1 | The fire and the girl
Parte II. Capítulo I
𝗧𝗵𝗲 𝗳𝗶𝗿𝗲 𝗮𝗻𝗱 𝘁𝗵𝗲 𝗴𝗶𝗿𝗹
[El incendio y la niña]
Dedicado a CKPJoe porque fue el primer comentario del último capítulo de la parte uno <3
Recuerden, las primeras dos personitas en comentar, se les dedicará el siguiente capítulo :)
Cuando despertó, todo ardía en llamas, a cualquier lugar que posara la vista veía las destructivas llamas rojizas arrasar con el mínimo espacio libre de fuego, hasta que lograron su objetivo, expandirse sobre el escritorio de madera donde hacía sus deberes escolares.
Su instinto de superviviente le gritaba al oído que brincara de la cama, que desenredara las piernas de las cómodas sábanas y abandonara su preciado cuarto, pero todo lo que pudo hacer fue admirar con agotamiento cómo los recuerdos de cinco años eran eliminados en cuestión de segundos.
Las fotografías que había tomado con su Polaroid se derritieron aún adheridas al espejo que estaba tapizado por completo con estas, puesto que no gozaba en lo particular de verse a sí misma desde que había cortado lazos con Steve a la fuerza, una reacción que atribuyó a su falta de honestidad con el de ojos color caramelo.
Agh, Steve. ¡Maldito Steve! Habían pasado cuatro meses desde la última vez que se hablaron, y Lucy lo sentía como una eternidad. Aquellos días había hecho de todo para sacarlo de sus pensamientos, pero, lamentablemente, comprendió que el solo intentar olvidar implicaba recordar, y vaya que recordaba. Tenía muy buena memoria. Así que, algunas veces cuando parpadeaba, ante ella se presentaba un chico de ojos dulces, peinado elaborado, lunares dispersos en las mejillas, sonriéndole, o frunciendo le ceño al mismo tiempo que arrugaba la frente y posaba las manos en la cintura, su típico gesto de autoridad.
Sí, maldito Steve.
—¡¿Qué carajos estás haciendo?! —cuestionó su hermano exaltado, irrumpiendo en su habitación al tirar la puerta de una patada—. ¡Te he gritado por la maldita ventana y no escuchas!
La madera crujió bajo sus pisadas, avanzaba de cuclillas con un trapo cubriéndole la nariz y boca, cuando llegó a su lado prácticamente la sacó a las fuerzas de la cama. Lucy aulló de dolor, había caído sobre el hueso coxis.
—Eres un idiota —gruñó, sobándose la espalda baja.
—Y tú una tonta. ¿No pensaste que podrías quemarte?
No respondió. La idea no sonaba tan mal, solo un poco ilógica teniendo en cuenta que ese día tenía una reunión programada con el destino, o en otras palabras, con uno de los gemelos Hargrove.
Luego de que Steve la hubiera dejado en su casa aquella tarde, con ese remolino de sentimientos que iban de lo bueno a lo malo, desde su punto de vista; esperó a que el castaño desapareciera al doblar la esquina para cruzar la calle y tocar la puerta de los Hargrove. La recibió Susan, madrastra de los gemelos, la misma le sonrió antes de preguntarle qué se le ofrecía. Lucy había sido clara, solo quería hablar con Bernard, pero Susan negó que estuviera en casa, y sin pedirlo, la amable mujer le reveló que sus hijastros se encontraban arreglando un imprevisto en California. No tuvo otra opción que agradecer y marcharse.
Pero ese mismo día, luego de perder las esperanzas y sentir que la energía para investigación se drenaba de su sistema, una entrometida niña de cabello pelirrojo había asomado la cabeza por la ventana de su habitación, viéndola con curiosidad. Lucy dio un respingo al percatarse de su presencia, pero ocultó la sorpresa con un ceño fruncido.
—¿Quién eres?
—Max —dijo la niña, viendo a ambos lados de la calle antes de entrecerrar los ojos con desconfianza—. ¿Quién eres tú y por qué preguntas por Bernie?
—¿Bernie? —cuestionó, confundida.
—Bernard, mi hermanastro, el que me cae bien —explicó la pelirroja agitando las manos en el aire—. Lo que sea. Tengo información que te podría ser útil.
—A ver, dime —se mostró interesado de inmediato, incluso se había sentado sobre la cama, que estaba a un lado de la ventana.
—Quiero algo a cambio.
Esa niña era una astuta negociadora. Le bastaba con Erica Sinclair, quien demostraba más seguridad que un adulto promedio al hacer tratos sobre la cena que comería sin siquiera pestañear.
