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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟑𝟓.๋⭑

ㅤ𝚃ㅤ𝙾ㅤ𝙱ㅤ𝙸ㅤ𝚁ㅤ𝙰ㅤ𝙼ㅤ𝙰ㅤ ⭑

Las puertas corredizas se deslizaron con un sonido seco, y el característico murmullo de la noche se coló por el umbral. Tobirama Senju se quitó el haori manchado de polvo y lo dejó colgado con precisión en el perchero de la entrada. Había regresado un día antes de lo previsto. Un gesto que, en cualquier otro hombre, habría sido por simple cansancio; pero en Tobirama, respondía más a una inquietud mal disimulada: sabía que algo andaba distinto desde que se fue.

El olor a estofado de raíz de loto con carne asada lo golpeó como una bofetada cálida. Frunció el ceño, desconcertado. ¿Cena especial? ¿Un visitante importante? El silencio habitual de su hogar se veía interrumpido por risas suaves, el tintinear de platos y un tono más alegre de lo normal. Caminó hacia el salón principal sin anunciarse. Y entonces los vio.

Sentados en el tatami, alrededor de la mesa cuidadosamente decorada, estaban su hermana menor, Hayami, luciendo un delicado kimono color azul que no solía usar a diario. A su lado, Mito Uzumaki —su cuñada en unos días— sonreía con esa calma elegante que siempre la envolvía. Frente a ellas, Hashirama, con su típico porte desaliñado y buena energía. Y un joven pelirrojo más callado pero animado: Sota Uzumaki.

Cuatro pares de ojos lo miraron al instante.

—¡Tobirama! —exclamó Hayami, poniéndose de pie rápidamente—. Llegaste más temprano de lo que esperábamos.

—Buenas noches —dijo él, con su tono habitual: formal, seco y evaluador.

Hashirama se rascó la nuca, sonriéndole... quizá demasiado pese a ser muy habitual en él.

—Oye, hermano, queríamos darte una pequeña bienvenida. Hayami insistió —añadió, intentando ser mediador desde el primer segundo.

Tobirama no respondió de inmediato. Su mirada recorrió la mesa, las flores dispuestas con esmero, los platos cuidadosamente alineados, la tetera de cerámica de mejor calidad. Esta no era una cena improvisada. Era una cena significativa.

Se acomodó en el cojín de la mesa sin quitarse del todo la tensión de los hombros. Su rostro, aunque sereno, conservaba ese aire de observación constante. Era un hombre acostumbrado a leer entre líneas, a oler la pólvora antes de que estallara. Sin embargo en ese momento, eligió actuar como si no notara nada.

—Huele bien —comentó mientras servía un poco de té en su taza—. ¿Celebramos también el compromiso de Hashirama?

Hayami se tensó ligeramente al escucharlo. Estaba sentada justo frente a él, y aunque mantenía una sonrisa amable, sus ojos ámbar delataban algo más. Inquietud. Expectativa. Ansiedad.

—Ambas cosas, supongo —respondió con una sonrisa pequeña, muy correcta para ser natural—. Me pareció buena idea que todos estuviéramos juntos.

—Y también que conocieras a Sota —comentó Mito con su voz calmada, intentando dar naturalidad a la escena—. Mi hermano ha decidido quedarse permanentemente aquí, en Konoha.

Sota asintió, levantando ligeramente su copa.

—Un honor, señor Tobirama. Hashirama y Hayami me han hablado mucho de usted.

El Senju asintió en silencio. No era alguien de largas presentaciones.

Mientras la comida comenzaba a servirse, Hashirama se encargaba de que el sake corriera por la mesa. Hablaba con su típica efusividad, queriendo mantener el ambiente relajado. Pero Tobirama, en lugar de relajarse, afilaba su percepción.

Los ojos le regresaban a Hayami.

Ella no hablaba demasiado, mas cuando lo hacía, su voz era suave, templada. A veces desviaba la mirada hacia la puerta. Otras, sus dedos jugueteaban con el borde del cuenco. Su postura estaba ligeramente rígida. No comía con la misma concentración de siempre. Y lo más importante: evitaba verlo a toda costa y, si lo hacía, era con una expresión culpable.

—¿Va todo bien, Hayami? —preguntó de pronto, con un tono neutro, preciso.

La kunoichi alzó la cabeza al instante.

—¿Eh? Sí. Claro. Todo bien —respondió de inmediato, con una sonrisa que no convenció a nadie... o al menos no a su hermano.

—Pareces distinta —agregó él, inclinando levemente el rostro—. ¿Estás esperando algo?

—O a alguien —añadió Hashirama, intentando bromear, pero su voz sonó más nerviosa de lo que habría querido.

Mito lo miró con una ligera advertencia en los ojos.

—Es la emoción de tener a todos reunidos otra vez —dijo, interviniendo con elegancia—. Hemos pasado por muchas cosas estos meses.

Tobirama aceptó el comentario con una inclinación de cabeza, pero no apartó la mirada de su hermana. Algo en su intuición comenzaba a formar la silueta de una sospecha. Esa tensión bajo la superficie. Esa copa de sake que nadie tocaba. Ese cojín reservado. Y sobre todo, esa forma casi imperceptible en que Hayami intentaba ocultar que su corazón estaba latiendo más rápido de lo normal.

«¿Qué te traes entre manos, hermana...?», pensó.

El silencio se alargó por unos segundos, hasta que Hashirama rompió la tensión con una risa exagerada.

—¡Vamos, comamos! ¡Antes de que el estofado se enfríe y Tobirama lo critique como en los viejos tiempos!

Todos rieron, y la cena retomó su ritmo... aunque sea en apariencia. Pero la mirada del Senju de cabello blanco no se apartó de la silla vacía.

Afuera, el viento comenzó a moverse con más fuerza. Un sonido simple, cotidiano. No obstante, en ese instante, resonó como el eco de un trueno. Todos en la mesa miraron hacia el mismo punto.

La silueta se dibujó contra la luz de la tarde. Alta. Erguida. Con el manto negro ondeando suavemente por la brisa: Madara Uchiha.

Entró con pasos firmes, como si aquella casa no le intimidara en absoluto. Su rostro era serio, inexpresivo. Ni una emoción se le escapaba por los ojos oscuros, pero cualquiera que lo conociera bien sabría que estaba en tensión.

Especialmente cuando vio que Tobirama ya estaba allí.

—Disculpen la demora —dijo con voz grave, sin una pizca de incomodidad aparente—. Se alargó una reunión más de lo esperado.

Hayami se levantó al instante.

—Te estábamos esperando —musitó ella, conteniendo una sonrisa demasiado ancha.

Él asintió, y sus ojos se suavizaron apenas al verla, pero en seguida volvió a adoptar su postura imperturbable al notar que Tobirama lo observaba como un halcón.

—Madara —dijo el Senju menor, con una voz cortante, cargada de significado—. No sabía que ibas a unirte a la cena.

—Tampoco creí que estuvieras aquí —contestó Madara, sin perderle la mirada—. No te preocupes, no planeó quedarme mucho tiempo.

Tobirama desvió lentamente la mirada hacia su hermana. Su expresión era indescifrable.

—Qué considerado —dijo finalmente, aunque no sonaba precisamente complacido.

Hashirama rió, intentando suavizar el aire que, poco a poco, se volvía irrespirable.

—Vamos, vamos. Todos estamos aquí. Ya estamos grandes para pelearnos por una cena, ¿no?

Madara se sentó junto a Hayami. El roce de sus piernas bajo la mesa no fue intencionado... o quizá sí. Pero ella no se apartó. Tampoco él. Como si ese pequeño contacto los mantuviera anclados a algo que nadie más en esa habitación podría entender.

