6 | Mixed feelings and Lucy's revenge
Parte I. Capítulo VI
Mixed feelings and Lucy's revenge [Sentimientos mezclados y la venganza de Lucy]
Dedicado a CKPJoe
[Capítulo largo con tres separadores para que no sea pesado, pido una disculpa si no es de su agrado leer escritos tan largos, sin embargo, espero que este les guste]
La tercera sorpresa de la mañana era el individuo que había salido azotando la puerta de su casa y se dirigía con pasos firmes hasta la suya, se trataba de uno de los hermanos Hargrove, no supo diferenciar quién, pues todavía se encontraba a un par de viviendas de su hogar. Vaya invitado, no quería verlo, no importaba si era Billy o Bernard.
—¿Qué hace Chrissy Cunningham en tu casa? —inquirió la rubia en voz baja.
—No, más bien: ¿Qué hace Billy en mi casa?
—No es Billy, es su hermano gemelo —aclaró Robin, un brillo se había posado en sus ojos. Lucy la miró expresando confusión en cada músculo de su cara—. No me veas así. Ese chico podría darnos pistas para averiguar algo sobre el VHS.
Era obvio, pero en ese instante su mente no daba para mucho, después de todo, estaba más ocupada planeando la venganza que el plan para desenmascarar a los desgraciados responsables de la grabación.
—¿Lo vas a interrogar tú? —Robin negó con la cabeza—. Entonces ¿prefieres interrogar a Ronald?
—Asco.
A ella se le escapó una carcajada. Ronald gustaba de Robin, pero la rubia, obviamente, nunca le mostraría el mínimo indicio de atención a menos que fuera para una amistad, nada más.
—Bien. Supongo que enviaré a Eddie a interrogarlo, tú y yo podemos ir con los demás.
Le estaría dejando el trabajo más ligero a su hermano, además, tendrían suficiente con Jason, Carol y Tommy, sin contar que debían acudir con Hopper después.
—¿Qué pasará con Steve y Chrissy? —preguntó cuando ya estaban muy cerca de su hogar.
Lucy encogió los hombros con una mueca, rascando una comezón inexistente en su nuca mientras veía a Robin.
—Necesito a Steve, él podría saber algunas cosas de Carol y Tommy; Chrissy de seguro sabe algunos secretos de Jason, los he visto juntos en el entrenamiento de básquet y de porristas.
Robin asintió con la mandíbula apretada.
—Confío en ti, Lulú.
Apenas colocó un pie en la acera, fue abordada por la mirada preocupada de Chrissy, ella se levantó del banquillo de madera y trotó en su dirección.
—Hey, Lucy. ¿Cómo estás? —La rubia le dio un corto abrazo, luego esbozó una sonrisa amigable. Era extraña la familiaridad con la que la trataba—. Tengo noticias, unas buenas y otras malas. Discúlpame, Robin, no te saludé. —Imitó las mismas acciones que con ella.
Su amiga tenía el mismo desconcierto que, supuso, había estado en su rostro segundos atrás. Chrissy era un ser de luz, como habría dicho su Abu; repartía el amor del que muchos carecen, en abrazos.
—Iba a devolverte la ropa que me prestaste esa noche, pero lo olvidé por completo —respondió, con cordialidad—. ¿Quieres pasar a mi casa? Es un desastre, pero allí podrás contarme todo lo que sabes.
Chrissy asintió. Lucy se percató que, para la rareza de la situación, se encontraba caminando entre ambas rubias, y una vez frente al banquillo de madera, el Hargrove que no consiguió diferir entre Billy o Bernard, estaba justo enfrente suyo, complementando la hilera de rubios. Qué ironía, con lo mucho que los detesta, para su suerte, estaba rodeada de ellos, aunque Robin y Chrissy eran las únicas excepciones, además, por ser mujeres.
—Oye, Rob, ¿puedes adelantarte con Chrissy a la casa? —cuestionó haciendo una mueca ladina, su amiga afirmó con la cabeza, le sonrió y le mostró el pulgar en señal de ánimo antes de abrir la puerta. Lucy se giró hacia el chico mientras cruzaba los brazos, su expresión había cambiado a una de sospecha en cuanto lo vio—. ¿Y tú qué buscas?
Él abrió los ojos con sorpresa, pero en lugar de esbozar la clásica sonrisa juguetona de Billy, optó por alejarse un par de pasos. Lucy enarcó las cejas, esperando que el extraño aclarara sus motivos mientras lo veía fijamente a los ojos.
—Me llamo Bernard, no nos hemos presentado como debe ser. —Le ofreció su mano, Lucy la rechazó con desconfianza. Él apretó los labios y se metió la mano al bolsillo de sus pantalón de mezclilla oscura—. Lo siento. Fue una imprudencia de mi parte. Mira, solo estoy aquí para...
—Oye, Lucy, toma esto. —Steve interrumpió lo que fuera a decir el rubio al extenderle una sudadera diferente a la que portaba, esta era amarilla y grande, sin estampas—. Anda, póntela, está haciendo demasiado frío.
Lucy torció los labios y le dirigió una mirada furiosa, era un gran gesto que quisiera prestarle aquella bonita sudadera, pero en ese momento cabía la posibilidad de que Bernard le contase algo que, con mucha suerte, relacionara a Billy con el VHS. Era más importante que, bueno, enfermarse de gripa.
—Estoy a unos pasos de mi casa, Steve, creo que puedo meterme por una chaqueta o algo, ¿no crees? —Señaló con sutileza al rubio, quien había permanecido en silencio con la mirada en el suelo; Steve le guiñó, comprendiendo de lo que hablaba.
—Lucy, ¿por qué no entras a casa? Yo puedo atender a Billy.
Steve, claramente, no era la clase de persona que interpreta de forma correcta sus gestos.
—Bernard —corrigió el rubio, dándose vuelta hacia el chico de ojos caramelizados—. ¿Y tú eres?
El castaño sonrió galante.
—Ya sabes, solo el rey de la preparatoria —soltó en tono egocéntrico con una sonrisa ladina. Al rubio se le escapó una pequeña risa.
—Hasta donde sé, mi hermano te quitó el puesto —dijo Bernard, a lo que Steve quedó perplejo, de pie a un lado de ambos con la boca semi abierta. Se dio la vuelta, dándole la espalda a su nuevo amigo y la vio con una mueca de seriedad—. Como te decía, puedo ayudarte a desvelar a los que te quieren exhibir.
Lucy frunció las cejas, confundida, y un tanto furiosa por la falta de delicadeza que Bernard tuvo con Steve. Ella lo trató así, pero, viéndolo desde el exterior, comprendió que no era divertido.
—Supongo que sabes quiénes son —acotó con voz cortante. Bernard asintió. Lucy sintió algo de ilusión asentándose en su pecho, mas tuvo que recordarse que no podía confiar de forma deliberada en alguien que apenas se presentó con ella—. ¿Qué pruebas tienes?
El rubio sacó la mano izquierda de la bolsa de su chaqueta y le tendió un volante arrugado en color amarillo que decía, con letras espantosas y grandes:
«¡𝙽𝚘𝚌𝚑𝚎 𝚍𝚎 𝚎𝚜𝚝𝚛𝚎𝚗𝚘!
𝙴𝚜𝚝𝚊́𝚜 𝚒𝚗𝚟𝚒𝚝𝚊𝚍𝚘 𝚊 𝚟𝚎𝚛 𝚕𝚊 𝚛𝚎𝚟𝚎𝚕𝚊𝚌𝚒𝚘́𝚗 𝚍𝚎 𝙻𝚞𝚌𝚒́𝚊.
