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5 | All roads lead to you

Parte II. Capítulo V

All roads lead to you

[Todos los caminos me llevan a ti]

El oxígeno escapó de sus pulmones sin poder evitarlo, las fosas de la nariz se le expandieron en búsqueda del vital elemento, pero no podía abastecer su sistema. Lucy miró ambos lados del solitario pasillo antes de dejarse caer sobre su trasero en el suelo con la espalda pegada a la pared, que pertenecía al aula de literatura, donde Bernie y Ronny habían trabajando hasta tarde en una investigación que se supone que ella lideraba. Sin embargo, los últimos días se le había complicado, teniendo que dejar el cargo a Bernard.

A veces, Lucy sentía que el trabajo que hacía era cansado y estresante (sin contar que se encontraba en constantes callejones sin salida). El tiempo en la biblioteca de la escuela era limitado, además, no podían darse el lujo de hablar de los últimos descubrimientos de la investigación del Proyecto Atlantis en alguna cafetería concurrida por gran parte del pueblo. Levantarían sospechas, y lo que menos necesita Lucy en este momento es que Hopper les preste atención. Por lo general, Lucy confía en el jefe de policía, pero desde que comprendió que estaba encubriendo a una niña del gobierno (sin contarle de esto a nadie), ha decidido que los límites de dicha confianza se construyan más alto.

Si Hopper supiera sobre la investigación acerca del Proyecto Atlantis encontraría la forma de sabotear sus planes y eliminar las pocas pistas que han reunido. Es lógica en su máxima expresión. Hopper no quiere que encuentren a la niña, y Lucy está poniendo en riesgo dicho plan al indagar casos similares. Por esa razón, la única regla que les obliga a seguir a Bernie y Ronny es que no metan la nariz en los acontecimientos del año anterior, Will y su desaparición (demogorgon y la niña incluidos), a menos que quieran problemas legales serios.

Aún con esa regla, a Ronny no lo frenó su curiosidad y consiguió -nadie sabe muy bien cómo- el documento que avala a Lucy como hija única, sin gemela, así como el expediente de registro dental en el Ayuntamiento de Texas de Lucy. Todo en un fin de semana en que el trío se aventuró a viajar la conocida ciudad de Austin.

«—¿Por qué solo hay una copia de tu registro dental de cuando tenias seis años? —preguntó Bernie mientras examinaba la hoja en su mano izquierda, luego la miró con seriedad a través de los gruesos cristales de sus anteojos.

—Me caí de la litera cuando peleaba por ella con Eddie, él me empujó y caí sobre mis dientes. Tuvieron que sacarme algunos porque estaban astillados —respondió sin darle importancia. Ronny se le quedó viendo con confusión, pero Lucy no se molestó en aclarar la situación—. Después de eso no tuve caries, o alguna cirugía que requiriese radiografías.»

Levantó una mano y alborotó un poco el cabello que le caía a los lados de la cara. Cerró los ojos. Tenía muchas cosas en mente además del Proyecto Atlantis, y sus inexistentes posibilidades de resolver el rompecabezas en el que se metió.

Jules y Robin no paraban de hacerle pregunta tras pregunta sobre el Club del Loto, ambas se excusaban con que ella era la líder y debía tomar las decisiones difíciles (las que nadie quiere tomar). Un día, Robin sugirió que trajeran a Nancy a trabajar con ellas, pero Lucy negó la sugerencia de inmediato.

«—Dame una buena razón —pidió Robin con los brazos cruzados y el gesto de seriedad en su rostro—. Sabes que ella es buena líder también, y nunca arruinaría el Club del Loto.

—Además, así podrías enfocar tu atención en la investigación de literatura con Bernard y Ronny —añadió Jules. Ella no estaba al tanto de la investigación del Proyecto Atlantis, tampoco Robin, y Lucy haría lo posible porque así fuera para evitar ponerlas en riesgo.

—Y dormir un poco, Lulú.

La intención de ambas era buena y justificable, pero Lucy quiso ser egoísta y se negó.

—No me importa si no puedo dormir en una semana, necesito revisar ambas cosas yo misma para asegurarme de que están como quiero que lo estén.

—Orgullosa —le respondió Robin, blanqueando los ojos.

—¿No será que no quieres verla por otra razón, Lucy? —preguntó Jules con astucia, sus ojos verdes entrecerrados con la promesa de que sabía más de lo que Lucy les había contado—. Los vi, a ti y a Steve; estaban abrazados a mitad del pasillo. 

—Jules... 

—Y no lo mencionaría, de no ser porque Nancy estaba conmigo ese día —reveló Jules, tomando por sorpresa a su amiga rubia. 

—¿Nancy nos vio? ¿Me vio abrazando a su novio... y no me dijo nada? —cuestionó Lucy, incrédula. Jules asintió con un mohín en los labios—. Pero ¿por qué?

Lucy permitió que sus ojos se abrieran de sobremanera ante la asimilación de los hechos. La última vez que habló con Nancy le quedó clara la advertencia de no acercarse a Steve más de lo necesario, por ello no le había prestado atención en el cine la otra noche. Lucy cumplió con su palabra... a medias, la culpa era un constante sentimiento al que tuvo que acostumbrarse después del último día que vio a Steve, cuando lo usó (igual que todas sus falsas amistades).

—¿Quién podría saberlo, Lulú? —preguntó Robin con sarcasmo, alzando los hombros en forma de juego—. Tal vez, Nancy ya sabe que te gusta su novio.

—¿Gustarle? —se burló Jules—. ¡Lucy está enamoradísima de él!

Lucy brincó del escritorio del profesor Adams y las miró seria antes de blanquear los ojos, siguiendo la broma con poca paciencia.

—¿Pueden bajar la voz? Les recuerdo que aún estamos en la escuela. ¡Nancy o cualquier otra persona podría oírlas!

Robin se carcajeó, contagiando a Jules en el acto. En ese momento, Lucy creyó que no podría tener las peores (mejores) amigas en el mundo.

—¡Piénsalo, Lu! ¿Qué tan malo sería si Nancy sabe tu oscuro secreto? —Los ojos de la pelirroja reflejaban seriedad esta vez.

—Es que recién arreglamos la tensión entre ambas, y el hecho de que me encante su novio no es precisamente una invitación a la amistad eterna, ¿saben?

Robin ladeó el rostro, viéndola con auténtica angustia. 

—Ay, Lucy —suspiró la rubia—. Creo que aún no has entendido que no es tu culpa; el enamorarte de Steve no fue tu culpa. 

