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01

Inglaterra

20 de Junio, 1848

Los pies descalzos sobre la alfombra, los rayos de sol colándose a través del gran ventanal, y la enmarañada cabellera negra de aquel muchacho que permanecía con sus ojos a medio cerrar, anunciaban otra nueva mañana en las tierras del palacio.

En medio de un largo bostezo, el joven de ojos oscuros y piel blanquecina se acercó al espejo. Al observar su apariencia desaliñada, peinó sus cabellos negros con un cepillo de su tocador.

La bata de seda colgada en el perchero fue arrebatada de su lugar para terminar deslizándose en aquellos firmes brazos, mientras el cinturón de tela envolvía la cintura del cuerpo masculino que ahora vestía.

Un par de toques se escucharon en la puerta de la habitación. Esta fue abierta luego de escuchar un "adelante" como respuesta.

—Joven príncipe, buenos días —expresó con educación la mujer de no más de 40 años—. Es hora del desayuno. Su familia le espera en el comedor.

—Louisa. ¿Cuántas veces te he dicho que dejes tantas formalidades? —inquirió, arqueando una ceja—. Llámame Jungkook, me siento más cómodo.

La señorita negó frenéticamente. Sus manos apresaban el borde del delantal que caía en la falda de su largo vestido.

—No puedo hacer eso, joven —aún en medio de su respuesta contrariada, se esforzaba por sonar respetuosa—. Soy la servidumbre, debe tratarme como tal, y yo debo reconocer mi lugar.

—Louisa...

—Si el rey me escuchara hablarle de esa manera, podría molestarse.

Jungkook chasqueó con la lengua y su rostro se contrajo en disgusto.

—Supongo que tienes razón.

Acercándose hacia la mujer de cabellera rojiza con escasos hilos grises en ella, el muchacho apoyó con suavidad la mano en uno de sus pequeños hombros y le regaló una cálida sonrisa.

—Sabes que eres más que una simple empleada para esta familia.

Con el rubor coloreando sus mejillas, Louisa asintió sin más. Retrocedió unos pasos, los suficientes para abrir la puerta doble de madera. En un ademán, con su mano, le indicó al príncipe la salida.

...

Llegando al final de la extensa escalera alfombrada, que conectaba su habitación hasta la sala principal, Jungkook se encaminó hasta el gran comedor.

La mujer, que mantenía sus pasos a una distancia prudente del príncipe, se detuvo al llegar a la entrada de dicha habitación e hizo una corta reverencia. Una vez Jungkook cruzó el marco de la puerta, Louisa se retiró del comedor, permitiéndole a la familia permanecer en un ambiente íntimo y reservado, como era de costumbre.

—Buen día, padre —saludó Jungkook en medio de una leve inclinación.

—Buen día, Jungkook.

Seguidamente, se giró hacia su madre, a la vez que le regalaba una casi imperceptible sonrisa.

—Buen día, madre.

—Buen día, hijo. Toma asiento.

Debajo del ostentoso candelabro de cristal, el joven Jeon deslizó su silla y se ubicó en su lugar; justo en uno de los laterales de la mesa de ocho puestos ocupados por la familia, donde cinco sillas siempre permanecían vacías.

Aquel muchacho se ubicaba frente a su madre, mientras el hombre mayor se mantenía en la cabecera.

El salón del comedor contaba con una amplitud lo suficiente como para realizar un baile con todo el vecindario.

Las manos de Jungkook se movieron hasta alcanzar una rebanada de pan tostado, esparciendo una considerable cantidad de jalea de moras sobre el pan con el cuchillo de mesa.

—¿Qué tal te fue en tu entrenamiento de cricket? —le preguntó el rey Jeon.

—Bien, como siempre.

—Escuché de tu maestro de piano que no asististe a la clase ayer —indicó nuevamente, bebiendo de su taza.

—Oh, eso es porque... —guardó silencio unos segundos mientras seguía masticando—. Mmm... ya lo recuerdo. Tenía mucho sueño al terminar con el entrenamiento de cricket y me quedé dormido.

—Jungkook. ¿Qué clase de excusa es esa? —aseveró en un tono irascible—. Y ya te he dicho que no hables con la boca llena.

—Entonces para qué me haces preguntas mientras desayuno —replicó, dándole otro mordisco al pan tostado.

La mujer, en un esfuerzo de mitigar la tensión, suavizó la voz, a fin de dirigirse al más joven.

—Hijo, ten modales.

—¿Ah?

Un leve tic palpitó en la sien del rey, al ver a su hijo con la comida a medio mascar asomándose.

