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En algún lugar de la cuidad de Roma…

Todo había ocurrido con una rapidez aterradora. Un grupo de hombres desconocidos lo había rodeado sin previo aviso, golpeado con fiereza y dejado inconsciente antes de raptarlo.

Despertó de golpe, sintiendo el frío helado de un balde de agua sobre su rostro. El cuarto estaba sumido en la oscuridad, iluminado solo por el débil resplandor de unas antorchas. El suelo estaba cubierto de paja, y el aire pesado de humedad y desolación lo rodeaba.

—¡Hey, arriba, grandulón! —gritaron con brusquedad, pateando su cuerpo sin compasión.

—¡Levántate y dinos qué relación tenías con el gladiador! —exigió uno de los hombres, mientras otro lo empujaba con el pie.

Aterrorizado, retrocedió hasta quedar encorvado contra la pared, sin poder escapar.

—Y-yo no sé de qué me hablan —balbuceó, temblando.

—Todos han dicho que él era tu amigo —replicaron, mostrando una actitud desconfiada.

—N-no es cierto —negó repetidamente con la cabeza, sudando frío—. É-el solo era mi compañero de trabajo.

Los hombres intercambiaron miradas llenas de escepticismo, y uno de ellos replicó con desdén:

—Entonces debes saber dónde queda su casa.

—Juro que no sé nada —respondió desesperado, su voz quebrada por el miedo.

De inmediato, una nueva cubeta de agua fría lo empapó, causando que su cuerpo se estremeciera violentamente.

—Si fuera tú, hablaría... si no quieres morir de frío —amenazó uno de los hombres, mirando al gladiador con una mezcla de diversión y maldad.

—B-but, no sé dónde es. Nunca lo mencionó... ni a mí ni a nadie —imploró, sintiendo el peso del pánico aplastándole el pecho.

—Mmm... —murmuraron los hombres, sin creerle, pero sin querer apresurarse a tomar decisiones.

—¿Tiene esposa? —interrumpió uno de ellos, con una mirada inquisitiva.

—No, Suga no tiene esposa. Es homosexual —respondió rápidamente, sin titubear.

—Entonces... ¿alguna pareja, hijos, familia? —preguntó otro de los hombres.

—Es soltero, no tiene hijos y, según lo que sé, es huérfano —contestó con firmeza, aunque su respuesta solo sembró más dudas entre ellos.

—Creo que en realidad sabes su ubicación, pero no quieres ayudarnos —dijo uno de los hombres, caminando hacia él y sacando su espada con una amenaza silenciosa. La hoja brilló bajo la tenue luz de las antorchas, afilada y peligrosa.

El gladiador, con el cuerpo aún débil y aturdido, apenas podía mantener la compostura. Los golpes recibidos y su estado de embriaguez le impedían reaccionar con la rapidez que normalmente habría tenido.

—No creo que haga falta la violencia, Luiggi —dijo otro de los hombres, que parecía más tranquilo—. Él hablará. ¿Verdad? —añadió, mirando al gladiador con una leve sonrisa, que se sintió más como una amenaza.

El joven asintió, casi automáticamente, en un intento de calmar la situación, aunque sus ojos mostraban un temor palpable.

Los hombres entonces le arrojaron una bolsa pesada. El tintineo de las monedas resonó en el aire, llenando el espacio de una promesa inquietante.

—¿Q-qué es esto? —preguntó, tomando la bolsa con manos temblorosas mientras la observaba con cautela.

—Tómala. A cambio de la ubicación del gladiador —ordenó uno de los hombres, mientras el resto lo observaba fijamente.

El gladiador se quedó callado por un momento, el dilema torciendo su mente. Si entregaba la información, quizás podría salvarse, pero también traicionaría a Suga, el hombre que lo había protegido. Un sudor frío recorrió su frente, pero la tentación del oro fue más fuerte que su moral...

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Mientras tanto, fuera de la choza, Suga no descansaba. El amanecer aún no había llegado, pero él ya se mantenía alerta, vigilando desde la entrada de su casa, atento a cualquier movimiento.