Jules se acercó hasta ella y le tomó la mano, una pequeña sonrisa naciendo en sus labios rojos. 

—Bi tiene razón, Lucy. Nunca podrás controlar lo que sientes por una persona, porque es una decisión no solo de tu mente, sino de tu corazón. 

Lucy asintió con la cabeza, había quedado muda ante las sinceras palabras de sus amigas. El nudo en su garganta se aflojó un poco, y la pesadez en su pecho (la culpa) se desvaneció por un instante, al menos la parte que iba dirigida hacia Nancy... luego tendría qué ver cómo eximir la culpa por utilizar a Steve para conseguir información sobre su investigación. 

Por un momento, se preguntó –de nuevo– ¿qué pensaría Steve sobre el Proyecto Atlantis? ¿Odiaría más a su padre de lo que ya lo hace?

—Honestamente, Lulú, no sé qué fue lo que viste en Steve "Cabellera" Harrington que te enamoró tanto —acusó Robin, rompiendo la atmósfera de calidez que se había creado en el aula de Anatomía Humana—. Y no me digas que es un galán, creo que Eddie ya me lo dejó muy claro durante tus vacaciones en Texas. 

—Si tan solo supieras, Rob —soltó en un suspiro Lucy. La mera idea de hablar sobre Steve y sus buenas cualidades además de su excelente imagen le causó escalofríos, la piel se le enchinó un poco, inconscientemente sonrió—. Pero te aburriría si hablo de él contigo, ¿no? 

—Ugh, no quiero detalles explícitos. Ya es muy malo el hecho de que seas su enamorada —Robin hizo una mueca de asco, muy fingida, dando a entender que era una broma pesada. 

—Shhh —la silenció Jules con una mirada de enojo—. Si alguien no deja de molestar a Lucy con su enamoramiento, ese alguien no podrá hacer nudos con mi cabello. 

—¡Son trenzas francesas! 

—¡Dile eso a los interminables nudos en mi cabello! 

Lucy sonrió y negó con la cabeza. Las almas gemelas eran una complejidad que esperaba no experimentar pronto. 

Sus amigas seguían peleando por banalidades mientras ella se retiraba la sudadera, esa mañana el clima parecía ser el peor que nunca vio en sus doce años viviendo en Hawkins, sin embargo, para el mediodía el sol se había presentado frente a las nubes igual que si fuera verano y no otoño. Dobló la sudadera y la coloco sobre el respaldo de la silla del profesor Adams, dándole la espalda a Robin y Jules para mayor privacidad al momento que intentaba atarse una cola de caballo.

—¿Ese tatuaje es nuevo? —cuestionó la aguda voz de Jules, ella trató de girarse pero las manos de la pelirroja tomaron su cintura—. No te muevas, quiero leer qué dice. 

Lucy frunció las cejas, confundida, ella no se había hecho nunca un tatuaje con frase, solo el del brazo, pero por la forma en que Jules insistió en ver su espalda, estaba hablando de las alas de ángel que nacían justo debajo de su nuca: eran de tamaño medio, no abarcaban toda su espalda, pero lo suficiente para que cubrieran la horrible cicatriz de piel quemada que Wallace dejó en el pasado.

—No tengo ningún tatuaje con frase en la espalda, Jules, no sé de qué hablas.

—¡Yo quiero ver también! —Robin saltó de su asiento, al siguiente segundo se encontraba examinando la espalda de Lucy minuciosamente—. Humm, esto no parece un tatuaje, Lulú.

—¿Son puntos rojos? —preguntó Lucy, un escalofrío le recorrió la columna al pensar en el extraño desayuno que Eddie preparó aquella mañana—. Sabía que no debía dejar que Eds hiciera los huevos rancheros, picaban demasiado. 

Robin resopló, el aire le hizo cosquillas en la espalda a Lucy pero en lugar de quejarse solo se removió un poco para cruzar los brazos frente al pecho. 

—No puedo creer que tu alergia al picante sea verdadera.

—Bueno, eso dicen los análisis de sangre... 

—Y las fotos del anuario de noveno grado —le recordó Robin, sonriendo con inocencia. 

—Silencio, chicas —pidió Jules, luego tomó los hombros de Lucy, girándola para verla a los ojos con preocupación y una pizca de emoción—. Ya sé qué es: no es un tatuaje. 

—Chan, chan, chan —Robin hizo un sonido de intriga, lo que provocó una mirada de impaciencia por parte de Lucy, una sonrisa enternecida en el rostro de la pelirroja—. ¿Qué es, Julie?

—Tu marca de alma gemela —susurró asombrada, cubriéndose la boca con la palma de la mano—. ¡Tu marca está comenzando a salir, Lu! 

—No bromees, Julie. —Robin apartó a la pelirroja para cerciorarse con sus propios ojos que era verdad lo que esta decía, giró a Lucy una vez más en dirección a la pizarra verde adherida a la pared y revisó su espalda con sus fríos dedos, un sonido de sorpresa brotó de sus labios—. Santa mierda. 

Los músculos de los hombros de Lucy se tensaron, un escalofrío le recorrió la columna al ver las expresiones en los rostros de sus amigas: no era una broma. Jules parecía que explotaría en cualquier momento de la emoción contenida en su cuerpo, pero Robin, que estaba muy al tanto de la opinión de Lucy sobre las almas gemelas, la miraba con la clase de mueca que haces cuando no sabes cómo reaccionar. 

Fue cuando notó que su corazón latía con frenesí casi enfermizo, pensó que le daría un infarto en aquel instante, pero nunca llegó, no era tan afortunada para ello. Sin embargo, aún contaba con la suficiente prudencia en su sistema para evitar que sus amigas pasaran un mal rato viéndola en ese estado, así que volteó su cuerpo nuevamente hacia la pared, y enfocó la atención en la bendecida sudadera colgada en el respaldo de la silla del profesor Adams. 

Si tan solo no se hubiera retirado la colorida sudadera la ignorancia la seguiría protegiendo bajo su manto, mas no era así, debía enfrentar este nuevo obstáculo como lo había hecho con los otros toda su vida. 

—¿Cómo se llama la desafortunada persona que podría tener acceso a mi cabeza? —preguntó con voz firme, contuvo el nuevo escalofrió que osaba con posarse sobre sus huesos cuando vio a sus amigas esperando su respuesta—. Solo díganlo, no servirá de nada que lo endulcen, chicas.