En un intento de evitar realizar una escena aparatosa como en la cena de la noche anterior, el hombre se resistió y le cedió la palabra a su esposa.

—Yoona, por favor, recuérdale a tu hijo lo que le he mencionado una incontable cantidad de veces.

—Jungkook, no debes olvidar la posición en la que te encuentras —la mujer le dio un pequeño sorbo a su taza de té—. Además de todo el pueblo, tu tío Jacob mantiene la mirada puesta en ti y en cualquier error que puedas cometer.

Una expresión amarga se reflejó en el rostro del hombre de ligeros cabellos grises. De manera brusca, el rey limpió las comisuras de sus labios con una servilleta de tela, y aún empuñándola, golpeó la mesa.

—Ese desgraciado bellaco, después de haberle tendido mi mano todo este tiempo, sigue detrás de mi trono cual sabandija.

No era secreto alguno para Jungkook el hecho de que el hermano de su padre buscara a toda costa desprestigiarlo, todo con el fin de subir a su hijo al trono. Según aquel hombre, Jungkook no tenía tanta experiencia ni educación como la de su primogénito; en numerosas ocasiones demostró de una manera palpable la rivalidad que tenía con su hermano, y por consiguiente, hacia con toda la familia real.

En una exhalación agotada, Jungkook asintió. Limpia la comisura de sus labios con la servilleta acomodada previamente sobre su regazo, y su espalda se endereza en el respaldar de la silla alta.

—Lo sé, lo sé. Una disculpa.

—Muy bien, dejemos este desagradable tema de lado —demandó el rey—. Quería comentarte algo más importante. ¿Recuerdas el recorrido que hice contigo por todo el palacio la semana pasada?

Cómo olvidarlo, Jungkook recordaba cada palabra de su padre, explicándole la historia de cada recuadro colgado en la extensión del pasillo principal. Se atrevería a decir que casi toda la generación de la realeza de los Jeon se hallaba inmortalizada dentro de esas enormes paredes.

—Lo recuerdo.

—Bien, como sabrás, aquellos recuadros han sido realizados por la mejor generación de pintores aquí en Londres.

—La familia Kim —completó Jungkook—. Me lo dijiste la anterior semana.

—Exacto. El único inconveniente es el hecho de que dicha familia contrajo cólera en su estadía en Manchester, por lo tanto, la mayoría de sus integrantes murieron hace casi una década. Afortunadamente, tuve la suerte de obtener mi retrato un año antes de que esa tragedia sucediera.

Para Jungkook las palabras "afortunadamente" y "muerte" no combinaban exactamente bien entre sí. Sonrió con un deje de ironía, ante el cinismo de su padre.

—Padre, con todo respeto. ¿Si esa familia ya murió, por qué estás sacándola a colación?

—Bien dije que la gran mayoría murió. No obstante, el hijo menor de la familia sobrevivió y es ahora quien dirige el negocio generacional —le dio un pinchazo con su tenedor a la fruta picada en el cuenco de porcelana, ubicado a su derecha. Continuó explicando—: Según fuentes confiables, han hablado excepcionalmente bien de su trabajo, a pesar de solo ser un muchacho.

"Al punto", quería decir Jungkook, pero en su lugar siguió atento a las palabras de su padre, en la espera de que pronto le mencionara la razón de tanto parloteo.

—Ya es hora de que te hagas la idea de que pronto me reemplazarás, y como tal, es de fundamental importancia que tu imagen esté exhibida en el pasillo junto a todos tus antecesores, y por supuesto, al lado de tu padre.

—Así que...

—Quiero que vayas hoy mismo y apartes una cita con el joven pintor, para tener tu retrato lo más pronto posible.

—¿Por qué no se lo piden a Min al igual que siempre? —cuestionó con aparente curiosidad—. Tú siempre dices que esas son tareas de nuestros subalternos.

—Es tiempo de que te familiarices más con la gente del pueblo. Muy pocos conocen tu rostro en las calles.

—¿No es demasiado pronto? Tú todavía no estás tan viejo como para morirte, y dudo que me cedas el trono antes de que eso ocurra.

Oh, la pobre mujer de cabellera recogida en un rodete trenzado, cerró sus ojos con fuerza. Sus manos aprisionaron debajo de la mesa la tela de su falda. Por más llamados de atención que su hijo recibiera, este parecía tener cierta renuencia en cuanto a controlar el filtro de su lengua se trataba.

El hombre inhaló profundo, ignorando las palabras del más joven.