De vez en cuando, se asomaba hacia adentro, asegurándose de que Jimin dormía tranquilo. Aunque sentía una leve paz al ver al joven dormir, también sabía que el peligro nunca desaparecía.

Pero al levantar la mirada hacia el horizonte, un mal presagio lo invadió. Una multitud furiosa atravesaba el bosque, armada con tridentes y antorchas, avanzando hacia su hogar.

Inmediatamente, Suga se levantó y corrió al interior de la choza, apresurándose a guardar lo que pudiera. Sus manos movían las pertenencias con rapidez, mientras su corazón latía desbocado. Sabía que el peligro había llegado.

Jimin despertó, confundido por el bullicio que provenía del exterior.

—¿Q-qué sucede? —preguntó, aún aturdido por el sueño.

—¡Nos han encontrado! —gritó Suga, sin perder tiempo—. Hay que irnos. ¡Levántate y ayúdame!

Jimin se levantó lentamente, pero se quedó allí, parado, mirando a Suga con los ojos llenos de miedo.

—¿Q-qué haces ahí parado? ¡Muévete! —Suga lo reprendió, su tono urgente.

—E-es que... —Jimin tragó saliva, conteniendo las lágrimas—. Me entregaré. —Su voz temblaba, y sus palabras causaron que Suga se detuviera en seco.

—¡¿Qué estás diciendo?! —exclamó Suga, furioso y sorprendido.

—L-le he traído muchos problemas. Si me entrego, podrás limpiar tu nombre. Podrás volver a ser un gladiador —dijo Jimin, su rostro marcado por la desesperación. Rompió a llorar, dejando que las lágrimas cayeran por su rostro.

—¡¿Crees que me perdonarán por entregarte?! ¡Esos sádicos prefieren vernos muertos en el Coliseo antes que perdonarme! —Suga gritó, su voz llena de ira y frustración.

—P-pero... —Jimin se acurrucó, evitando la mirada de Suga—. No quiero que te lastimen...

Suga se acercó rápidamente a él, tomando su rostro con firmeza para forzarlo a mirarlo.

—¡Escucha! No tenemos tiempo. Están pisando nuestros talones. Si de verdad no quieres que me lastimen, ¡ayúdame a empacar y vámonos! ¡¿Oíste?! —Su tono era duro, pero había una desesperación oculta en su mirada.

Jimin asintió rápidamente, comprendiendo que no había otra opción. Juntos, comenzaron a guardar lo esencial en los morrales: algo de ropa, armas, dinero.

Pero en medio de la prisa, Jimin comenzó a marearse. Si no hubiera sido por Suga, que lo atrapó antes de que cayera al suelo, el joven habría quedado tendido en el suelo.

—¡Niño! ¿Estás bien? —preguntó Suga, preocupado.

—S-si, lo lamento. Solo estoy... algo asustado. —Jimin luchaba por mantenerse firme, aunque su cuerpo temblaba.

Suga entendió que no era solo el miedo lo que lo afectaba, sino también las heridas no tratadas y el efecto del alcohol que había bebido horas antes. No podía hacer mucho al respecto, pero su prioridad era sacarlos de allí.

Con todo listo, Suga cruzó las correas de los morrales y se dirigió a la pared más cercana, pateándola con fuerza. La pared se desplomó, creando un agujero por el que se podía ver el oscuro bosque que se extendía más allá de la casa.

—Vamos —dijo Suga, tendiendo su mano hacia Jimin—. Por favor, no hagas que mi sacrificio sea en vano. Ven.

Jimin vaciló por un momento, pero entonces recordó todo lo que Suga había hecho por él, todo lo que había arriesgado. No podía traicionarlo ahora...

Sin pensarlo más, tomó la mano de Suga y juntos corrieron hacia el bosque oscuro, dejando atrás la furia de la multitud y la choza que los había acogido.

Ambos sabían que su huida era solo el principio de una lucha mucho mayor que se avecinaba. Sin embargo, al menos por ahora tendrían una oportunidad para empezar de nuevo…

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