4 | Three lies, one truth
Parte I. Capítulo IV
Three lies, one thruth [Tres mentiras, una verdad]
N.A: Recomiendo leerlo en modo oscuro.
Advertencia: Uso de palabras altisonantes, comentarios misóginos y algunas ofensas hacia la religión. Como dije al principio en el prólogo, estas opiniones no las comparto, respeto las creencias de cada persona.
Nunca ha sido del tipo que niegue acudir a fiestas, igual, no es como si fuera invitada a muchas. La mayoría de las veces son reuniones que el pueblo considera poco convencionales, tales como conciertos de rock y eventos frikis. Lucy realmente ama acudir a cualquiera de esos dos, pero su debilidad son las obras de teatro. Por otro lado, su reputación de chica violenta y problemática la precede, algunos no dudan en dárselo a conocer de la manera menos ortodoxa, y ella responde igual. Era mejor eso que la hipocresía. Casi todos le habían dicho un centenar de ofensas en su cara, pero todas y cada una de esas veces, tuvo la oportunidad de defenderse.
Sin embargo, ¿acudir a una fiesta de chicos populares le alegrará la vida drásticamente? Quizás, ellos saben cómo desinhibirse con cantidades exuberantes de alcohol que causan la sensación de felicidad, es decir, emociones falsas. Pero ¿una fiesta podría destrozarla? También.
—Denisse me dio una invitación a su fiesta —dijo Robin apenas llegó a sentarse a la mesa en la cafetería, y le entregó el volante—. Leerlo no te hará daño.
Lucy tomó el volante rojo entre sus manos y lo leyó, cuando terminó vio a Robin con una ceja enarcada y los labios formando un puchero en sus delgados labios. Sabía lo que le pediría.
—Es una fiesta navideña. ¿Se supone que van a ir todos vestidos de renos, duendes y el mismo Santa Claus?
Robin blanqueó los ojos e hizo un ruido de fastidio.
—No, Lulú. Denisse me dio la invitación y me pidió llevarlos a ti y a Eddie —frunció las cejas—. No entiendo que querría con esto.
Nada bueno.
Sus comisuras bajaron sin saber qué responder.
—Denisse no es mi persona favorita, Robin —acotó simplemente—. Además, dudo mucho que Eddie quiera ir a la casa de los Cunningham, tanto como yo.
—Por favor —suplicó, con la mirada de cachorro en sus ojos azules, ambas manos juntas en plegaria—. Nunca he ido a una fiesta. Y tú tampoco.
Lucy pensó un momento antes de responder. Si era una fiesta para los de último año, Steve estaría allí, y quiere verlo para aclarar algunas cosas de su encuentro de hace una semana, no pudieron hablar en la escuela porque Lucy ponía excusas, una más ridícula que la otra, el verdadero motivo era Robin.
—¿Voy a tener que usar un gorrito de Navidad?
Robin sonrió y expulsó un gritito de felicidad. Desde el divorcio de sus padres pocas veces la ha visto reírse. Lucy la quiere mucho. En el fondo, sabe que lo hace más por ella que por Steve Harrington. Además, es una manera de alivianar las cosas entre ellas antes de contarle del susodicho, esperaba que Robin fuera comprensiva sobre eso.
Fue más difícil convencer a Eddie para que las acompañara, la única forma de hacerlo era arrastrando a uno de sus amigos del Club Hellfire a la fiesta. Así es como terminaron los cuatro en la puerta principal de la vivienda Cunningham. Cuando Denise abrió la puerta junto a un rubio terriblemente familiar, Lucy averiguó, sin querer, porqué la chica devota a la iglesia había decidido dar una fiesta a expensas de sus padres.
—¡Los estábamos esperando! —exclamó Jason, con una sonrisa peligrosamente agradable –y actuada– surcando su rostro—. Pasen.
Eddie, deliberadamente, lo ignoró, optando por ver a Lucy con la mirada de hermano mayor, la forma en que sus ojos dejan de transmitir indiferencia y, en su lugar, pasan a estar precavidos, es impresionante. Él está preguntando, en silencio, si está bien con esto o prefiere irse. Lucy, a pesar del malestar que se asienta en su estómago cada vez que en su campo de visión entra un Carver, asintió. Eddie la miró solo un segundo más, esperando que retrocediera, al no ver una señal, entró rozando su hombro con dureza contra Jason Carver.
Robin envolvió los dedos en la muñeca de Lucy antes de que entraran. En un principio, le fue difícil sacudirse la incomodidad, pero después de beber un par de vasos de ron mezclado con refresco, fue relativamente fácil. Aún así, pensó en buscar a Eddie para pedirles que se fueran, dado el mal presentimiento que la invadió en el pecho.
—Lucy, no esperaba verte aquí. —Reconoció la irritante voz de Billy a través del alto volumen de la música—. ¿Cómo está la friki más bonita de la preparatoria?
Lucy revoloteó los ojos al cielo. Definitivamente, no habría acudido a la fiesta de haber sabido que Billy idiota Hargrove se presentaría también. En una sola semana, Lucy descubrió lo pedante que podría ser un chico, ni siquiera Steve escaló ese nivel de insoportable cuando aún no le conocía. Por desgracia, no ha podido evitarlo tanto como desearía, pues, viven en la misma calle tubular.
—Oh, mira, Robin, un idiota.
Tomó la mano de su amiga y se mezclaron entre los adolescentes que bailaban animadamente, al voltear hacia atrás, Hargrove le regaló un guiño, Lucy respondió mostrándole el dedo corazón. Comenzaba estresarse más de lo habitual porque no sabe cómo contarle a Robin, su mejor amiga en el mundo, sobre Steve, sumado a esto los incansables coqueteos de Billy a su persona, era demasiado. No entiende porqué, si ya le gritó frente a media cafetería que no desea su atención, aún no se rinde.