Jules dio un paso enfrente con una sonrisa enorme dibujándose en sus delicadas facciones, aún emocionada por contarle todo a Lucy, sin embargo, el brazo de Robin la detuvo, y una mirada de ojos azules fue suficiente para conseguir que la sonrisa disminuyera hasta que prácticamente solo quedaron rastros de ella en los labios de la pelirroja. 

Más cosas de almas gemelas, pensó Lucy. El lazo de Jules y Robin era tan fuerte que incluso con una mirada conseguían comunicarse, sin la necesidad de las palabras... al menos, las que no eran dichas en voz alta. 

—Es un hombre, Lu —reveló Robin, finalmente avanzando hacia ella y tomando sus manos entre las suyas—. Aún no está acabado, pero por lo que veo es un tal Steven, su apellido comienza con J, o también podría ser su segundo nombre. Nada es seguro. 

—¿Steven? —Le preguntó Lucy al aire ,con la vista perdida en la ventana. 

—Podría ser Stevie Wonder —sugirió Jules, tomando su barbilla, pensativa, con la mano izquierda.

—¡O podría ser Stevie Nicks! —habló esta vez Robin, emocionada. 

Para ser honesta, Lucy esperaba todo menos que sus amigas no se rieran de su casi trágica situación. Soltó un resoplido por la nariz y negó con la cabeza, sus cortos mechones rubios sacudiéndose a cada lado de su rostro. 

—Ya me tengo que ir, chicas —anunció al momento que tomaba la sudadera del respaldo de la silla, y su mochila roja del suelo. Robin la miró con una mueca, la protesta no dicha en palabras estaba escrita en sus expresivos ojos—. Lo siento, pero los treinta minutos que tenía para el Club del Loto se me fueron en sus quejas.

—Y nuestros buenos consejos —le recordó Jules con una sonrisa ladina.

Lucy asintió, señalando a la pelirroja con un dedo, y luego a la puerta mientras hacía una pequeña marcha dramatizada hasta la misma. 

—Me voy. No metan a Nancy al club en mi ausencia. 

—Lo intentaré.

En el camino a las gradas exteriores –lugar de la reunión para Los Investigadores de Casos Imposibles y Extraños, o como Ronny lo acortó LICIE–, Lucy se perdió en su mente, considerando los posibles candidatos al inevitable final de la libertad de su alma. La marca de Lucy es un caso especial ya que apenas comienza a vislumbrarse ahora, y no antes de que cumpliera la mayoría de edad, como es habitual; además, el lugar en que está ubicada tampoco es común. 

No hay una guía de las almas gemelas, después de todo, no es una ciencia exacta, sin embargo, las leyendas alrededor del enigmático tema son abundantes. Una de las leyendas cuenta que, a las almas que el destino abandonó y como consecuencia no pudieron encontrar el camino al otro, tendrían la oportunidad de hacerlo realidad en la siguiente vida, cuando el destino supiera que era lo mejor para ambos. 

En realidad, Lucy no conoce mucho de esos temas, pero Jules se encargó de instruirla generosamente durante su estadía en Texas. Nunca había leído tantos ensayos escritos por *parapsicólogos, en una sola semana aprendió lo que cualquier madre o padre le enseña a sus hijos sobre las almas gemelas. En su momento solo le siguió el juego a su pelirroja amiga, pero los recientes descubrimientos la instaron a indagar en las leyendas que Jules le contó, las que recordaba, esperando encontrar la explicación al porqué su marca de alma gemela nacía en su espalda media, y no en alguno de los hombros, conforme a la norma.

Pero no se le venía nada a la mente. Era como si por arte de magia, todas las historias del porqué las marcas podrían aparecer en otro lugar que no fuera debajo de los omóplatos, se hubieran esfumado de su mente. Simplemente ridículo. 

Lucy había abandonado la búsqueda de respuestas sobre dicho tema, pues Robin con su característico sentido del humor le sugirió algo que la descolocó por completo:

«—Tómalo con calma, Lulú, no es como si la ubicación de tu marca fuera mala. ¿Qué es lo peor que podría pasar? —Lucy estaba a punto de decirle que el hacer esa pregunta al aire era como retar al destino, pero se calló el comentario cuando Robin la miró con seriedad—. Bueno, lo peor sería que esta fuera la segunda vida de tu alma, y por lo tanto tuya, y que en la primera no hayas encontrado a tu preciado amor, así que lo harás esta vez.»

¡Era una broma, una muy mala y sin humor! Pero Lucy no pudo evitar que la idea se enganchara en su mente, y hoy, dos semanas después, aún percibía los rastros de la curiosidad queriendo gobernar sobre ella, pero no cedería, no cuando tiene cosas más importantes que resolver, como la posible inauguración del Club de Loto, y la cada vez más cercana conclusión (o eso espera) a la investigación del Proyecto Atlantis. Pero sobre lo último no tiene muchas esperanzas, pues ni siquiera con la ayuda de Bernie y Ronny había escapado del callejón sin salida. 

Un chasquido a la distancia la regresó al mundo físico, abrió los ojos, esforzándose para ver a la lejanía el final del pasillo. No tuvo que forzar mucho tiempo la mirada, reconocería en cualquier lugar la alocada cabellera de Jordan, sus mechones pelirrojos se movían sin dirección a cada lado de su frente, consecuencia del aire acondicionado en el umbral de la puerta de la dirección. 

Sonrió. Si alguno de sus amigos tenía la capacidad para hacerla reír en ese momento, era Jordan. 

—¡Damas y caballeros, presten atención al siguiente acto! 

—Al acto de un par de tontos —susurró Lucy, pero no se negó a ponerse de pie. 

Cuando eran unos niños, Jordan y Lucy presentaron un acto para toda la escuela primaria, el mismo consistía en un sencillo baile en el que Jordan halaba su cuerpo mediante una cuerda invisible, y cuando estaba lo suficientemente cerca del pelirrojo la verdadera vergüenza comenzaba, es decir, el espectáculo de verlos intentando bailar country. Lucy no estaba segura de cómo sucedió, pero se volvió tradición que cada vez que se ven después de un largo tiempo bailan la misma coreografía, o lo intentan, siempre hay modificaciones al final.

—¿Por qué hacemos el baile de la vergüenza? Te vi hace una semana. 

—A quien le importa. Una semana es mucho tiempo, Lu.

Lucy negó con la cabeza, y sonrió acercándose a Jordan lo suficiente para terminar esta tortura. En esta ocasión, la culminación del baile fue diferente porque Lucy se montó sobre la espalda de Jordan, en lugar de darse las espaldas como en la coreografía original. 

