🏛️ 3 🏛️
Caminaba a paso lento por el bosque, con la capa ondeando suavemente al ritmo de la brisa nocturna. La luna llena proyectaba su luz plateada, filtrándose entre las copas de los árboles, creando sombras danzantes sobre el suelo. A pesar de la oscuridad, el camino era claro y familiar, como si la misma naturaleza lo guiara. Estaba cerca de su hogar, una pequeña choza oculta en lo profundo del bosque, un refugio apartado de los ojos curiosos de los demás. Aquí encontraba la calma, un respiro en medio de una vida marcada por la violencia y la incertidumbre.
El sonido de sus pasos sobre el suelo húmedo le pareció reconfortante. Durante días había estado recorriendo ciudades llenas de tensión, lidiando con las miradas de desconfianza, las amenazas veladas, y las luchas que no le pertenecían. Pero ahora, en este lugar solitario, podía respirar, aunque solo fuera por un momento.
Al llegar a la puerta, la abrió con cuidado, sintiendo el frío del hierro contra su palma. La cerró tras de sí con un suave clic, un sonido que parecía simbolizar la separación entre el mundo exterior y su refugio. Pero cuando alzó la mirada, lo vio: el joven de cabello rosado lo observaba en silencio desde el rincón más oscuro de la sala, su figura apenas visible en la penumbra.
—¿Qué se supone que haces aquí? —preguntó Suga, entrecerrando los ojos con una mezcla de sorpresa e irritación. Había algo inquietante en la quietud del lugar, y no esperaba encontrar a Jimin en su hogar, a solas.
—Estoy limpiando —respondió el joven, levantando la garra con la que había estado sacudiendo el polvo de una mesa cercana. La sala era pequeña, con muebles modestos y un aire descuidado que de alguna forma hacía que se sintiera como si la choza perteneciera a un hombre sin ataduras.
Suga suspiró, resignado ante la imagen de Jimin, que parecía tener una necesidad incontrolable de hacer las cosas a su manera.
—No hacía falta —dijo, avanzando con paso firme, acercándose a la mesa. No le molestaba que limpiara, pero sí que lo hiciera en su presencia, como si de alguna manera estuviera invadiendo su espacio personal.
La choza era tan sencilla como funcional. Un pequeño comedor al centro, una mesa con sillas que apenas se utilizaban, una cama sencilla en un rincón y, en la esquina opuesta, una ventana que dejaba ver los árboles que rodeaban la choza. La vida de un gladiador no tenía espacio para lujos, y Suga no veía la necesidad de complicarse con adornos innecesarios. Sus días pasaban más rápido de lo que le gustaría, y en su refugio apenas tenía tiempo para descansar.
—Ya deja eso. Siéntate —ordenó mientras se sentaba en la silla, observando a Jimin sin mucha paciencia. No sabía cómo ese joven lograba hacerle sentir tan desconcertado. ¿Por qué siempre tenía que meterse en todo? Si bien Suga no había pedido ayuda, algo en la actitud de Jimin parecía impulsarlo a actuar de esa manera, como si fuera inevitable.
Jimin dejó la tarea que se había autoimpuesto y, con un leve suspiro, se acercó al comedor y se sentó frente a Suga. Los dos se quedaron en silencio por un momento, el murmullo del viento fuera de la choza creando una atmósfera de tranquilidad que parecía fuera de lugar dado lo que había ocurrido en las últimas horas.
—¿No has escuchado nada extraño? —rompió el silencio Suga, su voz algo tensa. Sus ojos recorrían la estancia, buscando cualquier indicio que pudiera significar un peligro inminente.
—¿Extraño cómo? —respondió Jimin, mirando a Suga con confusión. No comprendía exactamente qué era lo que el otro temía. No había nada fuera de lo normal.
—No sé, pasos, gritos... Una multitud enfurecida afuera de la casa. Algo que te haga pensar que no estamos tan seguros —Suga lo miró fijamente, y por un breve momento, Jimin pudo ver una faceta de él que rara vez salía a la luz: la preocupación. En un mundo como el de Suga, preocuparse por algo tan simple como su seguridad era un lujo que solo los débiles se permitían.
—No, todo en orden. ¿Y tú? ¿Todo bien? —Jimin se encogió de hombros, tratando de no revelar demasiado sobre lo sucedido en la ciudad. No quería preocupar a Suga innecesariamente.
—Me alegro... —Suga suspiró aliviado, dejando un trozo de pan frente a Jimin. El joven comenzó a comer con lentitud, como si intentara procesar todo lo que había pasado en las últimas horas.
—Gracias —murmuró Jimin, masticando el pan. El gesto de Suga era simple, pero significaba más de lo que las palabras podrían expresar. Estaba agradecido, y eso lo hacía sentir incómodo de alguna forma, como si debiera algo que no sabía cómo devolver.
—Mhm... —Suga asintió en respuesta, sirviendo vino para ambos. El sonido del líquido al caer en los vasos llenó el espacio con una sensación de tranquilidad temporal. No era un gran gesto, pero en ese momento, el pequeño acto parecía ser todo lo que necesitaban.
—Gracias por todo lo que estás haciendo —dijo Jimin, su voz cargada de una sincera gratitud que hizo que Suga mirara hacia otro lado, incómodo ante la intensidad de sus palabras.
—Ya me lo habías dicho. No hace falta que lo repitas. Es... incómodo —respondió Suga, evitando la mirada de Jimin. No era que no valorara la gratitud, pero había algo en ese joven que hacía que todo pareciera más personal de lo que realmente debería ser.
—De acuerdo... —Jimin bajó la cabeza, avergonzado por la reacción de Suga. No era su intención incomodarlo, pero a veces no podía evitar expresar lo que sentía.
El silencio volvió a apoderarse de la habitación. Ambos hombres, cada uno atrapado en sus propios pensamientos, compartían un espacio que, a pesar de su simplicidad, sentía como un refugio más seguro que cualquier otro lugar que pudieran haber encontrado. Los ojos de Suga se desvió hacia la copa de vino de Jimin, que permanecía intacta, olvidada sobre la mesa.
—¿No vas a tomar? —preguntó Suga, notando que el joven no tocaba la copa.
—Nunca he bebido —respondió Jimin, sin mirarlo. El joven parecía incómodo al mencionar sus costumbres, como si sus propios límites fueran una barrera que no deseaba cruzar.
—No creo que una copa de vino vaya a arruinar nada —dijo Suga con una sonrisa sarcástica, levantando su copa hacia sus labios. Para él, una copa de vino era solo eso, una copa.
—No lo sé... —Jimin se encogió de hombros, mirando la copa sin saber exactamente qué hacer con ella. —Realmente no me llama la atención beberlo.
—Entonces, más para mí —dijo Suga, levantando la copa de Jimin para probarla él mismo. Pero antes de que pudiera, Jimin la agarró con rapidez, evitando que el pelinegro se apoderara de ella.
—Tal vez tomaré sólo un poco... —murmuró Jimin, decidido a no rechazar el gesto tan sencillo de Suga. Después de todo, si él lo ofrecía, debía haber una razón detrás de ello.
—No tienes que hacerlo si no quieres —Suga respondió, su voz un poco más suave, como si en ese momento realmente quisiera evitar que Jimin hiciera algo que no quisiera.
—¡Sí, sí quiero! —respondió Jimin con más energía de la que Suga esperaba, tomando la copa y llevándola a sus labios. Bebió de un solo trago, el vino resbalando por su garganta con un sabor fuerte y extraño, pero agradable.
—¿Y? —preguntó Suga, observando a Jimin, que dejó la copa sobre la mesa con una expresión ligeramente tonta. Los ojos de Jimin se encontraron con los de él, y Suga notó que sus mejillas comenzaban a teñirse de rojo, un signo evidente de que el vino estaba comenzando a hacer efecto.
—S-sabe rico... —dijo Jimin, sonriendo torpemente mientras se relamía los labios. Estaba completamente despreocupado, y eso solo aumentaba la incomodidad de Suga.
—Ay... —Suga suspiró, frotándose la frente mientras comenzaba a sentirse más responsable de lo que había hecho.
—¿Me das más...? —preguntó Jimin, levantando la copa vacía con una mirada brillante de emoción. Se había dejado llevar por el momento y ya no podía detenerse, aunque su cuerpo comenzaba a tambalearse ligeramente.
—No, ya no —respondió Suga rápidamente, quitándole la copa antes de que pudiera insistir.
—¿Por qué? —Jimin hizo un puchero en sus labios, mirando a Suga con una expresión de leve frustración, pero este no cedió. Ya sabía que no debía dejar que Jimin siguiera bebiendo.
—Con una copa ya estás tambaleándote —dijo Suga, levantando a Jimin que apenas podía mantenerse en pie. El joven se apoyaba en él, confiando en que lo sostendría. —No quiero ver qué pasa con más vino en tu cuerpo.
—¿Por qué eres tan malo conmigo, Señor...? —murmuró Jimin, entrecerrando los ojos con una expresión confusa, pero la queja en su tono hizo que Suga no pudiera evitar una sonrisa leve.
—No puedo creer que con una sola copa te hayas emborrachado... —Suga murmuró, con una mezcla de incredulidad y preocupación. Caminó hacia la cama, ayudando a Jimin a sentarse.
—¡Responde a mi pregunta! —insistió Jimin, tratando de mantenerse despierto, pero sus palabras comenzaban a ser cada vez más incoherentes.
—No soy malo, así soy yo. Mi personalidad es fría. No nací para cambiar pañales, nací para asesinar y entretener a la gente perversa que disfruta ver sangre en el coliseo. Así que será mejor que te acostumbres. —Suga soltó las palabras con dureza, pero en el fondo sabía que no quería herir a Jimin. La verdad, aunque dura, era todo lo que podía ofrecerle.
Jimin se quedó inmóvil, procesando las palabras de Suga. El vino lo hacía sentir ligero, pero algo en el tono de Suga lo hacía reflexionar sobre las palabras que acababa de escuchar. Quizás no podía entender todo lo que implicaban, pero sabía que algo muy profundo se ocultaba tras ellas. Sus ojos se cerraron poco a poco mientras su mente comenzaba a apagarse.
—Ya tengo sueño... —Jimin dijo en un susurro, dejando escapar un pequeño bostezo mientras su cuerpo caía hacia la cama. Se acomodó bajo las mantas, sintiendo cómo el cansancio lo envolvía, ya sin fuerzas para continuar con la conversación.
—¿Dónde dormirás tú? —preguntó Jimin, de repente consciente de que solo había una cama en la choza. No sabía si Suga estaría dispuesto a compartirla, pero al menos la pregunta flotaba en el aire.
—Dormiré cuando te despiertes —respondió Suga, evitando mirarlo mientras se acercaba a la ventana. Había algo que no podía dejar de hacer, y era vigilar. Algo seguía fuera de lugar.
—¿Te desvelarás? —Jimin preguntó, su voz apagada por el sueño.
—Sí, ya duérmete. —Suga le acomodó la manta sin mucha delicadeza. El joven se acomodó, y Suga lo observó durante unos momentos antes de salir de la choza, tomando su copa de vino y quedándose en la entrada. Sabía que aún no podía descansar. El peligro acechaba y no podía permitirse bajar la guardia.
Solo esperaba que los guardias tardaran más en dar con su hogar. Necesitaba más tiempo para encontrar un nuevo lugar donde esconderse…
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro