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3 | Making friends and cakes

Parte I. Capítulo III

Making friends and cakes [Haciendo amigos y pasteles]

En cuanto Hopper, los demás policías y el dueño de la tienda arribaron la escena, Lucy pensó que era su mejor oportunidad para marcharse sin atraer la atención del jefe de policía más de lo necesario. Desde los hechos de 1979, Hopper había mostrado especial atención en ella y su familia, no era incómodo, solo un tanto estresante el estar bajo la mira del amigo de su padre en cada vandalismo que ocurriera en Hawkins. Pero debe admitirlo, los beneficios superan las desventajas.

Estaba por escabullirse de puntillas hacia el lado contrario de la tienda, cuando Steve tomó su hombro, afianzando el agarre con fuerza y dándole vuelta para verla, en su rostro encontró la mirada de confusión marca Harrington. Lucy revoloteó los ojos al cielo.

—¿Qué crees que haces?

—Huir. No me agrada estar rodeada de policías.

En el segundo intento de escape, Steve no solo la giró hacia su cuerpo, también la obligó a caminar de regreso al estacionamiento de la tienda luego de colocarse detrás de ella. Lucy, necia, tensó el cuerpo, provocando que los pasos de ambos se frenaran y que el pecho de Steve chocara con su espalda. 

—Bien. Si así lo quieres. 

Steve resopló, y posándose frente suyo la tomó y alzó cual saco sobre su hombro, soltándola delicadamente hasta que se detuvieron frente a su auto. Hopper los veía de lejos con una ceja enarcada. ¡Le contaría a su padre! 

—¡Steve!

—Agotaste mis opciones —mencionó, restándole importancia—. Ya le contamos a Hopper todo lo que vimos y podemos irnos pero, por si no lo recuerdas, iba a llevarte a casa.

Rodeó el auto, abriendo la puerta del copiloto para ella, esperando en silencio que subiera. Lucy blanqueó los ojos, descruzando los brazos y subiendo. 

—Me ofende muchísimo la manera en que me levantaste, pero acepto —le dio a conocer, antes de que Steve cerrara la puerta. 

Aún refunfuñando por lo bajo, alcanzó los casetes de Steve, revisándolos. No le sorprendió que su gusto musical se limitara a los artistas cuyas canciones son únicamente sonido comercial y letras que enamoran a los oyentes. Sonrió, decidiéndose por colocar el casete del cual estaba segura saber la letra de una o dos canciones.

She's a rainbow de The Rolling Stones inundó el ambiente justo cuando Steve abordaba su auto Él arrugó las cejas, confundido. Cada vez era más frecuente que Lucy presenciara la mirada de consternación marca Harrington. 

—¿Quién lo diría? Sabes de buena música.

Él se encogió de hombros mientras se colocaba los lentes para el sol, encendió el auto y salieron del estacionamiento.

—Es el único casete que me gustó de la gran variedad que mamá me trajo de sus viajes.

Hay algo extraño en el aire que le susurró, sutilmente, que no debería aportar nada a la conversación, incluso si parecerá una grosera por completo. Dada la manera en que la mueca de Steve se transformó en una de amargura, había elegido bien, este no era su tema preferido. 

Abrochó su cinturón sin perder de vista al conductor, el cual, en ese instante, giró la cabeza en su dirección.

—Puedes encender la radio, si quieres.

—Me gusta esa canción.

—A mi también —mencionó, ya de mejor ánimo.

Un pensamiento intrusivo y careciente de lógica atravesó su cabeza: tal vez, Steve Harrington no es el insufrible que Robin y ella se encargaron de despreciar desde los catorce años. Sin embargo, no le daría el visto bueno porque no lo conoce ni un poco.

—Entonces, ¿vas a cocinar un delicioso pastel? —inquirió, acercándose al asiento de Steve.

—Más bien, lo intentaré —rio entre dientes, viendo de reojo a Lucy—. Mañana es- —suspiró— hubiera sido el cumpleaños ochenta de mi abuela y, ya sabes.

—Lo lamento —dijo, sinceramente. Steve asintió con una mueca un poco rota. 

Lucy lo entiende, ella sabe del dolor por el que debe estar pasando, lo imagina dado que perdió a su madre cuando era una niña de seis años.

—¿Le gustaba el pastel de zanahorias?

—Sí, ella lo adoraba. —Se limpió una lágrima escurridiza con el dorso de la mano. Lucy nunca vio que un chico u hombre adulto no evitara esconder sus verdaderos sentimientos, Steve, sin duda, es un enigma.

Ladeando la cabeza y mordiendo la esquina de su boca, Lucy meditó sus opciones: irse a casa y prepararse una exquisita cena, en un escenario en el que es prácticamente seguro que coma sola porque Eddie estará de fiesta con su banda; o pedirle a Steve que, solo si él quiere, lo acompañe a su casa... 

¡Pero de qué demonios habla, está claro que su novia o papás estarán acompañándolo! Esa bofetada de recordatorio es suficiente para hacerla guardar silencio.

—Es el primer año que no está —apretó la mandíbula y las manos alrededor del volante, interrumpiendo lo que fuera a decir—. Es el primer año que no está a mi lado. ¿Sabes? No es mi mejor día.

—Seguro que el clima no ayuda en nada —murmuró Lucy, mordiendo su labio por dentro—. A mi me gustan los días nublados.

Lucy tragó saliva, no muy segura de qué otra cosa podría decir, ¿debería hacerlo, en realidad?

Bajando el volumen del estéreo acercó una mano temblorosa –por los nervios– al muchacho de mirada triste que acababa de detenerse frente a su casa. Él simplemente alzó una comisura de la boca, no era una sonrisa, no sabía qué era, pero se sintió como una patada en el estómago.

—No sé porqué te dije todo esto. Lo siento.

—No te molestes en pedir perdón, Bambi.

Su frente se arrugó al escuchar el apodo nada creativo por el que lo había llamado, seguro que no lo contemplaba. ¡Había sido un accidente, no planeaba expresarlo nunca en voz alta, mucho menos a él!

—Primero Stevie, ahora, Bambi. ¿Munson, qué tienes con ponerle apodos a los demás? —exigió saber. No parecía particularmente molesto, o perturbado, lo tomó como buena señal.

—Lo dice quien, ni bien nos conocimos, me llamó «Demonio de Tasmania» —planteó cruzando los brazos. Steve abrió la boca, sin llegar a articular una palabra al final. Lucy rio, alzando las manos al cielo como la mala ganadora que era—. ¡Yo gané!

Él apretó los labios mientras revoloteaba los ojos al cielo.

—Bien. Ganaste.

—¿Y mi premio?

—Oye, ¿cuándo acordamos que habría premio para quien ganara?

—No lo sé.

—¿Qué tenías en mente, demonio de Tasmania? —preguntó, exhalando como si estuviera cansado.

Lucy, evidentemente, no pensó que llevaran esta ridiculez tan lejos, muchísimo menos que él lo tomara en serio.

—Quiero saber... el secreto para tu magnifico cabello.

La indignación que invadió la cara de Steve fue grandiosa. ¡Jamás vio a alguien que palideciera así de rápido, hasta ese día! Negándose a contribuir con su secreto, Lucy no tuvo más alternativas que lanzar peticiones a diestra y siniestra, las cuales meditó unos minutos los pros y contras, antes de decirlas.

—¿Por qué ya no le hablas a Tommy y Carol?

—Largo de explicar, y vergonzoso.

—¿El shampoo que usas es extranjero?

—¡No voy a responder eso!

—¡Bien, me quedé sin preguntas! —Se rindió—. Espera, tengo una buena: ¿por qué insistes en ayudarme? Casi siempre estoy de mal humor, o sino, te respondo mal, o te evito.

Steve suspiró, un largo suspiro. Su frente se arrugó, viéndola con las cejas alzadas, rascándose una incomodidad inexistente en el brazo.

—No estoy seguro de cómo responder esto.

—No es tan difícil, solo coloca una palabra delante de otra.

—Voy a ignorar que dijiste eso.

Le tomó unos segundos, en los que reacomodó sus pensamientos, entonces volvió su mirada de caramelo quemado hacia ella. La preocupación ha desaparecido, no obstante, la reemplaza otra emoción que conmocionó su sistema: Steve parece, genuinamente, inseguro. Y sí, es una sorpresa porque pocas, o nulas ocasiones, ha visto al popular Steve «rey» Harrington agobiado.

—Mira, sé que no somos amigos —aclaró desde el comienzo—. Pero me agradas, solo cuando no tienes esa mirada de querer asesinar a cualquiera que se atreva a molestarte. —Lucy frunció las cejas—. Sí, justo esa mirada —rio entre dientes.

—Steve, al punto.

—Como decía, no sé qué pienses, solo quería preguntarte si quisieras, hum, que fuéramos amigos.

La inseguridad que emanaba de él quería reclamarla también, pero antes de eso se dio el tiempo de pensar objetivamente las razones de dicha propuesta. No creía que pudiera estar detrás de una apuesta, es decir, ¿quién hace esa clase de cosas, y para qué? Tampoco era una broma porque Harrington es claramente el tipo de persona que no sabe cómo mentir.

—No quieres ser mi amigo, Steve —dijo entre un suspiro. Él alzó las cejas, confundido—. ¿No has oído los rumores en el pueblo?

—Sí, pero las personas inventan y dicen rumores de todo tipo. ¿En que afectaría eso?

Blanqueó los ojos, apretando sus manos un poco.

—Steve, las únicas chicas con las que te relacionas han sido tus intereses amorosos —reveló, esperando no molestarlo con la honestidad con la que hablaba—. Y Carol Perkins, pero ella era tu amiga porque Tommy Hagan también lo era.

Steve se encogió de hombros, sin comprender el punto.

—Mira, tu novia es la chica de tus sueños, ¿no? —cuestionó, recibiendo un gesto vacilante de su parte. Qué extraño—. Hum. Ahora que la recuperaste, ¿por qué querrías hacerla enojar al convertirte en mi amigo?

Él se tomó su tiempo, Lucy pensaba que era lo mejor. Pero pasados los veinte minutos, cuando el álbum de The Rollings Stone había finalizado, comprendió que, tal vez, Steve ocupara un empujón.

—Tú dijiste que ella no te quiere cerca de mí, de eso hablo.

—Lo sé, prácticamente me prohibió hablarte después que volvimos —refunfuñó, su mirada cargada de inconformidad—. Lucy, tú me agradas, de verdad. Sé que intenté usarte para darle celos a Nancy, pero estaba equivocado y te pido disculpas porque no debí hacerlo.

—Disculpa aceptada —dijo, sonriendo de lado.

—Solo sé que quiero personas reales en mi vida; tú eres real. —La vio con sus ojos de cachorro bajo la lluvia, no podría resistir algo así, esa no era la clase de mirada que le das a alguien que apenas conoces, es persuasión.

—Steve, no podemos ser amigos. —Él ladeó la cabeza, su expresión suplicante se transformó en una triste—. No me veas así. Es por tu bien. Este es un pueblo pequeño, los rumores se esparcen en el viento. Y tu noviecita se molestará con ambos.

—Entonces, ¿no quieres que seamos amigos por lo que dirán los demás, especialmente Nancy? —meditó, sosteniendo su barbilla entre los dedos pulgar e índice—. Puedo arreglarlo. Me preocupa su reacción, pero la convenceré, luego te contaré lo que dijo.

—Lo que no dirá. No podemos ser amigos.

Steve se sumió en sus pensamientos, sí, de nuevo. Lucy, por otro lado, no daría la mano a torcer. Había prometido durante las terapias con la doctora Harris que si de ella dependía, no conviviría con Nancy o algo relacionado a ella, nunca. Lamentablemente, cuida a sus hermanos menores una que otra ocasión, solo eso, jamás le dirigió la palabra por su bienestar emocional.

Ahora bien, gracias a que cortaron todo tipo de comunicación verbal desde los trece años, no sabe qué pasaba por su cabeza al no permitir que su novio se relacionara con ella o le dirija la palabra. No la culpa, tampoco la justifica. Nancy tiene cierto derecho sobre las relaciones amistosas heterosexuales que Steve mantiene, ¿no? Y es problema de ellos. Pero está casi segura que Nancy nunca permitiría que él, o cualquier hombre, controlara su círculo social.

—Está bien. Nancy se enfadará conmigo.

—No lo hará, no seremos amigos —lo consoló amigable, con una sonrisa mordaz.

—Te propongo algo, demonio de Tasmania.

—Te escucho, Bambi.

—En las bolsas tengo suficientes ingredientes para preparar dos pasteles, vamos a competir; el que prepare el mejor pastel decorado gana. Y el premio será que nos permitas darnos la oportunidad de ser amigos.

—O no serlo.

Steve extendió la mano, su mirada brillaba con tenacidad, supo en ese instante que no se libraría de él. No importaba que no aceptara esa oferta, él volvería a intentarlo de nuevo, y lo haría porque Lucy no tiene la capacidad de negarse ante los ojos desafiantes de Steve, menos cuando se trata de algo totalmente inofensivo. Estrechó su mano.

—Solo te aviso que en mi casa no cuento con moldes, será mejor ir a la tuya.

Él sonrió en grande, celebrando como nunca lo había visto más que en las competencias de básquetbol o natación, cuando su equipo ganaba.

Camino a casa de Steve aún pensaba a profundidad en las posibles consecuencias en caso de que él ganara, porque podía ser una Munson, pero jamás faltaría a su palabra, sus padres le habían enseñado a no hacerlo; comenzando con Nancy, la mayor variable en la ecuación, cabía la posibilidad de que, si nunca la odió, el día que la viera saludando a su atractivo novio entablara una relación de enemistad unilateral con ella.

Soltó un suspiro, tan alto y desdichado que llamó la atención de Steve.

—Si ganas-

—Cuando gane —corrigió, interrumpiéndola. Lucy blanqueó los ojos.

—Si pasa, ¿cómo le explicarás a Nancy que te volviste amigo de la chica a la que te prohibió hablarle?

Steve entrecerró los ojos, pensando.

—Le pediré una explicación de por qué no puedo hablarte, según ella.

Lucy asintió, no muy convencida. De todas formas, no podía hacer nada.

—Quiero a Nancy, pero ¿crees que sea normal que quiera controlarme?

Esa pregunta la tomó desprevenida.

—Nunca he tenido novio, Steve, no sé cómo se manejan las relaciones amorosas sanas —respondió, apretando los labios en una línea casi fina. 

Habían llegado a la entrada de la casa, agradeció eso, no sabría qué más decir. La casa era bonita tanto por fuera como por dentro, quien sea que haya decorado la vivienda tiene buen gusto, uno muy específico por los colores neutros y escasos de vida, estéticos. Steve arrojó las llaves al bolsillo de su pantalón, y luego le pidió que se quitara el calzado, no iba a contradecirlo dado que son reglas de otra casa, además, el suelo luce tan limpio que la causaría estrés ensuciarlo con pisadas de lodo.

—Bueno, lo que tengo claro es que mi vida social no puede ser solo ella.

—Hace unos meses, pensé que darías todo porque fuera así —admitió, sintiéndose en confianza, solo un poco.

Steve bajó la mirada al suelo, sosteniendo con fuerza las bolsas mientras se dirigían a la cocina.

—Así fue. Solo que algo cambió, ella cambió. No es la misma chica que conocí a inicios de ciclo escolar, he tratado de preguntarle pero me grita, por eso decidí darle su espacio.

Lucy tenía curiosidad. Desde siempre supo que Nancy iba a ser una mujer de carácter fuerte, alguien que no iba a ceder con facilidad. No era asombroso que tratara mal a Steve pero, de nuevo, ella no sabe cómo es la relación de estos dos, no puede, ni debería especular cosas que no son. Tal vez, Steve sea abusivo y ella ni nadie en la preparatoria lo sospeche, aunque, él no se siente así.

—Nuestra relación no ha sido lo mismo desde que regresamos.

Depositó las bolsas con delicadeza en la mesada, cuidando especialmente los víveres en tarros de vidrio. Lucy, sin decir una palabra, comenzó a desempacar las cosas.

