi, el que más se preocupó por mi fue mi padre.

— Me recuerdas a tu abuela —ha dicho el antes de avanzar en mi dirección.

— ¿Mi abuela Kim?

— Sí, a ella —sonrió—. Antes de venir a Italia, y cuando todavía estaba con tu madre, siempre solía contarme cuando ella era joven y bailaba con tu abuelo ballet. Además de mostrarme unas de sus fotografías juntos en presentaciones importantes o en una sala de practica. Era asombroso.

— Sí, también me ha mostrado algunas de ellas.

— ¿También el video?

— ¿Cuál?

— Deberías pedírselo. Ellos bailan juntos.

— Lo haré.

— ¿Ella está bien? De salud digo.

— Sí, esta perfecta. Creo que incluso más sana que tu y yo.

Mi padre ha reído.

— Eso es bueno. Ella merece vivir mucho más. Es buena, cuídala mucho.

— Por supuesto. Ella es mi todo.

[ • • • ]

El domingo por la mañana tomé un avión para ir devuelta a Francia. Llegué hasta la noche. Así que mi madre fue por mi.

— ¿Qué tal estuvo tu visita con tu padre?

— Bien, supongo.

Hemos llegado a nuestro departamento. Lo primero que yo hago es ir a dejar mis cosas y poner a cargar mi celular. Lo enciendo y lo primero que llama mi atención son los mensajes de Lisa que aparecen.

¿Ella me buscó? He de decir que me sorprende. ¿Por qué iba a buscarme?

Pero al abrirlos me doy cuenta de la razón; nuestra coreografía. Al parecer le preocupaba más de lo que imaginaba, y estaba algo nerviosa de que no pudiéramos tenerla lista para la siguiente semana en que debíamos mostrarla.

Sonreí.

A veces Manoban exageraba, pero la entendía, de sus calificaciones dependía su beca.

Así que para tranquilizarla decidí escribirle el siguiente mensaje:

"Lo lamento. He estado ocupada, pero mañana podremos hacer la coreografía, tengo algunas ideas. Nos vemos mañana, Manoban"

Ya mañana podría enseñarle lo que había practicado en casa de mi padre.

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