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2 | Wink to the new reality

Parte I. Capítulo II

Wink to the new reality [Guiño a la nueva realidad]

Lucía se da cuenta rápidamente que Steve es manipulable hasta cierto punto, y lo usa a su favor. Así es como termina subiéndose al auto en el que nunca pensó montarse. Okey, sabe que no está bien que lo use como su chofer, pero en lo que a ella concierne Harrington pudo negarse y no lo hizo, es más, ofreció su total ayuda en la loca idea de Lucía.

Ah, claro, casi se le olvida relatar porqué se fugó del hospital en primer lugar: la noche anterior, cuando Eddie vino a verla, le contó los planes de Jonathan y Nancy para buscar a Will y Bárbara, o algo así entendió; ellos le explicaron la situación y le ofrecieron acompañarlos, a lo que Eddie había accedido hasta la misteriosa visita de los agentes federales. Cuando le dijo todo ello, se estaba riendo con ganas, Lucía supo de inmediato que no había tomado en serio las advertencias de la cosa en el bosque porque probablemente estaba drogado, pero ella tenía una historia muy diferente que respalda con experiencia la versión de Wheeler y Byers. Eddie también le habló sobre cómo pensaban reunirse en casa de Jonathan para matar a la cosa al día siguiente, eso era algo que no se perdería aunque adorara las gelatinas del hospital.

—¿Qué vas a hacer con el machete y el hacha?

—Matar un monstruo —responde con obviedad—. ¿Me acompañas?

—Por supuesto. No tengo nada mejor qué hacer.

Un silencio repentino se instala en el auto, a Lucía le encanta que Steve no haga preguntas raras o intente sacarle plática, hasta que lo hace:

—Estás muy callada, Munson.

—Es mi estado natural —murmuró contra el vidrio—. Ya que te ofreciste a llevarme a donde quiera, ¿me puedes dejar en la propiedad de los Byers?

Steve apretó los labios, se notaba disgustado.

—¿Qué pasa, Harrington? ¿Tienes miedo de ir allí porque Jonathan fue quien destruyó tu bonita cara? —cuestiona, burlándose, pero al no ver a Steve reírse o sonreír, se aclara la garganta y dice con seriedad—: Era una broma. Supongo que quien te haya golpeado quedó peor.

—Es que si fue él —responde a secas Steve. Es cuando Lucía se percata que entraron a la propiedad de Harrington—. No solo eso, también se llevó a mi chica.

Lucía pasa saliva con fuerza y frunce los labios. Odia tener razón en nimiedades.

Cuando alza la vista ve a Steve entrar a su casa, y luego sale a los minutos con un suéter diferente, parece que se lavó el rostro también porque la sangre que antes estaba esparcida por su labio y nariz se ha marchado.

—Con los Byers será, entonces. Tengo un asunto que resolver con Jonathan —musita después de encender el auto. Lucía simplemente asiente—. ¿Puedo hacerte una pregunta atrevida, Munson?

Le presta atención y asiente, suponiendo que no será nada que invada su privacidad por completo.

—¿Ya obtuviste indicios de tu marca? —pregunta con la mirada pendiente a la autopista, aclarando su garganta al final—. Es que-

Lucía ríe, rompiendo la atmósfera de incomodidad que comenzaba a emanar Steve.

—Es gracioso, ¿sabes? Porque algunas de mis compañeras recibieron la maldita marca de su alma gemela, pero yo sé que eso nunca me pasará a mí —responde en tono ácido. Steve la ve con ambas cejas arrugadas, a lo que Lucía blanquea los ojos—. No me mires así. Como si no fuera obvio por qué no soy del grupo selecto para obtener la marca, y además, has oído los rumores en los vestidores, ¿no?

Steve se paraliza, sus manos tensas alrededor del volante mientras gira a la izquierda para adentrarse a la propiedad de los Byers.

¿Cuál será el motivo para preguntar por esa estupidez? Solo es una porquería que busca controlar la vida amorosa de las personas, es por eso que está a favor del movimiento que defiende a aquellos valientes que nadan en contra de la corriente y no se quedan con su alma gemela, ya sea porque no les parece que esté hecho para ellos, o porque tiene defectos incorregibles. Sería una mierda estar atada a un asesino en masas.

