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Investigadores Paranormales

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Nelson, Murdock & Page son investigadores paranormales y Frank Castle un vampiro que Murdock persigue.

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Las campanas de la catedral sonaban, el eco abriéndose paso a través de la noche oscura. Frente a la edificación, el detective Murdock se aferraba a su maletín. Sabía con certeza porqué estaba allí, porque dentro de esa capilla no había nadie. Nadie humano.

A su derecha, unos zapatos se arrastraban en el pavimento. El olor a pretzel y los latidos del hombre le describieron a Matthew que simplemente se trataba de su mejor amigo.

—Foggy, te he dicho que esto es peligroso —le repitió al rubio dándole el maletín, solo lo usaba para entradas dramáticas—. Deberías quedarte en la Van con Karen, allí pueden ayudarme mejor. 

Nelson bufó, ocultando que en realidad estaba aliviado de tener que entrar a aquellas ruinas. Aún así, le preocupaba dejar la mayoría del trabajo al pelirrojo, quien se aventuró a dar varios pasos dentro del sitio.

Foggy caminó al lado contrario, hacia la camioneta blanca. El hombre abrió las puertas de par en par, alarmando así a Page, quien se encontraba observando todo a través de la cámara escondida en la corbata de Murdock.

—¡Santo Cielo, Foggy! —se quejó ella llevando sus dedos a la cien—. Este trabajo me tiene mal.

—Ya lo noté —rio el otro hasta darse cuenta de que no era lo apropiado—. Pero ya sabes lo que dijo Matt...

—...No podemos descansar hasta que lo encuentre, lo sé. Muchas veces nos lo dijo pero aún no lo entiendo, ¿Por qué debemos de seguirlo hasta el fin del mundo?

Foggy tomó asiento frente a su escritorio y agarró uno de los tacos en la cesta, tampoco lo entendía. Tras darle un mordisco, se dio cuenta de que ya estaba fríos, como la noche que les rodeaba con sus ventiscas aullantes y la gigantesca luna.

—No es tan malo, ¿un pueblito en medio de la nada te parece el fin del mundo?

Karen le miró con seriedad—: Viajamos en esta camioneta desde Nueva York hasta México, traté de explicarle mil veces a la anciana del hotel que somos Investigadores Paranormales y no narcotraficantes pero no quiso creernos y llevamos dos días varados en medio de quién-sabe-donde.

El rubio bajó la mirada para no enfrentar a su amiga, decidió girarse y revisar las pantallas que mostraban la imagen de visión nocturna. En ella, Murdock se abría paso dentro del templo.

—Bueno, si lo explicas así... Oh, mierda.

Foggy señaló la pantalla y Karen inmediatamente tomó su set de micrófono-audífono para hablar con el pelirrojo.

Matt, ¿estás bien?

—Sí —respondió.

El ceño de Murdock se fruncía, tratando de escuchar la presencia de aquél ente sobrenatural. Desde que perdió la vista en un misterioso accidente, la clarividencia se había vuelto un don divino. Podía escuchar, sentir, oler y percibir cosas que nadie más podía, en este plano espiritual y en otros.

A sus ojos, cada ser estaba conformado por un aura que le era posible observar. Entre la estropeada visión que apenas le permitía percibir un mundo en llamas, lograba observar la luz y oscuridad en las almas de todos los seres. 

Cuando su carrera como investigador paranormal junto a Franklin Nelson apenas iniciaba, había podido encontrar criaturas que otros considerarían irreales... y que aún las consideraban así porque nadie confiaba en el juicio de un hombre ciego.

El destino les hizo dar vueltas por todos los barrios de La Gran Manzana, cosa que les llevó a salvar a Karen Page de un hombre lobo que merodeaba Central Park. Esa criatura olía la pureza de Page y, con su oscuridad, buscaba consumirla para aumentar su poderío. Para resumir, las balas de plata no eran basura cinematográfica porque, ¿quién demonios no moriría después de tantos disparos al cráneo?

Ese hombre lobo había sido la primera vez que Murdock pudo observar un nivel exorbitante de aura malvada, oscuridad se revolvía alrededor de ese monstruo como tentáculos de humo que apenas y podían revelarle su forma al clarividente. Tras acabar con aquella criatura, Matthew se cuestionó el valor de la humanidad o la esperanza en sí porque paseándose por la ciudad solo percibía la oscuridad crecer en cada persona y ser mítico oculto en la jungla de asfalto. 