—A los pueblerinos les agrada conocer a la persona que los gobernarán en un futuro, les da una especie de falsa tranquilidad y seguridad —su voz se mantuvo firme y gruesa, siempre reluciendo su autoridad—. Estas mismas palabras me las dijo mi padre cuando tenía tu edad. Así que tu tarea por estos meses será familiarizarte más con las afueras del reino, permite que sepan un poco de ti.

—Bien.

No importan las intervenciones u objeciones que hiciese el azabache, tenía muy claro el hecho de que hasta que siguiese con el simple título de "príncipe", no podría negarse a ninguna orden de sus padres.

—Acaba tu desayuno y ve a vestirte. Louisa ya debió dejar lista tu ropa en la alcoba. En media hora saldrás. Min te estará esperando a la salida, él te acompañará hasta el pueblo.

Su escaso apetito había sido reducido a cero, razón por la cual Jungkook solo agarró una manzana roja de la bandeja de plata y se puso de pie, no sin antes hacer una ligera reverencia, retirándose así del comedor.

🏰

Sobre su camisa blanca, terminó abrochando los botones de su ajustado chaleco. Después envolvió alrededor de su cuello un pañuelo color crema, escondiendo los pliegues de este debajo del inicio de su chaleco.

Roció una tenue cantidad de colonia en su cuello, antes de tomar una liviana casaca gris, completando el atuendo con sus pantalones rectos del mismo color.

Una vez las puertas del palacio se cerraron detrás de Jungkook, este ubicó el sombrero de copa que llevaba en su mano sobre su cabeza.

Subió al carruaje en donde Min, su guardia real, le esperaba.

A través del vidrio de las pequeñas ventanas del carruaje, Jungkook observaba las afueras del reino que dejaba detrás. Las altas y ostentosas estructuras de estilo isabelino, que lucían cuidadosamente armónicas con su alrededor, fueron reemplazadas de a poco por pequeñas casas de fachada de ladrillo y piedra. Lo único que le daba color a aquel pueblo, eran la cantidad de carpas y plantas que decoraban el sector del mercado, en cada puesto mostrándose frutas y vegetales frescos de brillantes colores.

Al final del corto puente de piedras sobre un viejo riachuelo, el carruaje se detuvo aparcándose en la plaza, enfrente de lo que a simple vista parecía una vivienda de aspecto rústico. Plantas de enredadera en la parte superior del techo, y un letrero de madera colgado en una esquina de la puerta de entrada con el nombre "Vante Studio", era lo único que diferencia dicha vivienda de las demás. A un costado del cartel en letras pequeñas en tinta negra se encontraba escrito "Familia Kim".

El príncipe bajó del carruaje, aproximándose hacia la puerta de roble. Dejó tres toques sobre ella, pero no hubo respuesta. Al notar que esta se hallaba semi-ajustada, la empujó ligeramente para que esta se abriese. Jungkook miró sobre su hombro, percatándose de la atención de Min sobre él, al cual le hizo un pequeño ademán con la cabeza, dándole a entender que entraría en aquella vivienda.

A medida que se fue dando paso hacia el interior del estudio, la chirriante puerta se cerró detrás de él.

—Buen día —anunció su llegada en un tono elevado, en busca de ser atendido.

Lo único que recibió a cambio por respuesta fue el golpe de varias latas estrellándose contra el piso, y un grito algo agudo que provino de uno de los pasillos del fondo.

Sus ojos se abrieron de par en par, algo sorprendido al ver como la figura de un joven que salió abruptamente de una de las intersecciones, esquivaba uno de los pilares donde se hallaba una escultura de mármol tallada.

La vista del príncipe se fijó de forma detenida sobre los orbes avellana del muchacho de cabellos alborotados y torpe sonrisa.

—Buen día —se inclinó en una exagerada reverencia—. Disculpe el desorden, usualmente no hay clientes tan temprano.

Jungkook reparó el aspecto de la persona frente a él. Su camisa holgada acomodada de manera desprolija dentro de su pantalón color beige, tirantes de cuero sobre sus hombros sujetándose a las trabillas de sus pantalones, y una pequeña mancha de pintura color celeste sobre su mejilla.

—Espero que mi presencia no le esté resultando inoportuna —comentó Jungkook, colgando su sombrero en el perchero contiguo a la puerta.

—En lo absoluto —sacudió su cabeza en una negativa—. Por favor, pase.

El de cabellos castaños al tomar su boina que permanecía desperdigada sobre una de las mesitas junto a sus instrumentos de arte, intentó limpiar la pintura salpicada en ella, causando que solo se embarrara más; de igual manera se la puso sobre su cabeza mientras algunos mechones de su desordenado cabello cubrían un poco su vista.

