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Capitulo 5


Las jugarretas de las niñas continuaron. A medida que iban creciendo, éstas se tornaban más ingeniosas. Además, se pinchaban continuamente para ser la mejor y la más perfecta en las actividades extraescolares, y así se pudo ver como el pueblo de Amphibia tuvo a la mejor alumna en clase de cocina ante una furiosa Anne, así como a la excelente y más violenta jugadora de hockey ante una asombrada Sasha.

Cuando las niñas competían entre sí, era la guerra, pero, cuando se juntaban, resultaba asombroso ver como se compenetraban para lograr ser las mejores en aquello que estuviesen haciendo. A pesar de que en ocasiones pactaban una pequeña tregua por el bien de la comunidad, sus pillerías seguían siendo la mejor diversión ante los monótonos días en ese aburrido pueblo.

En todos los años que tenía Sophia, y ya eran muchos pues estaba cerca de los sesenta, nunca había presenciado una serenata tan espantosa como la que dedicó su nieta a la vecina.

Todo había comenzado esa misma mañana, cuando había visto a su nieta de quince años correr de un lado a otro de la casa con sus ahorros en la mano.

―Abuela, ¿Me prestas cinco dólares?―preguntó Sasha con cara de angelito, por lo que en esos momentos Sophia supo que planeaba una de las suyas.

―Espero que no quieras el dinero para hacer alguna de tus trastadas―dijo la abuela mientras le tendía el dinero, sin poder resistirse a la mirada lastimera de esos preciosos ojos marrones.

―No abuela, es para dar una serenata a una chica. Me faltan cinco dólares para poder alquilar los instrumentos.

―¡Oh, qué romántico!―declaró Sophia conmovida―, tu abuelo también me cantaba al pie de la ventana cuando éramos jóvenes. ¿Y quién es la afortunada...?

Sasha no dejó que su abuela terminara la pregunta. Rápidamente le dio un beso en la mejilla agradeciéndole su aportación y se despidió mientras salía por la puerta―: ¡Ya lo verás, abuelita!

En cuanto Sophia vio como los ojos de su nieta brillaban emocionados y una sonrisa ladina cruzaba su rostro mientras se despedía con esas palabras, supo que no era nada bueno lo que tenía planeado para ese día, y que, sin duda, la vecina andaba implicada en ello. Ojalá se equivocase, pero conocía demasiado bien a su nieta y esos ojos que le delataban cuándo estaba planeando una de las suyas.

La tarde transcurrió plácida, sin que ocurriera nada, por lo que Sophia se preguntó si por primera vez en años se habría equivocado con su nieta. Pero después de cenar Sasha corrió a su habitación con teléfono en mano y allí se encerró durante un buen rato.

Sophia comenzó a sospechar, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando minutos después apareció ante la puerta de su casa un grupo de cinco niños vestidos con vaqueros raídos, camisetas de calaveras y cadenas por todas partes.

Uno de ellos, el que menos cadenas llevaba, preguntó amablemente―: ¿Está Sasha?

A la abuela no le dio tiempo a contestar cuando apareció su nieta corriendo como un torbellino y vestida como los demás.

―¿Está todo preparado?―quiso saber mientras salía por la puerta hacia el jardín de la vecina.

―¡Todo listo!―contestó uno de ellos.

―Bien, ¡Que empiece el espectáculo! ―gritó Sasha animando a sus amigos.

Sophia, resignada a las correrías de su nieta, se sentó en la vieja silla del porche con una limonada a la espera de que comenzara la función.

En el jardín trasero de la señora Boonchuy, en el silencio de la noche, habían sido montadas una batería, dos guitarras eléctricas con amplificador, un bajo, una pandereta y un micrófono.

Todos los niños tomaron posición, se encendieron los altavoces y comenzó la serenata. La cantante principal era Sasha y las canciones, sin duda alguna de su creación, ya que cada una de ellas iba dirigida a Anne. Podía haber tenido éxito con su serenata, a pesar de cantar como un cuervo apaleado, si las letras de las canciones no contuvieran textualmente frases como «Anne es como un grano en el culo que no me puedo arrancar», y eso lamentablemente era sólo el estribillo.

La agasajada con esta inusual ronda no tardó en asomarse por la ventana.

―¡Qué narices estás haciendo, Sasha! ¡Mañana tengo un examen de ciencias, y con tus mugidos de vaca moribunda no me puedo concentrar!

―¡Savisa, te estoy ofreciendo una serenata que durará unas tres horas, así que siéntate y disfruta del espectáculo!―contestó Sasha con alegría.

―¡Voy a llamar a la policía para que te meta a ti y a tu horrenda banda en la cárcel!―amenazó Anne.

―Lo siento Savisa, pero dar una serenata no es ilegal, lo he mirado en Internet, y lo he consultado con el jefe de policía, así que uno, dos, tres...

Para desgracia de todos, Sasha continuó cantando.