—Como dices tú, quizá, si le das espacio y paciencia, ella te lo cuente un día.

Él asintió con la mirada perdida. Lucy se preguntó qué tan desesperado se encontraba Steve de hablar con alguien de esto, que acabó por contarle sus preocupaciones a ella. Lucy no es exactamente la persona más social de la preparatoria, incluso del pueblo, de no ser por Robin, Eddie, y las campañas de C&D con los niños que cuida; estaría sola. Tal vez, por eso, Jonathan y ella salían una que otra vez, después de todo, pertenecen a los marginados del pueblo.

Steve se mueve por la cocina como si estuviera totalmente acostumbrado a usarla, lo que la hace cuestionarse si pasa suficiente tiempo solo para que haya tenido que aprender a cocinar para él, sino, nadie más lo haría, ni una sola vez. Tragó un nudo en su garganta que no tenía razón para estar ahí. No son amigos, no debe sentirse mal por él. Hasta que una serie de revelaciones invadió su mente, no hay nadie en la casa además de ellos, ni Nancy ni sus padres, ni siquiera un cachorro o un gato.

Tuvo el estúpido impulso de querer abrazarlo, preguntarle cómo estaban las cosas los últimos días. Mas no lo hizo, porque Steve no es Eddie, no es su primo al que quiere como un hermano, es solo Steve, el chico que la sube a su auto algunas veces y la lleva a la escuela, con quien hará una competencia de pasteles para desvelar si pueden ser amigos o no. Hum.

—Entonces, ¿hoy es tu cumpleaños? —preguntó, media hora después de que han comenzado a cocinar.

No hay ningún silencio incómodo ya que Steve se tomó el tiempo de encender la radio y encontrar una emisora que coloque música del agrado de ambos, un gran gesto de su parte.

Lucy estaba trabajando en la decoración del pastel, mientras que Steve aún batía la formula casi instantánea en un tazón, había argumentado que se tomaría un tiempo extra porque su pastel no solo sería el mejor, también sería de chocolate. Lucy olvidó mencionarlo, él había dejado en sus manos el pastel de zanahorias, que supuso, era para la abuela Harrington. No lo iba a negar, se sintió apreciada.

—Hum, no. Es el cumpleaños de mi abuela. Pero ya sabes... —dejó la frase en suspenso, su voz se había apagado en la última oración—. Solíamos celebrar mi cumpleaños con el suyo, a petición de ella. No podía verla durante abril porque es mitad de ciclo escolar; con el tiempo mis padres se acostumbraron y yo también. Y comencé a pensar que de verdad había nacido a finales de noviembre que en abril.

¿Dónde se supone que estaba Wheeler? ¿Y sus padres?

—Aww, ya eres todo un anciano. —Estaba tanteando el terreno, sin embargo, por la manera en que Steve se rio, sin ánimos, supo cómo actuar—. Vamos, deja ese tazón, quiero darte el abrazo de cumpleaños.

Con un suspiro entrecortado y sin energías, dejó el tazón en la mesada. Lucy se aproximó, cuando estaba cerca pasó los brazos por encima de los hombros de Steve, no dejándole otra opción a él que apoyarse en ella, obviando la diferencia de estatura que excede los diez centímetros no lo hacía cómodo, pero ella no era la prioridad, sino él, por los quince segundos que durara el abrazo. Estando de puntillas balanceó discretamente su cuerpo y el de Steve, en conjunto, hacia los lados; daba la impresión de que se pondrían a bailar una canción lenta, excepto que no movían los pies.

—Felices diecisiete, Bambi.

—Muchas gracias, pequeña demonio. Eres la primera que me lo dice. —Su tono rozaba la tristeza bien camuflada. Ella lo estrechó con más fuerza.

Lucy sospechó, desde el fondo de su corazón, que el sentimiento de compasión que invadía su sistema poco a poco, no la abandonaría.

—¡Steven, mi amor! —La voz femenina provenía de la entrada principal. Lucy quiso separarse de Steve, pero este no se lo permitió, la abrazó con intensidad, su desesperación era perceptible—. Oh. ¿Qué está pasando aquí?

Al ser liberada de los fuertes brazos de Steve, giró la cabeza hacia la puerta de la cocina, donde estaba de pie una mujer alta de porte elegante, el cabello rubio le caía a los lados de la cara, enmarcando su ovalado rostro y delicados rasgos, muy similares a cierto chico situado a su derecha que tenía los dedos enredados en su muñeca.

—Mamá, no esperaba verte hoy —dijo, rozando un tono molesto.

—Tonterías, cielito. Es tu cumpleaños, me hice un hueco en la agenda y vine a dejarte tu regalo. Pensé que estarías teniendo una de esas grandiosas fiestas, me sorprendiste —mencionó, colocando una mano en su pecho, sus ojos revelaron incredulidad, hasta que los posó en ella. Lucy tragó saliva, irremediablemente nerviosa, la mamá de Steve seguro conocía su pasado, no es como si su rostro no hubiera sido expuesto ilícitamente en los periódicos y noticieros de Hawkins—. ¿No me vas a presentar, pastelito?

—Ah, claro, perdón.

—¡Espera, déjame adivinar... —Un gesto pensativo atravesó su mirada. Lucy sonrió, nerviosa—. Es Lori, tu novia.

Steve parecía casi decepcionado mientras negaba con la cabeza.

—No, mi novia se llama Nancy. —Colocó su mano libre en el hombro de Lucy, la otra aún persistía firme en su muñeca—. Ella es Lucía, mi compañera de la preparatoria.

—Oh, ya veo —sonrió—. Creo que me gustas más para Steve que Lori —alegó con la mano rodeando su boca, de forma que el susurró era dirigido en complicidad a ella.

Steve, sin embargo, la oyó también, dándole al segundo una mirada de fastidio, su madre apretó los labios para evitar una risa que era perceptible en sus ojos. Lucy quiso reírse como burla al castaño. Estaba tranquila, la señora Harrington no la identificó de manera despectiva como los demás adultos de Hawkins.

—El regalo está en tu cuarto, Steven. Fue un gusto conocerla, señorita Munson.

Lucy se quedó sin palabras, su cuerpo rígido con la preocupación invadiendo su sistema. La señora Harrington, mientras tanto, le hizo una seña a Steve para que la acompañara fuera de la cocina. No esperaba que él apretara su muñeca delicadamente antes de seguirla. Insegura, mordió la esquina de su boca y asomó la cabeza un poco por la puerta corrediza para escuchar lo que decían.

—No tenías que traerme un regalo, mamá.

—No seas tonto, es lo menos que podía hacer porque estaré ausente.

—Siempre ha sido así, mamá. En serio, no te preocupes.

Estaba por meterse de nuevo a la cocina –no le agradaba ser una invasora de conversaciones ajenas– hasta que la señora Harrington dijo, acariciando el elaborado peinado de Steve:

—Era una trampa, sé quién es Nancy, pero no me agrada, hijo.

Resopló sorprendida, llevándose una mano a la boca para no ser detectada por el sonido que dejó escapar ante la revelación.

—Lucy me agrada más que ella. No la conozco, pero su energía es diferente, se nota que es Piscis.

Steve resopló lo suficientemente alto para hacer obvio su fastidio, a ella le pareció tierno.

—Mama, no creo en los signos zodiacales.

—Pues deberías, cielito —recitó, con indignación cubriendo su voz—, eres Sagitario, y según Vogue, son compatibles.

—Mamá...

—Mira, Steven, puede que Nancy sea muy bonita pero Lucy también lo es.

—Nancy es mi novia. No me gusta que cuestiones mi selección de novia.

—Está bien, hijo. Solo reflexiona sobre eso. —Palmeó su hombro, sonriendo—. Me tengo que ir, tu padre se quedó en el aeropuerto esperándome.

—Adiós, mamá.

Se apartó muy rápido de la puerta, resbalándose ante la suavidad del suelo de madera y el hecho de portar únicamente calcetas envolviendo sus pies, cuando llegó a la mesada se puso manos a la obra en la decoración del pastel. Se supone que haría zanahorias de fondant que irían a juego con la cubierta blanca del glaseado.

—Lamento eso, mamá suele ser un poco extravagante.

Lucy encogió los hombros, alzando la comisura izquierda de la boca cuando lo vio.

—Si conociera a mi padre —bufó. Steve asintió, comprendiendo que Lucy no estaba incómoda—. Él me enseñó a disparar, y también cómo usar correctamente el machete y el hacha.

—Debió ser mejor que los campamentos a los que me enviaban mis padres.

—¿Fuiste un scout?

—Hasta octavo año —contestó, en su rostro se reflejaba la vergüenza.

—Al menos sabes hacer una fogata.

—Sí. Hum. ¿Sería extraño si pregunto por qué tu padre te enseño a usar esas cosas?

Lucy rio viendo a Steve de reojo, las zanahorias pequeñas requerían prácticamente toda su atención si deseaba ganar, debe admitirlo, es competitiva.

—Papá me enseñó cómo usar esas y más herramientas y armas después del verano del '79 —reveló tranquila. Steve se congeló en su lugar, su mano, que envolvía el globo de mango verde, se detuvo de súbito—. Al principio, yo no quería, pero el me convenció. «Debes aprender a defenderte, porque el mundo está lleno de personas malas, Lu» —hizo un intento de imitar la voz de su padre, aunque no funcionó, fue gracioso para ella. 

Steve seguía rígido cual bloque de hielo.

—Lo siento, yo... —No terminó la oración, se limitó a dejar su tazón con la mezcla para pastel de chocolate en la mesada mientras cruzaba los brazos frente al pecho y veía al suelo—. No es nada, sigamos con la competencia. —Cuando estaba por comenzar a mezclar con el globo, Lucy lo detuvo tomándole la muñeca—. ¿Qué pasa?

Lucy pudo contar con menos de quince personas que no han criticado el abominable evento que pasó en 1979, cuatro de ellas pertenecen a su familia, luego está Robin y su madre, la doctora Harris, y ahora, está parada enfrente de otro posible aliado. Entrecerró los ojos.

—No me llamaste loca.

—Si quieres ser amigo de alguien no lo insultas —respondió, levantando las cejas.

—Siempre que mencionó el '79, los demás tienden a decirme loca.

Steve revoloteó los ojos al techo.

—Yo no soy los demás. Y si quiero ser tu amigo, no creo que me aceptes si comienzo a ofenderte, ¿verdad?

Lucy negó lentamente con la cabeza mientras los engranajes en su cerebro se ponían en marcha para desenmascarar las intenciones de Steve.

—Y de todas formas, ¿qué ganaría haciéndolo? —Su vista bajo al agarre que Lucy tenía en su muñeca con demasiada firmeza, se lamio los labios, se notaba su intranquilidad—. Yo sé que tú no fuiste culpable.