—Eres un exagerado.

Levantó las manos para taparle los ojos. Jordan se rio pero no soltó el agarre sobre sus muslos. 

—No exagero, pero fue una eternidad hacer los turnos en el hospital, y solo empeoró porque no pude verte hasta hoy.

Lucy agradeció que fuera imposible que Jordan viera la seriedad en su rostro. No le incomodaba esa clase de comentarios, ¡eran como halagos! Pero no podía evitar pensar que no le correspondía a su amigo, y tampoco estaba segura de cómo hablar con él sobre ese tema sin que las cosas entre ellos se volvieran raras.

—Julie me pidió que viniera por ti, dijo que tenían un reunión del Club del Loto. Ah, y tus amigos están esperándote en la cafetería con ella y Robin.

—¿Algo más, asistente personal? 

—No lo sé. Hum. Hay una niña también, es pelirroja y malhumorada. 

—¿Usa una patineta? —Jordan asintió—. Es Max, la hermana de Bernie. 

—Es raro, ¿sabes? Pero esa niña me recuerda a una versión más sarcástica de ti. 

—Solo no hagas tratos con ella. Nunca. Es una pequeña muy astuta. 










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—Entonces creaste un club para apoyar a las chicas de la escuela y la preparatoria que sientan que están siendo ignoradas ante una situación de peligro intrafamiliar —afirmó Max, viéndola con atención.

—No, es más como un club donde las mujeres pueden ir a hablar con otras mujeres que han pasado por situaciones similares, para sentirse apoyadas. Y si es necesario hacer intervenciones legales, acompañarlas en cada paso para que sepan que siempre hay alguien a quien en verdad les importe la situación que estén viviendo. Yo misma las acompañaría —explicó Lucy con simpleza. Bebió de su malteada de caramelo pero se detuvo al sentir la mirada de todos los presentes en la mesa encima de ella—. ¿Tengo un bigote de betún o por qué me miran tanto?

—Bueno, sí, tienes un bigote de betún. —Jordan le dio una servilleta que Lucy tomó agradecida—. Pero no es solo eso.

—¿Me manché las pestañas de betún también? 

—No, Lucy, no entiendes —habló Ronny con voz tranquila—. Hablas del Club del Loto como si fuera algo muy sencillo, como si estuviera en tus propias manos el hacer justicia, o como si supieras que cada mujer que quiera hacer una denuncia, ganará.

—¿Debería pensar lo contrario? —Frunció las cejas, dejando caer un poco la seguridad con la que habló hacía menos de cinco minutos—. Miren, sé que no es posible que obtenga justicia para cada chica que haga su denuncia, pero al menos ella o ellas, sabrán que siempre habrá alguien dispuesta a luchar por sus derechos. Ese alguien soy yo. 

—Aplausos a mi hermanita, que algún día será una gran abogada —chifló Eddie, sonriente como siempre. Los demás se le unieron para aplaudir de inmediato, llamando la atención de la mayoría de clientes en la cafetería.

—Toda una idealista —susurró Max, volteando los ojos al techo pero sonriendo en dirección a Lucy. 

La felicidad de Lucy no pudo ser mayor, la hacía sentir muy orgullosa que sus amigos y hermano confiaran tanto en ella, incluso cuando el Club del Loto no era algo seguro. Era la clase de alegría que no tiene comparación, porque es algo que ella hizo. Fue una idea que tomaba forma cada día gracias a la cooperación y el trabajo duro de Robin, Jules y ella misma. Lo único que faltaba ahora era que el subdirector y el director aceptaran la propuesta del club, pues solo dos días atrás, Ronald ya la había aceptado, sin embargo, aún faltaban sus superiores. 

Lucy tenía puestas todas sus esperanzas en el Club del Loto, había hecho grandes sacrificios para que finalmente Ronald le diera luz verde: alejarse de los conflictos (incluso los que buscaban justicia) fue unas de las principales cosas que dejó de hacer, cambiar su apariencia para reflejar sus deseos de un cambio que no solo la envolviera a ella, fue otro. 

—No se emocionen mucho, no sé que dirán el subdirector y el director. —Torció los labios y apartó la vista a su malteada a medio término, le pediría a Sara que le rellenara el vaso y lo agregara a la cuenta pero debía irse—. ¿Está bien si me voy? 

—Claro que no —se negó Robin—. Estamos celebrando nuestro posible triunfo. Además —se acercó a su oreja para susurrar—, ¿vas a dejarme con estos raritos? 

—¡Pero mira quién lo dice! —reclamó Eddie, casi ofendido.

—Oye, Rob no es rarita como tú —la defendió Jules—. Solo es excéntrica.

Eddie blanqueó los ojos, no creyendo para nada en la excusa de la pelirroja.

—O sea, que tu novia queda fuera de la rareza solo por ser ella. Muy bien, Jules. Pero lo que no sabes, ¡es que la excentricidad es solo una forma elegante de decirle rara a la gente!

—Idiota.

—Te dicen.

—¿Pueden callarse un minuto? —preguntó Lucy, luego posó la mirada en sus compañeros de LICIE—. Me tengo que ir, pero podemos reunirnos mañana para practicar la exposición.

—Como diga y mande, Sargento Munson.

—No, mañana no puedo —dijo Bernie—. La profesora de Artes me pidió que cuidara la exposición de Halloween en el gimnasio. —Se giró para ver a Ronald, que intentaba meter cuantos papas fritas pudiera a su vaso de malteada vacío—. Y este tonto tampoco puede, perdió una apuesta el fin de semana pasado, y será mi asistente personal por la eternidad.

—Un mes, Bernie —aclaró Ronald.

—Es lo mismo. Un mes, toda la vida. —El rubio blanqueó los ojos y en un movimiento que nadie esperaba, le agitó el cabello a Ronny, sonriendo—. Vas a ser mi esclavo.

—No puedo esperar. Me mata la emoción —admitió Ronny con sarcasmo.

—Ugh, ustedes dos son peores que los gritos felices de la habitación de Billy. —En ese instante, todos, incluso Lucy, se le quedaron viendo con duda a la niña pelirroja—. ¿Qué, dije algo malo? —Nadie respondió—. Como sea. ¿Qué vas a comprar, Lucy? ¿Puedo acompañarte?

—Ah. Pues... —Lucy titubeó. No quería decir lo que haría después al salir de la cafetería, era importante que fuera un secreto. Desvió la vista un poco hacia Max, que la veía pidiendo un escape de ese lugar cuanto antes—. Ahora que me acuerdo, le debo a Max un par de llantas nuevas para su patineta.

