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Capitulo 4

―¡Eh, nadie se puede meter con ella! ¡Sólo yo!―gritó interponiéndose entre el matón que me empujaba y yo.

―¡Tú no te metas! Su bici es nueva y la queremos, es demasiado buena para ella―gruñó uno de los niños.

―¿Cómo de buena?―preguntó Sasha, más interesada en mi bici que en ayudarme.

―Tiene veintiuna velocidades, ruedas tubulares, faros, suspensión hidráulica, frenos de disco y cuadro de aluminio―recitó uno de los ladronzuelos.

―¡Menuda bici!―exclamó Sasha mientras silbaba y la miraba con deseo―. ¿Cómo la has conseguido, Savisa?―me preguntó interesada.

―Saqué muy buenas notas―le contesté orgullosa sin olvidarme de señalar que ella no lo hacía.

―¿Y cómo es que no le pediste a tu padre una bicicleta de paseo rosa con un bonita cestita?

―Lo pensé, pero quería la bicicleta perfecta, aquella que tú nunca podrías tener―respondí muy digna.

―Sin duda, Savisa, es la mejor que he visto, pero eso de que yo nunca podré tener una igual está por verse.

Tras decir esto, la muy idiota me arrebató mi bici roja y salió corriendo del lugar a toda velocidad montada en ella.

Los tres matones se quedaron con la boca abierta, y yo corrí histérica detrás de ella durante un rato, gritándole que parara. Finalmente, cansada de perseguir a la imbécil de la vecina, le tiré los zapatos a la cabeza.

Creo que uno de ellos le dio, porque por unos momentos perdió el equilibrio y se tambaleó, pero luego rápidamente volvió a coger velocidad y desapareció de mi vista.

Me volví enfadada y furiosa hacia mis hermanos.

―¡Volvemos a casa!―ordené airada.

Los matones, al verme sin ningún objeto preciado para ellos, desaparecieron, y yo regresé a casa andando con lentitud, llorosa y descalza, detrás de mis hermanos.

Cuando llegué a mi casa, en mi jardín trasero estaba mi perfecta bicicleta, pero ya no era tan perfecta como antes. La Sapo había colocado por todos lados pegatinas de calaveras y monstruos, de esos adhesivos irritantes que no se pueden quitar.

Ese día puse en mi lista: «5. Que me defienda de todos los matones del mundo (incluida mi vecina).»

Una semana después, la niña desagradable apodada por mí la Sapo, tenía una bicicleta idéntica a la mía, y yo, amablemente, le devolví el favor adornándola con pegatinas de las que no se pueden quitar, en este caso de haditas, unicornios y princesas. Me gasté la paga en ellas, pero mereció la pena al ver la cara horrorizada de ella.

Pero la última trastada sin duda era la peor de todas: había repartido carteles por todo el pueblo donde me regalaba y decía que era defectuosa y, como la muy estúpida no sabía dibujar, había puesto una foto mía y le había pintado cuernos, un rabo y un enorme y espantoso bigote.

Sin embargo, la venganza estaba por llegar y me estaba quedando un retrato perfecto. Después de terminar el dibujo lo escanearía y crearía el cartel adecuado para mi vecina. Haría doscientas copias y lo distribuiría por todo el pueblo...

El jefe de policía, , tenía un día de lo más monótono y aburrido, así que se asomó por la puerta de la pequeña comisaría para observar el tráfico y saludar a los transeúntes.

Le resultó un poco raro ver a Anne aparcar su bicicleta cerca de la puerta y dirigirse hacia él. Miró confuso los adornos de pegatinas de la bici, preguntándose por qué una niña tan educada y distinguida deseaba tener monstruos y calaveras en su bici, asumiendo al fin que eran cosas de críos que él nunca entendería.

Menos mal que él, con treinta años, aún no tenía perspectiva alguna de casarse o formar una familia, todavía le quedaba tiempo para pensar en todas esas cosas...

Sus pensamientos fueron interrumpidos de repente por una dulce voz.

―Señor , tengo que hablar con usted sobre un crimen.

El oficial miró sorprendido a la niña y la condujo dentro. Él se sentó detrás de su escritorio y la pequeña en una silla contigua.

―Bien, preciosa, cuéntame todo lo que quieras, aquí nadie te hará daño―comentó el jefe de policía preocupado por la chiquilla.

―Quiero que detenga a mi vecina por exhibicionismo; sé lo que significa la palabra y he leído por Internet que se puede detener a una persona por alteración del orden público y exhibicionismo.

―¿Quieres que detenga a Sasha y la meta en la cárcel?―preguntó el jefe de policía algo pasmado.

―No hace falta que vaya a la cárcel, puede simplemente echarla del pueblo―propuso alegremente la niña segura de haber conseguido su objetivo.

―Bueno, Anne, verás: antes de poder denunciarla y de que yo la meta en la cárcel o actúe de algún modo, debes tener pruebas del delito. Exactamente, ¿Qué fue lo que hizo?

―¡Sacó el culo por la ventana de su habitación y nos lo enseñó a mí y a mis amigas del club de exploradoras!―contó ella indignada.

―Esto..., yo..., lo siento mucho pequeña, pero no puedo meter a nadie en la cárcel por eso―respondió .

―Lo suponía... ―suspiró Anne resignada―. Entonces, ¿Puedo colgar este cartel en su tablón de anuncios?

―Sí, por supuesto. Pero aquí nadie lo verá. Ese tablón sólo lo usamos para los sospechosos que buscamos.

―No importa, tengo más para repartir por todo el pueblo―comentó mientras colocaba el cartel―. Muchas gracias por su tiempo señor , y hasta luego.

Cuando vio marcharse a la niña calle abajo hacia las tiendas del lugar, le picó la curiosidad y se acercó al tablón para ojear lo que anunciaba.

«Se busca», ponía en letras grandes encima del dibujo de un trasero.

Debajo de éste, en letras más pequeñas, podía leerse: «Por si tienen dudas, la sospechosa de la caricatura es Sasha. Se le busca por exhibicionismo y alteración del orden público. Tengan mucho cuidado: es peligrosa.»

No paró de reír ni un segundo mientras se dirigía hacia el teléfono de su oficina y marcaba un número ya conocido por todos en ese pueblo.

Cuando atendieron su llamada, simplemente dijo entre risas:

―Apuesto diez dólares por Anne.

Un nuevo punto se añadió ese día a la lista de Anne cuando ésta finalmente llegó a su casa: «6. Que no lo busque la policía.» 

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