Anne lo probó todo: tapones en los oídos, orejeras sobre los tapones e incluso una almohada envolviendo su cabeza, pero nada de lo que hiciera conseguía apartar de sí ese horrendo ruido. Así que finalmente corrió hacia la cocina, cogió un gran cubo de agua y desde la ventana de su habitación lo arrojó hacia la cantante.

Por unos segundos se calló, pero después siguió berreando.

Finalmente, resignada a no poder dormir o estudiar, Anne sacó de nuevo su cabeza por la ventana y suplicó―¡Por Dios, haré lo que me pidas, te daré lo que quieras, pero cállate de una maldita vez!

―¿Te casarás conmigo, Savisa?―preguntó Sasha malévolamente, sabedora de la repuesta.

Anne, furiosa, le enseñó su lista y escribió mientras recitaba en voz alta―: ¡Siete! ¡Que cante como los ángeles!

Entonces Sasha le informó divertida―: ¿A que no sabes cómo he decidido llamar mi grupo, morena?

―Los sapos apestosos―apostó Anne muy convencida ya de que la cantante principal era un batracio repugnante.

―No, a partir de ahora nos llamaremos Los ángeles del infierno. ¿Te casarás conmigo, Savisa? Ahora canto como los ángeles.

Anne no tardó en hacer llegar su respuesta y fue entonces cuando el cubo voló hacia la cabeza de la cantante poniendo fin al concierto.

Sophia no pudo aguantar las carcajadas al ver como su querida nieta recibía su merecido. Siguió bebiendo de su dulce limonada mientras observaba a los chicos recoger los delicados instrumentos, ya que Anne había amenazado con prenderles fuego si seguían cantando.

De repente, el coche del jefe de policía aparcó junto al porche de los Waybright. bajó del vehículo y preguntó preocupado a Sophia mientras sacaba su arma:

―¿Dónde está la víctima?

―¿Qué víctima?―respondió con extrañeza Sophia.

―Anne me ha llamado diciendo que escuchaba unos berridos infernales que provenían de aquí, que no sabía distinguir si eran de hombre o mujer, pero aseguraba que por el sonido lo más seguro era que estaban torturando a alguien.

―Ah, sí, eso era mi nieta cantando―explicó Sophia entre risas mientras señalaba a los muchachos en el jardín de su vecina.

―¡Por Dios, qué susto me ha dado!―exclamó enfundando su arma―. Espero sinceramente que tu nieta nunca sea admitida en el coro, si no corremos el peligro de quedarnos sordos.

―He escuchado por ahí que se hacen apuestas sobre las trastadas de mi nieta y la vecina―comentó Sophia cambiando de tema.

―Bueno, sí... no son legales, ya lo sé... Pero este pueblo es muy aburrido y...

―Quiero apostar por mi nieta―interrumpió Sophia, divertida― sin duda es una diablilla, pero no les digamos nada a las madres. Ya sabes cómo se ponen con eso del juego.

Ambos guardaron silencio cuando vieron aparecer a Sasha empapada y con una sonrisa de satisfacción en el rostro que indicaba que no estaba nada arrepentida de su trastada. Mientras pasaba junto a su abuela, soltó―: Abuela, hay algunas mujeres a las que no le gustan las serenatas.

Cuando hubo desaparecido del porche, el jefe de policía preguntó:

―¿Eso era una serenata?

―Según mi nieta, sí.

―Creo que este mes yo también apostaré por tu nieta―concluyó el jefe de policía antes de volver a la comisaria.

...

«Pobrecita», pensaba Hopediah , el profesor de ciencias, mientras veía como Anne daba una nueva cabezada delante de su examen. Se había enterado, por los cotilleos del pueblo, que la chica había recibido una serenata de Sasha Waybright la noche anterior y, por los comentarios de los vecinos, la chica debería haber sido sacrificada antes de empezar el concierto.

Esa mañana una multitud había acudido en masa a la tienda de instrumentos musicales y habían amenazado al dueño con grabar el próximo concierto de Sasha y obligarlo a oírlo si se atrevía a alquilar más instrumentos a esa chica.

La chica lo tenía crudo si pensaba dedicarse a la música. El profesor de dicha materia había sido amenazado por el director: si Sasha tocaba, aunque sólo fuera una pandereta, estaba despedido. Desafortunada, Anne había tenido que oír la serenata de esa salvaje, ¡A la que muchos habían descrito como parecida a una vaca moribunda mientras era apaleada por un equipo de futbol! ¡Cómo sería eso...!

Sin previo aviso, a sus oídos llegó un horrendo sonido. Parecía que estuvieran torturando a alguien. Finalmente, tras asomarse a la ventana, pudo ver que Sasha esa mañana daba clase de gimnasia al aire libre y que pasaba una y otra vez junto a la ventana cantando We are the champions.

El profesor de ciencias, antes de cerrar la ventana, decidió que Sasha no tenía talento musical y que la pequeña Anne merecía un diez por su esfuerzo.  

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