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Jisung despertó con un punzante dolor en la cabeza. Al abrir los ojos se halló en la blanca habitación de un hospital, divisó a sus padres sentados en un sofá en el rincón y a Felix parado a su lado. Estaba mareado y con los músculos agarrotados, casi ni los podía mover. Recordó fugazmente el atentado y se sintió tembloroso de nuevo, con miedo de ser víctima de algo semejante otra vez. Tomando una respiración, vio a Félix y le habló:
― F-Felix ―llamó con la voz rasposa, seca por la falta de líquido en su garganta.
― ¡Jisung! ―chilló el joven, alertando a los padres de Jisung que se acercaron apresurados.
― Cariño, ¿cómo te encuentras?, ¿te duele algo? ―preguntó su madre, Sooyoung, que lucía tan acongojada, con la piel pálida y los ojos ensombrecidos.
Jisung asintió levemente y murmuró palabras incoherentes. Entonces Sooyoung mandó a llamar al médico con Felix. Sungjae miraba al chico con preocupación oculta tras unos chispeantes ojos disgustados. Jisung tembló anticipadamente.
― Estábamos tan asustados cuando Felix nos llamó diciendo que te habían asaltado.
― No debiste estar fuera de casa a esa hora, mucho menos cerca de un bar ―masculló su padre.
― Sungjae, ahora no ―regañó su esposa.
Entró el médico y una enfermera justo detrás de Felix. El médico tomó una pequeña linterna con la que apuntó a los ojos del chico y la movió de un lado a otro probando la reacción del muchacho. Revisó la herida y le hizo varias preguntas para descartar una contusión más severa que pudiese derivar en la falta de recuerdos. Jisung pensó que era un gran drama por una cortada tan insignificante.
― Está bien por ahora ―fue su veredicto―, pero recomendaría hacerle un chequeo en unos días para descartar cualquier anomalía. El alta se lo darán mañana en la mañana.
El hombre se marchó.
― Felix, ¿él está aquí? ―preguntó en tono bajo, intentando que sus padres no lo escucharan, pero falló enormemente.
― No, Jisung, ese muchacho no está aquí ―le respondió su madre.
― ¿Qué hacía un hombre como ese contigo? ―rugió Sungjae.
― Es un amigo.
― Él tiene más cara del delincuente que te atacó que de un amigo tuyo.
― Señor Han, fue Minho quien trajo a Jisung aquí al hospital ―intervino Felix, buscando acompasar el ambiente tan tenso.
― ¡Puedo apostar que si te atacaron fue por culpa de ese bastardo!
― No es así, papá, ellos querían mi auto.
― No me importa, Jisung. Tienes terminantemente prohibido acercarte a esa gente.
― Sungjae, cálmate ―pidió Sooyoung, poniendo su mano derecha sobre el hombro de su esposo.
El hombre mayor recibió un mensaje en ese momento, enrabiado como estaba decidió que tomarse un tiempo para respirar sería lo propio. Revisó el correo que le envió su asistente y el contenido lo enervó mucho más. Un paquete de fotografías donde Jisung era el protagonista de vergonzosas acciones. Torció el gesto y le tendió el teléfono a Sooyoung. Su esposa jadeó al ver la primera desvergonzada fotografía donde Jisung estaba bailando sobre el escenario del club y aún peor fue ver las demás fotografías donde su hijo intimaba sin pudor ni conciencia en cualquier lugar con aquel hombre de mala familia.
― ¿Es esto lo que haces en las noches? ―bramó―. No crie a mi hijo para que se convirtiera en un ramero de burdel.
― Papá... ―sollozó Jisung, angustiado al verse descubierto de la forma más humillante―. Yo..., lo lamento.
― ¿Ahí conociste a ese bastardo?
― No lo llames así; él no es malo.
Sungjae enarcó la ceja con altanería y frunció los labios con profundo asco, imaginándose la clase de reputación que tenía el afamado amigo de su hijo, la clase de trabajo deshonesto que realizaba y las artimañas que debió usar para tener a Jisung. Sólo imaginárselo le enfermaba.
― ¿Por qué has hecho todo esto, Jisung? ―quiso saber Sungjae.
― Me gusta bailar y ustedes no me lo permitían.
― Y mentirnos y escapar todas las noches fue la mejor idea, ¿no es así?
― Sólo quería ser bailarín. Minho vino después. A él lo conocía hace un mes..., en una carrera de motocicletas.
Jisung se mordió el labio al pensar en lo que sus padres dirían si supieran que conoció a Minho en su casa, cuando conversaba con Hyunjin y se masturbaba, cuando recibió al hombre en su intimidad a pesar de no tener idea de quien se trataba. Fue un insensato, pero no podía arrepentirse porque, aunque la situación fue inverosímil, conoció el amor y cayó en ese profundo agujero como Alicia, pero él no podía salir de él porque no lo deseaba. Sabía que su amor no era correspondido, pero tontamente en su cabeza aún conservaba la esperanza. Y la esperanza cavó una tumba de eterna miseria en donde él sería enterrado.
― Esto es intolerable, Jisung.
― Papá, por favor.
― No. Escúchame claramente. Te irás del país en cuanto te den el alta del hospital y no volverás a ver a ese desgraciado bastardo.
― No, no, papá, no, me hagas esto. No quiero irme.
― Te hará bien irte, Jisung. Terminarás tus estudios en el extranjero y podrás regresar para trabajar en la empresa.
― ¡No quiero! ―chilló―. Mi vida es la danza..., por favor.
― Entonces hazlo, pero aún así tendrás que irte a Europa.
― Tú no podrás controlarme allá, papá ―amenazó el muchacho con tono nervioso.
― No seré yo quien te corrija. Ya veremos si puedes hacer tu voluntad cuando sea tu abuelo quien cuide de ti.
Jisung se mordió los labios.
Su abuelo Jiho no era la persona más paciente ni más amable del mundo, lo amaba porque cuando era niño siempre le trajo cantidad de regalos que lo enloquecieron, pero cuando creció conoció el subido temperamento del hombre y sabía que querer pasarse de listo con él era suicidio. No obstante, podía abogar ante el bonito esposo de su abuelo, Kim Hana, de hecho, siempre la consideró su familia también, aunque ellos se casaron cuando Jisung tenía siete años. Hana siempre fue muy dulce, incluso temerosa de ser rechazada por la familia de su esposo. A Jisung le agradaba mucho, pero quizás su ayuda no bastaría para que Jiho lo dejase ser libre.
― No quiero irme, aquí está mi familia y amigos.
― ¿Entonces por qué te has denigrado a ti mismo de esa manera? Pareces un vulgar prostituto junto a ese hombre. Puedo tolerar tu capricho de la danza, pero nunca que el honor de mi hijo sea mancillado por la calentura de un bastardo.
― Sungjae, piénsalo bien ―suplicó Sooyoung con los ojos acuoso.
― No, Na. Jisung ya ha rebasado mi límite y no voy a tolerarlo ―dictaminó―. Te irás pasado mañana en el primer vuelo a Suiza.
Sungjae pareció, entonces, lastimado y dejando su coraza de lado tomó la mano de Jisung y le dijo:
― Lo hago por tu bien, porque sé que ese hombre no hará sino lastimarte.
Sungjae y Sooyoung se marcharon poco después, y Jisung se quedó sólo con Felix con quien desfogó su llanto. Sus brazos envolvieron a su amigo buscando consuelo, balbuceando entre sollozos torpes y rogando por una oportunidad para quedarse. Su corazón estrujado estaba dolorido. No quería dejar a Minho, no quería alejarse de sus besos embusteros, ni de sus caricias mentirosas. Pero, se dijo con sensatez que esa era una oportunidad para dejar atrás sus sueños de romance imposibles.
― Así será mejor, Sungie. Tendrás la oportunidad de olvidar a Minho.
― Es que no quiero olvidarlo. Lo voy a extrañar.
― Sung ―insistió.
― No. No voy a irme. Voy a quedarme con Minho ―se decidió―. Trae mi ropa ―exigió.
― No harás una locura.
― No voy a irme a Suiza. Amo a Minho y me quedaré con él.
Tambaleante, salió de la cama y empezó a calzarle la ropa que pulcramente acomodada estaba junto a su cama. Felix lo veía con suma decepción, no queriendo intervenir porque sabía que no serviría de nada. Ya en muchas ocasiones intentó persuadirlo de dejar al motociclista. Minho no era como Changbin. Él no asumiría sus sentimientos y se confesaría a Jisung. El hombre planeaba usarlo y tirarlo después, evidentemente. Pero Jisung había decidido ya correr ese riesgo aún si no salía vivo de la batalla, y Felix sólo sería un espectador que atendería las heridas del muchacho.
― ¿Y si él no quiere? ―se atrevió a preguntar―. Estás muy confiado en que Minho te recibirá, pero no has pensado que pasaría si no.
―... Entonces..., tal vez sólo deba arriesgarme. Sé que es tonto, pero no quiero irme..., no sin antes despedirme de él.
Suspirando, Félix llamó a Changbin.
― ¿Podrías pasarme la dirección de Minho?
― ¿Para qué la necesitas?
― Jisung ―respondió sencillamente.
― Eso no saldrá bien.
― Lo sé, pero es lo único que podemos hacer por ellos.
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🪴;; minnh-aye
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