Lucy se arrepentía todo el tiempo, cuando los señores Sinclair le pedían cuidar a la niña, de haberle presentado el Monopoly, dado que ella siempre encontraba la manera de ganar, aunque pareciera que perdía.
—Veamos. —Buscó en su cartera, donde encontró solo tres dólares, los alzó para que la niña los viera, sin que estuvieran a su alcance—. Es todo, tómalo o déjalo.
—Eres la peor negociadora que haya conocido —se burló la niña, pero tomó los billetes con gusto—. Escuché a Neil decir que Bernie y Billy regresarán antes de que empiecen las clases, en otoño. Creo que Bernie enfermó, o algo así, y las únicas personas que lo pueden atender están en California.
—¿Tienes una fecha exacta? —preguntó con interés.
—No. Pero regresarán antes de septiembre.
Fue una pérdida de dinero completa. Desde ese día se prometió no volver a confiar en los niños, no importaba si lucían tan inocentes como aquella niña pelirroja.
Había esperado cuatro malditos meses a que regresaran, aunque claro, los primeros dos huyó a Texas esperando encontrar solución a sus problemas sentimentales, después regresó porque Hopper prácticamente le gritó por teléfono que controlara a su hermano, o sino, lo encerraría en las celdas de la comisaría desde el inicio al final de las vacaciones.
Lucy tuvo que aplazar su relajante estadía en la granja de sus abuelos para fungir como figura autoritaria en su casa, no por Eddie, era un idiota, sabía que no debía vender drogas y lo seguía haciendo; lo hizo por su padre. Él había cedido el control de la casa y las reglas a Lucy después de enterarse que Eddie había reprobado el año cuando estaba a punto de graduarse, para su suerte, él desconocía que Lucy estaba informada de eso y no le había contado. Puede que odie a Eddie en momentos como ese, que la estaba sacando casi a rastras de la casa en llamas, pero no era una vil soplona.
—¡Con un carajo, Eddie, te dije que no entraras a la casa! —exclamó Hopper molesto, viéndolo con las cejas fruncidas antes de escanearlos a ambos en búsqueda de quemaduras o heridas de gravedad—. ¿Estás bien, niña?
Lucy asintió sin mirarlo directamente. El estupor se hizo presente una vez que salió de la casa en la que había vivido los últimos años de su vida. Todos los recuerdos estaban extinguiéndose, las evidencias de que alguna vez tuvo un lugar al que llamar hogar además de la granja de sus abuelos, se hizo cenizas. Lucy no pudo hacer nada, más que observar con un nudo en la garganta a los flojos bomberos de Hawkins apagar el incendio.
Una mano firme se posó en su hombro y le dio un apretón amistoso, el tipo de gesto que pretendía transmitirle condolencias. Ella resopló por lo bajo y miró hacia atrás, llevándose una gran sorpresa al ver a uno de los gemelos Hargrove. Al principio no supo diferenciar quién era, pero después de observar su rubia cabellera hasta los hombros el veredicto fue claro: era Billy. Lo vio con cansancio en la mirada, ni siquiera tuvo suficiente energía para sacudirse la mano del rubio de su hombro.
—Lamento lo del incendio —murmuró en voz baja, solo para que ella lo escuchara—. Escuché de los policías que lo generó una colilla de cigarro.
—Sí, es lo que dicen —dijo, con la voz un tanto acongojada—. ¿Qué haces aquí, Billy? —Se giró hacia él, evitando a toda costa oír a los bomberos hablando de lo poco que había sobrevivido (de muebles, fotografías e incluso sus armarios) al incendio—. No eres el vecino más solidario de todos, ¿o me equivoco?
—No, estás en lo correcto —confirmó, haciendo una mueca mientras doblaba las rodillas un poco para estar a su altura—. Pero tú no eres mi vecina, ya no, por lo visto.
—Vete a la mierda, Billy —respondió enojada, volviendo a girar hacia la casa.
Era preferible ver a su hermano y Hopper enfrascados en una discusión que los llevaba en círculos, que a Billy.
—Ey, ey. Era una broma —mencionó Billy, tomando lugar justo frente a ella.
—No me importa. Si estabas aquí solo para burlarte de mis desgracias, puedes marcharte —dijo, entrecerrando los ojos.
—Estamos en la vía pública. Además, no puedes decirme a dónde ir y a dónde no.
—Idiota.
—Mira el lado positivo de esto, Lucy.
Ella volvió la vista hacia él.
—Pudiste morir en el incendio. Lo sabes, ¿no? —El enojo de la chica no hizo más que incrementar mientras oía cada una de sus ridículas palabras—. Los policías les dirán que fue causado por una cosa u otra, pero la verdad, ¿quién podría saberlo? No había nadie en las calles, son las malditas cinco de la mañana, después de todo.
—¿Cuál es tu punto? —cuestionó, ya sin paciencia.
—Me parece que hay muchas cosas que te gustaría saber, como, qué causó el incendio en verdad —hizo énfasis con un sutil movimiento de cejas—. Pero, por otro lado, habrá otras que no querrás saber porque, ¿qué tal que, al indagar sobre el incendio, te encuentras con cosas que no te gustan?
Lucy ladeó la cabeza, muy segura de que el rumbo de la conversación se había transformado en una amenaza disfrazada, pero hacerlo visible podría tomar dos rumbos diferentes: Billy negaría que hablaba de otra cosa, o Billy le haría creer que nunca dijo aquello, que seguro lo estaba imaginando por la gran cantidad de humo que inhaló y que estaba afectando su capacidad auditiva. Cualquiera de las dos opciones era mala. La mejor era hacerse la desatendida, y él -con suerte- pensaría que no le halló el doble sentido a sus palabras.
—¿Qué estás sugiriendo? —cuestionó, como si no estuviera al tanto de las posibles bifurcaciones conspirativas que habitaban sus pensamientos.
Billy le sonrió de lado, con encanto.
—Que lo dejes por la paz, Lucy.
—¿Y quedarme con la curiosidad sobre el incendio? —Se llevó una mano a la barbilla, simulando preocupación—. Soy muy curiosa, Billy.
—Ya sabes lo que dicen —musitó, acercando su rostro al de Lucy para que lo oyera sin la necesidad de alzar la voz debido al gran ruido que generaban los bomberos y policías—, la curiosidad mató al gato.
—Que bueno que no soy un gato, sino una chica con mucha determinación —señaló, en el mismo tono inexpresivo que el rubio—. Para encontrar la causa del incendio, claro. ¿Quién me va a devolver mis malditos documentos, mi ropa y mis libros? —cuestionó, desviando la conversación de inmediato.
El rubio entrecerró los ojos al momento que un mohín burlesco se dibujaba en sus labios, aquello solo le confirmó lo que ya sospechaba, el incendio no era el tema principal en su charla.
—¡Lucy! —gritó una vocecilla aguda desde el otro extremo de la acera, frente a la casa de los Hargrove. La pelirroja corrió hacia ella con una mirada de angustia total antes de colgarse de su cuello, abrazándola—. Me acabo de enterar del incendio. Mi padre no me dejaría salir a esta hora sola, entonces me escapé con ayuda de mi hermano.
Jordan Harris le sonrió con vergüenza antes de acercarse.
Billy se despidió con un simpe gesto de cejas y se retiró.
—Hola, señorita arcoíris —saludó el pelirrojo, inclinándose para dejar un beso en su mejilla—. ¿Cómo estás? Lamento lo que pasó con tu casa. ¿Saben por qué se generó el incendió?
—Hopper dice que fue una colilla de cigarro, posiblemente. —Se encogió de hombros, con falta de ánimo—. Pero tengo la sospecha de que no fue así —manifestó, entrecerrando los ojos.
—Extrañaba tus conspiraciones —reconoció Jordan, riendo.
—Mejor cállate, Jordan. ¿Por qué no dices que la extrañaste a ella y por eso estamos aquí? —soltó con una sonrisa Jules, y blanqueó los ojos cuando el pelirrojo la miró con apatía.
—Jules —advirtió con voz seria.
Lucy luchaba por no reírse en ese tenso pero divertido momento. Ese par, sin darse cuenta, consiguieron alegrar su madrugada pese al fuego en su hogar, antiguo hogar, más bien.
—Oh, perdón. —La pelirroja se llevó la mano al pecho, aparentando inocencia—. ¿Dije algo inapropiado, algo que no fuera verdad o algo que los ofendiera? —cuestionó descaradamente.
Los hermanos Harris se enfrascaron en una clásica pelea de egos mientras Lucy pensaba en el día que llegaron a Hawkins. Fue solo una semana después de que volviera de Texas, donde había pasado gran parte de su tiempo hablando con Jules sobre Steve, y la comprometida que se sentía porque Nancy era su amiga, al igual que Steve.
Lo que menos quería Lucy, era arruinar cualquiera de las dos amistades (aún tenía esperanzas en que Steve y ella fueran amigos). Y vaya que Jules fue de ayuda, la pelirroja no solo demostró ser excelente para la moda, también lo era para resolver conflictos emocionales... Lucy resopló para sus adentros, la solución era tan sencilla que todo el tiempo estuvo frente a sus narices.
Jules siempre decía que su hermano moriría porque ella le diera la oportunidad de salir en otro plan más allá que solo amigos. Al principio, Lucy pensó que "El plan de Jules para olvidarse de chicos guapos pero con novia de cinco pasos" era una estrategia para conseguir que saliera con Jordan, pero después de analizar la situación supo que no era así, no del todo.
Los hermanos Harris eran muy orgullosos entre sí para armar un complot que beneficiara solo a uno de los dos... Y en caso de que hubiera sido engañada por Jules, ya vería cómo resolverlo, pero sin violencia, no con ella, es la única amiga después de Robin que tolera su mal carácter.
Aún así, no podía quitarse el mal sabor de boca al pensar en que prácticamente estaría usando a un chico inocente para olvidarse de Steve. La buena noticia es que no firmó ningún contrato con Jules, lo que le daba libre albedrío para retractarse en cualquier momento de todo esto. Puede que no sepa un montón del amor como su amiga pelirroja, pero sabe sobre heridas emocionales, y tiene el gran presentimiento de que usar un clavo para sacar otro, no es lo más recomendable.
—Como sea. Vinimos por ustedes, papá no dirá nada porque se queden en nuestra casa mientras arreglan todo el papeleo con el arrendatario —mencionó Jules, tomando su muñeca para llevarla hasta donde Eddie aún discutía con Hopper.
—¿Están seguros? —preguntó, viendo a Jordan esta vez.
—Por supuesto. —Le restó importancia con la mano y le pasó un brazo por el hombro, a lo que Lucy se puso rígida de inmediato, lo asumió como parte de la tensión por el incendio—. Serán nuestros invitados.
—¡Será como una pijamada! —expresó Jules. Caminó hasta Eddie con su gracia natural, lo tomó del antebrazo, a lo que él cedió con una sonrisa que lo llevara hasta ellos—. Listo. Vámonos a casa, estoy segura que deben estar agotados.
No había nada que pudieran hacer, solo esperar la llamada de Hopper una vez que el jefe del departamento de bomberos le notificara que era seguro pisar el terreno donde antes vivieron para recoger las pertenencias que no se extinguieron en el incendio, además de las que Eddie había sacado de su habitación y la de Lucy.
Se montó al auto de Jordan en el asiento de copiloto, el cual Jules le cedió en automático, y con tristeza y melancolía recordó cada una de las cosas que había vivido en esa casa a lo largo de cinco años. Suspiró. La incertidumbre de saber dónde vivirían una vez que su padre se enterara del incendio no abandonó su mente. No tenían mucho dinero, y los ahorros de su padre estaban depositados en una cuenta para cuando ambos, Eddie y Lucy, acudieran a la Universidad, lo que parecía muy retomo a estas alturas, era seguro que el dinero lo usarían para comprar o alquilar una nueva casa.
—Oye, Eddie. —El pelirrojo llamó su atención, viéndolo por el espejo retrovisor con una mueca ladina—. ¿Qué le pasó a tu cabello, amigo?
En un segundo, Lucy abandonó sus mortificantes pensamientos para girar el cuello y ver a su hermano. Acalló un gritito de sorpresa en la garganta, pero no impidió que la conmoción se hiciera presente en su expresiva mirada. Cerró los ojos con pesar.
—¿De qué hablas? Mi cabello se ve genial, Red —expresó Eddie, confundido. La miró con los ojos exageradamente abiertos, mostrando su nerviosismo—. Lulú, ¿verdad que mi cabello se ve genial como todos los días?
—Ah, sí. Grasoso y un poco sucio, sí. —Rehuyó su mirada—. Pero tienes algunos mechones quemados.
Soltó un suspiro, derrotada, no había forma de darle vuelta a esto por más tiempo, así que se giró hacia su hermano con una mueca de incomodidad apoderándose de su expresión.
—Lo diré rápido, ¿okey? —Eddie asintió, aún nervioso—. Te quemaste una gran parte del cabello.
—Pero tiene remedio, ¿no? —Se enderezó del asiento trasero para verse mediante el espejo retrovisor con premura—. ¿Verdad que tiene solución?
—No, Eddie. —Negó la pelirroja con pesar.
—Solo díganle las cosas como son —intervino Jordan, al momento que lanzaba un sonoro bostezo al aire—. Eddie, te van a rapar, amigo.
—¡¿Qué?!
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La casa del doctor Harris no se encontraba a gran distancia de la suya, pero estaba en la zona de los ricos de Hawkins, por lo que sin siquiera meditar sobre ello un momento, Lucy se encontró a sí misma viendo a todas direcciones, intentando localizar a Steve en las desoladas calles, sin embargo, abandonó la idea que había invadido su mente aquella soleada mañana. Como siempre, tenía cosas más importantes por resolver.
Hopper aún no les había llamado para que reclamaran las pocas pertenencias que sobrevivieron al incendio, y como Eddie se encontraba demasiado cómodo en la residencia de los Harris para querer largarse a un lugar propio (además, no quería que nadie lo viese con la cabeza rapada), Lucy tuvo que armarse de paciencia para buscar ella misma al jefe de policía. Iba a ser un día largo.
El primero lugar donde le buscó fue en la comisaría, pero se llevó la sorpresa de que Hopper había faltado aquel día al trabajo. No le quedó otra opción que volver sobre sus pasos y dirigirse hacia la casa del policía, pero, nuevamente, no le encontró por ninguna parte.
Debía admitirlo, llegado a ese punto la frustración ya no era una opción del montón de posibles emociones para sentir, no, era la realidad.
Se dejó caer sobre le pórtico de la descuidada casa del jefe de policía mientras pensaba, tomándose las puntas del cabello entre los dedos, en cuál lugar podría estar Hopper. No era un hombre muy ocupado, después de todo, el mayor crimen que requirió investigación en Hawkins sucedió en 1978, ¡y Hopper ni siquiera merodeaba el pueblo en aquel entonces!
Meditó sus opciones por lo que le parecieron largas horas, pero al final, encontró una posible solución a los quince minutos. La paciencia tampoco era su fuerte, no en aquel momento.
Se colgó la mochila roja sobre el hombro y emprendió marcha hacia la dirección opuesta, colocando todas sus esperanzas en que Joyce Byers supiera algo sobre Hopper. La castaña no era adivina, pero estaba al tanto de que Hopper había ayudado a Joyce a desenmascarar la verdad tras la extraña desaparición de Will, que incluso tuvieron que meterse al Otro Lado para extraerlo ellos mismos. Todo aquello se lo contó un animado Dustin cuando hablaron antes de su partida a Texas.
Honestamente, Lucy no lo contemplaba, pero no iba a negar que fue de suma valentía que se enfrentaran a los hombres del Laboratorio Nacional de Hawkins. Ella no estaba segura de poder hacerle frente a personas tan poderosas así, nunca, porque una cosa eran los adolescentes de su misma edad, otra muy diferente, eran personas que con solo chasquear los dedos podrían ponerte a más de seis metros bajo tierra.
Resopló con falta de aliento cuando visualizó la puerta de la casa Byers, y trotó hasta la misma al ver que el auto de Joyce se encontraba aún estacionado en la entrada. Tocó un par de veces y esperó con paciencia mientras se balanceaba sobre sus pies.
Sin previo aviso un par de brazos delgados se adhirieron a su torso, al bajar la vista vio a un alegre Will. Le devolvió el gesto con cariño. Will era el niño con el corazón más dulce que jamás haya conocido.
—¿Quién era, amor? —preguntó la señora Byers en voz alta, luego asomó la cabeza por la puerta y le sonrió—. ¡Hola, Lucy! ¿Por qué no pasas? —exclamó con alegría, y le señaló el interior de la casa con su mano en la que llevaba un grande taza de café.
—Hola, Joyce —le saludó, despegándose del costado a Will y caminando a su lado para entrar a la residencia Byers.
—¡Lucy, espera, mira los dibujos que hice, somos nosotros! —gritó con emoción Will, corriendo a su habitación para traer la evidencia. Joyce la miró con una mueca.
—¿Cómo estás? Me enteré del incendio ayer por la tarde.
—He estado mejor, pero saldremos adelante —aseguró—. Me conoces, soy muy terca.
—Espero lo mejor para ti. Y para tu hermano y padre, por supuesto. Si hay algo que pueda hacer por ustedes, no dudes en decírmelo —comunicó Joyce con amabilidad.
—De hecho, se supone que Hopper nos llamaría para avisarnos de cuándo podemos entrar de nuevo a la casa, solo para reconocer las cosas y... ver si hay material salvable —reveló, mordiendo la esquina de su boca—. Pero no lo ha hecho. Y lo busqué en todas partes. Pensé que quizá tú supieras algo sobre él.
La mujer se sumió en sus pensamientos frunciendo el ceño, como si en verdad estuviera considerando a fondo algún lugar en el que Lucy pudiera encontrar a Hopper. Al parecer, lo hizo, pues agitó la mano en el aire con desesperación, una mueca de insatisfacción se apoderó de su rostro, pero al final la miró con la respuesta en sus ojos.
—Cuando estábamos en la preparatoria solía quejarse de que su madre lo enviaba a llevarle suministros a su abuelo en una vieja cabaña en el bosque.
—¿Conoces la ubicación de la cabaña? —cuestionó alzando las cejas, lista para sacar un papel y pluma de la mochila en su costado.
—Ah, creo que sí —balbuceó Joyce, perdiéndose de nuevo en su mente—. ¡Ah, lo tengo!
Lucy no demoró nada en brindarle material para que plasmara un extraño mapa de la zona que colindaba la dichosa cabaña. A decir verdad, sería complicado llegar a su objetivo si no conociera el bosque de Hawkins como la palma de su mano, pero la suerte estaba de su lado. Finalmente conseguiría que Hopper le diera buenas o malas noticias sobre los objetos perdidos en el incendio, y quizá, los que se salvaron también.
—Lu, mira dijo Will, llegando a su lado con cientos de hojas blancas repletas de dibujos, le extendió dos hojas en particular con hermosos diseños—. En este, nos dibujé a los cuatro y a ti —señaló con orgullo a la hoja. Podía ver con claridad en el esfuerzo que había implementado el niño Byers, pues incluso vislumbraba pequeños detalles que personas que no adoran la pintura pasarían por alto, como el color de los ojos en cada personaje del dibujo, o el hecho de que ella contaba con un par de agraciadas dagas en las manos. Le sonrió enternecida, pero al mismo tiempo le surgió una duda—. Oye, ¿por qué mi cabello es rojo?
—Pensé que se vería bien en ti, el rojo es un color bonito para tu cabello -admitió con sinceridad—. A parte, le da un matiz diferente a tu personaje en el dibujo. La verdad es que estaba pensando en La Hechicera de las Montañas Venom cuando lo dibujé.
Eso era incluso más tierno. El personaje del que Will hablaba era el que Lucy usaba cuando jugaba a C&D con los niños, su nivel era medio, pero sin duda estaba por encima de ellos (aunque, la mayoría de veces, les dejaba triunfar usando estrategias poco prácticas).
—¿Y el otro dibujo?
—Es Eddie guiándonos a la victoria.
En este dibujo, a diferencia del otro, Eddie estaba montado sobre un caballo mientras sostenía una lanza de prominente y afilada punta, un collar con cuentas de calaveras pendía de su cuello, y una sonrisa cuyos colmillos sobresalían iluminaba su rostro. Desde luego que Lucas, Mike, Dustin, Will y Lucy le acompañaban, pero el protagonista era él, igual que lo era ella en el primer dibujo.
—Son los mejores dibujos que haya visto en mi vida —admitió, sonriendo—. ¿Me los puedo quedar?
—Por supuesto. No hay ningún problema, Lu —dijo Will, inflando el pecho con orgullo.
—Entonces, esta es la dirección que recuerdo —mencionó Joyce, uniéndose a la conversación al momento que le daba una hoja con el mapa inexacto que la llevaría a la cabaña de Hopper.
—Muchas gracias, Joyce —le dijo sonriendo—. Creo que debo irme, quisiera llegar a la cabaña antes de que oscurezca. No le tengo miedo a la noche, pero el año pasado descubrimos que pueden haber monstruos de verdad escondiéndose en las sombras —agregó con una mueca que disimulaba su desagrado por aquellos recuerdos.
Joyce asintió mientras apretaba los hombros de su hijo menor con los dedos, un gesto cariñoso y reconfortante.
—No dudes en acudir a mí si necesitas algo más.
—Claro. Oh, y lo mismo para ti, ya sabes, siempre estoy disponible para ser niñera de Will —bromeó.
—Tenlo por seguro, si este pequeño requiere de una niñera, serás tú a quien llame primero —confirmó Joyce sonriendo, tomaba la broma como algo real.
La verdad era implícita, los chicos de la edad de Will no ocupaban más una niñera. Vaya que decirle adiós a esa etapa de su vida era difícil. Podría cuidar a más niños, incluso Erica y Holly no sonaban como mala opción, pero nadie conseguiría quitarle el primer lugar a los niños del club audiovisual, nunca.
—Bueno, debo irme —dijo con la garganta un poco apretada. Abrió la puerta y los miró antes de salir, cuidando con atención las tres hojas en su mano izquierda—. Adios, Will. Adiós, Joyce.
Ambos Byers se despidieron de Lucy con un gesto de mano, y una mueca inexpresiva por parte de Will. Lucy cerró la puerta detrás de ella, y resopló con pesadez. Tal como había predicho, era un día que cada vez se tornaba más largo.
Guardó los dibujos en la mochila con especial cuidado, manteniéndolos dentro de su propio cuaderno de pintura. Estaba lista para intentar comprender los garabatos de Joyce que la guiarían a la cabaña del abuelo de Hopper en el bosque. Esperaba que estuviera allí, sino, todo habría sido una perdida de tiempo (restando a Will y Joyce de la ecuación).
