Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4. Lirio Negros

—¿Estás segura de lo que haces? —preguntó Canadá, observando a su hermana de pies a cabeza. Si no fuera por su cabello rubio dorado, habría dudado de que era ella.

—¡Claro! ¿Por qué preguntas, hermanito?

—Bueno... —Canadá frunció el ceño—. USA, lo que llevas puesto es… muy llamativo. ¿Realmente crees que esto le va a gustar a México?

Canadá no sabía cómo expresar lo que veía. Su querida hermana, USA, había cambiado drásticamente. Llevaba un largo vestido rojo, muy característico de los años cuarenta, que acentuaba su cintura y caderas. El tejido suave se ajustaba a su figura, y cada vez que se movía, el vestido parecía cobrar vida. Completaba el look con medias negras y tacones que estilizaban aún más sus piernas. Su peinado, una réplica exacta del estilo que una mujer, le otorgaba un aire de sofisticación.

—¿A qué te refieres? —dijo ella, tratando de ocultar su nerviosismo.

—Estás imitando a su exesposa. Lo sabes, ¿verdad? Eso puede hacer que él se sienta incómodo... incluso, solo te faltó pintarte el cabello de negro y cortarlo.

USA desvió la mirada, sintiéndose inquieta. La idea de teñirse el cabello de negro y cortarlo había cruzado su mente, pero su amor por su cabello rubio y los recuerdos de los esfuerzos que había hecho para mantenerlo largo y cuidado la habían hecho desistir. A pesar de lo que había decidido, el peso de esa transformación la hacía sentir como si estuviera interpretando un papel en lugar de ser auténtica.

Se volvió a mirar en el espejo; le gustaba lo que veía, pero sabía que no era su estilo. Aun así, la emoción de salir con México.

Su meta era enamorarlo a toda costa para curar su hanahaki. En su mente, eso significaba incluso esconderse en un rincón pequeño de sí misma para darle paso a la versión que México "deseaba" ver.

—Solo quiero hacerle ver que soy alguien especial —respondió USA, con un tono defensivo.

—Pero, USA, él está pasando por un momento difícil. Desde la muerte de su esposa, ha estado deprimido. No creo que esta transformación te ayude —dijo Canadá, su preocupación evidente—. Te lo digo como amigo de él: puede tomárselo como una burla.

—¿Burla? No seas ridículo. No estoy burlándome de nadie, estoy haciendo un esfuerzo —replicó USA, su tono elevándose—. ¡No puedo perderlo, Canadá! No puedo permitir que se aleje de mí.

—Entiendo que estés desesperada, pero sacrificar tu identidad no es la solución. ¿Qué pasará si esto lo aleja de ti en lugar de acercarlo? —Canadá intentó calmarla.

—No puedo pensar en eso ahora. Necesito que él me vea de otra manera. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras él sufre —dijo USA, con una mezcla de determinación y miedo—. Si no lo hago, lo perderé para siempre.

Canadá se sintió impotente ante su obstinación.

—Pero eso no es quien eres, USA. Quiero que sepas que estoy aquí para ti, pero ten cuidado. No quiero que se lastimen —añadió, preocupado.

—No necesito que te preocupes por mí o él. Estoy en esto, y tengo que intentarlo —dijo USA, desafiando la opinión de su hermano.

Canadá la miró irse, sintiendo una punzada de ansiedad en su pecho. Sabía que dejarla ir así podría tener consecuencias dolorosas. México no reaccionaría como ella imaginaba en su realidad distorsionada; el peso de su pasado podría hacer que este nuevo encuentro fuera aún más complicado.

USA se mantenía nerviosa, jugando con un mechón de su cabello mientras miraba a su alrededor, buscando la presencia del mexicano. El restaurante estaba iluminado con suaves luces amarillas que creaban un ambiente cálido y acogedor, y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con una melodía suave de jazz que flotaba en el aire. Al parecer, había llegado más temprano de lo esperado.

Cuando volvió a mirar hacia la entrada, distinguió una silueta masculina que entraba y se emocionó al ver al mexicano acercándose. Inmediatamente trató de arreglar su cabello y pasó la lengua por las comisuras de sus labios, intentando calmar su creciente nerviosismo.

—¡México! —gritó con entusiasmo al tenerlo frente a ella. Se levantó para recibirlo con un beso en la mejilla, pero él se alejó, mirándola con una expresión que USA no pudo describir, tel vez ¿miedo? —¿Todo bien? —preguntó, preocupada.

—... ¿U... USA? —respondió México de manera temblorosa. Su tono confundió a USA; ¿acaso no le había gustado su nuevo estilo? ¿Se veía mal?

La respuesta era sencilla, pero USA la ignoraba, envuelta en sus pensamientos.

—Obvio, ¿quién más sería? —replicó, con una ligera burla.

—Amm, yo... —México sacudió la cabeza—. Olvídalo, ¿nos sentamos?

USA asintió y se volvió a sentar, observando cómo él hacía lo mismo. Se apoyó en una mano, embelesada, mientras sus ojos recorrían a su pareja. Él se veía increíble en su traje verde esmeralda, con la camisa rosa pastel y corbata negra. Su cabello estaba bien cepillado hacia atrás, y los lentes le daban un aire intelectual que la atraía.

—Eres muy guapo —soltó de repente, sorprendiendo tanto a México como al mesero que había venido a tomar sus órdenes.

—Gra... gracias —México tardó en responder, su voz cargada de dudas.

—Sin problema. Serías un personaje de ficción, tal vez de "El tiempo de los héroes" o "El guardián entre el centeno".