Esa incertidumbre se desvaneció cuando una llamada del Padre Lantom aseguraba la presencia de un vampiro en la Catedral de San Patricio. Cuando la asociación Nelson, Murdock & Page se presentó, el pelirrojo pudo observar la mayor cantidad de luz en su vida. No era el primer vampiro con el que lidiaba, pero sí era el primer ser que cargaba consigo la esperanza que tanto buscaba. Un milagro perdido que, aún después de escapar, seguiría con tal de admirar su presencia un poco más.

Por eso estaba allí. Aunque para Karen y Foggy simplemente estaban cerrando un caso viejo, estudiar el ente y dar carpetazo.

Gotas hacían eco dentro del templo abandonado, las bancas estaban arrumbadas en pilas contra las paredes laterales, el viento entraba por agujeros en la estructura y removía los candiles destrozados al techo. A los pies de Murdock, el vidrio de aquellas piezas de iluminación se quebraba en pedazos.

Lo más irritante para Matthew a la hora de perseguir seres como él, era que nunca podía escucharlos acercarse. No podía oír sus pazos porque solían volar, no podía saber que sus corazones latían porque eran criaturas muertas en vida.

—¿Por qué no puedes dejarme en paz? —escuchó el pelirrojo la voz oscura en su oído izquierdo.

Cuando el detective intentó ver su aura, no podía encontrarlo. El vampiro era veloz e inteligente.

A tu derecha —dijo Karen a través del comunicador.

Él giró hacia donde se le indicó solo para escuchar la vos de Foggy—: No, a la izquierda.

Yo vi que algo se movió Matt, Foggy cree que los candiles los movió él pero es el viento.

El hombre en la catedral bufó con pesadez, pensó unos segundos y decidió confiarse tanto en su capacidad como en la bondad que percibía en el aura del vampiro. 

—¿S-se retiró el intercomunicador? —cuestionó Page en el interior de la camioneta cuando perdió contacto con el pelirrojo.

—Realmente está loco.

—No está loco, se hartó de escucharnos discutir —replicó ella tomando con fastidio uno de los tacos y dándole un mordisco— Ugh, ¡están fríos!

Foggy no pudo evitar reír, negaba con la cabeza porque acostumbraba hacerlo cuando reía sobre una estupidez.

—¿Lo sabías? —cuestionó la rubia sorprendida, contagiándose con su humor y entrecerrando sus ojos a juego— Tonto.

—Después de esto, deberíamos ir al bar más cercano a probar mezcal —sugirió Nelson volviendo a la pantalla.

Karen arrugó el rostro en confusión—: ¿Mezcal? ¿Qué no lo probamos hace tres semanas en Josie's? 

Foggy abrió los ojos más de lo normal antes de contestar—: No sé qué era esa basura pero estoy seguro de que esa agua radioactiva no era mezcal.

—La botella decía "mezcal importado" —levantó Page sus hombros.

—Importado de Guanajuato, tal vez —contestó con sarcasmo el otro.

Karen le miró unos segundos antes de responderle—: Guanajuato está en México.

—¿En serio? —preguntó el rubio, dándose cuenta de que había vivido una mentira todo el tiempo antes de ese momento.

Mientras era Matthew quien escuchaba un murmullo en uno de los pasillos que llevaba a una capilla más pequeña, anexa al sitio. Sabía que no era el vampiro que perseguía y tampoco un ser de su plano existencial, porque no lograba encontrar su aura.

Entre las bancas frente a la quebrantada figura de San Judas Tadeo yacía un pequeño fantasma.

—No hagas ruido, así no nos encontrarán —decía la voz infantil.

Murdock odiaba aquella parte de su don, la que le permitía sentir a seres que quedaban atrapados en el limbo. Ya sea por metas sin cumplir, sepulcro clandestino, temas pendientes o la simple incapacidad de ir al más allá, de cientos a miles de almas terminaban en ese punto medio entre el cielo y el infierno.

No era fácil escuchar llantos que nadie más oía, menos las súplicas por ayuda y ser visibles, pero aquello que le revolvía el estómago y le apretujaba el corazón era cuando aquella alma a la deriva le pertenecía a un infante, inocencia fragmentada por la inmerecida crueldad de su muerte.

—No hay nada qué temer —dijo Matthew en aquella lengua antigua, poniéndose en cuclillas—, juro que no les haré daño.

El cuchicheo fantasmal cesó por unos segundos, después se convirtió en una discusión. El detective pudo descifrar que se trataba de 3 niños.

Todos ellos hablaban el lenguaje universal, un concepto simple pero fascinante que a Murdock le tomó cerca de una década dominar. Esta lengua es inherente de todo ser, una transmisión de ideas que sobrepasa fronteras, emociones y palabras, una conexión con el universo y sus creaciones. Que aquellos infantes la usaran con normalidad significaba que no solo había pasado mucho tiempo desde su deceso sino que, además, la ejercían demasiado entre ellos y posiblemente con otros seres.