—¿No crees que deberías preocuparte? —cuestionó Robin. El cabello rubio le caía con suavidad por debajo de los hombros, enmarcando su delgado rostro—. Es la enésima vez en la semana que se te acerca.
Lucy sonrió de lado. A veces, se pregunta si Robin sabe que ella aprendió a defenderse de idiotas como Hargrove. En su mente habita la sospecha de que la rubia tiene teorías sobre eso desde que Boris Landon, un hijo de la iglesia, se presentó a clase con ambos ojos morados, esto solo un día después de haber ofendido a Lucy llamándola «fenómeno» y «zorra». Boris aprendió a no faltarle al respeto, y a ninguna mujer mientras ella estuviera cerca.
—Me encargaré de él después.
En el interior hacía mucho calor, además, no pudo quitarse de encima la acosadora mirada azul perteneciente a Billy, por lo que tomando de la mano a Robin, salieron al patio trasero. Ahí se encontraron a Eddie encendiendo un cigarro, cómo no, a su lado está Garreth sonriéndole a una planta de sábila en la esquina del jardín.
—¿Me das un poco? —Preguntó, más que nada por cortesía, después le arrebató el cigarrillo de mariguana, se lo colocó en los labios y exhaló el humo que dejó un olor espeso en el aire que los rodeaba.
Eddie negó con la cabeza y media sonrisa de lado. Robin arrugó la nariz al percibir el cambio de esencia en el aire. Lucy rio, más relajada luego de darle unas cuantas caladas. Entonces, le devolvió el cigarrillo a su hermano.
—Creí que la doctora te había prohibido cualquier sustancia tóxica —le recordó la rubia, sus labios cerrados en una fina línea que hace conjunto con la severidad en su mirada.
—Claro que sí. Pero ya pasó un mes. —Lucy le guiñó un ojo y tiró de ella para que ambas quedasen sentadas a un lado de Eddie. Él cargaba una mirada de ojos vidriosos e inyectados en sangre, le habría preocupado de no conocer la causa real, los cigarros de mariguana que estuvo fumando desde la tarde—. Supongo que no fue tan mala idea venir a la fiesta, Rob.
Robin sonrió, blanqueó los ojos y agitó los brazos al aire con desdén.
—Te lo dije.
Todo era más tranquilo en el exterior, la música se escuchaba lo suficientemente alto para generar ambiente, pero no para aturdir. El viento frío soplaba en sus mejillas, algunas hojas revolotearon por el suelo y se detuvieron hasta que chocaron con las suelas de sus botas. Lucy no sabría dar una sola razón de su repentina felicidad, tiene una lista de posibilidades no ordenadas en cronología ni relevancia:
1.- Logró que la maestra Avery le otorgara la décima que le hacía falta para pasar su materia.
2.- Fue a la casa de un chico al que no le confiaría un secreto, y al final de la visita, obtuvo un veredicto casi milagroso (e improbable), que en otra época no creería.
3.- Pasará las vacaciones navideñas en Texas, con sus abuelos maternos, Eddie y su padre.
4.- El destino se apiadó de su lazo del amor y esperanza, gracias a ello; tendrá una cita con el chico que le ha gustado desde que regresó a Hawkins.
—Oye, Lulú, Lulú. —Eddie la llamó de esa forma en que hacía cuando eran niños, haló su brazo hasta que estuvo prácticamente con la cabeza en su hombro, se rio y apuntó con el dedo pulgar al cielo—. Mira esas estrellas, hermanita, ¿ya las viste? —Asintió con la cabeza, haciendo un ruidito de confirmación—. Son como las que pinté en tu habitación.
Cuando Eddie fuma y bebe, por lo general, dice cosas sin sentido, y otras, revela verdades que ni siquiera ella sospecha. Es igual de emocionante como desesperante convivir con él bajo el efecto de sustancias tóxicas.
—Billy Hargrove me pregunta por ti siempre. —Exhaló el humo de su cigarrillo muy cerca de su rostro—. Seguro piensa que no lo golpearé en su linda cara de chico popular por hacer preguntas extrañas solo porque tiene más músculos que yo.
Entre la bruma de su propia ceguedad por las caladas que le dio al cigarrillo con anterioridad, Lucy apenas comprendió de lo que estaba hablando.
—¿Qué preguntas te hace?
Eddie resopló, parecía un niño.
—Quiere saber por qué la gente en Hawkins nos trata diferente, por qué odias a los hombres rubios, y por qué no usas camisetas sin mangas o shorts aunque estés en clase de gimnasia y el calor sea difícil de soportar —explicó en tono cansado, viéndola con el ceño fruncido, su pulgar presionando su barbilla—. Por eso lo voy a golpear, sabe muchas cosas y no me da confianza, ni él ni su hermano nerd.
Con vergüenza, Lucy recordó que le gritó a Billy que se alejara de ella porque no le gustaba él ni cualquier otro hombre sobre la tierra que fuera rubio, explícitamente, que preferiría quedarse sola, con su libertad, que estar amarrada a la eternidad de sesenta años con un rubio. Vaya pérdida de tiempo. Qué humillación, además.
—Y no he acabado la maldita lista, hace muchas preguntas igual de molestas que él —refunfuñó cual anciano, con especificación, igual que a su abuelo Patrick después de escuchar por la radio que su equipo preferido de fútbol americano perdió—. Que se joda Billy Hargrove y su mierda de acosador contigo.
—Sí, que se joda —secundó Robin. Estaba algo distinta, el silencio no era su fuerte, pero desde que Eddie le hubo pasado el cigarrillo, había permanecido en meditación con el universo—. ¿Es normal que mi boca esté seca pero aún así quiera comer mucho?
Eddie asintió, la sonrisa condescendiente que surcaba su rostro pálido debería causarle molestia, pero con su hermano, pocas veces podría enfurecerse.
—Sí, que se joda Billy el acosador —dijo ella de la nada, más de veinte minutos después de que la conversación había quedado zanjada.