El muchacho, con un trapo húmedo en sus manos, limpió todo rastro de pintura en ellas. Se acercó hasta Jungkook extendiendo su mano hacia él, siendo esta estrechada en un ligero apretón.

—Kim Taehyung, un gusto. ¿En qué puedo ayudarle?

—Así que usted... ¿Es el encargado?

Tanto el tono de voz como la mirada de Jeon expresaban escepticismo sobre la apariencia del joven desaliñado.

—Oh, técnicamente mis padres eran los dueños —dijo en medio de su amplia sonrisa cuadrada—. Pero soy el único que... el único heredero ahora, así que podría decirse que sí.

Jungkook pasó por alto como el aura alegre del muchacho descendió. Tenía mucho que hacer ese día y necesitaba terminar pronto su parada en ese austero estudio, con el fin de lograr seguir con sus diligencias pendientes.

—He escuchado sobre la reputación de su familia por años, y ahora específicamente de su trabajo.

—Espero que hayan sido buenos comentarios.

El azabache ve de reojo la inagotable sonrisa blanca de Kim.

—Lo son —afirmó—, pero antes de proseguir, quisiera ver su trabajo de primera mano y así poder tomar una decisión.

—Por supuesto, claro que sí —asintió—. Por favor, sígame.

Obedeciendo las palabras del pintor, Jungkook siguió sus pasos a lo que se veía como una reducida exhibición de arte.

—¿Todas son suyas?

Sus oscuros ojos se paseaban por toda la habitación, observando desde pinturas de paisajes hasta retratos, y una que otra con figuras aleatorias que no lograba comprender del todo. También había algunas esculturas de rostros humanos sobre varios pilares distribuidos.

—Sí. No son demasiadas. Tengo poco tiempo en el que puedo pintar por gusto propio.

—¿Cuál diría usted que es el estilo de arte en el que mejor se desempeña? —siguió su cuestionario, a lo que escaneaba las obras desde más cerca.

—Usualmente, recibo más pedidos de obras impresionistas. Sin embargo, el realismo es algo que me resulta aún más cautivador.

Jungkook alzó ambas cejas y lo miró con curiosidad.

— ¿A qué se refiere con ello?

—Tengo la firme convicción de que los atardeceres más cálidos y los amaneceres más brillantes los puedes encontrar en el rostro de una persona.

—Parece que la belleza le conmueve.

—La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede admirarla. Y yo me siento privilegiado al poder apreciar la belleza en cualquier tipo de expresión.

Jungkook presionó los labios, al sentir sus comisuras elevarse. Miró al muchacho con un deje de incredulidad y asombro a la vez.

—Usted tiene una visión muy romántica de la vida.

—Supongo que es una virtud que poseemos los artistas.

—Una virtud..., claro que sí —murmuró para sí mismo—. En fin, quiero un retrato de mi persona. ¿Cuándo podemos empezar?

—¿Le gustó mi trabajo?

Para un artista que ha recibido cientos de pedidos y halagos sobre sus obras, a Jungkook le resultaba extraño que incluso todavía se emocionara al recibir un comentario positivo acerca de su arte.

—Por alguna razón le habré dicho específicamente que quiero que me retrate, ¿no lo cree? —cuestionó en voz átona—. Necesito que fijemos una fecha, se me hace tarde.

—Sí, por supuesto —sacó una pequeña libreta de su bolsillo, hojeándola—. Tengo espacio el viernes de la próxima semana, podríamos...

—Necesito que empieces esta semana.

Más de veinte años de convivencia junto a su padre, hizo que Jungkook haya adoptado el mismo tono de voz autoritario y seco de aquel hombre cuando se dirigía a alguien externo a las cuatro paredes del palacio, aunque el menor no se diera cuenta de cuando lo usaba.

—Disculpe, pero no puedo partirme en dos para atenderle —la voz del castaño perdió de a poco su timbre amable—. Debe esperar una cita como todos los demás clientes.

Con las manos en los bolsillos, el príncipe recargó su espalda en una de las columnas, cruzando sus tobillos y mirando de soslayo al joven de ceño fruncido.

—Pensé que nuestra familia tenía una excepción por ser clientes fieles desde hace más de diez generaciones.

—¿Y cuál es el nombre de esa familia, si se puede saber? —le preguntó de igual manera, cruzándose de brazos.

—No me he presentado. Mi falla —llevó una mano a su pecho, en un impostado sentimiento de culpa—. Jeon Jungkook, un gusto.

Taehyung casi se atragantó con su propia saliva. Sus mejillas empezaron a tornarse carmesí.

Había acabado de hablarle de manera altanera al hijo del rey.

Una sonrisa de autosuficiencia estiró los labios de Jungkook, al ver la expresión de desconcierto en el rostro contrario. Palmeó suave el hombro de Taehyung en un acto despreocupado.

—Calma, no tiene que poner esa cara de espanto.

Al igual que en un inicio, Taehyung se inclinó en otra exagerada reverencia.

—Excúseme. No quise faltarle al respeto, príncipe Jeon —balbuceó sin dejar de mirar el suelo.

Restándole importancia, el mencionado sacudió su mano.

—Levante la cabeza. No me gustan las escenas dramáticas —mencionó—. Solo quiero saber la hora en la que podré asistir mañana para empezar el trabajo.

En un asentimiento, Taehyung obedeció al instante, revisando su libreta de regreso, viéndose algo agobiado al no encontrar un horario lo suficientemente separado de las demás citas.

—¿Podría ser a la misma hora de hoy?

—Yo diría que no, tengo clases de piano, esgrima y latín. Solo tengo tiempo en el horario de la tarde.

—Únicamente me queda espacio después de las 18:00 pm, pero el estudio cierra a esa ho...

—Perfecto, estaré aquí mañana a las 18:00 en punto.

Sin poder rechistar o reclamar, Taehyung no pudo hacer más que aceptar de manera resignada el acuerdo.

—¿De cuánto sería el costo? —preguntó Jungkook, al sacar la chequera y bolígrafo del bolsillo de su casaca.

—Es un honor el solo hecho de poder trabajar para usted y su familia —aseguró, sintiéndose todavía un poco avergonzado de su anterior descuidado comportamiento.

Los ojos de Jungkook se entornaron ante la estrafalaria respuesta del castaño. Sin más cuestionamientos firmó uno de los cheques, pero antes de entregarlo, decidió preguntar:

—¿No me dio un precio porque es consciente de que podría ofrecerle una cantidad mayor a la que usted pediría?

—¿Qué? —sus ojos se abrieron como platos—. Por supuesto que no, yo no quise...

Negó con las manos y una corta risa brotó de los labios de Jungkook.

—Tan solo bromeaba —le tranquilizó en medio de una sonrisa burlona.

Taehyung soltó el aire retenido en sus pulmones y aceptó el cheque que le tendió Jeon.

Por primera vez desde que entró el joven príncipe, Taehyung intentó regular su expresión facial y fingir el hecho de que ver tantos ceros en un papel, no le provocó casi un síncope.

— ¿Es suficiente? —le preguntó Jungkook, dispuesto a rehacer un nuevo cheque.

—S-sí, señor —sacudió la cabeza—. Es decir, sí, su alteza. Es más que suficiente.

El príncipe consideró un instante el prohibir ser tratado con exagerada formalidad, pues nunca se había sentido cómodo al verse a sí mismo como alguien superior a otros. No obstante, al estar afuera del palacio debía mantener su postura como parte de la realeza.

—Bien. Estaré en su puerta mañana a las 18:00 pm —declaró Jungkook. Tomó el sombrero del perchero, acomodándolo sobre su cabeza.

Dándose media vuelta, los ojos oscuros del príncipe recorrieron vagamente la estancia. Regresó su vista hacia el pintor, mirándole sobre el hombro, y agregó:

—Me agrada la puntualidad y el orden —enfatizó, para después cerrar la puerta detrás de él, sin darle tiempo al castaño de dar una respuesta a cambio.

Taehyung escaneó de manera sutil su espacio de trabajo. Sus mejillas se ruborizaron al percatarse del caos de latas de pinturas, brochas y pinceles regados por todo el suelo de madera, sin tener un lugar en concreto.

Sus labios se alargaron en una leve sonrisa, al escuchar un pequeño maullido. Bajó la vista al sentir la cabeza del minino refregándose contra su pantalón.

Colocándose de cuclillas, el artista pasó suavemente la mano sobre el pelaje dorado de su mascota, la cual ronroneó feliz por el afecto recibido.

—Mire, Sr. Pierre, ahora somos ricos —mencionó alegre mientras agitaba el cheque delante de la mirada aburrida y desdeñosa del minino.

Soltando un quejido, Taehyung se reincorporó, estirando su espalda, para luego fijar sus orbes en las manecillas del reloj de la pared. Ese día aún tenía mucho trabajo que hacer y clientes ocupando su agenda; y en definitiva, a su estudio le faltaba un poco de orden y aseo.

Dato curioso:

En la vida real la "Epidemia de Cólera" llegó a Manchester en 1832. Dicha epidemia transcurrió en todo Reino Unido entre los periodos de 1831-1849, pero como esta es mi novela, en 1848 ya no existirán casos de muerte por cólera.

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