—Muchas gracias, USA —respondió él, pero la timidez de su voz hizo que ella frunciera el ceño. Pensó que quizás no lo había cautivado como esperaba. Un atisbo de ira la invadió al recordar las veces que México había estado con su difunta esposa, Belladona. A ella siempre la halagaba, se sonrojaba cada vez que ella le lanzaba un piropo. ¿Por qué a ella no la trataba así?

Mientras el dolor comenzaba a abrirse paso en su pecho, como un crisantemo brotando, USA tomó la copa de vino frente a ella, intentando "ahogar" esa sensación. Pero el vino no fue suficiente. Escuchó a México agradecer al mesero por traer sus platos de comida y lo detuvo antes de que se fuera.

—¿Tiene cerveza? —preguntó, con la voz entrecortada.

—Sí, señorita.

—Traiganos dos, pero que estén frías.

—Claro, señorita.

Volteó a ver a México, y como esperaba (aunque no quería admitirlo), él estaba centrado en su comida, evitando mirarla. Esa mirada distante le hizo sentir un golpe en el estómago, y su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una creciente inseguridad.

México, atrapado en un mar de recuerdos, sentía un nudo en la garganta. La similitud entre USA y Belladona era inquietante. A pesar de sus intentos por concentrarse en la comida, su mente se llenaba de imágenes del pasado: la risa de Belladona, su voz, la forma en que siempre le sonreía. Se sentía dividido, un conflicto interno que le resultaba angustiante.

—¿Te pasa algo? —preguntó USA, su voz un susurro que intentaba cruzar la barrera de incomodidad que se había formado entre ellos.

—No, solo... estoy bien —mintió, su mirada esquiva y nerviosa.

USA notó la tensión y la bajada de tono de su respuesta. Eso solo aumentó su frustración. Deseaba tanto cautivarlo, hacer que lo mirara con el mismo brillo que tenía cuando estaba con Belladona. Pero ahora, todo lo que sentía era un vacío creciente, como si los crisantemos estuvieran apoderándose de su garganta.

Mientras esperaban la cerveza, USA se prometió a sí misma que haría lo que fuera necesario para que México la viera de verdad, no como una sombra de su pasado, sino como alguien digna de su amor. Sin embargo, en el fondo, sabía que esa lucha sería más difícil de lo que había imaginado.

—¿Y cómo te fue? —Brasil apagó la televisión en cuanto escuchó la puerta de su habitación. Al parecer, su compañero había llegado.

—Hola —respondió México, limitándose a saludar mientras, con dificultad, se dirigía a su cama y se tumbaba boca abajo.

—Tan mal te fue —comentó Brasil, acercándose y sentándose en el borde de la cama de su amigo.

—... Sí.

—¿Qué pasó? —La preocupación de Brasil era palpable; hacía tiempo que no veía a México, ahora la había contactado para hablar sobre el caso de USA.

—Ella... apareció vestida igual que Reich. El mismo peinado, el mismo color, incluso el maquillaje. La vi a ella y casi... —México se detuvo, incapaz de continuar. Las lágrimas empezaron a brotar y hundió su rostro en la almohada, tratando de ahogar sus sollozos.

—Ay... amigo —Brasil acarició suavemente la espalda de México, sintiendo su dolor. —¿Y qué hiciste?

—Nada, solo la ignoré. Presté atención a mi comida, pero después llegaron cerveza tras cerveza y... simplemente me emborraché con la esperanza de poder mirarla a los ojos sin miedo.

—¿Y lo hiciste?

—Sí... pero no veía a USA por ningún lado. A la que le reí y sonreí hoy fue a Reich, a MI esposa.

Brasil observaba a su amigo con preocupación mientras la luz tenue de la lámpara de la habitación iluminaba las sombras en las paredes. La habitación del hotel era modesta, con muebles simples y una pequeña ventana que daba a un callejón oscuro. El aire estaba cargado de una tensión palpable.

México se desmoronó, su cuerpo sacudido por sollozos desesperados. Brasil lo abrazó, ofreciendo consuelo en un momento de vulnerabilidad extrema, sintiendo el peso del dolor que lo envolvía. Le dolía ver a su amigo así, la herida de la pérdida de Reich aún abierta, un recuerdo que parecía atormentar a México en cada rincón de su mente.

—¿Por qué sigue afectándome tanto? —pensó México, mientras las lágrimas caían. Recordaba cada instante compartido con su esposa, cada risa, cada mirada. Ahora, en su mente, esa figura se transformaba en la de USA, haciéndolo sentir una mezcla de confusión y culpa.

—Amigo, estoy aquí —susurró Brasil, su voz suave como un bálsamo.— No tienes que cargar con esto solo.

—Lo sé, pero... verla fue... —dijo México, su voz temblando.— Era Reich, pero no era ella. Era una ilusión, y aún así me atrajo. ¿Por qué?

Brasil sintió una punzada en el corazón. La lucha interna de México era evidente, una batalla que resonaba en sus palabras.

—Quizás porque en el fondo aún la amas —sugirió Brasil, buscando las palabras adecuadas para aliviar el tormento de su amigo.

—....—México, con los ojos aún hundidos en la almohada. Se sintió atrapado en un ciclo de nostalgia y dolor.

La noche avanzaba y, a medida que el silencio se apoderaba de la habitación, México finalmente se quedó dormido, agotado por el llanto. Brasil continuó observándolo, sintiendo una profunda tristeza. Sabía que la salud mental de México estaba en juego, y que la confusión entre el pasado y el presente lo estaba consumiendo.

En la casa de la familia inglesa-francesa, USA, ajena a la tormenta emocional que se desataba en la mente de México, se preguntaba si alguna vez lo entendería. Había notado las miradas perdidas, las sonrisas que no llegaban a los ojos, y un dolor que parecía estar siempre presente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro