Capitulo 36
―¡Sasha, sácame de aquí! ―pidió una llorosa Anne.
―¿De verdad estás atrapada? ―preguntó Sasha algo preocupada.
―Sí ―lloró Anne desesperada―, y no puedo ni salir ni entrar de la casa.
―Vale, tranquilízate preciosa, yo te sacaré de ahí ―dijo acariciando mansamente el trasero de Anne.
―¡Deja de sobarme! ―vociferó ella entre lágrimas. Anne esperó impaciente a que Sasha diera la vuelta a la casa y entrara en su hogar. No tardaron mucho en oírse sus pasos decididos hacia la cocina, donde la encontró encajada en la ventana situada encima del fregadero gritando como una histérica, llena de dolor.
―Tranquila ―susurró suavemente Sasha mientras sacaba su caja de herramientas y se disponía a desmontar la ventana.
Tardó unos quince minutos en desmontar todo el marco para que Anne pudiera salir con facilidad.
La alzó por encima del fregadero y la sentó en la barra de la cocina para poder examinar sus heridas.
Subió lentamente su jersey, donde encontró un leve enrojecimiento en la zona de la cintura y le aplicó una pomada para calmar las magulladuras, tras lo que le propinó un rápido beso en los labios, intentando apaciguar sus sollozos y su nerviosismo.
―Ya está Anne, ya ha pasado todo ―murmuró estrechándola con fuerza entre sus brazos.
―Menos mal que has llegado. Los burros de mis hermanos me iban a dejar así toda la noche.
―Pero si Polly tiene una llave―indicó Sasha confusa.
―Lo sé, pero se querían vengar de mí por obligarlos a acompañarme y no me lo dijeron ―Anne desconsolada mientras se abrazaba con firmeza a Sasha.
―Bueno, morena, ya ha pasado todo, cálmate ―pidió Sasha limpiando gentilmente sus lágrimas con el dorso de su mano.
―Gracias, Sasha―dijo mimosa acurrucándose contra su pecho. La oji escarlata sonrió satisfecha al verla en el sitio al que siempre había pertenecido: sus brazos, que una vez más se negaban a dejarla marchar.
―¿Por qué has venido, Anne? ―preguntó Sasha levantando su rostro para que se enfrentara a su acusadora mirada.
―A por el anillo ―titubeó Anne.
―Entonces ya sabes lo que quiero a cambio ―dijo Sasha señalando el dormitorio.
―¡No es justo! ¡Eso es chantaje! ―le recriminó Anne alejándola de ella.
―¡No me digas lo que es justo! ¡No es justo que tenga que ver cómo te casas con otro cuando tú y yo sabemos que me amas a mí! ¡No es justo que me pase todas las noches muerta de celos preguntándome si ésa será la noche que pasarás en los brazos de Don Perfecto! ¡No es justo que me rechaces por una estúpida lista, y no es justo que tenga que pasarme el resto de mi vida intentando olvidarte cuando sé que no lo voy a conseguir jamás! ―confesó una inquieta Sasha sin dejar de moverse por la estancia―. Sólo te pido una última noche para guardar tu recuerdo, mañana te volveré a preguntar si te quieres casar con Don Perfecto y, si es así, desapareceré para siempre de tu vida y no volveré a molestarte jamás.
―Sabes que no cambiaré de opinión, Sasha ―sentenció Anne bajándose de la encimera.
―Déjame intentarlo―suplicó Sasha acercando sus labios a los suyos.
―Nuestra última noche ―confirmó Anne ensimismada mientras besaba con delicadeza a Sasha, dándole con ello una respuesta. Sasha la atrajo fuertemente contra su cuerpo, profundizando el beso con una pasión infinita. Luego la tomó entre sus brazos y la llevó en silencio por las escaleras hacia su habitación.
Allí la depositó en la cama que había hecho para ella, en la habitación que hacía años compartieron durante las tórridas noches de verano en las que la morena podía evitar a sus hermanos.
