✧Capítulo Cuatro✧
Era un día soleado y perfecto para salir a dar un paseo. Mangle y los demás estaban en las afueras de la casa, excepto Chica; Chica había decidido quedarse en las cocinas y preparar algo para la familia. La pequeña familia la habían tratado muy bien desde que llegó a la casa, solían tratarla más como si fuera una hermana que como una criada, y esto le agradaba, tanto que de solo recordar los buenos momentos que vivió en el poco tiempo que llevaba viviendo con ellos una pequeña sonrisa se pintó en su rostro.
Bonnie se encontraba de visita, iba cruzando un pasillo cuando vio a Chica en la cocina preparando algo que, al parecer, contenía harina.
—¿Puedo ayudarla en algo? —se ofreció entrando.
Chica se volteó a verlo y negó.
—Descuide señor, puedo hacerlo sóla.
—No es necesario que me llame de esa forma —sugirió acercándose más y quedando al lado de ella, justo donde estaba la masa preparada—. Cuénteme entre sus amigos.
Había algo agradable en la forma de hablar de Bonnie, sonaba simpático y amable. Bonnie miró la preparación de Chica.
—Si puedo opinar, creo que necesita más harina.
Chica se ruborizó al percatarse de que en efecto, lo que decía Bonnie era cierto.
—Lo lamento… sigue siendo nuevo para mí estas cosas de Italia.
—Ah, ¿sí?
Bonnie la creyó, ciertamente Chica tenía aspecto extranjero y su habla en el idioma aún no era muy buena.
—Entonces, déjeme ayudarla.
El conejo tomó harina y comenzó a trabajar en el platillo como era debido. Chica miraba atenta para entender cada detalle.
—Ahora, hágalo usted.
Chica empezó a imitar exactamente lo que hizo Bonnie, su mirada estaba concentrada en sus manos tratando de hacer todo como era adecuado. Pero, en un accidente, algo de harina cayó en la ropa de Bonnie.
—¡Lo siento! De verdad lo siento, ¡qué torpe!
Inmediatamente trató de quitar los restos de harina de la ropa del conejo, Bonnie rió y tomando una pequeña cantidad de harina en su mano lo espolvoreó en el delantal de la rubia. Chica se sorprendió.
—No tiene de qué preocuparse… además, ahora estamos a mano.
Tomó a Chica delicadamente del mentón para levantar su mirada y hacer que lo viera a los ojos. Para Chica, la situación la ponía nerviosa: ¿por qué la ponía nerviosa estar tan cerca de Bonnie? Cerró sus ojos y no hizo ningún movimiento. Para su sorpresa, Bonnie la soltó.
—Si necesita ayuda con algo, sólo dígame —dijo sonriente y se retiró de la cocina.
Chica suspiró y se quedó mirando el lugar por donde salió el conejo. Su pulso aún estaba acelerado y reflexionó sobre la situación. Tal vez pueda considerar a Bonnie como un amigo. Sacudió la cabeza y apartó todos esos pensamientos, volvió a trabajar decidida en no distraerse otra vez.
Foxy miraba por la ventana del anexo que ahora era como su hogar temporal. A la distancia, vio a Mangle leyendo un libro a su hermana. Mientras estaba distraído viéndola, Springtrap trataba de hablarle, claro que, Foxy no escuchaba ni una sola palabra suya. Springtrap se molestó.
—Foxy, te estoy hablando.
Foxy se se sobresaltó al escuchar a Springtrap.
—Sí, si… te estoy escuchando —mintió.
—¿De qué te hablé hace unos segundos?
Foxy guardó silencio, tratando de recordar lo que segundos atrás Springtrap había mencionado, obviamente, no lo logró. Springtrap suspiró pesado.
—Como te dije hace unos días, te estás distrayendo… dime, ¿la quieres? —Foxy no respondió—. Si de verdad la quieres, lo mejor es que dejes de andar con ella y sólo te centres en trabajar, Foxy ¡llevas más de cuatro meses sin escribir una sola palabra!
—Tú problema es que sólo te importa el dinero que pueda generar, ya estoy trabajando en algo, pero es muy personal. De todas formas no espero que lo entiendas —dijo Foxy con seriedad y abandonó la habitación.
Springtrap estaba furioso, muy molesto ante el comportamiento de su amigo, y se enfureció aún más cuando lo vio salir de la casa e ir hacia Mangle. Cerró las cortinas de la ventana y se recostó en un sillón para tratar de relajarse.
Mientras tanto, con Mangle, ella y su hermana ya habían terminado el último cuento.
—¿No hay más? —cuestionó Melisa con tristeza.
—No, me temo que este ha sido el último —respondió Mangle cerrando el libro.
Fue Melisa la primera que vio a Foxy acercarse.
—¡Señor Foxy! —exclamó poniéndose de pie para ir hacia Foxy y abrazarlo.
—Vaya sorpresa —comentó Mangle poniéndose de pie.
En ese momento, entre ambos zorros se formó una pequeña tensión, se miraban mutuamente, como si ambos tuvieran algo que decir pero no encontraban las palabras necesarias. Melisa era quien hablaba:
—¡Vamos a la pradera!
Melisa soltó a Foxy y fue rumbo a la pradera cercana. Foxy se acercó a Mangle y le ofreció el brazo, cosa que sin dudarlo Mangle aceptó con una sonrisa. Melisa iba bastante alejada de ambos, adelantada en el camino, esto le daba a los zorros algo de privacidad. Foxy suspiró.
—Ay, Manguito. ¿Cómo puedo explicarte mi alegría cuando estoy contigo? —dijo, sin embargo, no miraba a Mangle.
Involuntariamente, Mangle sonrió.
—También me siento bien con usted, Foxy.
—No, no lo entiende —Foxy dejó de caminar.
Tomó a Mangle de las manos y la miraba cuidadosamente. Se acercó un poco más a ella. Ya habían llegado a la pradera, todo estaba lleno de flores de todo tipo: rojas, azules, amarillas, violetas, también habían incontables mariposas de todos los colores que volaban en los alrededores.
—Me haces sentir que no existen problemas, contigo me olvido de todo y… siento que una parte de mi ser te pertenece.
Mangle se mantenía inexpresiva, escuchó con cuidado las palabras de Foxy y estudiaba cada una de ellas. Aunque ella haya tenido pretendientes, en realidad, ninguno hablaba de forma tan hermosa como las palabras que salían de la boca de Foxy. Dirigió su mirada a una de sus orejas y rió, una mariposa había decidido posarse allí.
—Jeje, a alguien le gustan tus orejas —dijo y acarició la oreja de Foxy para alejar a la mariposa. En realidad, sus orejas eran muy suaves.
Foxy sonrió al tacto.
Melisa se acercó a ellos, ya cansada de jugar con las mariposas.
—Señor Foxy. ¿Podría contarnos un cuento? Ya leímos el último.
Foxy asintió y se sentó, Mangle y Melisa lo imitaron. Ahora estaban sentados rodeados de flores y muchas mariposas, era una grata experiencia.
—Una vez, existió una mariposa —comenzó a relatar Foxy—. Era una mariposa muy hermosa y de enormes alas. Pero no podía volar muy alto, bien lo tenía prohibido. La linda mariposa, un día, atraída por lo desconocido, se aventuró y voló lo más alto que pudo. Y allí, por encima de la vida común, vio un mundo nuevo, todo era maravilloso y sus ojos se enamoraron de aquella vista. Pero recordó que no debía estar ahí, podría costarle la vida, aún así, todos los días siguió subiendo.
—¿Y qué pasó con ella? ¿Le sucedió algo? ¿Bien no debía subir? —cuestionaba Melisa ansiosa.
Foxy sonrió.
—Fue felíz.
Melisa quedó satisfecha con la pequeña historia, a pesar de no entenderla mucho. Para Foxy, bien si la historia era ficticia y claramente contenía hechos imposibles, ese pequeño cuento tenía un significado muy personal. Melisa volvió a alejarse y Foxy y Mangle quedaron solos nuevamente. Foxy tomó las manos de Mangle y las acarició con cariño. Mangle no rechazó el afecto.
La noche cayó nuevamente, y al igual que todas las noches, Mangle estaba sentada junto al piano. Esta vez no tocó, sólo estuvo allí, mirando. No pasó mucho tiempo y Foxy llegó y sin hacer movimientos bruscos se sentó al lado de ella. A Mangle le alegró verlo. Ahora sus visitas a la hora de practicar se habían vuelto más comunes y solían practicar juntos desde entonces.
No dijeron nada, tan sólo comenzaron a tocar y poco después a cantar. Una melodía lenta y suave, que hacía elevar el alma del oyente. A pesar de ya haberla escuchado varias veces, Foxy seguía cautivado por la voz de Mangle, amaba el cantar de ella, al igual que la amaba a ella como tal. La distancia entre ambos era casi nula, esto fue algo que trataban de ignorar, distraídos y dejándose llevar por aquella música.
Unas cuantas notas más suaves que la anterior, y ya habían terminado de tocar. No se miraban, su vista aún estaba en las teclas, mientras respiraban cansados.
Así, pasaron unos instantes, en completo silencio. A veces el silencio suele alentar el afecto entre personas que se quieren. Foxy miró a Mangle y ella le devolvió la mirada, fue entonces en ese momento que sus ojos se encontraron. Con valor, Foxy llevó su mano a la pálida mejilla de Mangle y la acarició con cuidado y suavidad, como si la blanca piel de la albina fuera porcelana pura y temiera quebrarla. Mangle cerró los ojos dejándose llevar por la caricia, y Foxy, tomando a Mangle con delicadeza del mentón, acercó sus labios a los de ella, primero sin hacer contacto, tan solo a poco centímetros, pero luego se unieron en un apasionado beso. Un beso que iba cargado de mucho sentimiento que no tardó en ser correspondido. Se besaron como si durante mucho tiempo estuvieran esperando ese momento y por fin había llegado.
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