Lucy retrocedió un par de pasos, no muy segura de cómo continuar la conversación.

—¿E-Estás de mi lado, me crees?

No quería alzar la vista pero se obligó a hacerlo. Steve no dijo nada por unos segundos, tampoco la vio, su atención estaba en el tazón con la mezcla de pastel. Sintió un pesar de hueco en el pecho invadirla, de seguro, cuando abriera la boca, diría una estupidez que arruinaría la red de confianza que comenzaba a tejerse entre ambos. Puede que haya negado querer ser amigos, pero no sería el peor castigo jamás impuesto, es realmente fácil y divertido pasar el rato con Steve.

—Lucy, no soy el más indicado para juzgarte. No viví lo que tú. —La observó fijamente, transparencia en su expresión cálida—. Mi abuela me enseñó que no puedo criticar si no me pongo en los zapatos de las personas, entonces, cuando lo hice, solo pude pensar en que no podría vivir con un recuerdo que marcara mi vida así. 

Un dolor se instaló en garganta, no era uno cualquiera, era el clásico que salía a la luz cada vez que algo la conmovía, ni hablar de los ojos que se le habían empañado. 

—Lamento si dije algo malo, solo quería que lo supieras; porque no soy el más inteligente pero tampoco soy una mente cerrada que solo sabe jugar básquetbol y hacerse un peinado genial.

—No estoy enojada. —Se pasó la manga del suéter por las mejillas para limpiar la humedad de sus lágrimas—. Es que está lloviendo.

—Sí, está lloviendo. —Asintió con la cabeza, arrugando la frente y alzando un dedo antes de decir con voz calmada—: Traeré un paraguas.

Steve salió corriendo de la cocina, supuso que al baño ya que a los segundos regresó con una caja de pañuelos hipoalergénicos en las manos, tendiéndosela con los labios apretados. Lucy la tomó, sabiendo que no estaba adquiriendo los pañuelos, sino alguien en quien confiar, que, al igual que Robin, Eddie y los niños, siguiera su juego para desviar la atención de los momentos sentimentales en los que se sentía sobrepasada.

Entonces, tuvo que corregir la idea que tuvo por años de cómo pensó que era Steve Harrington; no era una cara bonita que critica la mínima distinción en sus semejantes, tampoco pertenecía al grupo de las personas de mente cerrada, en cambio, es divertido, sensible, un humano. En el pasado quedaban los rencores que impidieron su amistad. 

—Esté lloviendo o no, ganaré el concurso —presumió la victoria que aún no tenía, lo que hizo que riera entre dientes.

Sí, era casi seguro que Steve obtuviera por las buenas la oportunidad de ser más que un conocido con el que combatió un ser de otra dimensión, razonablemente, evadiendo a Nancy de la ecuación, podrían ser amigos.

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Lucy tomó confianza luego de aquel momento conmovedor que significó casi todo para ella, por lo que accedió a tomarse una copa de vino tinto con Steve mientras degustaban los pasteles y hacían de jurado. Lucy prácticamente puede oler la victoria, lo que no sabe es a quién de los dos le pertenece. 

—¿Por qué vino tinto?

Observó a Steve llenando las copas.

—Hum, porque desprecio lo suficiente a mis padres para robarles uno de sus mejores vinos —se encogió de hombros mientras sus labios se direccionaban hacia abajo. Lucy enarcó las cejas, optando por quedarse callada—. Listo. ¿Probamos los pasteles en la sala?

Oh, por supuesto, en la sala blanca. ¡Esta era otra forma de hacer enfadar a los señores Harrington!

—Nada me gustaría más.

No es secreto que a Lucy le fascina molestar a adultos que se merecen un escarmiento. No por nada había vandalizado la estación de policías aquella ocasión en que Hopper, cansando de buscar a Eddie en el bosque después de cuatro días, había detenido el seguimiento, aunque las pistas sobraran. Lucy tuvo que encontrar a Eddie ella misma, luego acudió a bañar en huevos y papel higiénico la camioneta de Hopper, Robin la auxilió en esas y más aventuras.

Cargaron con dos rebanadas de cada pastel, ambas copas de vino, un par de tenedores y servilletas lisas de color zafiro; todo lo colocaron cuidadosamente en la mesita de centro hecha de mármol. Después de todo el esfuerzo que había hecho para que su pastel de zanahoria fuera el más bonito, se sintió orgullosa, aun cuando Steve consiguiera igualarla al último momento con su pastel de chocolate cubierto de chispas de chocolate blanco y cerezas.

—Doy por iniciada esta competencia —dijo Steve, agitando una campanita que quién carajos sabe de dónde salió—. Elige el pastel, demonio.

Lucy, obviamente, optó por probar el apetitoso postre que él había preparado. No es nada en contra de sus propios platillos, solo tenía curiosidad. El primer bocado es una explosión de sabores, es maravilloso porque las cerezas son una de sus cosas favoritas en la vida. Es cuestión de minutos para que olvide sus buenos modales y devore la rebanada como si estuviera desfalleciendo de hambre. 

Steve tuvo suficiente de lo dulce a la mitad de su rebanada, por lo que observa a Lucy, impactado. Él debería aprender que, si quiere pasar más tiempo con ella, la comida y bebidas dulces son su debilidad, y tendrá que aguantarse.

—¿Cuál es tu calificación, en una escala del uno al cinco? —quiso saber, depositando su plato en la mesita de centro.

