🌸18🌸
El eco de las palabras de Hades aún resonaba en la mente de Suga mientras ascendía los escalones infinitos que conducían al Olimpo. Su padre había sido claro: "Ares te ha convocado, y no puedes ignorarlo. Pero recuerda quién eres. No eres un simple mortal. Eres mi hijo, y eso es algo que ni siquiera el dios de la guerra puede negar".
El aire era pesado, cargado con la tensión de lo inevitable. Cada paso que daba hacía que el poder del Olimpo se sintiera más opresivo, como si los cielos mismos estuvieran en su contra. La marca del inframundo brillaba débilmente en su túnica, un recordatorio de quién era y de a quién pertenecía. Suga respiró profundamente y ajustó su capa, dejando que la calma forjada en las profundidades del Tártaro lo envolviera.
Al entrar en el salón principal del Olimpo, fue recibido por un silencio cortante. El brillo dorado de la sala parecía aún más intenso bajo las miradas de los dioses. Hera se encontraba a la derecha de Zeus, su rostro marcado por el desdén. Afrodita jugueteaba con una rosa, aunque sus ojos no ocultaban su evidente interés. Hermes y Apolo murmuraban entre ellos, sus risas burlonas rompiendo la tensión.
Ares estaba sentado en su trono, como un depredador esperando el momento exacto para atacar. Su armadura dorada resplandecía, y sus ojos ardían con una ira que Suga reconoció al instante. Pero su atención no estaba en Ares. Sus ojos buscaron y encontraron a Jimin, quien se mantenía rígido detrás de su padre. Sus miradas se encontraron, y aunque el Olimpo parecía dispuesto a aplastarlo, en esos ojos encontró un ancla.
-¡Suga! -la voz de Ares retumbó en el salón, poderosa como un trueno.
Suga avanzó hasta el centro de la sala con pasos firmes, cada uno resonando en el mármol como un desafío silencioso.
-Ares, -dijo con voz firme-, me dijeron que tenías algo que discutir conmigo.
El dios de la guerra se levantó lentamente, su figura imponente irradiando autoridad.
-¿Discutir? -dijo con una risa amarga-. No estoy aquí para discutir. Estoy aquí para dejar las cosas claras. ¿Cómo te atreves, hijo de la muerte, a tocar lo que no te pertenece?
El salón se llenó de murmullos. Los dioses observaban con una mezcla de interés y desdén.
Suga se detuvo en el centro, su mirada fija en Ares.
-Soy el hijo de Hades. Mi sangre es tan divina como la tuya. No necesitas darme tu aprobación, porque no la busco.
El rostro de Ares se endureció, y dio un paso hacia adelante, cada movimiento un recordatorio de su poder.
-¿Divina? -escupió con desprecio-. No te equivoques, muchacho. Eres una sombra. Una aberración. Los hijos del inframundo no tienen cabida aquí, y mucho menos al lado de un hijo mío.
Antes de que pudiera continuar, Jimin dio un paso adelante.
-¡Padre, basta! Esto no tiene nada que ver con Suga. Es mi elección, y la he tomado.
Ares se giró hacia él, sus ojos encendidos por una furia casi palpable.
-¿Tu elección? No entiendes lo que está en juego, Jimin. Una unión con un hijo de Hades traerá ruina, no solo para ti, sino para todo el Olimpo. ¡Es antinatural!
Afrodita, que hasta ese momento había permanecido callada, dejó escapar una risa suave.
-¿Antinatural? -dijo con una sonrisa venenosa-. ¿Y quiénes somos nosotros para hablar de lo que es o no natural? Hemos permitido cosas mucho más... cuestionables.
Hermes intervino, incapaz de contenerse.
-Tiene un punto. Si Hércules, hijo de Zeus y un mortal, puede ser celebrado, ¿por qué no esto?
La furia de Ares se desbordó.
-¡Esto no es lo mismo! -rugió, girándose hacia los dioses-. ¡Esto es una ofensa directa a mi linaje!
La risa de Hermes murió en sus labios, pero antes de que alguien más pudiera hablar, una presencia oscura llenó el salón. Hades se levantó de su asiento en las sombras, su figura envuelta en un manto de poder que hizo temblar incluso a los dioses menores.
-Cuidado con tus palabras, Ares, -dijo con un tono frío que hizo que la sala entera se helara-. Olvidas quién soy y quién es mi hijo. Suga no es una sombra ni una aberración. Es mi heredero, un hijo del inframundo, y su valía está fuera de toda duda.
El salón quedó en silencio, roto solo por el sonido de la respiración pesada de Ares. Hades avanzó, su mirada fija en el dios de la guerra.
-Si cuestionas a Suga, me cuestionas a mí. ¿Es eso lo que quieres, Ares?
La tensión era insoportable. Algunos dioses, como Hera, miraban con creciente incomodidad, mientras que otros, como Dionisio y Apolo, parecían disfrutar del espectáculo.
Finalmente, Zeus levantó una mano.
-Basta.
Su voz resonó como un trueno, y todos se volvieron hacia él.
-Ares, tus quejas son claras, pero no olvides que aquí no se trata de ti. Jimin ha hablado, y su elección es clara.
Ares apretó los dientes, pero no se atrevió a replicar. Zeus dirigió su mirada hacia Suga.
-Suga, eres hijo de Hades, y por tanto, tienes un lugar aquí. Pero no esperes que todos te acepten fácilmente. Este no es solo un asunto de amor; es un asunto del equilibrio del Olimpo.
Suga asintió, su mirada fija en el rey de los dioses.
-No busco la aceptación de todos. De hecho de nadie, solo quiero lo que es mío por derecho.
Jimin caminó hasta colocarse al lado de Suga, mirando a su padre con firmeza.
-¡He tomado mi decisión, y no voy a cambiarla!
El salón quedó en un silencio cargado de tensión. Algunos dioses parecían inclinados a apoyar a la pareja, mientras que otros permanecían en contra. Zeus observaba todo con una expresión neutral, pero sus ojos traicionaban un profundo cálculo.
Esto no era solo una disputa entre un padre y un amante. Era el comienzo de una fractura que amenazaba con dividir al Olimpo para siempre...
Por qué sí, Ares no se quedaría con los brazos cruzados...
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