Su hermano, Garreth y Robin rieron por lo bajo. Eddie la abrazó de esa manera en la que siempre busca comunicarle su cariño cuando está enfermo y ella no se despega de su lado, y todo lo que el quiere es retribuir el favor al contagiarle sus gérmenes.
—No sabía que los cuatro me odiaban con tanto entusiasmo —la voz de Billy los interrumpió a los minutos. Lucy se tensó alrededor del brazo sobre su hombro. Eddie le regaló una escaneada rápida al rubio antes de erguirse en toda su altura, retándolo mientras le daba una última calada al cigarrillo y expulsaba el humo en su cara—. Pudiste decírmelo en la cara, friki.
Lucy supuso que, obviamente, se refería a él. Billy no osaba a llamarla por su nombre completo, a menos que fuera «Munson la friki linda» o «Lucy la friki bonita», ambos eran molestos y la hacían sonrojarse del enojo.
—Eres muy descarado. Lo tomarías como una broma.
La gente comenzó a rodearlos en un semi círculo, la piscina les impedía cerrar la figura. A lo lejos, en el extremo opuesto, vislumbró a Steve acompañado de su novia. Lucy mordió su lengua y haló el brazo de Eddie, este se sacudió del toque con brusquedad.
—Lulú, déjame hacer esto —murmuró.
Esto llegaría a más que una simple golpiza en el patio de los religiosos Cunningham. Tampoco sentía la inmensa necesidad de darle excusas baratas a Hopper, esperando que los viera con lástima, por octava ocasión en seis meses, y liberase de esta forma a su hermano. Además, lidiar con un Hopper borracho es incluso peor que lidiar con uno sobrio.
Eddie ha reemplazado la mirada retadora por unos ojos expresivamente determinados. Es la clase de mirada que utiliza durante las campañas de C&D con el club Hellfire, cuando juega con los niños es malévolo, pero nunca a este nivel. Lucy, mejor que nadie como su hermana y aliada en batalla, es consciente que Eddie no se rendirá ante Billy «chico popular» Hargrove.
Lucy observa atentamente al rubio. La manera en que sus pupilas dilatadas recorrían un camino en circuito infinito entre Eddie y ella, la perturbó. Tragó el nudo que amenazaba con ser expulsado de su garganta. No es momento de ser cobarde. Apretó los dientes con fuerza.
Inesperadamente, hubo un cambio en él. De un momento a otro permaneció con los electrizantes ojos azules adheridos a los oscuros de Lucy. Sus cejas arqueadas y sorprendidas decoraban su frente. Entonces, percibió una alteración en el ambiente; Billy bajó la mandíbula unos milímetros, un movimiento que pasaría desapercibido para aquellos que no estaban tan cerca de él como Eddie y Lucy. Una sonrisa traviesa se abrió paso a sus rosados labios.
Billy escupió en el suelo antes de decir, importándole un carajo si las personas que los rodeaban aclamaban una pelea que avivase la emoción de la fiesta:
—Ustedes dos, pueden esperar un rato; lo resolveremos en un par de horas cuando la fiesta acabe.
Lucy no lo vio venir. ¿Cómo podría contemplarlo, de todas formas? Conoce a Billy desde una semana atrás, y todo lo que él ha dejado ver de sí mismo no es muy agradable. Es demasiado agresivo para simplemente pedirles, no obligarlos, con voz calmada, que esperen. No quería pensamientos invasivos sobre las variantes que podrían salir mal si aceptaban la oferta, pero era imposible.
Billy ha sido una piedra en su zapato desde aquel día que le dio el aventón a Melvald's General Store. A la interpretación de Lucy, él quería más de ella que los treinta minutos, tortuosos, que le brindó esa tarde lluviosa. Con el tiempo, le tocaría aprender a las malas que eso no sería posible. Lucy no le presta atención a los varones de la preparatoria, muchísimo menos le regalaría su tiempo a Billy, que solo ha demostrado ser lo que desprecia en los hombres.
—Si arreglaremos esto de una vez por todas. —Habló Eddie, antes de que Lucy pudiera detenerlo porque el muy tonto no la preguntó a ella—. No te demores, Hargrove.
La multitud se dispersó mientras abucheaban. Solo hizo falta un gruñido de bestia que brotó de los labios de Billy para acallar las críticas. Ugh, definitivamente no le gustaba el típico hombre que actúa como macho.
Robin alejó a las personas que la hostigaron con preguntas estúpidas, mientras que Garreth, con la palma de su mano en la espalda, la llevó hasta la esquina del jardín en la que vio a Steve y Nancy momentos atrás. Antes de que la realidad la golpeara y provocara, automáticamente, que el efecto de la mariguana se evaporara de su sistema nervioso, ahora lo reemplazaba la angustia y ansiedad por el futuro incierto.
Se dejó caer en la orilla de la jardinera construida de ladrillo rojo. Luego tomó su cabeza entre las manos. Uno, dos, tres. Nada malo pasaría. Tuvo que contar hasta el diez al menos un par de veces mientras se preocupaba por no perder el control de su respiración. Listo, el mundo no se había terminado.
Dejó salir un suspiró al momento que alzó la vista, solo para que la piel de los brazos se le enchinara con la mirada de cachorro pateado que Steve le dirigía, o eso, hasta que Nancy, frunciendo el ceño, se opusiera entre ambos. Qué tontería. Ya estaban lo suficientemente grandes para hablar con seriedad de esto. Lucy no merece, de ninguna manera, los ojos acusadores de Nancy recorriendo su cuerpo. Ahora tiene mayores problemáticas atacando su vida.
Quizás, habría sido mejor que Eddie y Billy pelearan, así el dilema se resolvería con prontitud. Pero es un escenario que no se explorará, no esta noche. ¿Y qué pasaría esta noche, de cualquier manera? ¿Qué era aquello que Billy planeaba?