Era una decisión problemática, por un lado debía admitir la derrota total si le daba el cinco, pero si no lo hacía, sería injusto, porque el pastel de chocolate de Steve merece la calificación más alta. Cuánto se arrepentiría de esto a futuro.

—Cinco, ponle un cinco.

Steve dio un respingo del sofá blanco, saltando de un lado a otro cual niño pequeño.

—¡Gané, gané!

Lucy sacudió la cabeza, negando. El ánimo de Steve disminuyó, solo para sentarse a su lado nuevamente, bebiendo por completo el contenido de su copa en el primer trago. Lucy lo vio impresionada.

—Cierto, aún debemos probar el pastel de zanahorias.

En la familia de Lucy todos aprenden a cocinar tan pronto como logran alcanzar la barra de la cocina, por lo tanto, a ella le enseñaron las artes culinarias cuando cumplió siete años, al mismo tiempo que Eddie podía hervir huevos sin generar un incendio que consumiera en llamas la casa de sus abuelos en Texas. Ambos fueron puestos a prueba incontables ocasiones, solo ella aprobó casi todos los desafíos, Eddie saboteaba su esfuerzo al verter colorante no comestible en cada ocasión que se le presentara. Lucy aprendió a cocinar bien, su hermano, bueno, por algo su comida preferida son los fideos instantáneos.

El pastel que horneó, estaba decorado con una capa de glaseado blanco que se tomó el tiempo de esparcir delicadamente hasta los bordes, encima está cubierto por canela en polvo, así como trozos de nuez y cuatro zanahorias de fondant en las que logró capturar la verdadera forma de la verdura anaranjada, las demás se vio en la penosa tarea de comerlas. Cuando Steve probó el primer bocado cerró los ojos, era como si el sabor lo transportara a otro lugar, un recuerdo.

—Lucy, tienes talento para los postres —admitió, parpadeando para alejar las emotivas lágrimas. Lucy apartó la vista, dándole espacio—. Deberías entrar al club de cocina de la preparatoria.

Ella se sonrojó mientras masticaba su propia rebanada de pastel. Sabía bien, en definitiva, las nueces le daban cierto gusto distintivo. Steve la tomó de la mano, sonriéndole, la melancolía se había abierto paso en su rostro de la buena forma.

—Es como si hubieras recreado el pastel de mi abuela; muchas gracias.

—Cuando quieras —aceptó el cumplido, guiñando un ojo, pero se dio cuenta de la tontería que había dicho—. Bueno, ya sabes, no siempre porque-

—Lucy —dijo, Steve, interrumpiendo lo que iba a decir—. Está bien.

Ella sonrió, tomó su copa e instó a Steve a que hiciera lo mismo, cuando ambos tenías las copas llenas de vino, Lucy colisionó la suya contra la de Steve, consiguiendo que algunas gotas cayeran en la sala blanca. Se rieron por la travesura. Luego, bebieron por completo el contenido de las copas, compitiendo por ver quién lo hacía primero. Lucy ganó esta vez.

La competencia de pasteles la había ganado él. Oficialmente, harían el intento de ser amigos. Muy al pesar de Nancy y su opinión sobre ellos.

—Oye, no podemos hablarnos en la escuela —dijo Lucy, rompiendo el cómodo silencio—. Bueno, no hasta que aclare nuestra relación con Robin.

—Okey. ¿Por qué, es tu novio? —Lucy se rio fuerte y tendido. Steve se mostró confundido—. ¿Dije algo gracioso?

—Pues, comenzando porque Robin es mi amiga. —Se limpió las lágrimas que yacían en las comisuras de los ojos, luego dijo, con voz calmada—: Y es ella, no él. Es mi mejor amiga, más bien, la única que tengo.

—Bueno, ahora me tienes a mí.

La pasaron riendo entre anécdotas de Steve durante su época de niño scout y las hazañas de Lucy en el proceso de su aprendizaje sobre armas. Cuando terminaron la botella de vino tinto, Steve, quitándole importancia, la invitó a la bodega de vinos de los Harrington, un lugar amplio y rústico en el sótano de la casa. Debieron parar allí, al ver que a Lucy se le dificultaba subir los escalones y que Steve no para de reírse de ella porque tuvo que andar en gatas para subir al primer piso, pero no lo hicieron, y cuando menos lo esperaron, el sueño los arropó con su manto.

Lucy fue la que cayó primero, y literalmente, porque su cabeza descansaba en el hombro de un Steve más entrado en sus cinco sentidos, mientras que él, haciendo una mueca que simulaba una sonrisa, observó el perfil de Lucy. Sus mejillas estaban sonrosadas y parecían tan lisas que tuvo que estirar la mano para tocarla, comprobando que era real. Lucy, en verdad, estaba ahí, era real.

Cómo podría explicar que, durante las horas pasadas, el miedo de que ella, una chica tan divertida, entusiasta y feroz, hubiera sido solo un invento de su cabeza, lo envolvió. Ahora que ha comenzado a estirar el cabello rizado de Lucía se percataba que no era así. Está sentado al lado de Lucía –mitad friki, mitad marginada y muy bonita– Munson. Ella existe, es su amiga, y está llamándolo entre sueños.

—No me dejes.

—¿Lucy? —preguntó, sacudiendo sus hombros. Ella no contestó—. Oh, mira eso, dormida eres como un angelito.

—Steve, tú no —susurró, frunciendo el ceño—. Tú no.