Tobirama los miró a ambos. Uno a uno. Hayami, que sonreía más de lo habitual. Madara, que no le quitaba los ojos de encima. La tensión entre ellos era palpable, como una cuerda que acababa de tensarse sin avisar.

Y entonces lo supo. No era una suposición, ni una idea. Acababa de descubrir la verdad: Madara Uchiha y su hermana... tenían algo, una relación quizás.

—¿Quieres más arroz, Tobirama? —preguntó Hayami con una sonrisa amable, sosteniendo el cuenco a medio llenar.

—Estoy bien. —La respuesta fue seca. No brusca, pero sí cortante.

Ella suspiró, bajando el menaje. No era tonta. Sabía que su hermano estaba analizando cada palabra, cada gesto.

Trató de mantener la conversación ligera. Les preguntó a Mito y Sota sobre su viaje desde Uzushiogakure, habló sobre los preparativos del kimono de boda, incluso se atrevió a comentar algunas reformas en el hospital que estaban por iniciar. Pero Tobirama apenas respondía con cortas palabras.

Y Madara no era de gran ayuda. Aunque se mostraba neutral, su simple presencia bastaba para que el ambiente se mantuviera con esa carga sorda que solo un Uchiha podía traer a una cena Senju.

Hasta que el silencio fue tal que Hayami supo que ya no podía seguir fingiendo.

Inspiró hondo. Su voz, aunque suave, fue clara:

—Tobirama... hay algo que debo decirte.

Mito bajó sus palillos con delicadeza. Sota levantó la ceja. Hashirama cerró los ojos, resignado. Ya todos lo sabían. Era inevitable.

—Madara y yo... —comenzó Hayami, jugando con sus dedos— estamos juntos, somos una pareja.

Tobirama la observó, sin pestañear.

—¿Desde cuándo?

—Hace poco. No fue planeado, simplemente... pasó —musitó, evitando mirarlo directo a los ojos.

—¿Y crees que es una buena idea? —La frialdad en su voz heló el aire.

Antes de que Hayami respondiera, la mirada de Hashirama se clavó en su hermano. Había dejado de sonreír. Sus cejas fruncidas, su expresión seria, marcaban un contraste total con su usual jovialidad.

—Tobirama —dijo con voz firme—. Basta.

Él lo miró. Fue apenas un cruce de miradas, pero uno que bastó para cortar cualquier argumento que estuviera por salir de sus labios.

La tensión quedó en pausa.

—Entiendo —dijo al fin, en un tono que no ocultaba su desagrado—. Es tu decisión, Hayami.

Ella asintió con una sonrisa agradecida, aunque también con una sombra de tristeza. Porque sabía que, a pesar de que sus palabras fuesen diplomáticas, el juicio de Tobirama no cambiaría fácilmente.

La cena continuó con cierta calma, más distante. Ninguno pronunció ninguna palabra hasta que terminaron su plato. Después de un par de horas, el primero en pararse fue Madara, quien tomó el menaje y lo llevó a la cocina. Miró a los invitados y se despidió de ellos.

—Debo irme; fue una buena cena —dijo, mirando a Hayami—. ¿Vienes conmigo?

Ella asintió sin dudarlo.

Caminaron juntos hacia la salida. Mito le deseó suerte con una sonrisa tenue. Sota la observó con una mezcla de sorpresa y diversión.

Sin embargo, mientras pasaban junto a Tobirama, él se puso de pie.

—Hayami —llamó, sin mirarla.

Ella se detuvo. El Uchiha también, como un reflejo.

Tobirama levantó los ojos y los clavó en él.

—Puedo aceptar esto. Pero no te equivoques, Madara. No lo hago por ti.

Hubo un silencio tenso. Madara alzó una ceja.

—No me sorprende —respondió.

—Ella es mi hermana. Si en algún momento la haces sufrir... no tendrás que preocuparte por el clan Senju. Tendrás que preocuparte por mí.

Madara sostuvo la mirada. No con burla, ni con hostilidad. Solo con esa calma calculada que lo caracterizaba.

—Tendrás que hacer fila —dijo, y luego miró a Hayami—. Porque yo mismo no me lo perdonaría.

El silencio que siguió fue cortado por el suave sonido de la puerta deslizándose. Salieron al frescor de la noche, donde el murmullo de las luciérnagas y el aire frío contrastaban con el calor que se había quedado en la mesa.

Hayami exhaló, en un suspiro largo.

—Y así, sobrevivimos a la primera cena —murmuró con una sonrisa.

Madara la miró de reojo y, sin decir nada, entrelazó sus dedos con los de ella.

La pareja salió de la casa, dejando al resto con mucha intriga respecto a Tobirama, quien permanecía quieto y cabizbajo.

Los pasos de él resonaron con fuerza medida mientras subía las escaleras. El crujir de la madera bajo sus pies fue lo último que se escuchó antes de que se cerrara la puerta de su habitación con un clic seco, como si con ese sonido sellara también sus pensamientos.

En el comedor, el ambiente quedó suspendido, como si aún flotara en el aire el eco de su desaprobación.

Sota se dejó caer en uno de los cojines con un largo suspiro, jugando con uno de los palillos que había dejado junto a su plato.

—Bueno... —dijo, alargando la palabra como si masticara su opinión—. No creí que los vería juntos, en esta situación. Honestamente, pensé que Tobirama explotaría antes.

—Casi lo hace —murmuró Hashirama, frotándose el rostro con ambas manos y luego riendo con nerviosismo—. Pero lo controló, ¿viste eso? Estoy impresionado. Y un poco asustado.

Mito le lanzó una mirada suave, divertida, mientras recogía algunos platos.

—Fue mucha tensión para una sola noche —comentó ella—. Aunque supongo que era inevitable. ¿Tú qué piensas, hermano?

Sota se cruzó de brazos, mirando el techo con aire pensativo.

—Lo digo con todo el respeto del mundo... esos dos dan miedo —soltó sin filtro, y luego se encogió de hombros—. Y eso que solo compartimos media hora de mesa, imagínate una eternidad. Pero supongo que Hayami tomará el control de esto... no se puede quedar así siempre.

—Exacto —confirmó Hashirama con una sonrisa cómplice—. Tal vez tomará más discreción por nuestro hermano. Bueno, cuando uno ve cómo se miran... ya no queda nada que decir.

Mito asintió, aunque su sonrisa se volvió más tenue, más pensativa. Recogió una taza vacía, la limpió con cuidado, y murmuró:

—Me preocupa lo que venga después.

—¿Por Tobirama? —preguntó Hashirama.

—Por los demás —aclaró ella—. Algunos miembros del clan Uchiha... aún tienen prejuicios muy fuertes contra los Senju. Y aunque Madara sea el líder, no siempre puede controlar lo que dicen o hacen los miembros de este.

Sota se cruzó de brazos otra vez, esta vez con seriedad.

—¿Y si se meten con ella?

Mito dejó la taza en su lugar y miró a su hermano directamente.

—Estoy segura de que él la va a proteger, incluso si se opone a todo su clan... aunque le podría traer muchos problemas.

Hashirama guardó silencio. Sabía bien lo que su prometida quería decir. Lo mismo había pensado él más de una vez. Madara era fuerte, muy fuerte, pero no todos los lazos se forjaban con fuerza bruta. A veces, las palabras podían cortar más profundo. Y Hayami ya había sido herida muchas veces.

Sota rompió el silencio con un tono más ligero:

—En todo caso, nosotros también la defenderemos. No están solos, los apoyamos. ¡Y obligaremos a su hermano canoso a hacerlo también!

Mito asintió, con una sonrisa que ahora sí alcanzó a brillar.

—Eso es lo más importante.

—2242 palabras.

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