La irritación en sus venas no podría ser mayor mientras meditaba que ni Robin ni Garreth estarían allí para auxiliarlos. Pero no hacen falta, es decir, sería grandioso que estuvieran con ellos, solo que no requerirán ayuda. Eddie y Lucy, como un equipo; podrían derrocar todos los muros que se interpusieran en su camino hasta lograr su objetivo. Son los Munson. Son los marginados y frikis, sin embargo, eso no los rebaja a menos que los demás.
Y si el cabeza hueca de Billy Hargrove considera sobrepasar sus límites de tolerancia, entonces conocerá lo que es el arrepentimiento desde rogar por la paz. Nadie se mete con ellos y sale sin algún rasguño.
No supo cuánto tiempo estuvo ensimismada en su mente, pero asume que el suficiente para que Robin le pidiera acompañarla al baño. Es obvio que Lucy le cuidará la puerta de cualquier pareja de hormonales que desee un lugar para estar solos. Una vez afuera del sanitario, se permitió cerrar los ojos. Para suerte de ambas, el baño se encontraba en el último piso, en el rincón de un pasillo lúgubre y terroso. Era cómodo, reinaba el silencio y el aire helado permanecía encapsulado en la planta baja.
Largó un suspiro que se le antojó larguísimo. Estaba liberando un poco de la tensión de esa noche tronando los dedos de sus manos, cuando el estridente sonido de zapatos pesados que subían las escaleras la desconcentró. Parpadeando, se encontró a un sonriente y algo ebrio Steve.
—¡Ey, es mi demonio favorita! —Para llegar hasta ella arrastró los pies así como las palabras. Está más que algo borracho dado su tono de voz lento y ronco. En sus brillantes ojos notó alegría falsa del alcohol.—. ¿Qué haces aquí, huh? ¡Te estamos esperando allá abajo! Ven, vamos.
Steve rodeó a Lucy con ambos brazos, reposando las manos en la curva de su cintura y dejándose caer pesadamente sobre su torso y hombros. Ella a duras penas logró clavar los pies en el suelo de resbaladiza madera. Las rodillas se le doblaron un poco pero resistió.
—Estás borracho, Steve —dijo, con poco aliento—. Quítate de encima.
—No dijiste eso la semana pasada. Te quedaste dormida, me abrazaste, y no me querías soltar pero tampoco despertabas.
Ah, así es como lo recordaba Steve. Si supiera que lo que estaba abrazando era un almohadón del sillón y no a ella.
—Eso fue porque estaba borracha.
—Me llamaste en tu sueño —replicó, necio. El tono de su voz había cambiado a uno infantil mientras la estrechaba más cerca—. Y dijiste que no te dejara.
La puerta del sanitario de abrió de súbito, revelando a Robin. Ella los veía como si la hubieran atacado. La perplejidad en sus ojos azules era demasiada. Lucy sintió que los colores se le subieron al rostro: Robin los había oído.
—¿Quién es ella? —preguntó Steve. Liberó su cuerpo, al fin, solo para ver a Robin con la frente arrugada. Pareciera que la recordaba de lo que Lucy le contó sobre ella.
—Rob, deja que te lo explique —suplicó. La rubia había comenzado su carrera por descender los escalones con rapidez para alejarse de ambos—. No es lo que piensas.
—No tienes que darme explicaciones ni nada. —Contradiciendo sus palabras siguió bajando las escaleras hasta que llegó a la curvatura en mitad del segundo piso. Aún estaba de espaldas—. Solo quiero saber cómo... ¿en qué momento te pareció buena idea aliarte con el imbécil de Steve?
Las palabras se le atascaron en la garganta, las tenía ahí, pero el motivo para guardar silencio es más fuerte de lo que podría pensar Robin.
—Rob, confía en mí, por favor. No puedo decírtelo porque pondría en riesgo tu vida y la perspectiva que tienes sobre todo. No quiero eso. —Intentó sostener la mirada azul de su amiga, ella la desvió, consciente de lo mucho que Lucy odia que lo haga—. Por favor, creé en mí.
Robin solo veía los marcos de fotografías en la pared, no emitió el mínimo sonido por unos segundos. Una sonrisa irónica surcó sus finas facciones.
—Sí, por supuesto. ¿También quieres que haga de la vista gorda cuando dormiste con un chico que tiene novia?
Lucy mordió su labio. Había una pesadez instalándose en su pecho. Esto no estaba del todo bien.
—Mira sé que Wheeler no es de tu agrado por obvias razones. Y ¿sabes qué? Ni siquiera me importa con quién duermes, solo que... —liberó un suspiro entrecortado, doloroso—. Me duele tu falta de confianza.
—Rob, por favor.
—Lo peor de todo esto es que, durante años, pensé que éramos tú y yo contra él, en nuestra alianza anti-Steve. No conforme con romper la promesa, me ocultas cosas. —Había unas cuantas lágrimas sin derramar en las orillas de sus ojos—. ¿Cuándo he mantenido un secreto solo para mí, Lucía? ¡Nunca!
Algo en todo esto se sintió levemente ridículo.
—¡Hicimos esa promesa de la alianza cuando teníamos catorce años! —le recordó sin sutileza a la rubia—. No podemos estancarnos para toda la vida odiando a una persona sin motivos reales. Lo culpamos a él porque, obviamente, no podemos culparte a ti. Aquí nadie es el villano de la historia. ¡Él nunca nos ha dicho nada, nunca nos ofendió!
La cara de Robin se convirtió en un poema. Sus ojos revelaban consternación total, dolor. Las esquinas de su boca tiraron hacia abajo mientras sus cejas se arrugaban. Estaba a poco de romper en llanto. La última ocasión en que lloró fue en el funeral de su tortuga, un par de meses atrás.