Siendo honesta, Lucía sabe que no recibirá su marca porque su espalda está –casi– tapizada en cicatrices. Tal vez, por eso la amargura en su interior respecto al tema, porque sabe que, de no ser por el padre biológico de Eddie, ambos tendrían la posibilidad de encontrarse con ese ser extraordinario cuya alma está unida a la suya. Que Wallace Munson arda en el infierno por la eternidad.

—Te entiendo, Munson —susurra Steve, deteniendo el carro y viéndola—. En un año cumpliré 18 años, y aún no aparece el mínimo indicio de mi marca —hace una mueca que simula su repentina vergüenza—, supongo que no todos tenemos un alma gemela, ¿no?

Lucía tuerce la boca y encoge los hombros.

—No lo sé, Harrington. ¿Será tan malo tener libertad por el resto de tu vida? No estar vinculado a una persona solo porque tiene tu maldito nombre escrito en la espalda. —Y sonríe con honestidad porque, hasta cierto punto, está feliz de no tener su existencia atada a otra persona.

Steve abre la boca a punto de decir algo, cuando las luces de la casa frente a ellos parpadean. No hace falta más que una mirada compartida para que Lucía se baje del auto, con Steve siguiendo cada uno de sus pasos. Es directa al abrir la puerta después de recibir como respuesta gritos de: «largo» y «váyanse», y lo que ve no le sorprende para nada.

Es cuestión de minutos, amenazas de Wheeler a Steve –que honestamente le sentaron mal después de ver la preocupación en su mirada–, y un par de frases rápidas de Jonathan explicándole la trampa para «el demogorgon»; cuando este vuelve a hacer presencia en la sala de los Byers. Lucía desquita todo su odio y rencor para con la criatura dándole un machetazo tras otro, hasta que Jonathan le prende fuego, las luces se apagan y esa cosa desaparece. Los presentes la ven con ojos inquietos, incómodos al notar la sustancia oscura y viscosa cubriendo sus manos y rostro.

—Oye, demonio de tasmania, tienes una manchita aquí —Steve rompe el silencio, señalando a su propio rostro con una mueca ladina, la cual cambia a una amplia sonrisa al escucharla reír por lo bajo—. No bromeabas con lo del monstruo, ¿eh? —Sus cejas se alzan hasta arrugar su frente, y balancea el bate con clavos sobre su mano derecha.

—Te lo advertí, Harrington.

Steve, aún observando con atención cada movimiento de Lucía, deja escapar un suspiro entrecortado.

—¿Me puedes explicar qué era esa cosa?

Esa misma noche es ingresada al hospital, de nuevo, ahora sabe que tiene severos problemas de deshidratación y agotamiento, también le informan que deberá permanecer en observación un par de días por haberse escapado. La doctora la ve con ojos dudosos antes de cerrar la puerta detrás de ella, no está mal al sospechar, ya que minutos después Lucía escapa para ir a la sala de espera con los amigos de Will. Ellos la reciben con abrazos fuertes y sonrisitas de orgullo, porque claro, les acaba de contar cómo fue sobrevivir del demogorgon sola y en el Otro lado.

—Will quiere verte, Lu —le informa Jonathan.

Él también trata de ayudarla a llegar hasta la habitación, pero niega su ayuda al sentir que puede manejarse mejor sola y con ayuda del porta sueros que tiene ruedas, por otro lado, no quería encima suyo la penetrante mirada de Nancy Wheeler. 

Su visita con Will es concisa, sobre todo porque él pregunta cómo es que no se encontraron en el Otro lado. Lucía cree que falló en su misión al no haber llegado antes que el demogorgon.

—Te busqué por todas partes, tenía mucho miedo, pero no me rendí. Llegué por accidente a nuestro mundo, de no haber sido así, nunca habría dejado de buscarte. Pero lamento no haberte encontrando antes que él —murmura mordiéndose el labio, con la vista enfocada en cualquier lugar que no sea Will y sus inocentes ojos verdes.

Entonces Will la abraza, lo mejor que puede dado el dolor en su cuerpo, ella le corresponde, sintiendo finalmente tranquilidad en su pecho.

—¡Señorita Munson! —exclama la doctora entrando a la habitación—. ¡Le dije que necesitaba reposo obligatorio, si vuelve a escaparse me veré forzada a pedirle a los enfermeros que la aten a su cama!

Lucía sonríe, nerviosa, Will la secunda en su travesura.

༻༺

Es martes por la mañana cuando vuelve a saber de Steve Harrington, ella va de camino a tomar el autobús escolar (porque Eddie encontró la manera de ponchar un neumático del Impala con un tenedor) y Steve conduce su auto muy cerca de la acera.

—¿Quieres que te lleve?

Ella voltea a todos lados, simulando su sorpresa.

—¿Me hablas a mí? —pregunta, señalando su pecho. Steve asiente—. Entonces te ofreces a ser mi chófer como hace dos semanas —afirma, dibujando una sonrisa burlona. 

—Pequeño demonio de tasmania —gruñó Steve, sacándose los lentes oscuros para verla con las cejas alzadas—, no colmes mi paciencia, por favor.

Lucía se ríe mientras aborda el auto, Steve arranca. Pero como falta un rato para comenzar las clases se quedan en el estacionamiento de la preparatoria, solo observando quiénes llegan en un silencio cómodo. Presta especial atención cuando Jonathan estaciona su auto, del cual sale Nancy, él la sigue segundos después, en sus brazos yacen los cuadernos de ambos. 

—Oye, Harrington —murmura atrayendo la atención del chico—, ¿por qué eres amable conmigo?

Era una pregunta de tanteo, de verdad deseaba no escuchar la respuesta equivocada.

—Hum, porque eres graciosa —dice Steve, inseguro. Lucy traduce sus palabras como una pregunta, no afirmación.

—Nancy te dejó por alguien más, ¿no? —cuestiona, a lo que Steve hace una mueca de incomodidad—. ¡Es eso! ¿Y qué tengo qué ver yo en esto?

—Lucía, no es eso. No pienses así. Y no me dejó, solo me pidió un tiempo por-

—Harrington, respóndeme ya. ¿Qué tengo que ver yo en esa mierda? —lo interrumpe, con menos paciencia.

—¡No lo sé! Nancy me pidió que no me acercara a ti, desconozco la razón. Solo pensé que si me viera llegar contigo a la escuela entonces...

Y se detiene ahí sin terminar la frase, porque ambos lo saben.

—Querías que se acercara y te reclamara, o siquiera, que te prestara atención —confirma Lucy, cerrando los ojos al momento que descansaba la cabeza en el respaldo del asiento de cuero. Escuchó a Steve suspirar con fuerza y lo vio, hasta ese momento notó las oscuras ojeras que descansan bajo sus ojos, los cuales se notan hinchados—. Harrington, ¿quieres saber algo random sobre Nancy?

No responde. Lucy observa que Steve se lleva las manos al rostro, cubriendo este por completo, es como si- como si quisiera llorar pero no se lo estuviera permitiendo. Odia quedar atrapada en situaciones así con chicos, no sabe qué decir, o si herirá de alguna manera su ego masculino al abrazarlo. Lucy piensa que, a veces, todo lo que necesitamos es un abrazo: no palabras de consuelo falsas o con bajas esperanzas.

—Ey, ¿quieres saber algo random de Nancy o no? —pregunta de nuevo.

Hay una extraña necesidad que siente por pinchar su mejilla con la punta de su índice, esta situación le recuerda a su hermano cuando se encuentra triste, la gran diferencia es que Eddie se deja abrazar.

—¿Quieres que me vaya? —cuestiona. Al ver que Steve no responde toma eso como un «sí» implícito en el silencio.

Suspira, abriendo la puerta. La buena noticia, para Steve, es que Nancy Wheeler en realidad si la ve descendiendo del auto. Sonríe con ironía y se acerca a la ventana del piloto.