Él, estando un poco ebrio, prefirió acomodarla sobre su pecho y dormirse. Era seguro que estaba teniendo una pesadilla, y por alguna extraña razón él estaba involucrado. Ojalá, no fuera nada malo.

༻༺


Lucy despertó cuando el sol aún no hacía su aparición en el horizonte, el cielo, en su lugar, estaba cubierto por el manto de la madrugada que deja ver las estrellas dada la poca electricidad en Hawkins. Al palpar la suave almohada en la que estaba recostada su cabeza, y apoyarse en esta para enderezarse, se dio cuenta que no es una almohada, es Steve Harrington. Dio un respingo de la impresión. ¡Estuvo dormida con la cabeza en el pecho de Bambi!

Mierda. Mierda. Mierda. ¿Cuál era el protocolo –de su ahora amistad– para actuar en esta embarazosa circunstancia?

Steve gruñó y bostezó, estirando cual felino cada una de sus extremidades, tomando de rehén a Lucy entre sus musculosos brazos. Sin saber qué hacer, alargó la mano hacia uno de los almohadones, cuando consiguió apretarlo entre sus dedos, cuidadosamente, reemplazó su espalda pegada al pecho de Steve por la masa suavecita del almohadón. Él gruñó, otra vez, pero aceptó bien el intercambio.

Quería gritar, no solo por el dolor de cabeza producto de la resaca, sino por permitirse emborracharse con un chico que apenas y conoce. Sí, son amigos, pero Lucy aún no sabe si Steve es un potencial asesino. Oh, bueno, no exactamente eso, aquello era caer en la paranoia, no era lo que necesitaba justo ahora.

Debía irse. No le agradó la idea de tener que abandonar a Steve en mitad de la madrugada, solo que debía hacerlo. Ese día su padre regresaba a casa después de dos semanas fuera de Hawkins. Lucy no siente especial aprecio por el trabajo de su padre, solo que ser transportista de carga le daba el dinero suficiente para mantener a sus dos hijos en una economía baja pero estable, y pagar la renta mensual de la casa.

Si llamaba a casa Eddie no contestaría, y si marcaba a casa de Garreth para conseguir hablar con Eddie, seguro su madre le aporrearía por haber provocado –aunque no fuera culpa suya– que sus hermanos gemelos despertaran. Largó un suspiro. Robin no era opción por obvias razones, primero debía hablar con ella sobre Steve y amistad en la misma oración sin que despotricara su irritación por él. Así, su última opción era Jonathan Byers.

Halló el número de la casa Byers anotado en una hoja post it de color azul que él mismo metió en su mochila para cuando se presentara una emergencia. Esta no sería una para ellos, pero en su lugar, la verdadera calamidad ocurriría si alguien le viera saliendo de la casa de Steve. El teléfono sonó un par de veces antes de que alguien tomara la línea, dada la profundidad en su voz, adivinó que era Jonathan.

—Sé que no eres amante de madrugar los sábados, pero en serio necesito que me hagas un favor —suplicó, con la voz en un hilo para que Steve no despertara—. Por favor, por favor, por favor.

—¿Lucy? Hum. —Se aclaró la garganta, su voz volviendo a ser normal y suave, lejos de la bruma de la somnolencia—. Okey. Tranquilízate. ¿Dónde estás?

—No le digas a nadie, ¿bien? —Por el rabillo del ojo vio a Steve, aún dormía—. Estoy en la casa de Harrington.

Jonathan aparcó su auto quince minutos después en la terracería de la entrada de la casa Harrington. Su aspecto era visiblemente de haber estado dormido hasta hace media hora. Lucy, antes de partir, movió a Steve para que descansara sobre su costado derecho, evitando que se ahogara en su vómito si despertaba regurgitando.

Las calles del pueblo se encontraban sumergidas en obscuridad apacible que, por lo normal, era inusual durante el día. Sería un día frío a raíz de la tormenta de la tarde anterior. Un buen día. 

Cuando Jonathan se detuvo fuera de su casa se giró en el asiento de cuero para mirarlo. Reduciendo los labios a una fina línea, juntó las manos frías sobre sus rodillas, insegura de qué decir como agradecimiento.

—Muchísimas gracias. Te lo recompensaré, lo prometo. —Él asintió, tallando su ojo con el puño—. Puedo hornear ese bizcocho de avellanas que te gusta o, no lo sé.

—Lucy, detente —la frenó a tiempo, viéndola con las cejas alzadas—. Solo quiero una cosa, y está bien si te opones, no te obligaré.

Ah, por razones como esa tuvo un gran crush en el pasado por Jonathan, sencillamente, era el tipo de novio que siempre imaginó tener. Siempre preguntaba y no tomaba la decisión de manera arrebatada, sin consultar a los demás. 

—¿Quieres salir conmigo? —preguntó, abriendo los ojos en grande al no haberse explicado bien, ya que Lucy había parpadeado, sorprendida—. Me refiero, hum, nos conocemos desde hace casi diez años, pero no nos conocemos. Pensé que podríamos intentar algo.

Lucy tiene que abstenerse de saltar de alegría mientras asiente de manera tímida, no efusiva, como en verdad quería hacerlo. Jonathan sonrió de lado, Lucy lo secundó. En definitiva, este era su día. La niña de trece años que habitaba en ella y que estaba perdidamente enamorada de Jonathan, ahora brincaba.

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Jonathan me agrada, pero, no será pareja de Lucy, por si saltan a las conclusiones antes de tiempo jsjsjs. Solo tiene su rol. 

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