Todo esto es su culpa. Nunca le fue honesta sobre la tonta alianza que, en un principio, era divertida, pues se burlaban de la mínima muestra de algo patético sobre Steve. Era inmaduro e hiriente. La alianza anti-Steve –un año después– se transformó en un club en el que discutían cualquier tema, desde idiomas hasta filmes de terror sobrevalorados. En pocas ocasiones, Steve volvió a ser tema de conversación principal, y cuando lo fue, no se reían con saña de hacerle daño, sino de su ridícula manera de batir las manos al aire en cada juego de basquetbol o competencia de natación que perdía; de cómo accidentalmente se resbaló con un trozo de pizza en la cafetería y fue imposible no reírse. Después de todo, sería hipocresía pedir respeto sin brindarlo.
Extendió la mano hacia el brazo de Robin, esperando alcanzarla antes de que bajara los escalones finales. Tuvo la esperanza vacía de que se daría la vuelta y le gritaría algo, no importaba que, un «te odio», «no quiero verte». Pero no sucedió.
Lucy permaneció de pie a mitad de camino. Vio, con un nudo en la garganta, que su mejor amiga se escapaba de su lado por primera vez en seis años. La culpa solo le correspondía a ella por ser deshonesta, una mala amiga. La sensación de vacío empeoró al comprender que nunca fue sincera con Robin respecto a su odio sobre Steve Harrington, pero la quería mucho para romperle el corazón con la verdad.
Quería que Robin fuera feliz, que no llenara su cabeza de pensamientos absurdos que trataban de resolver el destartalado matrimonio de sus padres, y si el odio supremo a un chico la distraía un momento, entonces lo haría. Sin embargo, ahora, ella era la del corazón marchito. Y su única amistad sincera no estaba mejor. Seguro se encontraba a mitad de camino hacia la solitaria casa de su madre.
—¡Lulú, Lulú! —Los gritos de Eddie que provenían de la planta baja la regresaron a la realidad.
Eddie subió las escaleras, quedando enfrente de Lucy. Ella bajó la mirada para evitar un cuestionario incómodo, pero él, de todas formas, la sacudió por los hombros tratando de averiguar aquello que la afligía.
—Vi que Robin se fue. Parecía triste —murmuró solo para que ella lo escuchara—. ¿El galán les hizo algo, o qué sucedió?
Él miraba por encima de su hombro donde se encontraba Steve recargado en la pared detrás de Lucy. Ella notó que había tanta seriedad como incomodidad en su rostro. Por supuesto, había sido partícipe de la discusión con Robin de forma pasiva.
—Está bien, Lulú. Vámonos ya, me cuentas en casa.
—No los dejarán marcharse sin jugar —dijo Steve. No había articulado una sola palabra durante los quince minutos en los que estuvo allí.
Se acercó a ambos, tomando cierta distancia para que no fuera incómodo debido al estrecho espacio de las escaleras.
—Deberían quedarse.
Después bajó los escalones, perdiéndose en la pequeña multitud que comenzaba a dispersarse. La fiesta había terminado. Era momento de enfrentar a Billy.
Sintió que sus hombros bajaban un poco, el peso de la discusión estaba cayendo sobre ella. Eddie la vio por un segundo, en silencio, luego apartó la vista y torció la boca. Iba a darle una orden, Lucy prácticamente pudo leerlo en sus ojos oscuros y preocupados.
—Garreth se fue a casa al igual que Robin —dijo, con la voz tensa—. Entonces, tendrás que irte sola a casa. Tomarás las llaves del Impala y te marcharás, ¿bien? No des la vuelta intentando averiguar qué pasará conmigo.
—No.
—Lucía.
—No malgastaré mis ahorros de nuevo en pagar tu fianza. —Enraizó los pies al suelo, de forma que Eddie viera lo decidida que estaba a no marcharse—. Y no soy una damita en problemas. Sé que estás siendo amable, pero no te abandonaré. —Eddie la miró fijamente, Lucy lo secundó. No había otra forma de ganar esto—. Así que vamos a jugar ese estúpido juego de las cervezas, o lo que sea, después nos iremos, los dos, sin golpes o policías de por medio.
Eddie pestañeó con lentitud. Una mueca de inconformidad envolvió su rostro.
—Soy mayor que tú, y aunque ya no somos niños, sigues encontrando la manera de persuadirme —reveló, después agitó los rulos de Lucy—. Gracias por no abandonarme, Lulú.
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No se trataba de el estúpido juego de encestar pelotas en los vasos con tragos preparados. Lucy se sorprendió cuando, en lugar de eso, Ronald Montgomery, los invitó a ambos a incorporarse a un círculo formado por Billy, Carol, Tommy, Bambi, Jason Carver, Denisse Cunningham, él, y ahora, ellos.
—¿Vas a filmar esta estupidez? —cuestionó Eddie al ver a Tommy sosteniendo una cámara de las más nuevas entre sus dedos. La lente apuntaba a todos, pero se detuvo haciendo zoom en el escote de Lucy. Eddie se interpuso en el camino, alzando las cejas como solo él sabe para que las personas le respondan rápido—. Te pregunté algo.
—Como dices, friki, solo es una estupidez, ¿no?
Su hermano entrecerró los ojos mientras veía a los presentes con sospecha, incluso a Steve. Lucy, por otro lado, apretó los labios, incómoda. Quería irse cuanto antes. Ya no tenía razones para pensar que la noche podría empeorar dado que el mal presentimiento que estuvo estancado en su pecho durante dos horas se había cumplido. Solo deseaba recostarse y dormir por días.
—Entonces, este juego lo inventé en una pijamada con mis primas —aclaró Carol, mascando su chicle con la boca abierta—. Vamos a decir cuatro oraciones, tres son verdad y una mentira, los demás debemos adivinar cuál es la mentira.
—¿Qué sentido tiene este juego?
—Cállate, Ronald.
Lucy sintió un poco de empatía por él dado que pensó lo mismo. Ronald no es malo, simplemente irritante. Lucy lo evita tanto como puede. No es como si quisiera meterse en problemas con el hijastro del alcalde de Hawkins.
—Bien, comencemos conmigo: soy pelirroja natural, mis papás viven en California, estudio en la preparatoria de Hawkins, y mi marca de alma gemela dice el nombre de mi novio.
Vaya, sorpresa; Carol dijo cosas tan básicas que todos averiguaron cuál era la mentira de inmediato. Blanqueó los ojos, esto sería sumamente aburrido.
—Antes vivía en California, tengo un hermano gemelo que es nerd, conduzco un Camaro azul que compré con mis ahorros de toda la vida, soy un hombre peligroso. —No le habría tomado importancia al segundo participante de no ser por la mirada, que pretendía ser intimidante, que le dirigió Billy justo después de terminar de hablar. Lucy arrugó las cejas con recelo. —¿Cuál es la mentira, Lulú?
Sintió la sangre hervir en sus venas. Ese apodo solo pueden usarlo sus allegados, es decir, Eddie, papá, los abuelos, Robin. No era de su agrado escucharlo salir de los labios del idiota que estuvo, prácticamente, acosándola una semana entera.
—Es obvio. —Sonrió burlesca, y hundió el índice en el musculoso y sudado pecho de Hargrove—. No eres alguien peligroso.
La sonrisa lobuna en la cara del rubio incrementó, acaparando casi la mitad de su cara. Se acercó a su rostro, traspasando el límite de espacio personal y luego susurró en un tono condescendiente:
—En el futuro, verás tu equivocación.
Eddie carraspeó, visiblemente incómodo al verla atrapada en esa situación.
—Es tu turno, Lucy.
No lo pensó demasiado. Eddie, silenciosamente, le estaba pidiendo no crear algún conflicto solo porque la noche había transcurrido en relativa tranquilidad, además, ambos querían marcharse lo más rápido posible.
—Sí, todos queremos escuchar lo que tiene que decir la chica favorita del Jefe Hopper —mencionó Jason Carver, cuyos ojos azules la observaron con algo que Lucy no identificaba, presintió que no era bueno. Sin embargo, nunca retrocedería ante un hijo de la iglesia.
—Mi cabello es negro, no tengo marca de alma gemela, vivo en la calle Maple, y nunca he adoptado a un perro —reveló. Después bebió de su vaso con agua mientras esperaba el veredicto de los chicos—. ¿Qué, acaso no fui clara?
—¿Por qué no tienes marca de alma gemela? —cuestionó Carol, mascando su chicle con indiferencia—. Eso es muy extraño y horrible.
Sintió que las esquinas de su boca tiraban hacia arriba para una sonrisa cínica.
—Me siento afortunada de no tener mis emociones atadas a algún idiota despistado.
Eddie colocó la palma de su mano en su espalda, no estaba segura si era para brindarle su apoyo o pedirle silenciosamente que no hiciera de esto una guerra.
—Todo lo que dijiste son verdades —declaró Jason. Antes de que pudiera explicarse, él volvió a hablar—: Recuerdo que acogiste a un perro de la calle cuando éramos niños, para mí eso cuenta como adopción.
—Sí, totalmente. —Ronald asintió en acuerdo.
Lucy blanqueó los ojos, mientras pensaba una mentira qué decir.
—Hum, bueno, tengo mi marca de alma gemela y él está con nosotros. —Obviamente era una mentira.
Ellos rechazaron la oferta, frustrando a Lucy hasta el dolor de cabeza. La paciencia no es su fuerte.
—¿Entonces que debo decir? ¡Es mentira, si tuviera esa estupidez no me habrían asignado a ninguno de ustedes!
—No lo sé. ¿Por qué no cuentas la verdad sobre mi hermano y tú? —Jason lanzó la pregunta menos esperada, provocando que Lucy apretara la mandíbula y tragara saliva con fuerza—. Dinos la verdad, Lucía.
—Claro, hablas del pequeño Jude y como no lo ayudé a levantarse después que cayó de su patineta en la escuela, porque no hay nada más que contar —sentenció, sin apartar los ojos del imbécil rubio que desafiaba su testimonio avalado por la policía.
Jason se rio. Era un sonido hueco y áspero que se arraigó en su cabeza.
—Sabes de lo que hablo. Todos. —Escaneó el cuerpo de Lucy, haciéndola sentir mucha incomodidad. Quería taparse toda la piel que Jason analizaba con ojos críticos—. De todas maneras, no entiendo que atractivo físico pudo ver James en ti, si tu acusación fuera verdadera; eres repulsiva.
Lucy se alzó en toda su estatura, con la mandíbula cerrada tan duramente que dolió. Las manos las tenía hechas puños a cada lado de su cuerpo. Hubo una que otra lágrima de coraje puro que aclamaban salir, pero no lo permitió.
—Retráctate —exigió. Había un calor mortalmente alto corroyendo sus venas—. Ahora mismo, Carver.
Él se incorporó del suelo, se aproximó tan cerca de ella que pudo observar las pecas espolvoreadas en sus mejillas, y sus pupilas tan dilatadas que dudó por un segundo si había algún color además del negro. Lo había, era de un azul ligeramente más suave que el de su maldito hermano mayor.
—Nunca. Tú inventaste esa historia. Y mi hermano está muerto, todo por tu jodida culpa.
Eddie avanzó hacia ellos, pero la mano de Lucy en su pecho lo detuvo. No hubo necesidad de que compartieran una mirada para confirmar lo que ambos pensaban, después de todo, era su batalla.
—De no haber sido cierto, él no habría puesto la soga alrededor de su cuello, imbécil —refutó, pinchando con dureza el pecho del rubio—. No es mi puto problema que tu familia y tú hayan protegido a un abusador alcohólico y drogadicto.
—James era un hombre decente. Iba a la iglesia todos los domingos, e iba a comenzar su formación para ser cura, hasta que tú apareciste con ese maldito vestido demasiado pegado y corto. Tú lo provocaste, él no fue culpable.
—¡No me digas! ¡Ahora tengo la culpa por la ropa que decido usar en mi cuerpo, y que quede claro que es mío! —El tono que usó no daba la mano a torcer. En un segundo, todos parecían menos borrachos que antes—. Antes de hablar, piensa con lógica lo que saldrá de tu boca, imbécil.
—¡Estoy en lo correcto! —dijo, negándose a aceptar la verdad de Lucy—. ¡Si no hubieras usado un vestido como ese, mi hermano estaría vivo porque no lo habrías provocado!
Jason se acercó más si era posible, Lucy no retrocedió.
—Ey, Jason, cálmate. Estás ofendiendo a Lucy. —Steve intentó meterse entre ambos, pero ninguno abandonó la lucha—. Jason, no seas un idiota con ella.
Nadie le prestó atención.
En un movimiento súbito, Jason tomó los hombros de su blusa roja, estaba empeñado en hacer algo que ninguno comprendió hasta que comenzó a halar de la tela con tal fuerza que podría romperla... ¡el imbécil quería dejarla expuesta frente a todos!
—Maldita bruja.
Le habría gustado hacer algo más que haberse sacudido con violencia entre los brazos del misógino, pero en un movimiento esperado de la parejita de idiotas que estaban aliados con Jason, tuvo que retroceder en sus planes porque ambos la sostuvieron de los brazos. Jason estaba empeñado en cumplir su objetivo rasgando las capas del estambre con una navaja suiza.
Eddie no esperó nada para atacar con todas las fuerzas en sus puños a los cómplices. Logró derribar a Tommy después de taclearlo, vaya que tenía resistencia. Por otro lado, a Carol la tuvo que halar de la chaqueta provocando que esta aterrizara sobre ambos. Steve sostuvo con los brazos bien tensos el abdomen de Jason, tirando hacia atrás tanto como podía. La impaciencia y desesperación era reflejada en cada nervio de su cuerpo. Billy no hizo nada. No se sorprendió.
Lucy arañó las mejillas y frente de Jason, consiguiendo algo de tiempo cuando este se llevó las manos al rostro para revisar las heridas. El rubio palpó sus labios manchados de sangre. Lucy los había roto con sus uñas largas. Le mostró el dedo medio cuando él escupió un poco de sangre en el pasto.
Debió picarle los ojos, así, habría evitado ver el goce que lo invadió cuando dio la estocada final, en un momento que Lucy se descuidó, cortando no solo un poco de su pecho sino también la tela que cubría su abdomen y senos, así como las cicatrices que dejó el demogorgon semanas atrás. Era un error que no podría rectificar.
La humillación escalaba por su garganta al momento que Eddie defendió su orgullo. Bastó con un gancho directo a la mandíbula, esta crujió anunciando la fractura inminente. Maligno líquido carmesí goteó de su boca, pero no fue impedimento para que el rubio se callara. Y mientras él se burlaba a carcajada abierta, Lucy luchó contra el impulso de desenvolver sus brazos de alrededor del abdomen para golpearlo ella misma.
El rubio hizo el intento de hablar, pero lo único que logró fue bramar balbuceos entre escupitajos de sangre. Luego le arrojó la tela deshecha de la blusa al rostro, los trozos de estambre que fueron una preciosa prenda rojiza que había hurtado del armario de Robin. Lucy le dio una patada con tal fuerza que lo desmayó y le dejó la mandíbula fuera de su lugar habitual.
No podía ver a nadie a la cara, ni siquiera a Eddie. Cerró los puños con tal fuerza que sintió las uñas clavársele en la carne de las palmas. Diminutos hilos de sangre escurrieron de ambas. Quiso gritar y matar a Jason en ese instante. Oficialmente, le había declarado la guerra.
Se dio la vuelta, poco importándole si lo que veían los demás eran las cicatrices que un día, más de diez años atrás, el inepto de Wallace Munson le había provocado con sus apestosos cigarrillos y varillas de metal que ardían en fuego, cuyo destino era la piel del ganado.
—Ugh. Tus cicatrices de verdad son feas —dijo Carol. Palpó la textura de su espalda con sus manos heladas. Lucy se sacudió del toque. Entonces, cuando estaba lista para girarse y golpearla a pesar de su evidente desnudez; Carol la arrojó con fuerza excesiva a la piscina—. Mejor, muérete.
—¡Hijos de perra! —gritó Eddie, o fue lo que comprendió cuando su cuerpo se hundió en el agua.
Dejó que la gravedad la arrastrara con ella hasta el fondo, y cuando tocó la superficie y abrió los ojos, observó el cielo a través de las olas que se produjeron con su peso. Abrió y cerró las manos observando el agua. En los pocos minutos que le quedaban antes de desmayarse, el único pensamiento que cruzaba su mente era su madre mientras veía los puntitos en el cielo, supuso que eran las estrellas.
Mamá, si al abrir los ojos no es a ti a quien vea, prometo, en tu memoria y por el valor que me mostraste que tengo; cobrar venganza.
Decidió cerrar los ojos, desinhibiéndose de su entorno. Era preferible pensar que no estaba desnuda de la cintura para arriba, a punto de morir, que la realidad. No sería mala idea ahogarse aquí mismo. No quería enfrentar lo que venía, no sería agradable.
Lo primero que sintió al salir del agua fue la incansable necesidad de toser para liberar el agua que había entrado a sus pulmones. Y lo vio, su héroe no tenía capa, pero si un elaborado peinado que se había arruinado con el agua. Habría blanqueado los ojos de no ser porque le tomaría un gran esfuerzo. Tosió una vez más y le echó un vistazo rápido, él no la miró de regreso, pero le extendió su chaqueta de botones, estaba seca. Lucy no tardó nada en ponérsela.
Cuando el aire transitó con regularidad por su sistema, se permitió observar las escenas que se presentaban ante ambos: Eddie se encontraba a horcajadas de Jason, quien había despertado, mientras lo golpeaba sin tregua en los lugares donde la piel no estuviera magullada; Carol estaba siendo arrastrada del cabello por Denisse. Tragó saliva en su boca seca después de ver a Billy. Para Tommy, sin dudas, habían guardado el mejor escarmiento, un rubio con problemas de enojo y puños alérgicos a la piedad.