Los rayos del sol comenzaban a ocultarse detrás de las frondosas copas de los árboles cuando Lucy llegó al perímetro de la cabaña. Detuvo su caminata para tomar un poco de aire: había caminado por casi dos horas enteras, sin ninguna pausa. Colocó las manos en las rodillas, inclinándose hacia adelante en búsqueda de oxígeno limpio. Los cigarrillos le estaban afectando los pulmones más de lo que pensaba.
El crujir de una rama la devolvió a la realidad. Enderezó la espalda con prontitud mientras su cuerpo tomaba posición de pelea. Sentía los nervios de punta, el corazón le latía desaforado en el pecho. Por instinto se llevó la mano a la mochila para sacar un arma con la cual pudiera defenderse del acechador, pero no encontró nada, el único contenido que había en la mochila no le sería de utilidad para luchar contra el posible agresor.
—Carajo —murmuró.
Pegó la espalda en el tronco grueso de un árbol y esperó con paciencia a que el invasor hiciera un ruido de nuevo. Mas lo único que alcanzó a oír antes de que su cabeza fuera azotada contra el árbol, fueron pisadas débiles y una gran exhalación, y la vista se le oscureció.
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—Despierta, despierta —murmuró una vocecilla infantil.
Lucy apretó los ojos al momento que intentaba abrirlos, pero no lo consiguió. En su lugar, abrió y cerró las manos tratando de comprender si aún se encontraba en el bosque o en algún otro lugar. Para su alivio, en ese instante sus párpados cedieron y pudo mover las manos. Estaba en el bosque, recostada sobre un montoncito de hojas anaranjadas que habían caído de los árboles, producto del otoño.
—Despertaste. —Habló de nuevo aquella vocecilla infantil, Lucy notó que por el tono se trataba de una niña, pero no la veía.
—¿Hola? ¿Dónde estás? —preguntó la castaña enderezándose del suelo con dificultad y girando la cabeza en todas direcciones con la intención de hallar a la niña—. Siento que la cabeza me va a estallar. De verdad me golpeaste duro, ¿sabes?
Había disminuido el tono de su voz, por lo que no le sorprendió que la pequeña saliera de detrás de un gigantesco árbol. Un resoplido murió en su garganta en cuanto vio a la niña. ¡Era la misma a la que le dio su abrigo hacía unos meses atrás!
—¿Tú? —preguntó de manera retórica, mientras la felicidad conseguía bañar sus ojos, iluminándolos—. Pensé que no volvería a verte después de ese día.
—Lucy —mencionó la niña ladeando la cabeza. Notó que a diferencia del año anterior, ahora había unos preciosos rizos decorando su cabeza—. Es tu nombre, ¿no?
Ella asintió con frenesí al mismo tiempo que apoyaba la palma de la mano en el tronco de un árbol para darse suficiente fuerza y levantarse. La niña cuyo nombre desconocía la miró sin expresión, pero se acercó un poco.
—Asumiré que me noqueaste porque pensabas que te haría daño —dijo Lucy, justificando a la niña mientras se sobaba la cabeza con la mano libre—. ¿Qué pasó contigo ese día? ¿Encontraste el camino a casa?
—No debo hablar con extraños —musitó la niña, alejándose un poco de la castaña.
—Oh, bien dicho. Mis padres me enseñaron lo mismo. Entonces, me alegra que estés mejor —mencionó señalando su cambio radical de vestimenta, puesto que lucía sana y limpia—. Supongo que debo irme.
No le agradaba la idea de dejar a la niña nuevamente sola en el bosque, sin embargo, no parecía una opción acompañarla hasta su hogar.
—Sería lo mejor.
—Ah, pero ¿de casualidad sabes dónde queda una vieja cabaña? Es de un tipo llamado Hopper —explicó—. Es el único lugar en donde podría encontrarlo. Es que en serio necesito verlo.
—¿Hopper? —preguntó, alzando las cejas.
—Así es. Se llama Hopper, bueno, en realidad es su apellido. Como sea —aleteó una mano en el aire, restándole importancia—. Es un tipo así de alto —hizo un ademán con la mano, señalando hasta la punta del árbol—, y así de gordo —enroscó los brazos por delante de su cuerpo para simular la barriga del jefe de policía.
La niña se rio con timidez, contagiando a Lucy en el proceso.
—Entonces, soy como el abominable hombre de las nieves —señaló una voz masculina haciendo acto de presencia en el bosque. Lucy dio un respingo por la impresión.
—¿De dónde carajos saliste? —inquirió, cerrando las manos en puños, dispuesta a atacar.
—De un cuento de señores altos y barrigones, al parecer —dijo con ironía. Una risa ahogada se hizo escuchar en el tenso silencio. Hopper miró a la causante—. Oye, niña. Las reglas eran claras, no ibas a salir del perímetro, y ¡menos habar con extraños!
—Lucy ya no es una extraña —musitó frunciendo el ceño y cruzándose de brazos—. Ella me dio su abrigo cuando tenía frío.
—Oh, vaya. Una acción samaritana —murmuró Hopper, posando la vista en Lucy—. Entonces, ¿qué haces aquí? Es propiedad privada.
—Ah, así que ahora sí me conoces —señaló Lucy con hosquedad—. Desperdicié mi día entero buscándote; necesitaba saber si algo sobrevivió al incendio en mi antigua casa.
—Eso era. Lo olvidé por completo. El jefe del departamento de bomberos dijo que algunas cosas salieron intactas, pero otras, como los muebles de dos habitaciones y algunas prendas, se perdieron en el incendio —informó en tono serio, luego alzó las cejas y señaló al otro lado del bosque—. Es todo. Mañana mismo pueden ir a reclamar sus pertenencias, pero necesitan a Wayne para firmar los papeles.
—Tengo dieciocho años, puedo hacerlo yo misma.
—Bien, señorita adulta, mañana mismo puedes firmar los documentos. —Blanqueó los ojos con fastidio—. Pero asegúrate que seas tú quien haga todo el papeleo y no tu hermano, que él de seguro se queda con el dinero del depósito de la renta y se larga de fiesta.
—¿Por qué te preocupa tanto lo que haga Eddie, o no? —cuestionó cruzando los brazos frente al pecho—. ¿Y por qué le hablas a la niña como si la conocieras? ¿Es tu sobrina lejana o algo así? Porque hasta donde recuerdo, papá nunca dijo que tuvieras más familia...
—¡Guarda silencio! —exclamó Hopper, frotándose las cienes con los pulgares. Lo había conseguido, lo estresó—. Me preocupan los dos, no en vano casi pierdo mi trabajo por ser indulgentes con ambos por tantos años.
Lucy mordisqueó la esquina de su boca sin agachar la mirada.
—¿Y sobre la niña? —inquirió, señalándola. Se había escondido detrás del gigantesco árbol de nuevo.
—Tienes razón, es mi sobrina.
Algo en la conversación no le sentó bien a la castaña, casi podía percibir la mentira flotando en el aire. Pero no haría objeciones, pues Hopper era uno de los pocos adultos en los que confiaba, y sabía que no le haría daño a la niña, es más, Lucy metería las manos al fuego por él. Vaya ironía.
—De acuerdo —soltó, alzando los hombros un poco en señal de rendición—. ¿Puedo hablar con la pequeña Heidi?
—Ese no es su nombre —le contradijo el jefe de policía—. Además, se está haciendo tarde. Deberías irte a casa.
—¿Cómo se llama? —preguntó, ignorando por completo la advertencia disfrazada de preocupación en la voz de Hopper—. Es que, no sabes cuánto me preocupé por ella el día que le di mi abrigo, hasta pensé que se había perdido.
—Para nada, son puras tonterías —objetó el policía con una mueca tensa—. A Ce le gusta jugar en el bosque, ese día se cayó en el lodo y, bueno, ¿para qué te digo? Tú mejor que nadie sabe cómo es cuidar niños, Lucy.
Gran punto. Es por eso que a la castaña le agradaba más cuidar a niños mayores, ya que estos tendían a ensuciarse menos que los pequeños. Aunque la supuesta sobrina de Hopper de seguro era de la misma edad que los niños del club audiovisual.
Hizo un mohín con los labios. Había vivido una traumática experiencia el día del incendio, sumado a las extrañas palabras de Billy que solo empeoraron su curiosidad por las conspiraciones, de seguro que por eso teorizó -erróneamente- que Hopper ocultaba algo. La verdad era que no podía culpar a todo aquel que se le cruzara por el camino de guardar secretos.
—Tienes razón, Hopper. Me tengo que ir. —Asintió con la cabeza como despedida al policía, pero al ver a la niña le sonrió—. Adiós, Heid-Ce —corrigió a tiempo.
—Adiós, Lucy —la niña le sonrió un poco antes de aletear la mano en el aire y despedirse.
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En fin, Hopper "caperucita roja" supremacy... o no, jajaja.
Agradecería que si fue de su agrado este capítulo que nos da la bienvenida a un montón de aventuras de los chicos, votaran ahí abajo, en la estrellita.
Les quierooo!💛
¿Tuvieron parte fav? Yo no puedo decir una sola cosa, amé escribir esta premisa.
-Lola
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