—¿En serio? —preguntó la niña, incrédula, con el ceño un poco fruncido.

—Sí. Era un secreto, pero ya que no quieres estar aquí, ¿por qué no me acompañas?

—Oye, Bernie, ¿está bien si voy? —Max miró a su hermanastro favorito con ojos de cachorro. El rubio resopló pero no se demoró en darle el permiso.

—Solo porque vas con ella. —Señaló a Lucy, viéndola con severidad a los segundos—. Y tú, hum, tengo que hablar contigo.

Es de conocimiento general que las conversaciones que comienzan con la frase "tengo que hablar contigo" no pueden concluir en algo bueno, para Lucy, que no se deja llevar fácilmente por la corriente de pensamientos impuestos por otros, esta creencia es cierta. Así que, mientras dejaba dinero suficiente para cubrir su consumo en las manos de su hermano, se despedía de todos y salía de la cafetería, se preguntó qué es lo que querría decirle Bernie.

—Entonces... ¿A qué se debe el misterio, rubiecito?

—Como siempre, tus palabras tienen mucho sentido —reclamó y blanqueó los ojos—. Quiero decirte algo, pero no sé si me vas a golpear después de decirlo, por eso quise qué saliéramos de la cafetería.

Lucy tuvo que contener las ganas de sacudir a su amigo por los hombros, aún la desesperaba que las personas -sus amigos más recientes también- desconfiaran de su capacidad para resolver los problemas sin violencia de por medio. Pero no podía culparlos, Lucy tenía años de pésima conducta y mala reputación en la escuela, y todo el pueblo. Una incomprendida más del montón. Una marginada más. Y pese a todos los obstáculos, aún había encontrado en ella la capacidad de querer ayudar a otras personas. Que nunca nadie más dijera que es un caso perdido, eso se terminó a partir del día que ideó el Club del Loto. Había cambiado por un bien mayor.

—Ya no soy así, Bernie. Así que solo dilo, no te lastimaré.

Él ladeó la cabeza y sonrió, un gesto genuino, del alma, acercó una mano a su hombro y le dio un leve apretón.

—Lu, si confiaras más en ti misma, gobernarías este lugar. Sé que harías justicia para todos. —Bajó la mano, pero en lugar de alejarse la abrazó—. No tengas miedo de lo que dirán el director y el sub, si rechazan el club, siempre podemos protestar afuera de sus oficinas hasta que lo acepten.

—¿De verdad perderías tu imagen de chico nerd y bueno por mí? —preguntó en un susurro, envolviendo sus brazos alrededor del delgado torso del rubio.

—Por ti, y por ayudar a esas mujeres —respondió en su clásico tono bajo de voz—. ¡Y no soy nerd!

—Eres el más nerd de todos —aclaró riendo—. Gracias por confiar en mí, Bernie.

—Solo pongo mis esperanzas en buenas causas, Lu —se separó del abrazo y la vio con emoción brillando en sus ojos azules—. Y sé que tú harás grandes cambios en Hawkins.

Lucy asintió con la cabeza, no dispuesta a que su amigo viera la vulnerabilidad en su rostro volvió a abrazarlo, estrechando su delgado cuerpo contra el suyo firmemente. No muchos lo saben, pero es de asumir que Lucy no es precisamente un monstruo de los abrazos, por lo que, lo asumible es que cada persona a la que le da un abrazo, significa algo en su vida.

—Cuida a mi hermanita, ¿okey? Si algo le pasa, papá cortará mi cabeza y la de Billy.

—No te preocupes, Bernie. —Palmeó su hombro y caminó hacia Max, que la miraba fastidiada—. ¿Lista?

—Desde hace mil años —se quejó, blanqueando los ojos— . ¿Te gusta mi hermano?

Comenzaron a caminar hacia abajo, la tienda a la que Lucy necesitaba ir estaba muy cerca de la cafetería, a tan sólo dos calles. Ahora tendría que hacer otra parada en la tienda de refacciones para bicicletas, donde con mucha suerte encontraría llantas para la patineta de Max.

—No me gusta Bernie, solo es un gran amigo.

Se giró para verlo, aún estaba parado afuera de la cafetería con las cejas fruncidas y los brazos cruzados con firmeza frente al pecho, posiblemente preocupado por dejar ir a su hermana menor con ella. Lucy sonrió y le agitó la mano como despedida, pues estaban a punto de girar en la esquina.

—No creo que él piense lo mismo —declaró Max, aparentando indiferencia. Lucy le prestó atención.

—¿Ah, sí? —preguntó, queriendo saber las razones que la llevaron a esa conclusión—. ¿Por qué lo dices?

—Bernie es de muy pocos amigos, Lucy, pero estas semanas que ha estado juntándose contigo y tus amigos, lo he notado más feliz. Especialmente cuando está contigo y Ronald, o solo contigo.

—Pero es porque somos buenos amigos.

—No lo entiendes —Max se detuvo frente a ella, dejó caer la patineta al suelo y se cruzó de brazos—. Así que seré clara. Si le rompes el corazón a mi hermano, haré que te arrepientas.

—Guau, espera, espera —pidió alzando las manos al aire—. Admiro tu valentía para defender a Bernie, pero estoy segura de que entre él y yo solo hay un lazo amistoso. No tienes porqué preocuparte.

Max asintió, aún muy seria y con la determinación en sus suaves rasgos. Se montó en su patineta y bajó lo que restaba de la calle, cuatro establecimientos lejos de Lucy.

—¿Vienes o qué?

—Solo si prometes no intentar ahogarme mientras duermo —mencionó sarcásticamente. Max sonrió de lado, entrecerrando los ojos.

—Lo prometo, si me compras las llantas nuevas para mi patineta.

La rubia soltó un suspiro pero avanzó en dirección a la niña pelirroja, comenzaba a entender porqué Bernie siempre mencionaba a Max como una pequeña versión de ella. Lo veía tan claro, que dudó por un segundo en querer saber más sobre la infancia de la niña Hargrove. Pero, como es su mala costumbre, la curiosidad ganó sobre el pensamiento de alejarse para evitarse problemas.

—Entonces, ¿puedo saber por qué si Billy y Bernie tienen el cabello rubio, tú eres pelirroja?

—No son mis hermanos de sangre, pero mamá se casó con el tonto padre de esos dos hace muchos años —aclaró sin darle importancia, pero a juzgar por la rigidez en sus hombros, Lucy percibió que no era un tema del que le gustase hablar—. Ya te lo había dicho el día que me preguntaste por ellos.

—Lo había olvidado, apenas me hice amiga de Bernie hace un mes.

—Como sea.

—Uh, bueno. ¿Qué opinas de... —pensó por un momento qué preguntas no harían sentir incómodas a la niña—...de las almas gemelas?

Últimamente, su subconsciente insiste en demasía con ese tema. Un fastidio por completo. Todo lo que Lucy puede hacer para evitar hablar sobre ello con sus amigas –que la molestan para saber más sobre su misteriosa alma gemela– es darle libre albedrío en su mente, y cuando habla con los pequeños del club audiovisual, y básicamente, cualquier persona que no le diera importancia suficiente para preguntarle a ella el nombre de su alma gemela, cómo era la marca, en qué lugar había salido, y qué tan bonita era la caligrafía de su otra mitad. 

Esa era una de las cosas que más le molestaba a Lucy de las almas gemelas, por si no era suficiente el tener grabado el nombre de una persona desconocida en tu cuerpo, además, lo tenías escrito con la letra de aquella persona afortunada (nótese el sarcasmo). Como fuera, Lucy no quiso observar su marca desde el día que sus amigas la descubrieron por accidente, así que no tenía la mínima idea de quién podría ser su otra mitad. Pero había destacado el punto obvio, que ninguno de sus conocidos entraba a la lista de sospechosos, ni siquiera el más obvio: Steve. 

Ella no fue la primera en pensarlo, Jules sí. Aunque la sospecha no duró mucho tiempo, pues la "J" seguida de Steven indicaba que su apellido comenzaba con dicha letra. Después de llegar a esa conclusión, Lucy no permitió que sus amigas le comunicaran sus posibles sospechosos, porque no le interesaba. Nunca le interesó tener un alma gemela, y no cambiaría de opinión ahora. 

—No lo sé, Neil no permite que mamá me hable de eso. 

Max se encogió de hombros, prosiguiendo a hacer una vuelta casi cerrada con la patineta para detener a Lucy. 

—Todo lo que sé de las almas gemelas me lo dijeron mis amigos en California, y sus madres —reveló al momento que se agachaba, levantaba la patineta y se la guardaba debajo del brazo derecho. 

—¿No tienes criterio propio entonces? —Lucy se movió con agilidad para colocarse en el lado de Max que daba a la calle, de forma que la niña quedaba protegida entre ella y las tiendas de electrodomésticos—. Pareces una niña de opiniones fuertes. 

Max alzó la vista del suelo y la miró ladeando la cabeza.

—Sí tengo opinión propia, pero no desperdicio mi tiempo pensando en tonterías como esa. 

—Tú y yo nos parecemos más de lo que me gusta —dijo Lucy, sonriendo mientras negaba con la cabeza—. Entonces, ¿no quieres saber nada de esas tonterías por decisión propia o porque en tu casa no está permitido hablar de eso?

—Por las dos. Bernie me dijo que tienen prohibido hablar de eso desde que su madre los abandonó. 

—Vaya, no lo imaginaba. —Pateó una piedra con la punta de su bota—. Así que no lo pueden mencionar ni de broma. 

—No, son temas muy delicados para mis hermanastros, pero sobre todo para Billy. Él se encargó de cuidar a Bernie cuando su madre los dejó. 

—Y Billy...

—Sí —la interrumpió—. Él recibe las palizas de Bernie, y todo lo malo que Neil tenga para ambos. Lo cuida más que a su propia vida. No lo entiendo. Gracias a eso, Bernie no sabe cuidarse solo.

—Tú también lo cuidas, y es tu hermano mayor —acusó Lucy—. Pero lo entiendo. Yo hago lo mismo siempre por Eddie.

—¿El greñudo de los tatuajes? 

—Sí, él —carcajeó Lucy—. De hecho, tenemos un tatuaje a juego.

—Suena bien. Yo con Billy casi no puedo hablar sin que sea otra cosa que peleas —bufó en modo de queja—. Es un idiota. Por eso me cae mejor Bernie. 

Lucy detuvo la caminata cuando llegaron a la tienda de su destino, primero compraría el regalo para su hermano, ya que su cumpleaños estaba cada vez más cerca, para ser precisos, en dos días, en Halloween; después, irían a comprar las llantas para la patineta de Max. 

—Siendo honesta, a mi me can bien los dos. Billy porque sé lo que es ser el encargado de cuidar a tu hermano, y Bernie porque... —se rio mientras veía a Max—, es Bernie, no necesita explicación. 

—Eres algo rara, ¿sabes? —Max frunció las cejas, sonriendo sin mostrar los dientes—. Comienzo a entender porqué Billy no logró ser tu novio, eres tan diferente a él. 

—No es verdad —aclaró Lucy, dando un paso a la tienda RadioShack, buscando en los estantes algo que pudiera complacer a su hermano en su cumpleaños—. Billy y yo nos parecemos en muchos aspectos, por eso no podemos ser novios. 

—Y porque no te gusta. —Lucy asintió—. Entonces, ¿te gusta Bernie? 

—Ya lo dejamos en claro, niña —contestó y se agachó para revisar los Walkman en los estantes de abajo—. No saldría con ninguno de tus hermanos, deja el trabajo de casamentera para cuando seas mayor. 

—¿Qué tan mayor? —preguntó Max en un tono extraño. Lucy la miró, tapando la risa que brotaba de sus labios con la palma de la mano porque Max usaba un bastón de madera y un sombrero para el sol en la cabeza, también había una mascada envuelta alrededor de su cuello, y caminaba con la espalda doblada en una posición que a simple vista lucía dolorosa, imitaba a una anciana—. ¿Así de mayor? 

—Max —se rio, poniéndose de pie con el Walkman en una mano y señalándola con la otra—. ¿De dónde sacaste esas cosas? 

—¿A quién le hablas en ese tono, jovencita? —preguntó la niña, muy metida en su papel, provocando que Lucy riera con más ganas. 

La irreverente situación le recordó a sus tardes cuidando niños, pero en sus recuerdos era ella la que se disfrazaba.

—¿Y por qué te ríes de mí? ¿No te han dicho que debes guardarle respeto a tus mayores? —cuestionó con severidad. 

—¡Mi bastón! —exclamó una voz ronca de mujer—. ¡Niña insolente! ¿Por qué tomaste mis cosas? 

Lucy dejó de reírse de inmediato para posicionarse frente a Max cuando la adulta mayor avanzó hacia ella con ayuda de un hombre regordete, el encargado de la tienda. Pero no era cualquier trabajador, Lucy lo conocía muy bien gracias a Joyce. 

—Lo siento, pensé que también estaban a la venta —se disculpó Max, saliendo de detrás de Lucy para regresar el bastón, el sombrero, y la mascada a su legítima dueña. La niña sonrió avergonzada. Lucy alzó una mano para acariciar su hombro.

—Por lo que se ve, no te enseñaron a respetar a los adultos mayores, mocosa pelirroja —reclamó la señora, señalando a Max con uno de sus dedos largos y delgados.

—Oiga, ella dijo que lo sentía —respondió Lucy por Max, en el mismo tono que la señora. Afirmó su agarre en el hombro de la niña y la haló un poco hacia atrás—. La irrespetuosa es usted. No tiene porqué ofenderla. 

La señora frunció los labios, más, si era posible, y pasó a un lado de ambas, girándose para verlas con indignación antes de salir de la tienda. Esa tarde, Lucy había cumplido unas de las cosas que prometió nunca hacer: pelearse con adultos mayores. 

—¿Ustedes tomaron las cosas de la señora Ackles a propósito, o fue accidental? —preguntó Bob con una ceja alzada. Max y Lucy compartieron una rápida mirada, que fue suficiente para ponerse de acuerdo.

—Accidental.

—Lucy —dijo Bob como advertencia.

—Fue accidente, lo juro por Eddie —prometió con el rostro inexpresivo.

—Está bien, solo porque lo juraste por tu hermano —aceptó Bob, tan amable como siempre—. ¿Vas a comprar el Walkman? 

Lucy agitó el objeto en sus manos, tendría que pasar por unos cuantos cedes también, después de ir a la tienda de refacciones con Max. Sonrió.

—Sí, es un regalo para mi hermano. 

Bob asintió y las guio al mostrador, escaneó el producto y lo echó en una bolsa de cartón pequeña, muy discreto. 

Lucy lo había conocido en la fiesta de cumpleaños de Will, y aunque era algo tímido al comienzo Lucy encontró la forma de hacerle conservación sin que fuese incómodo, todo lo que conocía de él le recordaba a un nerd mayor, no por nada había fundado el club audiovisual de Hawkins.

—¿Cuento con tu discreción? —preguntó Lucy, alzando una ceja dudosa a forma de juego. 

—¿Sobre la señora Ackles o el regalo para Eddie? 

—Las dos. 

—Lucy, vamos por mis llantas nuevas —pidió Max en tono cansado, halando la manga de su chaqueta.

—Ya voy, niña, dame un minuto.

—Te espero afuera, si no sales en un minuto, me voy. 

Lucy se giró hacia la puerta, donde Max la esperaba y la miró entrecerrando los ojos.

—Si te vas, no te compraré las llantas.

—Lo sé —le dijo Max en el mismo tono apático que ella—. No me importa.

—Si te vas sin mí, además de no comprarte las llantas, te quedarás sin un helado del sabor y tamaño que tú quieras. 

Max entrecerró los ojos, viéndola con atención antes de levantar la mano y decir:

—Tienes cinco minutos, tómalo o déjalo. 

Lucy resopló, girándose a tiempo para ver a Bob al parecer muy divertido con su pelea. 

—¿Estás en el negocio de cuidar niños otra vez? 

—Casi. Es la hermana de un amigo, tengo que cuidarla —explicó de buen humor—. ¿Cómo están Joyce y Will? 

—Tan bien como se puede, ya sabes, son Byers. 

—Entiendo. ¿Los saludas de mi parte? 

—Cuenta con eso también. —Lucy le sonrió, dispuesta a marcharse, pero el hombre la llamó—. Espero que te vaya muy bien con el Club del Loto, Joyce me contó. 

—Muchísimas gracias, Bob. 

—Yo, hum, sé lo mucho que te aprecian los Byers, y quizá sea extraño que lo diga, pero te admiro —le dijo en tono firme, sonriendo—. Y Will también lo hace. 

—Eso es muy lindo, Bob, pero no sé porqué me admiran, no soy la persona más amable del mundo. —Apretó los labios, inconforme.

—Y eso está bien, Lucy. Yo —titubeó—. Me habría gustado defenderme como tú. Por eso te admiro, eres muy valiente. 

—Es un gusto, Bob. Solo cuido a los que no pueden cuidarse —le aseguró, con una nueva sonrisa—. Gracias por el Walkman, y por admirarme, no sabía lo que hacía la mayoría de veces, pero funcionó. 

—No cambies nunca, Lucy. 

—Adiós, Bob. —Le dio una última sonrisa antes de salir de la tienda, más feliz de lo que jamás imaginó después de comprar un simple Walkman. 

Max la recibió con una mueca de fastidio, igual que cuando se quedó hablando mucho tiempo con su hermano. 

—Envejecí mil años más —se quejó la niña.

—¿Aún quieres el helado o no? 

—Y las llantas.

Comenzaron a caminar a la heladería, que estaba más cerca que la tienda de repuestos. Lucy pensaba en lo extraño y revelador que había sido el día, tenía muchas más cosas qué pensar ahora.

—Oye, ¿si tomaste las cosas de la anciana por accidente?

—Sí —respondió Max viendo el suelo, avergonzada.

—Ay, que bueno, no me gustaría que algo le pasara a mi hermano por meterlo en mis mentiras.

—Parece que tu hermano puede meterse en problemas solo. —Max señaló al otro lado de la calle, donde Eddie corría a toda velocidad, escapando de la furia de sus amigos del Club Hellfire, que a su vez lo perseguían con prontitud—. ¿Crees que estará bien? 

—Sí, Eddie siempre se sale con la suya —respondió encogiéndose de hombros—. Y nada malo le pasa nunca.









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Las noches de octubre eran frías en Hawkins, especialmente cuando el fin de mes está próximo a llegar, y con él, las fechas festivas favoritas de Lucy: Navidad y Año Nuevo. Este año las esperaba con fervor, le encantaba perderse en su mente al pensar que el '85 sería su año, y no había nada que pudiera arruinarlo. 

Sopló un poco de aire cálido en sus congeladas manos, que pese a que vestían guantes no lograban calentarse, y se armó de valor para subir los escalones de la vieja cabaña de Hopper. Exhaló el aire que no sabía que había estado conteniendo en sus pulmones al momento que se retiraba uno de los guantes de lana gris y tocaba la puerta café un par de veces. 

Nada, el silencio y los grillos del bosque eran los únicos compañeros de Lucy, tal vez, uno que otro ciervo, y ardillas en sus nidos en los árboles. 

Tocó la puerta con mayor fuerza la segunda vez, pero nada pasó, de nuevo.

La tercera vez, se aseguró de asomarse por las rendijas de las ventanas hacia el interior de la cabaña, y por supuesto que así fue como tuvo el peor susto de su vida, provocando nada más y nada menos que ¡por el fantasma de una sábana blanca! 

—¡Hopper, sé que estás allí! 

—¿Lucy? —cuestionó la suave voz de Ce, la niña fantasma que la había asustado solo unos segundos atrás.

—Hola, Ce —dijo en tono bajo hacia la puerta—. ¿Está Hopper allí contigo? Necesito hablar con él.

—No, él, hum, está trabajando.

—Te daré una nota para que se la des cuando llegue del trabajo, ¿puedes abrir la puerta para dártela? 

No había nota, al menos, no físicamente. El plan de Lucy era quedarse dentro de la casa hablando con Ce, solo el tiempo suficiente para que Hopper no la descubriera. No sabía qué haría Hopper si la viera hablando con la niña que tanto esfuerzo le tomó ocultar del ojo público. 

—Hopper está aquí, así que puedes decirme lo que quieras —habló el mismísimo jefe de policía, asustando a Lucy.

—¿El asustar es de familia? —preguntó para confundir la conversación, pero Hopper no cayó, la seguía mirando con las cejas enarcadas en espera a que hablara—. ¿Y sabías que hablar de uno mismo en tercera persona no es tan genial como suena en nuestra cabeza?

—Lucy —advirtió Hopper en tono seco, con la mirada tan seria que daba la impresión de estar en un funeral—. ¿Qué haces aquí? 

Ella tragó saliva con fuerza, sin apartar la vista de los ojos cafés de Hopper, no queriendo darse por vencida tan rápido.

—Ya sé quién es la niña. —El policía estaba a punto de decir algo, pero Lucy lo acalló al negar con la cabeza, un gesto simple que hablaba mucho por ella—. No lo niegues, no servirá de nada. 

—Bien. Sabes sobre Ce. ¿Y qué quieres? —Hopper se cruzó de brazos, el ceño fruncido profundamente. 

—Conocerla.

El jefe de policía no movió ni un solo músculo de su cara, Lucy comenzó a dudar que pudiera ser un hueso fácil de roer. La posible conjetura no era del todo descabellada, en realidad, no lo era para nada. Hopper fue soldado en la guerra de Vietnam, y años después, presenció la muerte de su hija. No era una locura pensar que un hombre que ha pasado por ambas situaciones se volvió una persona que nada le toma por sorpresa con facilidad. 

—No. 

—Prometo no decirle a los niños —susurró para que solo ella y Hopper oyeran, pues aquella afirmación era un arma de doble filo—. Por favor, Hopper. Te aseguro que le hará bien ver una cara que no sea la tuya.

Hopper se llevó la mano al rostro, apretando el puente de su nariz con el dedo índice y pulgar. 

Solo porque eres tú, sino, te echaría a patadas de aquí —cedió en tono agrío—. ¡Es seguro, Ce, puedes abrir la puerta!

—Siento tu aprecio por mí a miles de kilómetros —respondió con sarcasmo.

Lucy quedó maravillada al ver que la puerta se abría sola, y detrás de ella estaba Ce, cuyo cabello había crecido considerablemente desde su último encuentro, un mes y medio atrás, una sonrisa tímida en sus labios, y sus ojos cubiertos por la emoción. 

—¡Lucy! —gritó antes de acortar la distancia y abrazarla.

—Hola, pequeña Heidi —la saludó, estrechando los brazos alrededor de la niña—. Te traje un regalo. 

—¿De verdad? —preguntó asombrada.

Lucy asintió, pero antes de que pudiera abrir su mochila para extraer el obsequio, Ce la había halado dentro de la misteriosa cabaña, yendo directo a la única habitación con puerta. Una vez dentro, no le sorprendió que con un simple revoloteó de manos la puerta se cerrara. Ce la miró sonriendo. 

Luego de un rato de charlar con la niña, Lucy comprendió a la perfección porqué Mike cuidó y defendía a Ce a capa y espada. Era una niña especial, y sumamente sufrida. Resultaba difícil no identificarse con ella, hasta cierto punto, claro. Incluso cuando Lucy no recuerda haber vivido los primeros años de su vida en instalaciones del gobierno siendo una de las ratas de laboratorio de sus experimentos, pudo sentir completa empatía por Ce. El sentimiento solo aumentó al entender que, tal vez, ella pudo tener un destino similar. 

De repente, la sensación de estar en un callejón sin salida la atacó más que nunca. Y había una pregunta que su mente no cesaba, ¿con qué propósito y ganancia, además de conocer su verdadero pasado, quería saber todo sobre el Proyecto Atlantis? ¿De verdad valía la pena? ¿Valía el viaje de hace una semana con Bernie y Ronald a Texas para recaudar información de casos similares al suyo? ¿Y las desveladas continuas para leer el sinfín de documentos? 

—¿Estás bien, Lucy? —le preguntó Ce al ver que se perdía en sus pensamientos, como era costumbre los últimos días.

—Sí, Heidi, estoy bien. 

O lo estaría, pronto, cuando encontrara la respuesta a esas preguntas, a todas las preguntas que su mente guardaba. 




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¡Gracias por leer, agradezco sus votos, comentarios, y vistas! 

Diccionario:

Parasicólogos: Personas que estudian los fenómenos y comportamientos psicológicos, como la telepatía, las premoniciones, la levitación, etc., de cuya naturaleza y efectos no ha dado hasta ahora cuenta la psicología científica. 

Hago hincapié en que en este universo, las almas gemelas también son un tema que manejan la parapsicología. 

¡¡Holaaa!! ¿Cómo están? <3

Lamento haberme ido, solo diré que, al igual que Lucy, se me juntó todo, tal vez por eso este capítulo lo sentí con diferente energía. Sin embargo, recalco que ya estoy mejor, y lista para continuar con actualizaciones seguidas. 

Aclaro que con "seguidas", digo mínimo dos al mes, porque la vida de adulto me consume, perdón :(( 

Ahora sí, la pregunta estelar: ¿Tuvieron parte favorita del capítulo?

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