𝙻𝚞𝚐𝚊𝚛: 𝚎𝚕 𝚊𝚞𝚝𝚘 𝚌𝚒𝚗𝚎𝚖𝚊 𝚊𝚋𝚊𝚗𝚍𝚘𝚗𝚊𝚍𝚘 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚝𝚎𝚛𝚛𝚎𝚗𝚘𝚜 𝚋𝚊𝚕𝚍𝚒́𝚘𝚜.
𝐋𝐮𝐜𝐲 𝐭𝐡𝐞 𝐰𝐡𝐨𝐫𝐞 𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚎𝚜 𝚝𝚞 𝚘𝚙𝚒𝚗𝚒𝚘́𝚗».
—¡¿De dónde sacaste esto?! —preguntó en un tono de voz más alto de lo que esperaba.
Bernard no emitió un solo ruido. Por otro lado, Steve le arrebató el volante de las manos a Lucy, conforme leía cada una de las palabras, mostraba más ira en su mirada café. Esto no podía ser posible. ¿Qué tenían en la cabeza los organizadores de tan primitivo evento?
Antes de que alguien más tuviera la oportunidad de intervenir, Lucy, ya entrando un poquito en desesperación, se aproximó hasta Bernard, le tomó por las solapas de la chaqueta y lo arrinconó entre la puerta y la pared, usando más fuerza de la necesaria.
Su cuerpo emitió un pequeño crujido, las bisagras de la puerta rechinaron. El rubio, sin embargo, no se inmutó.
—Billy tiene algo que ver en todo esto, ¿no es así? —cuestionó con amargura, casi podía sentir que la bilis le subía por la garganta—. Respóndeme. Ahora.
—Ya la oíste. —El tono de Steve fue acompañado por su mano hecha puño a un lado de la cabeza del rubio, no había golpeado la pared, solo estaba allí siendo partícipe de una amenaza silenciosa.
—¿Cómo llegaste a esa conjetura, eh?
En un movimiento que nadie esperaba, Bernard invirtió el agarre que Lucy sostenía sobre él, de forma que era ella quien se encontraba arrinconada contra la puerta de su propia casa. Resultaba indignante. Incluso Steve retrocedió sorprendido.
—Cuando comenzaba a pensar que podrías ser el gemelo bueno, lo arruinaste —confesó Lucy, entrecerrando los ojos.
Bernard esbozó una pequeña sonrisa y liberó el agarre que tenía sobre sus muñecas, en automático, Lucy se las llevó al pecho. Maldita fuerza bruta de los hombres. Todos actuaban como gorilas.
—Dijiste todo lo que querías. ¿Por qué no te largas ya? —cuestionó el de ojos caramelizados en tono hostil. Puso una mano sobre el pecho del rubio y lo alejó de Lucy con la fuerza suficiente para dejarle un cardenal en la piel, luego se posicionó frente a ella de manera protectora—. Lárgate.
Bernard hizo una mueca mostrando su perfecta dentadura mientras lo veía.
—Creo que mejor no. —Alzó una mano en el aire como si fuera a enumerar—. Ustedes no saben quiénes organizaron el evento, tampoco el lugar donde guardan la cinta –ni cómo la obtuvieron–, por no mencionar que soy la conexión directa que podría ayudarlos.
Lucy sacudió los brazos en el aire en un intento de sacarse de encima los calambres que aún recorrían sus muñecas. Dirigió la vista hacia su hermano, señalando con disimulo en dirección al rubio, Eddie asintió, sonriendo como el hombrecillo astuto que era.
Una vez que su hermano se puso en marcha en dirección a ellos, con pies tan ligeros como los de un bailarín, Lucy salió de detrás de Steve, colocó su mano en el pecho del castaño y lo hizo retroceder a tiempo, puesto que unos instantes después, Eddie arremetió contra Bernard, colocando su navaja de la suerte contra su cuello. De no haber hecho a Steve hacia atrás, cabía la posibilidad de que Eddie le hubiese cortado un poco el cuello, solo lo suficiente para que algunas gotas de sangre brotaran.
Steve se percató de esto, y como el nervioso que era –muy justificado en este caso– dio un respingo en el aire al momento que siseaba por el asombro.
—¿Por qué no me dijiste que haría eso? —Se dirigió a Lucy, quien redujo sus labios a una fina línea y le palmeó el rostro a forma de juego.
—Bambi, no sabes disimular —respondió a modo de disculpa. Le apretó la mejilla entre sus dedos, a lo que Steve se quejó y se sacudió del agarre. Lucy rio por lo bajo. Comenzaba a tomarle el gusto a esto de provocar que se irritara.
En definitiva, le agradaba Steve, era la clase de persona que quería en su vida, el tipo de amigo que pensó nunca tener. Después de todo, hace años le hicieron pensar que nadie querría estar siquiera a un metro de ella, pero Robin, el primer día de clases cuando se mudó a Hawkins, le hizo saber lo contrario, y más tarde, Nancy.
La garganta se le cerró por un segundo, había veces en las que simplemente los recuerdos la invadían, y pese a que eran buenos, le dejaban una sensación nostálgica en el pecho. Era claro que echaba de menos los días en los que "la triada del desastre" hacía de las suyas por todo el pueblo.
Sintió que la mano de alguien se paseaba por su espalda en movimientos circulares, parpadeó y se dio cuenta que era Steve. La miraba con las cejas arrugadas, como si estuviera preocupado pero no muy seguro de hablar para dárselo a conocer.
Se tragó el nudo que comenzaba a instalarse con pesadez en su pecho, y como la gran actriz que demostró ser durante años, reinventó por completo la expresión de nostalgia que había en su rostro por una de curiosidad. No tuvo que fingir, solo encapsuló su melancolía para sentirla después.
—Mira lo que tenemos aquí —dijo en tono juguetón, viendo a su hermano, estaba siguiéndole el juego—: Un Judas.
—Esto es ridículo —expresó el rubio, blanqueando los ojos—. Les diré todo. ¿Podemos solo olvidarnos de la violencia? Estamos perdiendo tiempo valioso.
Eso fue como una patada en su cerebro. Algunas veces dejaba que su enojo cegara su juicio, y con ella arrastraba a su hermano. Sacudió la cabeza, indicándole con la barbilla a Eddie que soltara al rubio.
—Puedes llevarlo adentro —balbuceó en voz muy baja. Por suerte, su hermano comprendió la corta oración y se llevó a Bernard hacia el interior de la casa.
Mientras tanto, se permitió cerrar los ojos con fuerza y recargar la cabeza en el muro de ladrillo rojizo que había detrás suyo.
¡Dios, ocupaba, de verdad, hacer a un lado esos pensamientos irracionales que solo conseguían sacar lo peor de su personalidad!
Estaba aquí, en el presente, con un problema esperándola en cuanto abriera la puerta. No tenía sentido enfocarse en el pasado tratando de resolver conflictos que, quizá, no tuvieran solución. Resopló. Todo lo que necesitaba era un cigarrillo y volvería ser ella misma, y tal vez, un capuchino.
—Deberíamos entrar —mencionó Steve. Lucy lo vio por el rabillo del ojo, la preocupación se había esfumado de su rostro.
—Okey, Stevie. —Palmeó su mejilla, esta vez, con algo de aprecio.
No tenía un plan estructurado para cobrar venganza, todo lo que tenía en mente era que ninguno de los involucrados recibiría trato preferencial, regla que había roto en el momento que le permitió a Bernard entrar a su humilde morada. No es como si fuera a confiar en cada una de las palabras que salieran de su boca, pero tampoco lo desecharía, solo iba a tomar lo que le pareciera lógico.
—Hay una cinta que grabaron antes de que empezara la fiesta —les informó Bernard, viendo entre ambos hermanos Munson, pues eran los más atentos a su relato, además que lo observaban sin inmutarse ni un poquito—. Esa grabación fue accidental, pero hablan del plan y sus fases, también de cómo te afectaría —le echó un vistazo a Lucy—, querían perjudicarte al punto de llevarte al límite.
—¿Y qué pensaban que haría, cortarme las venas? —preguntó con sarcasmo. El rubio no contestó, pero el silencio sí. Casi se atragantó con su capuchino—. Esos bárbaros.
—Ni Billy ni yo sabíamos algo —declaró, bajando el volumen de la voz—. Y sé que esa parte no la creerán, pero es cierto. El chico de la cámara lo puede comprobar, y la cinta.
—¿Hablas de Ronald? —cuestionó Robin, apegándose al costado de su amiga.
—Sí. Él tiene la cinta, tenía las dos, pero asumo que le robaron o lo amenazaron para que se las entregara.
—Imposible —comentó Steve, poniéndose de pie.
Lucy había descubierto otra de sus manías: no sabía estar quieto en momentos de incertidumbre, debía hacer algo, sino parecía volverse loco, en ese momento estaba meciéndose en los pies con una mano en la cintura y la otra presionando su barbilla.
—Jason está fuera de la ciudad. Tommy aún se recupera en el hospital. ¿Carol...?
Lucy dejó de escuchar. Claramente, la única fisura en el relato de Bernard era que no mencionó a su hermano, o cómo él mismo tenía conocimiento de todo esto. Quiso suponer un montón de cosas, pero no ganaba nada haciendo dilemas de probabilidad por su cuenta. Lo mejor sería agradecerle a Bernard por su tiempo y conocimiento de la situación, después, ya verían cómo arreglar este desastre. Aparte, aún faltaba Chrissy de darles su versión de la historia.
—Bien. Podemos resolverlo por nuestra cuenta —dijo Steve, adelantándose a lo que iba a recitarle a modo de despedida. Frunció las cejas, perpleja. Eso había sido de lo más raro que le había sucedido en el día –y eso que por poco rescata a una niña en el bosque– porque Steve dijo con exactitud las palabras que le rondaban la cabeza—. Seguro que Lucy quiere pensar el próximo movimiento a solas, con sus amigos.
—Auch. Hieres mi corazón de titanio, Harrington —bromeó Bernard.
Se puso de pie, abrochó su chaqueta, y se abrió camino en el desastre de almohadones y frazadas que había en el suelo de la estancia hasta que llegó a la puerta de entrada, donde Steve le esperaba con la puerta abierta, aguardando con una sonrisa contenida a que se largara de una vez por todas.
—Sé que no es apropiado que te lo diga delante de todos, pero tú, Lucy Munson, tienes mi respeto. Yo los habría asesinado en el instante que me arrojaron a la piscina.
El aura que lo rodeaba no era maligna, no expresaba sarcasmo en esta ocasión. Era solo un chico dando un punto de vista, uno que Lucy quiso compartir hasta que reflexionó que no quería pasar más de veinte años de su vida tras cientos de rejas y barrotes impenetrables, bajo el mando de figuras de autoridad con *TEPT que no dudarían en infligir las normas para castigarla sin razón aparente.
Bernard sacudió una mano en su dirección, luego hizo un gesto de amor y paz hacia Robin y Chrissy, evitando especialmente a su hermano y a Steve, y salió cerrando la puerta con delicadeza.
Habría sido lindo agradecerle, dado que, en realidad, no tendría porqué haberles dicho nada, pero estaba de más. Tenía mayores preocupaciones en mente.
—Lulú, con toda la información que tenemos podríamos acudir a Hopper, él nos escuchará —opinó Eddie, con un aire de alegría en su pálido rostro.
—O ya sabes, podemos tomar la justicia por nuestra cuenta —sugirió Robin, alzando las cejas unas cuantas veces, a la par que uno de sus dedos tamborileaba sobre su labio inferior, estaba emocionada con esa idea—. Se lo merecen.
Lucy mordió la esquina de su boca mientras meditaba sus opciones; por un lado sería emocionante tomar el riesgo de hacer justicia bajo sus propias normas, como había prometido una semana atrás, pero... su hermano tenía razón. Había ocasiones en las que Eddie le seguía la corriente en sus ataques de imprudencia, pero en la mayoría de casos, actuaba como un león cobarde a menos que fuera necesaria su intervención.
—¿Puedo agregar algo? —preguntó Chrissy, su voz era tan agradable que le fue imposible negarse—. Jason tiene libertad condicional por parte de su padre. Si hace una tontería más, lo enviarán a la escuela militarizada.
Una horrible emoción se instaló en su pecho. Esto no podía ser otra cosa más que justicia universal. Se rio para sus adentros. Ahora sabía exactamente qué hacer con Jason. Dio un respingo del almohadón en el que estuvo sentada la última hora, sintiéndose inspirada. Hacía tanto que aquel optimismo no la visitaba que pensó que nunca volvería a sentirlo, hasta ese maravilloso instante.
A pesar de que su felicidad fuera a base del sufrimiento ajeno, no pudo ni quiso retenerlo, Jason merecía todo lo que fuera a pasarle a partir del momento en que pusiera un pie en la oficina de Hopper y le contase –con los VHS como pruebas contundentes– de la infamia que planeaba cometer junto a sus secuaces.
La primera víctima del impulso que la invadió fue Chrissy; Lucy le saltó encima a la rubia, casi dejando caer por completo su peso en las piernas de la chica, quien recibió de buena gana el abrazo. Después, para evitar disputas de celos por parte de su amiga, corrió hacia ella y le envolvió los brazos alrededor del cuello.
Por otra parte, a su hermano le plantó un enorme beso en la cien izquierda, pues no era el más entregado al afecto cuando había otros en la misma habitación. Al finalizar, la adrenalina volvió a invadirla, así que se abalanzó sobre Steve con tal magnitud que terminaron en el suelo.
Él apenas parecía comprender cómo fueron a acabar en el suelo de un momento a otro. Lucy se había dejado llevar, normalmente, no era afectiva con personas de su edad o incluso su familia. Lo que sintió fue un impulso, uno que le suplicó que compartiera esa energía con las personas que la acompañaban en aquel extraño momento.
El rechinido de la puerta de entrada la hizo reaccionar. Giró la cabeza solo para avergonzarse al reconocer a Jonathan Byers. Él la miró frunciendo un poco las cejas y abriendo la boca sin decir una palabra. En eso, la inconfundible risa de uno de los niños del club audiovisual se materializó: pudo ver a Mike y Will peleando por una caja de dulces, hasta que los vieron en el suelo y se callaron.
Steve reaccionó de inmediato al apartarla con falta de cuidado de encima suyo. Lucy no pudo quejarse, había sido su culpa.
—Jonn, ¿qué haces aquí? —preguntó Eddie, al momento que lo saludaba y le dejaba pasar a la casa. Se agachó hasta quedar a la misma altura que los niños y su expresión cambió a un desconcierto falso—. ¿Y ustedes, pequeñas mierdas? Creí que les había dejado claro que mientras no admitan la derrota, no pondrían un solo pie en mi casa.
En ese instante, Dustin apareció en su campo de visión arrastrando una caja de cartón de tamaño mediano, la dejó justo enfrente de Eddie. Eso le dio tiempo suficiente a Lucy para levantarse del suelo y sacudirse el pantalón de mezclilla oscura por el que se había cambiado una hora atrás.
