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CAPITULO 4

La lluvia caía a raudales contra las ventanas de la oficina y las golpeaba con suavidad a un ritmo que, lejos de ser molesto, envolvía la atmósfera de una intimidad inexplicable. Afuera, la ciudad parecía desvanecerse bajo el gris opaco de las nubes bajas y la cortina de agua que lo cubría todo. Dentro de la oficina reinaba una calma inusual. Los empleados trabajaban en silencio, sumergidos en sus tareas, disfrutando del murmullo de las gotitas que golpeteaban las ventanas.

Jungkook miró por la ventana desde su escritorio, observando a las gotas resbalar por el vidrio, formando pequeños ríos que se encontraban y separaban casi al instante. Siempre había amado los días lluviosos y la sensación de melancolía que traían consigo, pero hoy, con su mente aún revuelta por el encuentro de la reunión, todo lo que sentía eran nervios. El recuerdo de Taehyung tan cerca de él, susurrándole aquellas palabras tan íntimamente, lo seguía como una sombra.

"Ya lo sé."

Esas tres palabras no habían dejado de resonar en su cabeza desde que las escuchó. ¿Qué sabía exactamente? ¿Había estado Taehyung bromeando? ¿O realmente había captado lo que Jungkook intentaba ocultar con tanto esfuerzo? ¿Era posible que su jefe hubiera detectado la atracción que sentía por él?

Jungkook intentó concentrarse en su trabajo, pero justo cuando iba a teclear en su computadora, notó que el entorno a su alrededor cambiaba. El murmullo de conversaciones que normalmente llenaba la oficina se había reducido a un silencio casi por completo. Jungkook alzó la vista justo a tiempo para ver a Taehyung entrando por la puerta. El efecto fue inmediato. Todo el mundo enderezó la espalda.

Taehyung avanzaba con esa seguridad que lo distinguía. Su presencia imponente siempre parecía acaparar el aire en cualquier habitación en la que entraba, y hoy no era la excepción. Su traje gris oscuro combinaba con el ambiente lluvioso de fuera, y su cabello, algo más desordenado de lo habitual, le daba un toque despreocupado que solo aumentaba su atractivo.

Taehyung recorrió la oficina con la mirada, saludando brevemente a algunos empleados, pero su atención se detuvo en Jungkook. Al principio fue solo un vistazo rápido, como si lo estuviera evaluando. Pero luego, para sorpresa de Jungkook, Taehyung caminó directamente hacia su escritorio.

El corazón de Jungkook comenzó a latir más rápido. Aunque intentó mantener la calma, sintió como sus manos comenzaban a sudar.

—Jungkook —dijo él, su voz profunda y firme, haciendo que cada pelo en la nuca de Jungkook se erizara—. ¿Podemos hablar un momento en mi oficina?

Jungkook asintió de inmediato, sin siquiera atreverse a preguntar de qué se trataba todo aquello. El ambiente entre ellos se sentía más tenso que nunca. Se levantó de su escritorio, tratando de ignorar las miradas curiosas de algunos compañeros de trabajo que parecían haber notado la interacción. No era algo usual que Taehyung interactuara con los empleados tan abiertamente.

Caminó detrás de su jefe hasta la oficina. Taehyung cerró la puerta tras ellos. Jungkook se quedó congelado, todavía con la espalda recta como un palo de escoba.

—Siéntate —ordenó Taehyung, señalando una de las sillas frente a su escritorio.

Jungkook obedeció. Taehyung caminó hasta el ventanal, cruzando los brazos mientras miraba hacia fuera. La lluvia seguía golpeando con fuerza los cristales, pero dentro de la oficina el silencio era más ruidoso que los truenos. Finalmente, Taehyung habló, sin apartar la vista del exterior.

—El informe está solucionado, no era gran cosa —dijo, como si quisiera eliminar cualquier tensión profesional antes de continuar—. Pero hay algo más de lo que quería hablar contigo.

Jungkook le dirigió una mirada, intentando descifrar el tono en su voz. Había algo más allá de la formalidad en su manera de hablar, y eso lo hizo sentir como si estuviera caminando sobre una cuerda floja. Aunque era imposible saber con certeza qué estaba pensando.

Taehyung cruzó la distancia entre el ventanal y el escritorio en unos pocos pasos, y se sentó frente a Jungkook. Se tomó un momento antes de inclinarse ligeramente hacia él.

—Te he notado distraído y no creo que se deba al trabajo.

Jungkook sintió su corazón saltar en su pecho. Sabía que Taehyung era observador, pero no esperaba que fuera tan directo. Intentó decir algo, justificar su comportamiento, pero antes de que pudiera articular una palabra, Taehyung levantó una mano para detenerlo.

—No me malinterpretes —continuó—. Solo me preocupa que estés cargando con algo.

La mirada de Taehyung era tan intensa que Jungkook sintió como si le arrancara la ropa. Todo su cuerpo se tensó, y por un momento, no supo qué decir. ¿Debería confesarle lo que sentía? ¿Debería seguir guardando silencio y pretender que todo estaba bien?

El silencio se alargó, y Taehyung no apartaba la mirada de él. Cada segundo que pasaba hacía que la tensión entre ellos se volviera más pesada, más cargada de una energía que Jungkook no sabía cómo manejar.

Finalmente, sin poder soportar más la presión, Jungkook decidió dar un paso hacia adelante.

—Es complicado —murmuró, pero con la voz apenas audible—. No es algo que pueda decir fácilmente.

Taehyung lo miró en silencio, y luego, con un gesto lento y deliberado, se inclinó un poco más hacia él. Ya no jugaba.

—Jungkook —dijo suavemente—. No tienes que decírmelo todo ahora. Pero quiero que sepas que yo... lo que pasó el otro día...

Taehyung se relamió los labios.

—Me gustas y creo que yo también te gusto —Tae cerró el espacio personal de Jungkook y lo acorraló contra el escritorio—. Permiteme besarte. 

Jungkook no respondió, pero Taehyung lo besó tan apasionadamente como si le hubiese dicho que sí. Y por supuesto, que luego de probar los labios de su jefe, no opuso resistencia alguna.

Ah, mierda. Aquello no era un sueño.

Fuera de la oficina, Soobin y HueningKai escuchaban como dos viejas señoras chismosas. Ambos se retiraron al tiempo que dos empleadas pasaban, saludándolos. Actuaron como si nada, pero cuando se sentaron en sus respectivos cubículos, Soobin sacó de su abrigo y un fajo de billetes. Kai se los restregó en la cara, burlándose de él.

Había ganado la apuesta. Por supuesto que Kai siempre tenía razón y aquella vez no había fallado.

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