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La sala de la casa era igual de primorosa que su exterior, llena de adornos y plantas en un aspecto demasiado extraño para su dueño. Jisung recorrió con la mirada los cuadros pintados y sobre las mesas decorativas estaban algunos juguetes regados. Sonrió al tomar uno, un camión de bomberos, a él también le gustaban esos juguetes cuando era niño, aunque su familia le parecía más entretenido que tomase clases de francés. Entonces recordó al pequeño niño que ahora debía estar en la planta alta conversando con su padre. La espera hasta que el hombre bajara lo estaba matando y le costaba recomponerse. Dejó el juguete en el lugar donde lo encontró y se irguió con nerviosismo. Escuchó, entonces, las ágiles pisadas de una pequeña persona.

-... H-hola -saludó el niño frente a él.

- Hola.

Él mismo estaba tan nervioso como el menor.

- ¿Eres Jisung?

- Sí, ¿cómo te llamas?

- Lee Jeongin.

- Es un gusto conocerte.

El niño lo miraba bajo una escrutadora mirada, analizando cada uno de los nerviosos movimientos de Jisung, decidiendo si podía o no confiar en el hombre. Su padre le dijo hace algunos minutos que se trataba de un amigo de hace años, un hombre maravilloso a quien quería mucho, y un millar de cosas más que para un niño de seis años era difícil de comprender.

- Jeongin -llamó Minho bajando por las escaleras, demasiado nervioso por ver a Jisung-, te dije que esperaras arriba.

- Quería conocer a tu amigo.

- Tranquilo, Minho, no ha hecho nada malo -dijo Jisung, saliendo en defensa de Junseo-. Tienes un hijo encantador.

-... Lo sé. Sin embargo, debemos hablar a solas.

- Tal vez eso pueda esperar -sugirió, embelesado jugando con las pequeñas manos del infante.

Minho contuvo un jadeo. Jisung lucía encantador junto a Jeongin. La imagen tan cariñosa le hizo añorar verla por el resto de su vida, aunque él bien sabía que no había la posibilidad de ello. Por sus errores pasados, por cuánto lo había estropeado todo en el presente no tenía esa opción y en el futuro nunca obtendría esa imagen.

- ¿Quieres ver mis juguetes? -invitó el niño y Jisung se derritió por la dulzura.

Subieron hasta la segunda planta e ingresaron a la tercera habitación cuya puerta caoba tenía una placa con el nombre de su ocupante. Dentro, una cama amplia cubierta por edredones con figuras de Mario Bros, y la misma temática la tenía la recámara con juguetes bien organizados en gavetas blancas. Minho los siguió de cerca y permaneció parado en el umbral viendo a su hijo y a Jisung jugar. Pensó en unírseles, pero quizás eso a Jisung no le agradara. Estaba equivocado.

- Ven, Minho, necesitamos otro jugador -invitó Jisung.

Esas simples palabras marcaron un día confusamente placentero. Jugaron con el niño y sus juguetes. Minho era Koopa, el malvado enemigo de Mario, aka Jeongin, y, para infortunio de Jisung, él representaba a la Princesa Peach. Jugaron a carreras por toda la casa, rodando por el pasto verde del jardín y cerca de la alberca. Y cuando el cansancio los dominó, Jisung se postuló para cocinar su almuerzo, un menú sencillo que el niño adoró.

Y Minho sólo podía pensar:

"¿Qué estás haciendo? Tan cerca y aun así te marcharás. ¿Qué haré entonces? Años me tomó acostumbrarme a tu ausencia y ahora que vuelves..., mi enfermo corazón te desea una vez más".

Durante la tarde, salieron a pasear al centro populoso de Seúl; recorrieron aquellas calles donde los puestos callejeros abundaban y que Jisung tanto extrañaba. La comida de aquellos carritos fue siempre su favorita, especialmente luego de salir de su clandestino trabajo como bailarín. Los tres caminando por Seúl parecía demasiado como una familia. Minho y Jisung sabían eso y aun cuando sus corazones advertían una catástrofe, no hicieron el menor caso.

"Me regalas este día junto a ti, pero mi egoísmo me hace desear más..., me hace querer atarte junto a mí a sabiendas de que nunca podrás ser feliz junto al hombre que tanto te dañó", medió.

Al anochecer regresaron habiendo cenado ya. Jeongin batallaba para mantener los ojos abiertos, mas apenas divisar su casa cayó rendido. Minho lo llevó a su recámara y lo dejó descansar, y al volver a la sala, Jisung estaba dormido sobre el sofá. Sonrió sin querer. Cargándolo en sus brazos lo llevó a su recámara, por mero gusto de verlo dormir sobre sus sábanas. Un placer culposo. Se permitió admirarlo por un tiempo y, mientras tanto, pensó en su sórdido pasado que dejó graves mellas en Jisung.

Cómo se conocieron era quizás la ironía más repugnante del destino. Sus encuentros luego de eso resultaban aún más irónicos. Minho, de poder hacerlo, cambiaría todo eso. No habría follado a Jisung sobre su sofá tan libremente. No lo hubiese pujado a encuentros furtivos, lo que él llamaba tontos devaneos. No lo habría usado y desechado.

Se preguntó cuándo cambió todo tanto. Él era un hombre sólo un poco mejor, pero nunca sería lo que Jisung merecía, y lo sabía bien.

- ¿En qué piensas?

La dulce voz del bailarín lo tomó por sorpresa y le hizo regresar a la cruda realidad.

- En ti. En todo lo que hice mal contigo.

-... No puedes cambiar el pasado, así que no tiene sentido llorar sobre lo perdido.

"Perdido...", Minho repasó esa palabra en su cabeza y el efecto fue doloroso. Entonces todo estaba perdido y tenía que afrontarlo.

- Y si es así, ¿por qué has venido aquí hoy?

- Porque..., hay mucho que me has ocultado.

- ¿Mi hijo? -intuyó él y continuó-. Jeongin llegó tan sólo medio año después de que tú te marcharas.

- ¿Y su madre...?

- Tiene pocos recuerdos de ella... Cuando me entregó a Jeongin, dijo que no podía hacerse cargo del niño. Yo ni siquiera sabía de su existencia. La vi una vez y luego desapareció.

- ¿Intentaste buscarla?

- Lo hice por mi hijo. Creí que si habría de responsabilizarme por mis actos, ella también debería estar incluida, pero no importó lo mucho que la busqué, ella nunca apareció. Changbin me ayudó, incluso Felix... Y cuando asumí que ella nunca regresaría, me sentí algo perdido. No sabía nada de niños, mucho menos uno tan pequeño.

- ¿Cuántos años tenía entonces?

- Un año y medio. Era demasiado pequeño como para siquiera recordar el rostro de su madre.

- ¿Conociste mucho a esa mujer?

- No. Mi vida era el mismo abismo al que yo te arrojé. Ella fue una amante que tuve dos o tres noches y no volvimos a vernos. Así funcionaba mejor, o eso creía.

- ¿Y ella no intentó buscarte cuando supo que estaba en cinta?

- No. Sólo se presentó después y me entregó Jeongin -indicó, indiferente-. Le pedí ayuda a tu madre, Sooyoung, para buscar un abogado que me ayudara a tener la custodia completa de mi hijo.

- No sabía que ellos estuviesen involucrados.

- Sooyoung dijo que era su forma de disculparse conmigo, y aunque nunca vi a tu padre, supe que él me ayudó a que el fiscal revisara mi caso más temprano.

Hasta Jisung se sorprendió de la ayuda brindada por sus padres. Él mismo no podía decir que fuesen los mejores padres, pero eran todo lo que tenía.

-... ¿Y cómo has terminado en una casa así? -preguntó, jocoso, llevando la conversación por un rumbo menos turbulento.

- Pues, luego de tener a Jeongin, reconsideré mi forma de vivir. Ser boxeador no sería siempre lo más apropiado si quería criar a mi hijo. Entonces, supongo que crecí.

- Te volviste socio de mi padre -añadió Jisung, sonriendo de medio lado-. Supongo que la vida te sonrió.

- No, sólo fue condescendiente. Para que me sonriera tomó mucho tiempo.

- ¿Qué quieres decir?

- Tu regreso -dijo, simplemente.

Jisung, sonrojado, se cohibió bajo las mantas. Su rostro sonrojado le pareció despreciable. No se supone que debería agitarse tanto por un hombre cuya venenosa lengua le causó tanto daño.

-... Hay algo más que quiero saber. Dame tu billetera.

Minho supo de qué se trataba, mas no le temió a esa mirada inquisitoria; le pasó la billetera y esperó su respuesta.

"Una foto mía..., justo junto a una de tu hijo..., ¡qué cliché!", pensó Jisung, atormentado por la angustia en su corazón.

- ¿Todo lo que Felix me dijo es cierto?

- Depende de lo que te haya dicho. Supongo que no abogó por mí.

- Me dijo que fuiste a verme a mi primera presentación en el teatro de Zúrich.

-... Eso es cierto.

- ¿Y por qué no me buscaste?

- Tú te fuiste para olvidarme, y no era justo que yo apareciera para arruinarlo todo otra vez.

- ¿Y para qué fuiste entonces?

- Porque no podía olvidarte..., y pensé que verte me ayudaría a soportar mi tormento. Te perdí por mi falta de cariño... Eso era todo.

Jisung torció el gesto. Minho seguía siendo el mismo terco de hace años. Tan tonto y necio, pero encantador.

- Dame las cartas.

- ¿Cartas?

- Sé de todas las malditas cartas que nunca me enviaste. Entrégamelas.

- Si no te las envié fue por una razón.

- No me interesa esa razón. Vine hoy para saberlo todo, y eso incluye tu torpe ortografía.

Bisbiseando maldiciones, Jisung salió de la cama y buscó en cada cajón de los veleros aquellas cartas. Cuando no las halló ahí pasó al ropero, al abrirlo se embriagó con el aroma de la colonia de Minho; espabilando, buscó en los cajones hasta dar con una caja color plomo muy singular. Al abrirla encontró docenas de cartas puestas en sobres listas para ser enviadas.

Para mi querido Jisung, decía la que estaba al frente y cuya fecha era de pocos meses después de haberse ido.

- No deberías leerlas.

- Consideralas enviadas y recibidas -masculló.

Tomó asiento sobre la cama y se dispuso a leerlas, una por una.

"Sé que estás lejos y es por tratar de sanar..., quizás, entonces, a la idea de una carta no es lo mejor. Desearía verte, pero me aterra la idea de comportarme como el bastardo desalmado que te sacó de su departamento aquella noche.

Muchas veces he traído a mi memoria ese momento y no hay una sola vez en la que no me arrepienta. He aprendido que arrepentirse y sufrir no sirve de nada, pero eso no hará que mis pecados sean perdonados.

Al marcharte, tu recuerdo es algo que no puedo obviar. Siempre estás en mi mente, rondando como lo hacías en aquel burdo gimnasio donde entrenaba. Y deseo tenerte entre mis brazos otra vez. Me pregunto qué pasaría entonces.

Te extraño, Jisung, y me he dado cuenta lo mucho que te amo.

Lee Minho

Tu boxeador"

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