—Oye, rey de la preparatoria, mira discretamente a la entrada.

Steve lo hace, una mueca que simula orgullo se proyecta sobre su contraído rostro rojizo.

—Muy bien hecho, Stevie —lo felicita, con una sonrisa que se esfuerza por mantener—, puedes buscarme cuando quieras para darle celos a Wheeler.

Esta vez, él se ríe sin ocultarlo.

—¿De verdad?

Lucía se para derecha, viéndolo por debajo de la nariz con ojos traviesos y una sonrisa de lado.

—Obviamente... que no. —Se inclina a la ventana del conductor, más cerca de Steve de lo que le resulta cómodo—. Y no vuelvas a hablarme si es para una tontería de esas. Si lo que buscas es darle celos, paséate por allí con cualquier otra chica, no conmigo, no permito que me uses y me deseches cuando te dé la gana.

La noticia de Steve y Nancy volviendo a ser pareja no la sorprende, era algo predecible, así es ella, por un momento quiso soñar con que había cambiado de prioridades desde los doce años, no obstante, no era tan sencillo. Ahora, lo que le genera confusión es que Steve le sonríe cuando están en la mismo salón de clases –mientras su novia no esté presente, sino, simplemente asiente hacia ella como saludo–, también nota un cambio considerable cuando lo ve solo, o con Nancy, pero nunca más Tommy Hagan o Carol Perkins.

—¿Crees que finalmente deje de ser un imbécil más del montón? —cuestiona Eddie un día, solo porque la observa prestando su total atención a Harrington. Lucía se encoge de hombros, no muy segura de su respuesta—. Ow, mi hermanita está enamoradilla de Steve el rey. —Dicha acusación le cuesta un sonrojo a Lucía y una carcajada a Eddie—. Espera, ¿si te gusta?

—¡Claro que no, idiota! —prácticamente escupe, frunciendo las cejas—. Solo pienso que nunca es tarde para cambiar, ¿no?

—Supongo. —Eddie enciende el auto, haciendo esa mueca en la que ambas comisuras de sus labios bajan porque tiene algo en mente—. ¿Sabes qué, Lu? No sería tan malo tenerlo como mi cuñado, se ofreció a comprarme cositas que me gustan.

Ella blanquea los ojos sin creer que Eddie en serio haya dicho aquello.

—Si tanto lo quieres, quédatelo. Puedo ponerle un moño azul en la cabeza, si quieres.

Eddie libera una estruendosa carcajada mientras la ve.

—No, estará mejor en tus manos.

—¿Por qué siquiera seguimos hablando del paradero de Harrington en nuestra familia?

—Hum. Es divertido hablar de la vida amorosa de un chico que tiene como novia a una chica que prefirió protegerse a sí misma —responde con obviedad—. Ella podría ser de las mejores estudiantes de la preparatoria, pero nunca la perdonaré por lo que te hizo.

Lucía tuerce la boca, viendo por la ventana del auto el horizonte crepuscular.

—Pues deberías, yo lo hice.

Eddie detiene el auto frente a su casa, sin estacionarlo correctamente.

—No. Ella te abandonó en el parque, pudo llamar a la policía para avisarles de James Carver, pero no lo hizo: solo te abandonó.

Lucía siente sus manos temblando al recordar ese día, un nudo se instala en su garganta. Inhala cuatro segundos, lo retiene siete, y con lentitud exhala en ocho.

—Éramos unas niñas, Eddie. Ella no podría haber hecho más que yo.

Miente. Ese día pudo cambiar, quizá, si Nancy le hubiera informado a su madre de la escapada de la escuela para decirles también que ella corría peligro en el parque, sola, con un hombre potencialmente peligroso; mas eso nunca pasó.

—Hay que aceptar los hechos como son, Eddie. Ese hombre está muerto por su propia estupidez.

—¿A quién le importa que esté muerto? El muy imbécil se quitó la vida para no enfrentar la prisión, y por si fuera poco, los Carver nos echaron la culpa. —Eddie se escucha tan enojado que, para estas alturas de la conversación, su rostro debe lucir de un tono similar al de los tomates.

—Eddie, ya no hablemos de eso, por favor. No quiero una recaída. No quiero que papá piense que debo acudir con la doctora Harris, no de nuevo.

Él asiente con el ceño fruncido, gira en su asiento hacia ella y alza el dedo meñique.

—Promete que acudirás a mi en caso de emergencias, o cuando lo creas necesario.

—Claro, tonto. ¿A quién más molestaría si no te tuviera?

—Hum, Robin, quizás —ofrece Eddie.

Ama a su amiga, pero Lucía sabe que, en el fondo, no habría superado el percance que vivió a los trece años de no ser por Eddie. En ese tiempo, él y su padre eran los únicos hombres que podían acercarse a ella sin que sintiera pánico.

Cierran el silencioso acuerdo de los meñiques.

—Odio a los hombres rubios.

—Pensé que odiabas a los hombres, en general —confiesa Eddie riendo.

Lucía se encoge de hombros. La atención de ambos es robada por el estruendoso sonido de la música que proviene de un Camaro azul, el conductor se estaciona en la cochera de la casa de enfrente, una vez apagado el motor, la música se detiene. Primero baja un chico rubio con chaqueta de mezclilla y botas oscuras, del asiento del copiloto desciende otro, pero este viste zapatillas Nike blancas y su chaqueta es de tela en color verde. Ambos son rubios.

Eddie comienza a reírse, aferrando las manos en sus estómago.

—Supongo que amarás a los nuevos vecinos —recita con ironía. Lucy lo golpea en el brazo—. ¡Auch! Golpeas como hombre.

—Crecí contigo, ¿qué esperabas? Uno de los dos debía pelear como hombre.

Los nuevos en el vecindario los observan con atención, especialmente a ella.

—Tengo que ir al ensayo de la banda —informa Eddie, a lo que Lucy asiente—, pero puedo quedarme contigo, si así lo prefieres.

Ella niega sacudiendo la cabeza. Eddie está en su papel de hermano mayor.

—Puedo encargarme de ellos si tratan de entrar a la casa —responde con seguridad, inflando su pecho y enderezando la espalda.

—¿Segura? —Eddie alza ambas cejas, aunque la pregunta es más por sí mismo y la responsabilidad que su padre le impuso, que por ella.

—Claro. Papá no me enseñó a disparar por gusto, ¿recuerdas? —Eddie solo asiente, por lo que Lucía vuelve a hablar—: Y llamaré a la casa de Garreth si algo pasa y no puedo manejarlo.

Esta vez, Lucía desciende del auto con su mochila cargada a la espalda, Eddie le da la vuelta al Impala hasta que la puerta del conductor queda enfrente suyo, se baja y la abraza, dándole un beso en la frente bajo la atenta mirada de los nuevos vecinos. Lucía blanquea los ojos ante la sobreprotección asfixiante de su hermano, pero devuelve el abrazo con toda las fuerzas que puede juntar en sus brazos, apretándolo hasta que Eddie exclama que lo suelte.

—Me duelen las costillas por tu culpa —se queja él.

—Yo también te quiero, hermanito —grita por encima del hombro, entrando a su casa.

Dos horas más tarde Lucía se percata que lo único que tienen en la alacena son sopas instantáneas, cortesía de Eddie, por lo que se mete en sus zapatillas para caminar largas distancias y sale de casa, no sin antes echarse el arma que su padre le consiguió dos años atrás en la bolsa interna de la chaqueta de cuero.

Ha caminado dos cuadras lejos de casa cuando el flamante Camaro azul de sus nuevos vecinos aparece en su campo de visión, entrecierra los ojos, cierra los puños alrededor de las correas de la mochila y camina con mayor rapidez. Está por oscurecer, pero no tiene miedo, no a menos que lo que aparezca entre las sombras de los árboles sea un grotesco demogorgon, aunque tampoco se sentiría del todo amenazada porque ya mató a uno, no debe ser difícil deshacerse de otro.

—Ey, eres la vecina de enfrente, ¿no?

Por el rabillo del ojo ve que se trata del chico que usa la chaqueta de mezclilla, viene solo en el auto. Exhala con fuerza, prefiriendo ignorar al extraño rubio que luce como acosador al conducir su auto muy lentamente a un lado de la acera.

—Ey, por favor. No conozco a nadie aquí, solo quiero saber dónde está la tienda de comestibles más cercana —explica en tono suplicante—. Le pedí al cerebrito de Bernard que me acompañara, pero se negó.

¿Y quién carajos es Bernard?

Lucía detiene su caminata al darse cuenta que las gotas de lluvia comienzan a caer con fuerza, son gruesas y pesadas, una clásica tormenta de finales de noviembre. Mordisquea su labio meditando sus opciones. Las lluvias en Hawkins son unas hijas de perra, especialmente en esta época del año, no le importaría mojarse de no ser porque todo termina en una tormenta de aire con agua. Maldito clima raro de Hawkins.

Se traga su desprecio por los hombres rubios y muerde su lengua, volteando a ver al conductor del Camaro azul que sigue esperando una respuesta.

—Me dirijo para la tienda de comestibles, puedo indicarte dónde está si me llevas contigo —ofrece, con los labios en una línea tensa, tanto como su cuerpo—. O puedes buscarla por tu cuenta, supongo que no te perderías, es un pueblo pequeño.

El rubio asiente con la cabeza, su lengua delinea su labio inferior con premura y lo que Lucy identifica como un brillo travieso en su mirada azul. Blanquea los ojos y se coloca el gorro de la sudadera que lleva debajo de la chaqueta, sigue caminando hasta que el rubio detiene el Camaro enfrente suyo. Abre la puerta del copiloto y sube, pero no abrocha el cinturón de seguridad en caso de que deba saltar del auto por una u otra razón.

—Me llamo Billy, por cierto —dijo, presentándose. Es educado, resulta agradable saber que su nombre va muy acorde con su aspecto físico.

—Lucía —dice a secas. Se quita el gorro, dándose cuenta del desastre que son sus rulos debido a la lluvia que los mojó, suspira con desgano, debió traer una liga en su mochila. El vecino nuevo le ofrece un par de las que están al lado de la palanca de cambios, y le gustaría negarse, pero en serio tendría aspecto de demonio de tasmania, como la llama Steve, si no amarra pronto su cabello—. Gracias.

—Así que, ¿estudias en la preparatoria de Hawkins? —pregunta Billy. Lucía agita la cabeza, su mirada enfocada en la larga autopista mojada frente a ellos—. ¿En qué año? Yo voy en tercero.

—Estoy en segundo —responde mientras le dirige una mirada sospechosa al rubio, este le sonríe con coquetería. No es una gran sorpresa—. Ah, mira, llegamos. Debes dar vuelta a la derecha, ahí está la tienda.

Billy se estaciona frente al Melvald's General Store. Bueno, Lucía ya fue lo suficientemente condescendiente al subirse al auto de un extraño como para acudir a una tienda en la que no trabaja alguien de su confianza, como Joyce Byers, a quien no ve desde hace poco más de un mes cuando le dieron el alta y fue a visitarla.

—Aquí encontrarás lo que ocupes, forastero. —Sale del auto y se resguarda de la lluvia que comienza a atacar con fuerza y mucho aire en la tienda—. ¡Hola, señora Byers!

Joyce la ve con una sonrisa, correspondiendo el saludo a los segundos y volviendo a su tarea acomodando distintos productos en los anaqueles. Por su parte, Lucía seca lo mejor que puede sus zapatillas en la alfombra, comenzando a buscar comida real. Billy también entra, merodea los pasillos, Lucía lo ve de reojo sin perder su estoicismo.

Una vez que ha adquirido lo que venía a buscar se para frente a la caja, Joyce empieza a pasar los productos por el verificador.

—¿Cómo ha estado Will?

—Un día a la vez. Lo atormentan las pesadillas —contesta con un suspiro al final, luego la ve, y parece encontrar algo en su rostro que los demás no—. ¿Qué hay de ti?