Era demasiado. Necesitaba tranquilidad. Quería silencio.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco...
Requería paz y mucha fuerza de voluntad para no tomar la venganza por su cuenta, no aún.
Uno, dos tres, cuatro...
Claramente no tenía cabeza para manejar todo esto cuando minutos atrás había estado a poco de dejarse morir en el agua, de no ser por Bambi, lo habría logrado.
—Oye, Lucy...
Cualquier cosa que iba a decir Steve fue interrumpida por Chrissy Cunningham, quien caminó hacia el par tímidamente.
—Llame a la policía, pero ya saben como es aquí. —Torció los labios mientras veía la vestimenta empapada de Lucy, pero apartó los ojos tan rápido que pensó que lo había imaginado—. Sé que no somos amigas, pero creo que somos de la misma talla, si quieres puedo prestarte algo antes de que se vayan.
Por inercia más que por racionalidad, siguió a Chrissy hasta su habitación. En el caminó le contó que estaban en la misma clase con la señora Avery, que es porrista y que, algún día, cuando se haya graduado de la preparatoria, viajaría muy lejos de Hawkins para conocer el mundo. Lucy la oyó sin oírla. Aún sentía los nervios de punta.
—Toma. —La ropa que le extendió era muy adecuada: un pantalón de pijama, una camiseta con estampado de Volver al futuro, un par de calcetines gruesos y una sudadera—. El baño está por allá.
No se atrevió a mirarse al espejo mientras se cambiaba de ropa. En su lugar, optó por halar de las prendas con tal rapidez que estuvo a poco de resbalarse y caer. Tomó asiento en la tapa del retrete, se llevó las manos al rostro y lloró en silencio. Robin estaba enojada con ella. Y un Carver más había hallado la manera de humillarla... y él debería pagar, no solo con los puños de Eddie.
—¡Hay toallas limpias en el armario! —exclamó Chrissy desde afuera.
¿Por qué estaba siendo tan amable con ella cuando nunca se dirigieron la palabra hasta este momento?
Al salir del baño le entregó la sudadera a Chrissy, pues había decidido dejarse la de Steve encima. Ella no dijo nada, solo asintió antes de guiarla escaleras abajo mientras le extendía una bolsa biodegradable para que guardase sus prendas y botas.
En cuanto vio a Steve, este se abalanzó sobre ella. Lucy, sin haber reaccionado del todo luego de salir de la piscina, lo rodeó con sus brazos sin sentir nada. Estaba apagada. El estado de shock que pocas veces poseía su sistema estaba funcionando en su máximo esplendor, en el peor momento. Se sintió muerta por dentro, como si hubieran perforado su pecho y extraído su alma de su cuerpo por tiempo indefinido.
—Solo quedamos tú y yo —informó, arrugando las cejas. Salieron de la casa en dirección a la orilla de la calle donde había estacionado su amado auto, soltó su muñeca y la miró—. Lucy, ¿quieres ir a casa o prefieres el hospital?
—Estoy bien. Solo quiero dormir.
Steve apretó los labios, inconforme con la respuesta. A ella no pudo importarle menos.
Las sirenas de la policía se escuchaban demasiado cerca. Cuando estaba caminando hasta el auto, le llamó la atención que Chrissy salió corriendo de la casa a su dirección, no esperó que fuera para abrazarla.
—No importa mi opinión, pero yo te creo Lucy. No debes demostrárselo a nadie.
Por primera vez en lo que iba de esa espantosa noche, sintió el impulso de sonreír ante la empatía de la porrista. No lo hizo, estaba muy cansada emocionalmente para lograr que el gesto se viera real. Había perdido mucho en esta fiesta, lo único que sabía, es que Chrissy Cunningham, hija de padres religiosos y fiel creyente de la iglesia, la apoyaba. Una mujer que no pertenece a su familia no la juzgó injustamente o se dejó llevar por los rumores de los ignorantes.
—Significa mucho para mí. —Se sorprendió por el tono ronco en su voz, una consecuencia de haber permanecido demasiado tiempo bajo el agua.
Steve manejó en silencio tenso hasta su casa. Lucy no pudo esperar a que aparcara correctamente y bajó corriendo en dirección a su hermano, que yacía esperándoles con un bate de aluminio en las manos. Eddie la estrechó en sus brazos, alzándola unos centímetros del suelo. La bajó y la vio con sus oscuros ojos abiertos de par en par.
Las palabras «quiero venganza» no fueron expulsadas por sus labios, sin embargo, las reflejó en su mirada.
—Oigan, si regresan o algo más pasa y creen que pueda ayudarlos, aquí está mi número —le extendió un papelito a Lucy, quien lo tomó con manos temblorosas—. Lamento lo que pasó hoy. No sabía nada. No habría dejado que se quedaran de haberlo sabido. —Sonaba igual que un cachorro gimiendo por perdón a su dueño. Lucy lo miró como si fuera un gran Golden retriever—. De verdad, lo lamento Lucía.
Ella sacudió una mano en el aire, deteniéndolo.
—Te vas a enterar primero que nosotros sobre todo lo que pase con esos idiotas, ¿por qué no vienes y nos cuentas?
Él asintió algunas veces antes de retirarse.
Lucy necesitaba una taza de café para pensar en esta noche. La guerra había comenzado, puede que no ganara la primer batalla de sus propias manos, pero muy pronto, todos los involucrados sabrían de ella. Nadie debió subestimar su poder.
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Bueno, espero que les esté gustando. Si es así, dejen su voto, me gustan las lectoras pero más las lectoras que no son fantasmitas. Los primeros dos comentarios les dedicaré el próximo capítulo 💛
¿Parte fav? A mi se me antojó muy agridulce.
Por cierto, la manera en que Lucy se refiere a las personas religiosas tiene su causa, triste y predecible si tomamos en cuenta el desarrollo de la historia hasta el momento.
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