―Al final convertiste este cuarto en tu dormitorio ―comentó asombrada Anne, ya que ésa era la habitación que ella había utilizado cuando pasó sus días en esa casa.
―Sí, me traía muy gratos recuerdos ―sonrió Sasha. ―Es muy bonita ―elogió Anne fijándose en los hermosos muebles de madera que adornaban el lugar.
La gran cama tenía tallados a mano pequeños relieves de hojas de árboles; las dos mesitas de noche hacían juego con la cabecera, y el armario de cedro descansaba en un rincón de la estancia rematando la belleza natural del conjunto. Un par de alfombras antiguas y hogareñas descansaban en el suelo, junto a la cama, y un gran espejo de cobre se situaba junto a la cómoda cerca del cuarto de baño.
―La hice pensando en ti, en que tú vivirías aquí, conmigo ―contestó Sasha pensativa, admirando la estancia.
―Sasha, yo... ―comenzó a decir ella, apenada.
―Ni una palabra, Anne, quiero que seas mía por última vez en la que debería ser nuestra cama, en el que debería ser nuestro hogar.
Sasha la besó poniendo fin a sus protestas y la tumbó con delicadeza en el colchón. Anne profundizó en el beso, agarrándola del cuello y besándola a su vez con la desesperación de saber que no habría un mañana.
La oji escarlata le quitó la ropa con lentitud sin dejar de mirarla continuamente a los ojos. Su jersey negro voló por la habitación, al igual que sus pantalones; su ropa interior no tardó mucho en seguir el mismo camino y muy pronto estuvo completamente desnuda debajo de ella.
Admiró su cuerpo con cariño mientras con suavidad acariciaba cada una de sus curvas, memorizándolas en su mente para sus futuras noches solitarias. Luego pasó a besar y a lamer cada parte de su delicioso cuerpo, no quería olvidar su sabor.
Acarició sus pechos con adoración, besó sus senos con deleite y succionó sus pezones llenando su cuerpo de una intensa lujuria. Anne se arqueó impaciente contra su cuerpo cuando la oji escarlata comenzó a acariciar su húmeda feminidad con sus expertos dedos, y no pudo quedarse quieta, pues deseaba tocarla, besarla, amarla, como la estaba amando a ella. Le quitó con timidez pero con impaciencia su camiseta, que arrojó despreocupadamente a un lado, para acariciar ávidamente su torso. Tocó despacio con sus delicadas manos y la hizo estremecer cuando llegó a la cintura de su vaquero, que desabrochó temblorosa, y sólo con su ayuda logró despojarla del resto de sus ropas.
Anne la atrajo hacia su cuerpo caliente y necesitado y Sasha se introdujo despacio en su interior, gimiendo de placer, embelesándose con el modo cómo la acogía en su húmedo y ardiente cuerpo.
Sus acometidas fueron lentas pero placenteras, haciéndola gritar de necesidad. Anne arañó su espalda atrayéndola más hacia su cuerpo, rogándole que no parara, y la oji escarlata la complació entrando más profundamente en su interior y con más fuerza
Llegaron a la vez a la cima del éxtasis y descansaron uno en brazos de la otra como dos amantes fugitivas intentando no pensar en el mañana.
Hicieron el amor durante toda la noche, en todos los sitios, con desesperación porque el tiempo parecía acabárseles.
Cuando el sol comenzó a despuntar, Sasha la abrazó una vez más entre sus brazos y le preguntó seriamente, mirándola a los ojos:
―¿Te casarás hoy?
―Sí ―contestó Anne decidida mirándola a los ojos.
Sasha, sin dejar de mirarle a los ojos ni un instante, le quitó lentamente su anillo y lo sustituyó por el de Don Perfecto, la besó con ternura en los labios antes de decirle que se iba. Luego desapareció, y por más que Anne la buscó por toda la casa para preguntarle qué quiso decir con esas palabras, no la halló.
La casa que tantos recuerdos guardaba estaba ahora vacía y, sin su presencia, parecía desamparada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro