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🏛️9🏛️

Era una mañana fría, y la ciudad despertaba lentamente. Las primeras luces del sol se filtraban entre los edificios de piedra, pintando la ciudad con tonos dorados. En las calles, los comerciantes comenzaban a instalar sus puestos, mientras que los esclavos se apresuraban a cumplir con sus labores matutinas. Suga y Hoseok, como era habitual, se disponían a salir temprano para cumplir con los compromisos de la jornada.

Suga, vestido con su toga blanca, caminaba al lado de Hoseok, su rostro impasible como siempre, mientras que su compañero charlaba animadamente sobre un asunto político que les concernía a ambos. En ese momento, Hoseok detuvo su paso y le dio una palmada en el hombro a Suga.

—¡Te olvidaste de tu instrumento de caza! —dijo Hoseok con una sonrisa burlona—. Si lo dejas, seguramente no vas a poder hacer tu parte.

Suga, al principio sin decir palabra, se giró hacia su amigo y le dio una mirada fría, pero con un toque de broma. Sin pensarlo mucho, decidió regresar a la villa a recoger el arma que había olvidado, sabiendo que, de no hacerlo, le tomaría más tiempo obtener uno nuevo. Hoseok siguió su camino, mientras Suga, decidido, comenzaba a caminar en dirección contraria.

La villa estaba tranquila, y el aire fresco de la mañana lo envolvía. Los árboles que bordeaban el camino estaban cubiertos de pequeñas gotas de rocío que reflejaban la luz del sol, dándole a todo un aire de calma inusual. Pero cuando llegó cerca de la entrada de la villa, algo extraño llamó su atención. Un sonido lejano, casi imperceptible, pero lo suficiente para que lo sintiera en sus entrañas. Al principio, pensó que era el viento o el murmullo de algún esclavo trabajando, pero algo dentro de él lo alertó.

Suga se detuvo de golpe, y sus ojos se entrecerraron en un intento por identificar el origen de aquel ruido. Fue entonces cuando escuchó una voz clara y áspera, acompañada de un sonido sordo, como si algo estuviera golpeando el suelo. El corazón de Suga dio un brinco, y sin pensarlo, se adelantó rápidamente, dirigiéndose hacia la villa.

La imagen que encontró lo paralizó por un momento.

Jimin estaba en el suelo, arrodillado, con su túnica arrugada y su rostro cubierto por las lágrimas. El brillo de sus ojos, normalmente tan brillante, estaba opacado por el sufrimiento. A su lado, la esposa de Hoseok lo pateaba con desprecio, como si fuera una simple molestia.

—¡Levántate, inútil! —gritó ella, su voz llena de desprecio. Cada palabra que salía de su boca era una herida, una humillación que golpeaba con fuerza el alma de Jimin.

Suga apretó los puños, la rabia acumulándose en su interior. ¿Cómo podía alguien hacerle esto a Jimin? ¿Por qué nadie había intervenido? Un torrente de emociones lo invadió, pero lo único que fue capaz de hacer en ese instante fue actuar.

Sin pensarlo, se abalanzó hacia Jimin, apartando a la mujer de un empujón y levantándolo del suelo con fuerza. Jimin, sorprendido, miró a Suga con los ojos llorosos, pero este no lo miró con dulzura. En su rostro había una furia que jamás había mostrado antes.

—¿Qué te crees, Hoseok? —le gritó Suga a la esposa de Hoseok, cuya arrogancia y crueldad parecían no tener límites. La mujer retrocedió unos pasos, sorprendida por la furia de Suga.

La esposa de Hoseok, al principio desconcertada, pronto mostró una sonrisa burlona.

—¿Ah, sí? ¿Ahora te preocupas por este niñito? —dijo ella, señalando a Jimin, quien temblaba en los brazos de Suga. —Es un estúpido, un niño inútil que ni siquiera sirve para ser esclavo. No tiene ni la capacidad de hacer el trabajo más sencillo. Si no puedes manejarlo, simplemente deshazte de él, Suga. Es una carga.

Las palabras de la mujer atravesaron el aire con la fuerza de un látigo, y Suga sintió cómo su rabia crecía aún más. ¿Cómo se atrevía a hablar de esa manera sobre Jimin? Nadie, nadie tenía el derecho de hablarle de esa forma. Nadie que no entendiera lo que significaba ser humano, lo que significaba ser vulnerable, podía hacerle daño así.

—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —dijo Suga, su voz llena de veneno. Apretó aún más a Jimin contra su pecho, como si su presencia pudiera protegerlo de esa crueldad. —Tú no eres quien para decidir el valor de otra persona.

La mujer no dejó de sonreír, pero en sus ojos había una chispa de desdén. Suga sabía que esa mujer nunca cambiaría, pero algo dentro de él se rebelaba. No podía dejar que esto quedara así. No iba a permitir que alguien más tratara a Jimin de esa manera, ni que su sufrimiento quedara impune.

Con un gesto rápido, Suga recogió las pocas pertenencias de Jimin que estaban esparcidas por el suelo: su capa, un par de sandalias desgastadas y algunos utensilios de limpieza. Sin mirar a la mujer, Suga giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la salida de la villa.

Jimin, entre sollozos, intentó hacer que Suga no avanzara,—N-no me hizo nada, todo está bien. Q-quedemonos, no tenemos a dónde más ir…—dijo, sin embargoSuga lo detuvo con un suave toque en el brazo.

—No, Jimin. Quédate a mi lado. Estás a salvo ahora —dijo Suga, la suavidad de su voz contrastando con la furia que aún sentía por dentro.

Jimin, incapaz de hacer otra cosa, asintió con la cabeza y se aferró al lado de Suga. Sabía que no había otro lugar al que pudiera ir, y aunque se sentía abrumado, la presencia de Suga le daba algo de consuelo. Caminaban en silencio, pero el peso de lo sucedido aún flotaba entre ellos.

Cuando llegaron a las puertas de la villa, Suga sintió una presencia detrás de ellos. Se giró y vio a Hoseok, quien había regresado sin que él lo notara. Hoseok tenía una expresión seria, casi avergonzada.

—Suga, espera —dijo Hoseok, su voz grave y cargada de arrepentimiento—. Lo siento. Mi esposa... está fuera de control. No puedo justificar lo que hizo, y me disculpo profundamente por su actitud…

Suga lo miró fijamente. Con su rostro sereno y su mandíbula como si no supiera qué esperar de Hoseok. Su enojo seguía ahí, pero algo en las palabras de Hoseok le hizo detenerse.

—Acepto tus disculpas —dijo Suga con frialdad, pero con una calma que lo sorprendió a sí mismo. —Pero si alguna vez vuelves a permitir que trate así cualquier otra persona, no me volverás a ver.

Hoseok bajó la cabeza, avergonzado. Sabía que las palabras de Suga no eran vacías, y que había cruzado un límite que nunca debería haberse tocado.

—Lo sé —respondió Hoseok, su tono lleno de sinceridad. —Te lo prometo, no lo volveré a permitir. Lamento mucho que se tengan que ir…

Suga asintió con la cabeza y, sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y continuó su camino. Jimin caminaba junto a él, con la cabeza baja, aún luchando con la emoción que le causaba la situación. El silencio que se había instalado entre ellos era pesado, pero de alguna manera, la presencia de Suga lo calmaba.

A medida que se alejaban de la villa, Suga sentía una mezcla de frustración y alivio. Sabía que no podía cambiar lo que había pasado, pero algo había cambiado dentro de él. La necesidad de proteger a Jimin había despertado algo en él que no entendía completamente. A lo largo de los últimos meses, algo en su relación con Jimin había comenzado a transformarse, algo que él no había planeado, pero que ya no podía ignorar.

Y aunque los días por venir no serían fáciles, Suga estaba decidido a luchar por lo que sentía. No permitiría que Jimin siguiera siendo pisoteado. No importaba lo que tuviera que hacer, él estaba dispuesto a protegerlo, cueste lo que cueste…

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