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🏛️8🏛️


El sol de la mañana comenzaba a bañar las calles de la cuidad con una luz dorada que prometía un día caluroso. Las calles adoquinadas ya estaban llenas de vida. Los vendedores gritaban para anunciar sus productos, los esclavos cargaban jarras de vino o bolsas de grano, y las damas de la alta sociedad paseaban con sus esclavos detrás, cargando con sus compras. Entre el bullicio y la algarabía del mercado, el sonido de las ruedas de los carros mezclaba su estruendo con el murmullo constante de la multitud.

En medio de esa agitación, una figura imponente destacaba: una mujer de porte altivo y mirada dura. Era la esposa de Hoseok, conocida por su carácter severo y su lengua mordaz. Caminaba con pasos rápidos, como si el resto del mundo tuviera que adaptarse a su ritmo. Justo detrás de ella iba Jimin, un joven de apariencia delicada, cuya presencia parecía un tanto fuera de lugar en ese entorno.

Jimin llevaba una túnica sencilla, que aunque pulcra, lo hacía parecer aún más vulnerable entre la ostentación de los trajes de los demás. Sus ojos se movían nerviosos de un lado a otro, tratando de evitar las miradas curiosas y, sobre todo, los comentarios mordaces de la mujer que lo acompañaba.

—¡Camina más rápido, inútil! —espetó ella, girándose hacia él con un gesto de impaciencia.

El tono cortante de su voz hizo que varias cabezas se volvieran hacia ellos, pero nadie intervino. En aquella cuidad, las humillaciones públicas hacia la servidumbre eran un espectáculo común, y nadie osaría enfrentarse a alguien de su posición.

Jimin bajó la cabeza y apresuró el paso, sintiendo que cada palabra de la mujer era como una daga que perforaba su pequeño orgullo. Había aceptado acompañarla porque no tenía opción. Sabía que su relación con Suga no era más que una fachada, un arreglo que los protegía a ambos de un destino incierto, pero también los dejaba expuestos a situaciones como esta.

El mercado, normalmente lleno de colores, aromas y vida, le parecía ahora un lugar hostil. Los pregones de los comerciantes, los olores a especias y frutas frescas, e incluso el sonido de los músicos callejeros se mezclaban con las palabras hirientes de la esposa de Hoseok, que no perdía oportunidad para humillarlo.

En un puesto de frutas, la mujer tomó una granada madura y la sostuvo frente a Jimin.
—Mira esta fruta, tan roja, tan llena de vida. ¿No crees que es una metáfora perfecta de lo que tú no eres? Al menos esto sirve para algo.

El comerciante, incómodo, fingió no escuchar mientras Jimin se esforzaba por contener las lágrimas. No podía permitirse llorar frente a ella. Ya bastante humillación sentía con las miradas que lo rodeaban.

Mientras avanzaban por el mercado, la mujer continuó con sus comentarios mordaces. En un puesto de telas, tomó un rollo de seda púrpura y lo sostuvo frente a él con una sonrisa llena de desdén.
—¿Sabes qué haría esta tela aún más hermosa? Una mujer digna que la use. Alguien con curvas que inspire deseo.  ¿No crees? Aunque supongo que eso no es algo que puedas entender…

Jimin sintió un nudo en la garganta. No respondió, no porque no quisiera, sino porque sabía que cualquier palabra solo sería combustible para su cruel diversión. Bajó la mirada y apretó los puños, luchando por contener las lágrimas.

El camino de regreso a la villa fue un tormento. La mujer, al ver que Jimin no reaccionaba, intensificó sus comentarios, hablando de lo perfecto que era Suga y cómo merecía estar con alguien que le diera hijos fuertes y dignos. Cada palabra era como una estocada, pero Jimin seguía en silencio, manteniendo la mirada fija en el suelo.

Porque a pesar de que Suga solamente era su protector y salvador, ella tenía razón en todo lo que decía…

Cuando llegaron a la villa, el contraste con el bullicio del mercado era palpable. Todo estaba en calma, y el aire era fresco gracias a las sombras de los árboles que rodeaban el atrio. Suga estaba en la choza, comiendo después de un trabajo arduo junto a su amigo HoSeok. Vestía una toga blanca que realzaba su porte elegante y su expresión serena.

Al verlos entrar, Suga alzó la vista, y una sombra de preocupación cruzó su rostro al notar el estado de Jimin. Este tenía los ojos enrojecidos y la cabeza baja, como si cargara el peso del mundo sobre sus hombros.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Suga, dejando la comida de un lado y acercándose a ellos.

La esposa de Hoseok sonrió con fingida inocencia.
—Oh, nada importante. Sólo un malentendido en el mercado. Pero ya ves, querido, a veces es difícil lidiar con ciertas... fragilidades.

Con esa excusa, se retiró con una sonrisa triunfal, dejando a Jimin y Suga solos en el atrio.

Suga no dijo nada al principio. Sus ojos recorrieron a Jimin con detenimiento, notando los pequeños detalles que delataban su angustia: las lágrimas contenidas, la postura tensa, las manos ligeramente temblorosas. Finalmente, se acercó y levantó suavemente el rostro de Jimin, obligándolo a mirarlo a los ojos.

—Jimin —murmuró con suavidad, limpiando una lágrima que comenzaba a deslizarse por su mejilla. Su tono, normalmente distante, estaba cargado de una calidez que desarmó al joven por completo.

Jimin intentó hablar, pero las palabras se atascaron en su garganta. Finalmente, las lágrimas que había contenido durante todo el día comenzaron a caer sin control. Su cuerpo tembló ligeramente mientras el peso de la humillación lo sobrepasaba.

—Lo siento... —murmuró entre sollozos, sintiéndose avergonzado de mostrarse tan vulnerable.

—No tienes por qué disculparte —dijo Suga con firmeza, guiándolo hacia un banco cercano. Se inclinó ligeramente para estar a su altura y tomó su mano con delicadeza.

Por unos momentos, ninguno de los dos habló. El silencio era interrumpido solo por el suave susurro del viento que movía las hojas de los árboles. Finalmente, Suga rompió el silencio.

—Jimin, ¿quieres contarme qué pasó?

Jimin negó con la cabeza, incapaz de hablar. No porque no confiara en Suga, sino porque temía las consecuencias. Si Suga enfrentaba a la esposa de Hoseok, toda su seguridad podría estar en peligro. No podían permitirse hacer enemigos en su posición.

Suga suspiró profundamente, entendiendo las razones detrás del silencio de Jimin. Aunque no tenía todos los detalles, era evidente lo que había ocurrido.

—Escucha —dijo finalmente, su tono firme pero lleno de empatía—. Sea lo que sea, yo estoy aquí contigo para protégerte. Puedes confiar en mí porque yo confío en ti desde el día en que te rescaté…

Jimin levantó la mirada, sorprendido por esas palabras. En los ojos de Suga vio algo que nunca antes había notado: sinceridad…

Por un momento, el peso de su dolor pareció aliviarse, como si las palabras de Suga fueran un bálsamo para su alma herida.

Por primera vez en mucho tiempo, Jimin sintió que no estaba completamente solo. Y aunque el camino por delante sería difícil, en ese momento encontró un destello de esperanza que lo ayudó a calmar su corazón…

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