—Él dijo que no nos haría daño —dijo la voz más aguda que pertenecía a un pequeño.

—No es la primera vez que dicen eso —replicó una de ellos.

El otro, que Murdock sospechaba era el mayor, dio un paso fuera de su escondite alarmando a los otros dos menores que suplicaron que volviera antes de que alguien lo mirara.

—No hace falta que salgan de donde están —dijo el pelirrojo—, de todos modos no podría verlos. Soy ciego.

El comportamiento de los niños le indicaba que ellos no estaban conscientes de lo que significaba estar en el limbo, estaban en aquella capilla abandonada y posiblemente no habían tenido contacto humano en un largo tiempo. Por ello se ocultaban, con miedo de ser lastimados cuando nadie salvo Murdock podría notarlos o sostener una conversación con ellos.

—¿Qué hace un ciego en este lugar? —le cuestionó el niño, quien no permitió que los más pequeños salieran.

—Estoy buscando a alguien —respondió el pelirrojo—, ¿ustedes por qué están aquí?

—¡No le digas, Dan! —advirtió la niña, quien se había asustado repentinamente.

Murdock intentó una vez más—: Dan, está bien, no hay nada qué temer.

Dan observó a sus amigos, quienes negaban con la cabeza. No confiaban en extraños, ya no.

—Aún no lo sabemos, y ni siquiera podemos salir de los alrededores —respondió tras un largo silencio.

Matthew tocó el suelo quebrantado con sus dedos índices y se concentró, no podía sentir la presencia del vampiro pero si de otros fantasmas merodeando los terrenos de aquella Iglesia a las afueras del pueblo.

—Mi nombre es Matt Murdock, Dan, y quiero proponerles un trato: Si ustedes me ayudan a encontrar a ese alguien, yo les ayudo a saber porqué están aquí y los liberaré.

Diversos fantasmas se manifestaron a lo largo de la edificación, todos ellos habían escuchado al detective y no planeaban atenerse a la decisión de Dan. Todos ellos querían dejar la catedral de una vez por todas. Un cántico inicio con los tres niños que había conocido, este se extendió formando un camino rastreable para Murdock, quien pudo notar que en esa catedral solo habían menores.

El camino llevó al detective a una torre anexa a la edificación, los fantasmas susurraban que debía cumplir su parte del trato cuando llegó a la habitación más alta donde la criatura se había refugiado por un tiempo largo. Dentro estaba aquél vampiro, su luz resplandecía para Matthew pero en realidad era una sombra contra la luz de la luna que entraba por un gigantesco hueco en la pared. Oscurecido en su soledad a pesar del brillo que el pelirrojo veía en él.

—No deberías estar aquí, no esta noche —dijo la criatura—, No debiste hacer ese trato con esos niños.

—¿Por qué? —cuestionó el pelirrojo acercándose a la criatura.

—Porque ellos fueron enterrados aquí hace mucho tiempo, eran niños abusados por la iglesia y sus cuerpos una prueba de que ninguno de los creyentes aquí iría al cielo.

—Debió decírselos cuando lo descubrió, ellos necesitan saberlo—replicó Matt.

—Son apenas unos niños, ni siquiera saben que están muertos, no saben que sus padres son polvo y que lo único que pudieron vivir fue un infierno. No podría explicárselos ni aunque mi vida dependiera de ello.

El detective se quedó con la boca entreabierta, queriendo añadir algo pero no encontraba nada salvo la luz de aquél ser.

—No debiste venir, deberías dejarme tranquilo de una vez por todas.

—Su voz flaquea, lo último que está es tranquilo —respondió Murdock—. Necesito saber quién es y por qué.

El pelinegro bufó con fastidio, ladeó la cabeza antes de encararse a aquél que lo perseguía. Observó como su traje se había manchado de tierra y la forma en que sus anteojos reflejaban la luz de las estrellas con claridad; su cabello caía con despreocupación sobre su frente tras correr por las ruinas y su boca tratando de no sonreír.

Matthew tragó en seco cuando el hombre de la noche se acercó con una peligrosa lentitud. Sentía que su luz le aturdía pero aquello que lo sacaba de su zona de confort era la mano del otro tomando su corbata y tirando levemente de ella. Con un movimiento, el vampiro retiró la micro-cámara de visión nocturna.

—N-no quiero representar ningún daño, solo-...

—Sé que no quieres, y no lo haces —interrumpió antes de darse la vuelta y admirar el satélite—. Pero eso no significarte que deba ayudarte.