Lucía sonríe, tensa. Joyce siempre encontraba la manera de sacarle información, la ve desde los ojos de una madre que no juzga.

—Trato de no pensar mucho en eso. Pero ya sabes, en el pasado tuve una psicóloga, y tengo algunas técnicas para sentir menos ansiedad sobre ciertas cosas —responde aliviada—. Aunque es difícil pensar en que no me he vuelto loca.

Joyce ríe suavemente, terminando de escanear los productos.

—Dímelo a mí.

Lucía paga las compras, empacando todo en su mochila, lista para retirarse hasta que Joyce vuelve a hablar:

—Will pregunta por ti. Un día se despertó de una pesadilla y solo repetía que quería verte porque tú lo entenderías —confiesa Joyce. Lucía no comprende por qué parece avergonzada, se cuelga la mochila al hombro, mirando a la adulta con una mueca.

—Estaba esperando a que él me buscara. Pensé que, después de lo que pasó, lo que menos querría era verme porque formo parte de un mal recuerdo.

Billy deja caer sin delicadeza sus propias compras en la barra, por lo que ambas guardan silencio en la espera de que se vaya. Alguien más entra en la tienda, Lucía nota que es Steve Harrington con una sonrisa muy segura que va dirigida hacia ella. Billy paga sus cosas y ve a Lucía con obviedad, como si pensara que va a regresar con él a la calle Maple. No, gracias.

—Ingredientes para un pastel y dos velas, ¿puedo saber de quién es el cumpleaños? —cuestiona Joyce amable. Lucy no comprende cómo puede tratarlo bien cuando él ofendió a su hijo y lo golpeó, cabe la posibilidad que Jonathan nunca le haya contado, o que Joyce sepa algo que los demás ignoran sobre Steve. 

Steve sonríe a duras penas, incomodidad y tensión en cada músculo de su cuerpo.

—Es algo tonto —balbucea, sacando el dinero de su cartera.

Si aún lo recuerda bien, Nancy no cumple años en noviembre, pero Steve le mencionó el otro día que su cumpleaños estaba cerca. Entonces, seguro que cumple diecisiete años en este asqueroso mundo. Hoy o mañana, Steve cocinaría un pastel para festejarse a sí mismo. Auch, eso definitivamente le llegó al corazón. En su familia nunca celebran estas fechas solos, y nadie hornea su propio pastel. Es inaceptable.

—¿Nos vamos? —pregunta Billy, sacándola de sus pensamientos. Lucía en serio no quiere irse a casa con él, por lo que sacude la cabeza en negación—. Vamos, vivimos en la misma calle. Será una manera de agradecerte —intenta de nuevo, la sonrisa coqueta es reemplazada por ojos manipuladores.

—Me trajiste a la tienda, y lo agradezco, pero no necesito más tu ayuda, ni tú la mía —contesta con seriedad, parándose en toda su altura (un metro sesenta y cinco tal vez no sea tan intimidante).

Billy ríe, una risa aguda y burlona, de las que más odia.

—No seas ridícula.

—Puedes irte en paz, no me debes nada, ni yo a ti.

—Lucía —comienza a decir Billy, siendo interrumpido por Harrington.

—Déjala en paz, foráneo. No quiere ir contigo, no puedes obligarla —dice simplemente, pero permanece a un lado de Lucía—. Además, yo puedo llevarla a casa.

Billy entrecierra los ojos, visiblemente frustrado. Lucy muerde su mejilla, pensando que es mejor irse a casa en compañía de Steve, que de Billy.

—Hum. ¿Y dónde vives tú?

—En mi casa —contesta con un tono que jamás había escuchado, es impresionante. Al final, rueda los ojos y dice la verdad—: Vivo en Rosecrans.

Billy gruñó, sin apartar la vista de Steve.

—Eso queda justo al otro lado del pueblo, no te queda de pasada.

Lucía siente un escalofrío recorrer todo su cuerpo. Billy es un mentiroso. Ella se montó en el auto de un forastero tramposo.

—Te acabas de mudar a Hawkins, ¿cómo sabes dónde está Rosecrans?

Se descubre él solo en su mentira cuando no le queda más que responder y balbucea respuestas inconclusas, hasta que sale por la puerta de entrada, enfurecido al haber sido expuesto.

—Me salvaste de nuevo, gracias —dice, dándole un guiño.

Él hace una mueca de irrelevancia, tenía que ser Harrington y su egocéntrica sombra. Niega con una sonrisa, y un segundo después es aplastada por el cuerpo de Steve que la cubre de los vidrios que salieron disparados a todas direcciones. Los escaparates de Melvald's General Store han estallado en mil pedazos, cubriéndolos. Cuando se ponen de pie, solo hay dos autos en el estacionamiento: uno de Joyce y el otro de Steve.

Joyce está visiblemente asustada cuando sale de detrás del pequeño espacio de la caja, al menos, no hay pedazos de vidrios en su cabello, a comparación de su situación y la de Steve. Nadie sabe qué pasó, al parecer, fue culpa del clima errático y la falta de calidad de los escaparates de la tienda.

—Llamaré al dueño de la tienda —logra decir la mujer, retirándose a la oficina a un lado de la caja.

—¿Estás bien? —pregunta Steve, ayudando a que se ponga de pie, ella le sostiene de ambas manos y se incorpora.

—Sí, todo bien. ¿Y tú?

Lucía comienza a sacudir su ropa y mochila de los pequeños trozos que le saltaron, Steve copia sus acciones pero prestando especial atención a su cabello.

—Tranquilo, Stevie, tú cabello está perfecto —se burla.

—Qué linda manera de agradecerme el que te salvara, otra vez.

Lucía blanquea los ojos, poniendo las manos entrelazadas junto a su barbilla mientras suspira cual colegiala enamorada en película de los años 50's. 

—Oh, mi valiente héroe me ha salvado, dos veces en el mismo día —alardeó, exagerando su tono, burlándose. Steve, por razones incomprensibles, comenzó a reírse. Vaya peculiaridad—. Soy la más afortunada, solo mira ese magnífico cabello, es digno de un actor. 

Steve le puso fin a la risa al instante en que se acercó, seguramente para reclamarle. Su dudosa intención se ve comprometida cuando pisa un fragmento de vidrio y se resbala, tomando como rehén en sus brazos a Lucía. Sí, de nuevo. Ella cae sobre su pecho, sin aliento dada la caída súbita. Al pestañear, nota que su rostro quedó a centímetros del de Steve.

—¿Qué hará el príncipe de película ahora? —inquiere, tratando de sonar graciosa. Steve, irritado, entrecierra los ojos, aproximándose a ella —. Oye, Harrington, ya deja eso. Era una broma.

Pese a lo que dijo, Steve no retrocede, persiste y está cada vez más cerca. Lucia no puede levantarse, la confusión se adueña de su sistema al comprender que su curiosidad por saber qué pasaría sí Steve la besara es más grande que su lógica. Por años, ha visto a muchas chicas siguiéndole, pero no comprende cuál atractivo es el de Steve (más allá de su buena imagen). Hay algo extraño en el aire, es como si de repente, un hilo invisible tirase de ambos para que permanezcan juntos. 

Es una niñería, Lucy perdió la esperanza en el hilo del destino.

—Deja el juego, Harrington.

—No hasta que tú lo hagas primero.

Los colores se le suben al rostro, y sin importarle si hiere al chico debajo suyo se levanta con afán de salir de esa incómoda situación. ¡Estaba dejándose llevar, como si no supiera que Steve tiene novia y es Nancy! Steve ríe cuando se endereza, el maldito sabe que ganó, al menos, esta vez. Definitivamente, esta no sería la última pelea de orgullo que tendrían. 




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Holaa. ¿Les gustan los capítulos largos o cortitos? Normalmente escribo sobre 5000 palabras porque me gusta describir cómo se sienten los personajes. En fin, el próximo cap será la continuación de este, créanme, me emocioné bastante escribiéndolo. 


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