Steve la miró un segundo pero volvió la vista a los niños de inmediato.
—He aquí, nuestra ofrenda de paz —exclamó el niño de los rulos, haciendo énfasis con las manos en la caja de cartón que, al parecer, era un regalo para su hermano.
—¿Para mí? —cuestionó Eddie apuntando su propio pecho. Dustin, Will y Mike asintieron, una extraña mueca de complicidad reinaba en sus rostros—. Aw, no debieron molestarse. —Maniobró las manos para abrir la caja, rompiendo la cinta con la ayuda de su navaja—. ¿Qué es?
—¡Emboscada! —gritó Lucas, brincando fuera de la caja con una pistola de plástico de la que comenzó a dispararle a Eddie dardos de punta de plástico—. ¡Ahora, chicos!
No supo de dónde, pero los niños habían sacado un par de pistolas igualitas a la de Lucas, y entre todos habían llevado a su hermano al suelo, cada uno le disparaba dolorosos dardos que a simple vista parecían inofensivos, hasta que uno rebotó en uno de los collares que pendían del cuello de Eddie y consiguió darle a Robin en la frente.
—¡Tontos, pudieron dejarme ciega! —exclamó Robin sin delicadeza mientras se frotaba la frente con los dedos. Era casi seguro que le dejaría una marca en forma de punta justo en medio de las cejas.
Steve resopló con visible mortificación, tal vez, pensó que podría ser la siguiente víctima de los dardos que lanzaban los niños.
—¿Podrían dejar eso? —cuestionó Steve, señalando las pistolas con un gesto de desdén.
Lucy entrecerró los ojos, viéndolo con algo similar a la apatía. Él tendría que averiguar a futuro que Lucy tiende a sobreproteger a los cuatro niños que pertenecen al club audiovisual porque los quiere tanto o más, que como si fueran sus hermanos menores.
—Oigan, niños. —Lucy llamó su atención chasqueando los dedos en el aire. No supo que le causó más gracia, si la perplejidad en la cara de Robin, o que no solo los niños girasen la cabeza en su dirección sino que Steve y Eddie lo hicieran también—. Dije niños, no idiotas.
Eddie le mostró el dedo corazón con una mueca de ofensa, mientras que Steve blanqueó los ojos con fastidio.
—Les traje un obsequio a cada uno por navidad. Si me traen mi chaqueta de piel de mi habitación, los encontrarán en mi escritorio —mencionó en tono conciliador.
Los niños no demoraron en desaparecer tras la esquina que daba con el pasillo donde estaba su habitación, pero uno de ellos se devolvió y envolvió sus cortos bracitos alrededor de su abdomen, al ver hacia abajo supo que se trataba de Will. Lucy dobló un poco las rodillas y le devolvió el gesto.
—Te extrañé, Lu —soltó y luego se fue corriendo en la misma dirección que sus amigos.
La única parte mala de haber hecho aquello fue que cuando regresara a su habitación después del durísimo y ajetreado día que tenía por delante, encontraría todo tirado en el suelo, sus libros y materiales de pintura desordenados.
—Chiflaste demasiado a esos niños, Lulú —le informó Eddie, sonriendo de lado mientras negaba con la cabeza.
—Dios. ¿Cómo soportas estar rodeada de tantas vocecillas agudas y no salir corriendo? —preguntó Steve, enarcando las cejas con los brazos bien cruzados por el pecho.
Lucy se encogió de hombros al momento que cepillaba su cabello con las manos, luego miró a Jonathan y le hizo un gesto con la cabeza para que salieran al patio delantero, donde podrían hablar con tranquilidad y en privado.
Una vez que cerró la puerta detrás de ambos observó a su amigo de la infancia, más bien, era un conocido con el que hablaba de cosas sin importancia en los pasillos cada que se veían entre clases, y cuando compartieron algunas de estas, pero a decir verdad, no lo conocía mucho.
—Imagino que sabes lo del autocine —dijo en voz baja, con una mano detrás en la nuca.
—Sí, justo me dirigía con Hopper.
Jonathan asintió con una mueca de incomodidad.
—Lamento que no hayamos salido la semana pasada. —Se disculpó. Jonathan abrió los ojos en grande, sorprendido—. Quise avisarte que me iba de la ciudad, pero ya sabes, quería irme lo más pronto posible de Hawkins.
—Hum. Vas a odiarme, pero no recordaba eso. Lo siento. Es solo que tenía muchas cosas en la cabeza. Will no dejaba de tener pesadillas, y mamá siempre está alterada y preocupada, y la maldita marca en mi espalda-
Dejó de escucharlo. Cualquier cosa que fuera a decir sonaría a excusa barata, excepto la parte donde mencionaba a Joyce y Will. No mentiría, si fue una mala revelación. Pero de alguna manera se puso en su lugar, y en el de Will, esas malditas pesadillas –imaginó que eran sobre el Otro Lado– eran horribles. Los terrores nocturnos era una de las cosas que más odiaba de dormir.
—Vaya. —Carraspeó su garganta para alejar el nudo que quería alojarse en ella—. Lo entiendo.
Él parpadeó, demostrando a los segundos su confusión, y quiso hablar, pero Lucy alzó una mano en el aire deteniendo cualquier intento que fuera a realizar.
—Supongo que es todo. ¿Los niños vinieron contigo? Bueno, Will obviamente sí.
—Lucy-
—Digo, tengo un día horrible por delante y quisiera dejar a los niños en un lugar seguro antes de que comience con mi plan.
Lo había interrumpido a propósito. Al menos pudo ser honesto y decirle el verdadero motivo por el cual no quería salir con ella. Quizás era todo esto, no querría que lo viesen con ella después de haber ganado cierto respeto en la preparatoria cuando lo vieron con Nancy. Podría ser eso, o... ¿Cómo no se dio cuenta antes? Malditas emociones alborotadas. Jonathan solo quería salir con ella porque su interés amoroso, Nance, lo había reemplazado por el galán Harrington.
¡Odiaba ser segunda opción! De ninguna manera dejaría que la ultrajaran así, aprecia a Jonathan pero no permitiría que pisoteara su dignidad.
—Dime, Jonathan, ¿qué pensaste cuando me invitaste a salir?
La pregunta evidentemente descolocó al chico, que había tosido como si estuviera apunto de ahogarse con su propia respiración. Había dado en el clavo. Odiaba su intuición. Se cruzó de brazos en espera a que Jonathan hablara.
—Solo pensé que eres agradable, y Will siempre dice lo mucho que te quiere, lo bien que lo tratas, y quería saber si entonces podría funcionar algo entre nosotros —reveló, para su sorpresa.
Esto era incluso peor.
—Nunca estuviste interesado en mí. —Pellizcó un pedacito de su brazo cubierto únicamente por la delgada blusa de cuello de tortuga, le dolió, esto era verdad. Aún con el nudo en su garganta, volvió la vista al chico—. No soy tu segunda opción. Y para que sepas, es muy desagradable que hayas creído que como le agrado a tu hermanito, te podría gustar.
—No, no es lo que crees. —Intentó acercarse a ella pero Lucy retrocedió—. Yo te aprecio mucho, ¿bien? Pero no puedo verte así —soltó un suspiro que a Lucy la pareció eterno—. Estaba desesperado. Lucy, eres como una hermanita para mí.
Los ojos se le inundaron de lágrimas. Rectificación, esto era peor que cualquiera de sus suposiciones. Ahora lo entendía todo, comprendió por qué Jonathan nunca la invitó a salir hasta hace dos semanas.
—Mi marca ya es visible, mi marca del alma gemela. —La tomó de los hombros, viéndola fijamente—. Lucy, si pudiera elegir enamorarme de alguien, sería de ti.
—No seas tonto. No me tengas lástima.
Sorbió la nariz y apartó bruscamente las primeras lágrimas que anunciaban el diluvio con el dorso de la mano, pero no lo vio, no tendría fuerza de voluntad suficiente para hacerlo y salir victoriosa,
—No podemos elegir de quién nos enamoramos, incluso si pudiéramos hacerlo, la marca del alma gemela nos arrastraría hasta nuestra persona destinada.
Una vez más, maldijo las marcas del destino. Era la última vez en el año en que esperaba odiar con tanto fervor a los encadenamientos involuntarios. Eran vínculos que, en la mayoría de casos, se daban sin amor de por medio.
Pero debido a la ingeniosa magia del lazo, los encadenados terminaban por sentir la necesidad –casi a muerte– de permanecer cerca de su destinado. Abu le había contado en una ocasión que la sensación de vacío empeoraba cuando había una distancia muy grande entre ambas almas, aunque claro, para eso debía existir cierto cariño entre los dos.
—No quería usarte —admitió desesperado—, pero tampoco estaba en mis planes que el nombre de Nancy apareciera en mi espalda, y-
—No digas más.
Las manos sobre sus hombros se pusieron rígidas, igual que todo el cuerpo de Jonathan, fue cuando se permitió alzar la vista hacia él, completamente impresionada. Esta noticia sería insuperable. De repente, no era tristeza la que sentía, sino celos. Nance podría tener al chico que siempre le gustó a Lucy.
El rechinido de la puerta hizo que Jonathan se alejara murmurando un pobre despedida mientras Steve aparecía con las cejas enarcadas.
Un momento después los niños se amotinaron en el umbral, provocando que el de ojos caramelizados tropezara con ella. Dios, amaba a esos niños, pero no era su mejor momento.
—Es la segunda vez en el día, Harrington. Tienes muy poca resistencia en las piernas para ser capitán de todos los clubes deportivos —mencionó Eddie, pasando a un lado de ambos—. Comienzo a entender por qué mi hermana te apodó «Bambi» —soltó en tono burlesco.
Steve gruñó pero antes de lanzarse a una discusión con Eddie, la ayudó a levantarse.
—¿Estás bien? —le preguntó con una mueca de preocupación—. Sigo sin entender cómo quieres tanto a esos revoltosos, casi te pasan encima.
Lucy sacudió los brazos al aire, liberando un poco de la tensión que sentía acumularse en su sistema. No podía preocuparse por Jonathan y Nancy, no ahora, tenía cosas más importantes para resolver.
—Claro, Stevie. —Palmeó su rostro con delicadeza, Steve no se inmutó.
Lucy tomó la llave de la casa que escondían debajo de la maceta, cerró la puerta y giró la llave, luego volvió a ponerla en donde estaba. Steve aún no se había movido, por lo que señalando a los demás, preguntó:
—¿No vienes?
༻༺
Una vez que entraron a hurtadillas en casa de Carol y le robaron ambos casetes, regresaron a casa para hacerle una copia al VHS que los inculparía. Fue difícil al principio porque únicamente Eddie sabía algo sobre copiar casetes para evitar pagar por ellos, aún así, luego de un par de horas, lo consiguieron.
La buena noticia es que solo había tres copias del casete maldito, la original, la copia que los tres inconscientes hicieron (la misma que Steve encontró en la tienda de VHS), y la que ellos mismos habían hecho. Y al final del día, todos serían quemados.
El siguiente objetivo fue la comisaría, a donde se presentó exigiendo la atención del jefe de policía.
Él aceptó verles después de quince minutos de incertidumbre en los que no solo ella entró en desesperación, sino que los demás también, a excepción de Chrissy, que se paseaba por el pequeño pasillo delante de ellos, que estaban sentados en las incómodas sillas de plástico adyacentes a las paredes.
—Oh, no, ustedes de nuevo, no —murmuró Hopper, girando en dirección al pasillo contrario.
Lucy le arrebató los casetes a Steve de las manos y corrió hasta localizar a Hopper en el área de comedor. Él la vio con las cejas alzadas antes de masticar la dona que había entre sus dedos.
—No quiero saber qué hicieron.
—Más bien, qué me hicieron a mí —dijo Lucy, sacando una silla y tomando asiento en ella para estar frente al jefe de policía—. O qué trataron de hacer.
Hopper arrojó su rosquilla glaseada al plato y la miró con seriedad.
—Lucy, fui indulgente con ustedes al dejar pasar que mandaron a dos chicos al hospital. —Levantó su índice y la señaló—. Y además, te prometí que no volverían a hacerte daño. Sus padres están informados, todos están a prueba.
Lucy entrecerró los ojos, dejó ambos casetes en la mesa y lo vio con una mirada de inconformidad.
—Pues, si respetaran lo que dices, no habrían atentado de nuevo contra mi integridad, ¿no crees?
Hopper pestañeó sin comprender nada de lo que hablaba.
—A ver, ahora dímelo en nuestro idioma. —Le dio un largo sorbo a su café mientras la veía.
—Una de esas grabaciones contiene imágenes de mí desnuda de la cintura para arriba —soltó viendo al techo, cruzándose de brazos mientras apretaba la quijada.
A lo lejos alcanzó a escuchar a Hopper casi ahogarse con el café.
—¿Cómo dices? —cuestionó, su voz se había vuelto rasposa—. ¿Y las pruebas?
—La otra cinta tiene el video en el que Tommy, Jason y Carol hablan de su estúpido plan con el que buscaban hacer que acabara con mi vida.
Hopper no dijo nada más, Lucy tampoco, sin embargo, mordió la esquina de su boca al sentir la mirada del jefe de policía en su rostro.
—¿Cómo estás, niña?
Esa pregunta ya la esperaba, solo que pensó que no llegaría en ese momento, sino hasta después de que hubiera corroborado la información viendo los VHS y además, hubiera tomado testimonio de los testigos. Lucy abrió la boca pensando qué responder, pero descubrió que, en realidad, no se había tomado el tiempo de comprender cómo se sentía.
—No lo sé, Hopper —respondió y luego chasqueó la lengua—. Estaré bien. He superado cosas peores.
El adulto asintió pero no dejó de mirarla, estaba esperando que abriera su corazón con él, lo que era malditamente ridículo, pues Hopper no era conocido por ser alguien que expresa su verdadera forma de ser.
Lucy blanqueó los ojos al techo del que colgaban luces fluorescentes, estas le causaron cierta sensación de incomodidad. Al ver de reojo al oficial comprendió que, en realidad, lo que esperaba era que revelara su plan de venganza.
—Los padres aceptaron el tratado de paz solo si tu grupito de psicóticos y tú no volvían a llevar a sus hijos al hospital —declaró al momento que retomaba su desayuno y la veía con ojos inquisidores.
—Carol no terminó en el hospital —balbuceó Lucy—. No tiene cabello, pero nada malo le pasó.
Se puso de pie y estampó una mano contra la mesa de plástico, Hopper no podía hacerle esto, no podría provocar en ella culpa por algo que aún no hacía, y que aparte, ellos merecían.
—Esos idiotas me humillaron, ¿bien? Y en caso de que eso no te convenza, planeaban exhibirme en el viejo auto cinema.
Le arrojó el volante, y Hopper lo tomó con algo de recelo. Cuando lo acabó de leer se puso de pie, sin acabar su rosquilla agarró el vaso de plástico con su café y se encaminó con pasos apresurados hacia el exterior de la cafetería. Lucy apenas consiguió seguirle el paso luego de tomar los casetes, pasó a un lado de sus amigos pero los ignoró al estar concentrada en Hopper, que había entrado a su oficina.
—Vamos a hacer algo —dijo con voz firme.
Lucy intentaba recomponerse de la súbita caminata. Al final, había descubierto que no estaba en forma como pensaba, o quizás, el tabaco estaba repercutiendo en sus pulmones.
—Me darás los VHS y el volante, vas a testificar, al igual que tus amigos. —Lucy asintió con la cabeza, más que lista para comenzar el burocrático procedimiento—. Y te quedarás en la sala de espera hasta que sea seguro que salgas.
Lucy apretó la mandíbula, lanzando una mirada de irritación en dirección al policía. Tragó saliva y, después de sentir que no se desmayaría por su agitada respiración, se acercó al escritorio del hombre y recargó ambas manos en la madera.
—Merezco más, y lo sabes.
—Señorita Munson, creo que no fui claro: sentarás tu trasero en aquella silla —señaló una esquina de la habitación con el índice—, y dejarás que haga mi trabajo.
Entrecerró los ojos mientras una risa sin gracia se le escapaba.
—No.
—Si no haces caso estarías yendo en contra de la ley, me harías imposible mi trabajo al convertirte de víctima en amenaza, ¿lo sabes?
—Sí —respondió y salió corriendo cuando vio a Hopper con la intención de cerrar la puerta para evitar que saliera de la oficina.
—¡No podré proceder por la vía legal contra ellos, Lucy! —exclamó el jefe de policía, enojado.
Sus pies había tomado el control de la situación corriendo hasta el pasillo donde aún la esperaban sus amigos.
—Corran, tontos, Hopper quiere meterme a las celdas para evitar que les dé su escarmiento a los idiotas. —Exclamó mientras les halaba por la ropa y les instaba a que corrieran, pues conocía a Hopper, seguro que arrastraba a sus amigos con ella a las celdas para evitar cualquier inconveniente.
Justo en ese instante apareció Hopper al final del pasillo, agitando su sombrero en una mano al momento que le lanzaba una mirada de enojo, incluso el rostro se le había sonrosado.
—¡Mocosos idiotas, vuelvan ahora mismo! —gritó—. ¡Lucy, no podré ayudarlos de nuevo si hacen lo mismo que la última vez!
A pesar de percibir la desesperación en el tono del hombre no retrocedió, y a diferencia de lo que esperaba, tampoco lo hicieron Steve o Chrissy.
—¡Prometo no mandar a nadie al hospital! —exclamó como respuesta, con voz lo suficiente alta para que le oyera por encima del estruendoso sonido del nuevo auto de Steve.
Luego Steve giró el volante y salieron del estacionamiento de la comisaría en dirección al siguiente objetivo, la casa de Jason. Al parecer, no había nadie allí, pero Bernard había desmentido aquello diciendo que Jason se encontraba en casa.
Se rio para sus adentros cuando tuvo en sus manos la bolsa de polvo picapica que Robin le había conseguido hacía un par de años. Ahora solo faltaba un valiente que quisiera entretener a Jason, la buena noticia es que contaba con Chrissy.
La rubia se movía entre ellos con tal seguridad, que Lucy tuvo la certeza que la ayudaría con su plan de justicia social, o mejor dicho, su venganza. Por eso, sin obligarla a nada, le pidió que entretuviera a Jason en la puerta de su casa. Mientras tanto, Lucy se metió a la habitación de Jason y roció con polvitos picapica la ropa, calzado, sabanas así como las mochilas y maletas.
Ese era el primer regalo de despedida para el trío de tontos.
Chrissy logró zafarse de la atención que Jason le estaba brindando en la puerta de su casa al mismo tiempo que Lucy bajaba por la enredadera en la pared que estaba situada a un lado de la habitación del rubio. Se montaron al auto y después Steve condujo rumbo al auto cine en silencio.
Notó que estaba por oscurecer dado que el manto de estrellas comenzaba a ser visible sobre el cielo aún azul. Era el momento perfecto, pues cuando llegaran a la desolada carretera en la que había que salirse del camino para conseguir abordar el antiguo auto cine de Hawkins, sería de noche.
Estaba emocionada, o tal vez, esa no fuera la palabra que definiera la increíble sensación que nació en su pecho aquella mañana al percatarse que contaba con un par de amigos leales y un hermano cobarde que le seguía la corriente aún en sus más locas ideas. Y Chrissy, la animadora más agradable que había conocido.
Steve aparcó el auto al otro lado de la entrada del auto cinema, esto les daría les daría la ventaja de no ser vistos, ni descubiertos.
Volteó a ver a su hermano en los asientos traseros, que estaba en medio de Robin y Chrissy, parecía incómodo, pero no por ellas, sino por la cercanía. Le hizo un gesto con la cabeza para que salieran y él lo entendió a la primera, pues tomó su mochila oscura y, de la manera menos ortodoxa posible –a lo Munson– saltó por la ventana del auto.
—Estás demente —murmuró Robin mientras salía por la puerta, como una persona normal habría hecho.
Lucy sonrió e iba a halar de la palanca de su propia puerta para salir cuando Steve la detuvo.
—Bambi, no lograrás persuadirme. Voy a mostrar la cinta de esos tres idiotas —dijo, con voz áspera—. Tú puedes irte a casa, y llevar a Chrissy a la suya también.
—Voy a quedarme.
—No, Steve.
—Sí. Alguien tiene que asegurarse de que no los asesinarás en cuanto los veas —mencionó, haciendo un mueca que expresaba terror mal disimulado—. No hay nada que puedas hacer para evitarlo.
Se bajó del auto gruñendo a pesar de saber que él tenía razón. Lucy quería que Steve se involucrara lo menos posible, ya que sabía que esto sí tendría consecuencias, quizá no tan graves como las que que tendrían el trío de tontos, pero las habría.
—¿Cómo haremos esto? —preguntó Chrissy, ajustando el moño rosado alrededor de su cabello.
Lucy resopló con ánimo. No debería sentirse tan bien el arruinar la reputación de alguien, pero luego recordó que aquellos tres seres querían verla a más de seis metros bajo tierra, en un ataúd, y fue todo lo que necesitó para ponerse manos a la obra.
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—¿Conocen la leyenda de que hubo manadas de lobos en los bosques de Hawkins, precisamente, en las orillas del pueblo?
Había trascurrido una hora y media desde que arribaron el auto cinema, otra media después de que lograsen distraer a Carol para cambiar la cinta de «Lucy the whore» por «El trío de subnormales» –que sería la que proyectara para todo el que acudiera al intento de humillación pública–, y, finalmente, dos minutos desde que Robin había hecho aquella pregunta.
—No —respondió Eddie con voz seria—. ¿Por qué no vamos a revisar desde aquella punta del bosque? —señaló el lugar más lejano a la vista de los autos—. Digo, desde allí sería menos fácil que nos identifiquen.
—Ustedes vayan para aquél lado, yo me quedaré aquí.
Mientras Robin, Eddie y Chrissy pasaban por delante de la vista en sus binoculares, se percató que aún había una presencia en su lado izquierdo, era Steve, que demostraba necedad una vez más al permanecer a su lado. Lucy apretó la mandíbula y resopló.
No estaba molesta, pero no se sentía particularmente en control emocional para no hablarle sobre su novia y la posibilidad de que, en menos de lo que podría esperar, su precioso noviazgo terminara.
Lucy se acomodó en la piedra plana en la que estaba sentada a la par que el VHS comenzaba a reproducirse. Con la ayuda de los binoculares podía ver las expresiones de algunos espectadores, unos cuantos se mostraron confundidos, y otros, como Billy Hargrove, se reían a carcajada abierta.
No fue necesario que prestara atención a su entorno en el momento que el trío de tontos hablaba sobre el plan y su objetivo, llevarla al límite emocional, pues, incluso desde la distancia en la que se encontraba, pudo escuchar las inconfundibles exclamaciones de los tres idiotas que dudaron de su ingenio.
—Los van a odiar después de esto —dijo Steve, en modo reflexivo. Lucy lo vio con las cejas arqueadas—. Pásame los binoculares.
—No todos los odiarán, Bambi. —Le prestó los binoculares, Steve los tomó pero en lugar de ponerse a observar a través de ellos, se le quedó mirando—. ¿Tengo algo en el rostro? Porque si es así, no me disculparé.
—Lucy, lamento que estés pasando por esto. —La confesión descolocó a Lucy, que había fruncido las cejas, confundida. Steve se pasó las manos por el cabello sin apartar la vista de ella—. Y lo lamento porque no hace mucho, yo hice algo similar a esto, ofendí a Nancy.
—Pero te disculpaste, ¿no? —Steve asintió mientras apretaba los labios. Ella le palmeó la mejilla, pero en vez de retirar la mano con rapidez la dejó ahí, acariciando el pómulo del castaño—. ¿Lo ves? Ya no eres un imbécil, si lo fueras, no te habría considerado para ser mi amigo.
Percibió la sonrisa sincera que le mostraba a través de la oscuridad. Steve alzó la mano en dirección a su cabello, pero antes de que lograra averiguar su siguiente movimiento, la cegadora luz de una linterna los alumbró.
Rápidamente brincó de la roca y tomó la mano de Steve, emprendiendo la huida de la que sus pies habían tomado el control, pues no podía detenerse, iba en contra de su naturaleza ser atrapada por los policías.
—¿Adónde vamos, Demonio? —cuestionó con voz agitada—. ¡Nos perderemos en el bosque si seguimos corriendo!
—No importa —respondió sin mirarlo—. Conozco todo Hawkins, no vamos a perdernos.
El pie se le hundió en un extraño hueco en el suelo, para su suerte el calzado que portaba le cubría casi hasta el tobillo, pero en el caso de Steve sucedió lo contario, a él se le había quedado atascado el pie incluso a una profundidad mayor que a ella. Se llevó la mano a la frente al momento que maldecía por lo bajo con frustración. De verdad que Steve carecía de instinto de supervivencia, ni siquiera tenía sentido, había sido un scout, ¡debería ser capaz de sobrevivir en la naturaleza!
La linterna del policía que Hopper había enviado por ellos los iluminó una vez más, los había encontrado.
—Corre, sálvate tú —le dijo Steve mientras hacía un inútil intento de zafarse de las ramas que habían roto su pantalón—. Vamos, Demonio, tienes peor historial que yo; estaré bien.
No, obviamente no podía pedirle que lo dejase a su suerte.
Steve gruñó una vez que había conseguido extraer una parte de su pantorrilla del hueco en el suelo. Lucy se agachó de inmediato al ver el líquido carmesí que escurría por su piel, le tomó la pierna con ambas manos y esforzándose rompió la mezclilla del pantalón de Steve para así tener una vista más amplia de la situación.
Hizo un ruidito de sorpresa al ver la zona afectada, pues era claro que Steve no se había visto a sí mismo.
—Oye, Steve —le llamó, provocando que alzara sus ojos de color caramelo hacia ella—. ¿Recuerdas que sugeriste que acampáramos cuando la cinta acabara porque así evitaríamos ser sospechosos?
Se retorció las manos en el regazo mientras sentía las comisuras de sus labios descender para mostrarle una mueca de incomodidad. Steve asintió, aún esforzándose para sacar su pie del hueco en la tierra, Lucy lo detuvo con una mano temblorosa.
—Te fracturaste el tobillo.
—¡¿Qué!?
Lucy no pudo evitar culparse por aquel accidente. Esa noche la pasaron en el hospital. Steve le había pedido que se fuera a casa a descansar, pero ella prefirió acompañarlo al ver que nadie más se presentó en busca de noticias suyas, además, era el hospital o la comisaría.
Cuando Chrissy, Robin y Eddie se fueron al otro extremo del estacionamiento del auto cinema –un par de horas antes–, no fueron solo a observar las reacciones del trío de tontos ante el cambio de jugada, o al menos, su amiga no.
Eddie le contó durante la llamada telefónica que Hopper le permitió realizar desde la comisaría que Robin había tomado un bate de la cajuela de algún pobre tonto que había asistido a ver el filme, y simplemente había corrido hacia el carro de Jason para quebrarle los vidrios del coche.
Robin era sin duda una gran amiga, pero también una gran contrincante cuando de defender a los que quiere se trata. Lucy no podría estar más agradecida de tener su amistad.
Dejó sus pensamiento de lado cuando vio que Steve despertaba. Lucy parpadeó un par de veces acostumbrando sus ojos a las irritantes luces fluorescentes de los hospitales. Se acercó con pasos de pluma y tomó asiento en la orilla de la camilla. Le sonrió un poco y tomó su mano, no muy segura de que estuviera contento de tenerla allí, pero él apretó su mano un poco e hizo el amago de mostrarle una sonrisa.
—¿Cómo te sientes, Bambi?
El apodo simplemente encajaba tan bien que no pudo evitar usarlo, el impulso se había adueñado de ella, aparte, lo había dicho con cariño, después de ese largo día no podía admitir que no apreciaba a Steve.
—Dios, no me llames así. —Soltó una leve risa y cubrió sus ojos con la mano que tenía libre—. Odio estas luces, me dan dolor de cabeza.
—Yo también las odio. Pero ¿sabes algo? Las gelatinas del hospital son de lo mejor.
—No, odio la gelatina.
Lucy rio. Ella nunca podría rechazar el comer gelatina, era el postre favorito de su madre, por lo tanto, el de ella también.
Steve se aclaró la garganta mientras recorría la solitaria habitación con su mirada desolada. Sintió su corazón apachurrarse un poco.
—¿No ha venido nadie más? —Lucy resopló con pesadez y alejó el nudo que crecía en su garganta, luego sacudió la cabeza en señal de negación—. ¿Nancy?
—Lo lamento, Steve —dijo, con voz afligida—. Pero no te desanimes, son las dos de la madrugada, seguro que está durmiendo.
Él asintió con la cabeza, apretó los labios hasta dejarlos en una línea fina. Le pareció que era una de las escenas que más lástima le había generado hasta el momento, había visto un sin fin de cosas tristes, pero nada como un chico de dieciséis años con un tobillo fracturado y en el hospital, con la compañía de una amiga.
—Lo esperaba un poco. —Carraspeó la garganta y estrechó la mano de Lucy entre la suya—. ¿Tú cómo estás? ¿No te lastimaste o algo?
Ella sacudió la cabeza y sorbió la nariz. De repente, se dio cuenta de lo solitario que estaba Steve y le causó sentimientos encontrados, tristeza sobre todo. Era el clásico chico con dinero de sobra pero carencia de amor, seguro que por eso extrañaba a su abuela, cabía la posibilidad de que ella fuera el apego más cercano de Steve. ¿Y qué tenía ahora? Una novia linda, padres negligentes en el ámbito cariñoso, el tobillo fracturado, y a ella, una mera conocida a la que llamaba amiga.
—No me pasó nada, además de unos rasguños, nada.
Steve sonrió mostrando un poco los dientes, notó que la sonrisa había llegado a sus ojos, que estaban arrugados en las esquinas. Lucy le apretó la mano.
—Nunca te pregunté qué piensas sobre las almas gemelas.
Él suspiró antes de responder.
—Bueno, la abuela siempre me leía historias mágicas sobre las almas gemelas. —Soltó una risa, envuelto en recuerdos que Lucy ignoraba—. Creo que por eso crecí con la idea de encontrar a mi personita especial. De hecho, esto me da un poco de vergüenza, pero cuando era un niño le escribí un montón de cartas, y las guardé en un baúl para entregárselas el día que la conociera.
—Eso es muy lindo.
Su voz se había reducido a un volumen muy bajo, sin embargo, él comprendió sus palabras y le apretó la mano.
No podría hacer esto. ¿Cómo le puedes mentir a alguien cuando lo aprecias y, sobre todo, tiene esa mirada de tristeza?
—Tengo que decirte algo. —Él asintió mientras fruncía el ceño—. Es sobre las almas gemelas.
Parpadeó para alejar las lágrimas que aclamaban salir. No se daría el lujo de hacerlo sentir peor con su llanto.
—Y sobre...
—¡Nancy! —exclamó dirigiendo la mirada hacia la puerta de la habitación. Soltó su mano y la extendió con anhelo hacia ella—. Amor, que bien que estés aquí.
Era el momento de que se fuera, lo quisiera o no. No había nada más qué pudiera hacer, porque al final solo era una conocida en la vida de Steve.
Se puso de pie y sacudió la tierra que aún persistía en su pantalón luego de la caída un par de horas atrás, caminó hasta el sillón en el que había estado sentada casi tres horas en espera a que Steve abriera los ojos, tomó su mochila, así como su chaqueta, y luego le dirigió una corta mirada a Steve y otra a Nancy.
—Será mejor que me vaya. Espero que te recuperes pronto.
Salió de la habitación bajo la mirada bañada en curiosidad que Nancy le dirigía. Vaya alivio, Había estado a tan poquito de contarle la verdad a Steve. Era algo que no le concernía, no podía ir por la vida contando secretos ajenos.
Para su extrañeza, cuando abrió la puerta de su casa Eddie estaba sentado con los brazos cruzados por el pecho y una cerveza a medio tomar en la mesita de centro. En cuanto la vio corrió hacia ella y se le colgó de las piernas cual niño pequeño que encontró a su madre luego de haberla perdido de vista en el supermercado.
—La cárcel es horrible, Lulú. No me dejes caer allí nunca más.
—¿Qué pasó con Robin?
—Hopper la dejó ir.
Era genial saber que no gastaría una parte de sus ahorros anuales para pagar la fianza por posible "atentado contra la seguridad" por el que pudo haber terminado Eddie en las celdas de la comisaría durante la víspera de fin de año, sin contar que no habría tenido el corazón para dejar a Robin en la cárcel. Por Chrissy no se habría preocupado, pues, a lo que le contó su hermano, la rubia ni siquiera llegó a la comisaría, Hopper la había dejado ir debido a su buen historial académico y comunitario.
—Levántate.
—Oye, cuando llegue a la casa vi que tus niños te dejaron una caja en la puerta —dijo mientras se levantaba—. Supongo que es un regalo.
Lucy trotó hasta la mesada en la cocina y abrió la caja, pero antes de que pudiera dedicarse a analizar el obsequio su hermano entró a su espacio personal, le apretó los hombros con sus delgados dedos y le dio vuelta para que la viera.
—Harrington no es tu amigo.
—No. Somos amigos.
Eddie arqueó las cejas hasta que la frente se le arrugó. Lucy blanqueó los ojos y miró la pequeña nota que había encima de la caja entre sus brazos.
—Así es la amistad, Eds, no puede ser unilateral, es trabajo de dos.
—Pero Lulú, es Harrington, el mismo que ofendías y te ofendía de vuelta hasta hace seis meses —resopló, apartó los ojos oscuros de ella y caminó por el pequeño espacio de la cocina—. No lo entiendo.
Lucy estrechó la caja de cartón con el obsequio de los niños contra su pecho.
—Tú lo viste, Eds; me demostró que su lealtad es hacia nuestra amistad.
Eddie sacudió la cabeza consiguiendo que sus rulos se movieran de un lado a otro. La señaló con el índice antes de que pudiera salir de la cocina.
—No confíes a ciegas en las personas, hermanita —pidió en tono áspero.
Lucy entrecerró los ojos, buscó en su interior la paciencia que siempre requeriría para hablar con su hermano y giró en su dirección.
—Esa es la premisa de la vida, Eddie; confiar en los demás —comentó con voz sin gracia. Esto no era broma—. Confío en Steve, no tanto como lo haría en ti o en Robin, pero es mi amigo, a fin de cuentas.
Se dio la vuelta para dirigirse a su habitación y así poder abrir la caja en tranquilidad. Lo primero que hizo luego de cerrar la puerta detrás de ella y colocar la caja sobre el desordenado escritorio fue encender su vela aromática.
Apenas olió la admirable esencia de frutos rojos artificial fue como un choque con su lado racional, debía acomodar todos y cada uno de los objetos fuera de lugar.
Media hora después, la habitación había vuelto a ser la misma que había abandonado la otra mañana, entonces, se permitió desplomarse sin energías sobre su mullida cama. Pasaron diez segundos y dio un respingo, aún quería saber qué cosa habían metido los niños en la caja.
Rompió la cinta con la afilada punta de sus tijeras, la quitó por completo y la abrió. Entre un montón de tiras de hojas de colores había un libro de ciencia ficción, un par de sus golosinas preferidas y un simple pero encantador libro para colorear, era de cientos de paisajes con detalles pequeñísimos. La habían sorprendido, en definitiva era muy transparente cuando hablaba con ellos.
La radiante puesta de sol que había estado encima de su cabeza todo el día cedió en ese instante, pues había descubierto cómo se sentía sobre Steve y porqué no podía sacarlo de su mente.
Steve era como otro niño, no uno cualquiera, sino uno de sus niños del club audiovisual. Él no era friki o absurdamente listo, solo pertenecía a ese sector de la población con problemas de atención parental. Steve era un marginado silencioso, lo había aprendido a disimular muy bien entre un montón de amigos falsos, pero el niño asustado aún habitaba su mente.
Lucy solo sintió mucha empatía por él porque era como Dustin, Mike, Lucas y Will en cierto sentido. Y comenzaba a quererlo por la misma razón que se encariñó de esos cuatro revoltosos: lástima.
Steve no era sino otro caso más parecido al de los niños que suele cuidar, no había razones para alarmarse pensando que fuera otra cosa completamente diferente. Steve solo era el amigo al que apreciaba, además que por su valentía y lealtad, porque lo veía desde los ojos de la figura de autoridad que cuida a los débiles, no importaba si solo era un año mayor que él.
༻༺⁂༻༺
Este es el capítulo más largo que haya escrito nunca. Juro no volver a hacerlo, sé que a algunos se les facilita más la lectura cuando son capítulos de menos de 5000 palabras, pero, debía darle conclusión a todo esto en un solo capítulo. Pido una disculpa 💛
Por cierto, "whore" significa «ramera».
Y, no vayan por la vida buscando venganza, si pueden hacer las cosas por la vía legal, es lo mejor. No tomen de ejemplo a Lucy, no todo es tan sencillo, recuerden que esto es ficción. Además, ella tendrá su respectivo crecimiento personal en el acto dos (hablando sobre esto).
Si dejan sus votitos en forma de estrella abajo lo agradecería mucho. Les quiero!!
¿Tuvieron parte fav? 👀
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