—Es que no lo entiende, hay algo en usted —insistió Matt tratando de alcanzar la luz y tocarla.

—Y, ¿qué es ese algo, señor Murdock? ¿La palidez de mi piel, la sombra en mis ojos o los colmillos que ansían el néctar de la vida?

—Una luz, esperanza —respondió el pelirrojo cuando finalmente logró llegar a su hombro.

El vampiro se tensó con el tacto humano, tacto que llevaba tiempo sin sentir. Inmediatamente apartó la mano del hombre y levantó la mirada.

—No queda nada de eso en mí.

—No es eso lo que yo percibo, no cuando me acabas de decir que protegías a esos fantasmas de la verdad —dijo Matthew antes de presentarse y explicar a grandes rasgos lo que su clarividencia significaba y como aquella encomienda divina le permitía comprender el mundo de una forma distinta.

Después relató su extraña travesía a través de Estados Unidos y cómo tuvo que lidiar con un horrible caso de hadas naranjas que, según sus palabras, son las termitas del mundo sobrenatural.

—Parece que eres más raro que yo —exclamó el pelinegro.

El detective negó—: Para mí, tú eres lo más raro y espectacular que he presenciado. Quise decir usted, lo siento.

—El nombre es Frank, Frank Castle.

Murdock sonrió, al parecer esa criatura era todo menos una bestia. No como los creyentes del pueblo lo llamaban o como el Padre Lantom alguna vez lo describió. Sabía que su don mostraba la verdad.

—No eres lo que todos dicen de ti, Frank Castle, tampoco eres lo que tu crees.

—Eso lo sé, solo soy mi pasado.

Murdock decidió aventurarse a tomar asiento al borde del hoyo en la pared, con los pies columpiándose a una caída libre. Castle le imitó, asegurándose de que su traje negro no se manchara con la tierra y que su capucha no estorbara.

—Nadie es nunca su pasado, ni siquiera alguien como tú —el pelirrojo profesó—. Todos somos un reflejo del ahora, ligeramente tintados con el ayer y con destellos de lo que podría ser. Sin embargo, aquello que importa está en el hoy.

—Todo lo que me ha importado está en el pasado porque en el ahora solo son cuerpos bajo tierra. Soy un reflejo de mi oscuridad, el tinte es la sangre de los que no pude salvar y esos destellos son lo que podría haber sido si realmente hubiese podido hacer algo.

El pelirrojo posó su mano en el hombro del vampiro esperando que esta vez no la retirara.

—Sé que empezamos con el pie izquierdo pero quiero que sepas que puedes confiar en mí —ofreció Murdock a sabiendas de que la vida de criaturas como Castle eran seres de vida solitaria y lúgubre.

—Viajaste desde muy lejos solo para hablar conmigo, ¿por qué?

—Ya te lo dije, hay algo en ti que no puedo ignorar y que no quiero dejar pasar —respondió el detective— No tengo idea de quién eres además de tu nombre pero sé que eres como un milagro en un mundo de pesadillas.

El pelinegro se puso de pie—: No soy vampiro de nacimiento, llevo cincuenta años atrapado en el borde de mis treintas. 

Matt se puso de pie y se situó frente a él, trató de alcanzar el cuello del vampiro y apenas alcanzó a rozarlo porque este se apartó.

—No me mordió en el cuello, él era un bastardo cruel y me atacó por la espalda.

—¿Cómo pudo tener acceso a la piel de tu espalda? La tela usualmente no permite que la pinchadura sea exito-...

—Porque yo se lo permití —contestó Frank con una sonrisa en su rostro antes de empujar a Murdock fuera de la torre.

El pelirrojo caía con velocidad, sus lentes se habían alejado de su cuerpo y volaron lejos. La luz de Castle se acercó a él con velocidad hasta tomarlo en sus brazos. El vampiro lo abrazaba de la cintura, apretujándolo contra su cuerpo y con la otra mano le sostenía de la corbata para mantenerlo alzado.

Murdock hiperventilaba aterrado, su corazón galopaba del susto y sus ojos amenazaban con lagrimear. Podía sentir la fuerza de Frank sostenerlo, este le repetía que estaba bien.

—Habían rumores de alguien poderoso en la ciudad, alguien que podía entregarle habilidades sobrenaturales a un precio alto —relato Castle aquella situación de los setentas—. Yo acababa de perder a mi familia y lo único que deseaba era venganza, cosa que finalmente obtuve tras darle todo lo que tenía a cambio de una mordida.

El aire nocturno removía el cabello de Matt y Frank escrutaba su rostro limpio por primera vez, a la luz de la luna. La mirada de Castle se paseó por la piel del otro, admirando su cuello a tan solo unos centímetros. Él estaba inquietantemente cerca, el pelirrojo podía sentir el aliento darle escalofríos.

—Lo que yo no sabía era que ese poder traía consigo una necesidad insaciable de carne humana.

Los ojos de Murdock se abrieron de par en par, ningún vampiro antes le había pedido carne con el tono de voz en el que Castle lo había hecho. No podía permitirse la duda de cualquier forma.

—Creo que podemos arreglar esto como gente civilizada —balbuceó Matthew mientras Castle los arrastraba de vuelta a la habitación en la torre.

—Claro que podemos —rio entre dientes el pelinegro, podía sentir la sangre de Murdock correr por sus venas como un cálido elixir que necesitaba para sentirse vivo nuevamente.

Cada noche de luna llena, su cuerpo ansiaba una sola cosa. No era sangre, no era carne... sí era carne humana pero no en ese sentido. Era un ardor en el cuerpo que le hacía aumentar su temperatura, una fiebre imposible de sudar que le hacía imposible pensar recto. Cuando el satélite natural se posaba perfectamente perpendicular contra la superficie terrestre, resultaba imposible para el vampiro resistirse a sus instintos más bajos.

Aquellos instintos estimulaban su cuerpo y le proveían la necesidad de encontrar el éxtasis con el cuerpo de otro humano, alguien dispuesto a servirles como objeto de placer.

Frank dejó al pelirrojo caer de pie sobre un montón de tela, se acercó a él hasta acorralarlo contra una pared y le susurró al oído—: Sé que sabes qué es lo que desean aquellos como yo en momentos como este. Te dije que no debías estar aquí pero no te importó, no te importó porque esto es lo que tú querías.

El pelirrojo sonrió de lado—: Créeme, Castle, sé bien qué es aquello que requieres pero esta es una coincidencia, una coincidencia perfecta. Sí estoy aquí para estudiarte, sí noté algo nuevo en ti pero eso no es lo único que estoy buscando.

—¿Entonces estás dispuesto a sacrificarte? —dijo el pelinegro para darse tiempo de morder con suavidad el lóbulo del otro.

—¿Es un sacrificio si quiero hacerlo? Ya estoy acostumbrado al lado oscuro, Frank.

En la camioneta, Karen y Foggy se hacían trizas el uno al otro por los audífonos. Tras perder contacto visual con el vampiro y Murdock, lo único que les restaba era el comunicador en el bolsillo del pelirrojo.

—¿Escuchas algo? —cuestionó Nelson con la oreja pegada a una de las bocinillas del set.

—Escucharía si simplemente me dejaras usar ambos —respondió Page con molestia, aferrándose a la otra parte de los audífonos.

El rubio resopló antes de rendirse y cederle el set completo a Page, quien inmediatamente se lo puso para escuchar la conversación entre los hombres. El intercomunicador solo emitía sonidos húmedos, el rostro de Page se quedó sin expresión alguna al notar el expediente del vampiro en su computador: era un vampiro benigno. 

—¿Qué está pasando? ¿Qué está diciendo? —inquirió él.

—No puedo creer que otra vez lo esté haciendo, estoy harta —dijo Page—. Debemos conseguirle un terapeuta a este hombre.

—Oh, mierda —exclamó Nelson poniendo sus manos sobre la mesa— ¿Otra vez está... con un vampiro? ¿A cuántos vampiros de luz se va a follar para que deje de hacernos esto?

La chica gruñó molesta y asqueada por las palabras de Foggy, suficiente tenía con haber soportado el peor viaje de sus vidas solo porque el detective deseaba estudiar de cerca a un vampiro. Karen se levantó de su lugar y se movió al lugar del piloto al frente de la van.

Nelson la miró en confusión—: ¿Qué haces? 

—Hay que ir por ese maldito mezcal o vomitaré en su maleta de equipaje, ¡lo digo en serio!

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Canción: Sacrifice

Artista: Bebe Rexha

Palabras Clave: Middle of the night; Now you're mine; would you sacrifice?; Wanna feel your heart everytime it bleeds; Sacrifice your body to the rhythm of mine.

Fecha: 2 de Febrero

Para aclarar: En este AU los vampiros no necesitan sangre, Frank solo necesitaba una excusa. Excusa que Matt aprovechó. En realidad necesitan sexo y digamos que Murdock tiene un tipo muy específico (a.k.a.: vampiros con aura benigna).

+ No desarrollé mucho varias cosas pero es que no quería hacer demasiado largo el oneshot. Si quieres que haga la versión completa (Hisoria corta/fanfic) déjamelo en este comentario.

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