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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟑𝟒.๋⭑

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Hayami abrió los ojos lentamente, parpadeando al ver cómo los rayos dorados se colaban entre las persianas. Por un instante, pensó que seguía soñando. Que aún estaba en la orilla del río, con las piernas desnudas acariciadas por el agua, y Madara frente a ella, susurrando palabras que aún le erizaban la piel.

Pero no. Estaba en su habitación.

Y sin embargo, todo había cambiado.

Giró sobre el futón, abrazando una de las almohadas mientras reprimía una sonrisa boba, inútilmente. Una carcajada baja se le escapó y apretó el rostro contra la tela.

—Estoy... enamorada —susurró, sin miedo, sin dudas, por fin.

No era una adolescente emocionada por una ilusión fugaz. Era una mujer que había amado en silencio por años. Que lo había perdido. Que había fingido olvidarlo. Que lo había visto partir, regresar. Que había enterrado sus sentimientos y se había convencido de que debía vivir para otros... no para ella misma.

Y aun así, Madara la había elegido a ella; y ella, lo había escogido a él.

Recordó la forma en que sus ojos la miraron esa noche. No como líder, no como Uchiha, no como un hombre endurecido por la guerra... sino como él. Solo Madara. Recordó el roce de sus labios, tan contenido, tan necesitado, tan real. La forma en que la sostuvo cuando ella pensó romperse.

Se sentó en el futón, apretando una mano contra su pecho.

—No puedo creerlo...

Estaba enamorada. Verdaderamente. Sin reservas. Y lo mejor de todo: era correspondida.

Aquella mañana salió a caminar por la aldea con un paso más ligero de lo habitual, como si sus pies flotaran. Salía del hospital provisional, revisando unos pergaminos médicos, cuando alguien se le plantó delante.

—¿Desde cuándo sonríes así? —dijo una voz conocida con tono burlón.

Hayami se detuvo en seco, alzando la vista.

—Hashirama...

El líder Senju la miraba con una ceja alzada y los brazos cruzados.

—No es por nada, pero llevabas días con una cara de amargura que asustaría hasta a los más temerarios del clan Inuzuka. Y hoy amaneciste... ¿cómo decirlo? ¿esperanzada, casi enamorada?

Ella se tensó un poco.

—¿Qué tontería estás diciendo?

—¿Tontería? Venga, Hayami —dijo, rodeándola para caminar a su lado—. No me mires así, soy tu hermano. Sé cuando algo te pasa. Tienes esa mirada... como cuando eras niña y espiabas a mi socio... Solo que ahora, en lugar de espiar, parece que ya has decidido actuar.

Ella bufó, aunque sus mejillas se encendieron levemente.

—Estás viendo cosas.

—Ajá. Entonces explícame por qué tus ojos brillan cada vez que miras hacia el oeste... justo hacia el barrio Uchiha.

Se detuvo en seco.

Hashirama la miró de reojo, como quien lanza una carnada y espera.

—No estás insinuando... —comenzó ella.

—No estoy insinuando nada, estoy preguntando. ¿Tiene algo que ver con Madara?

Hayami tragó saliva.

—¿Con Madara? ¡Por supuesto que no!

—¿Segura? —Hashirama la observó con sospecha, acercándose con un gesto dramático—. Porque hasta hace unos días él estaba hablando de comprometerse con una joven de un clan aliado, todo muy correcto, todo muy lógico... Y ahora de pronto canceló esa reunión.

Ella se sobresaltó un poco, contuvo la respiración.

—¿Qué?

—¿No lo sabías? —Hashirama entornó los ojos—. Me dijo que no le interesaba casarse con ella. Que ya había... tomado otra decisión.

Hayami bajó la mirada de inmediato, sintiendo que el corazón se le agitaba en el pecho. Claro. Madara nunca había dicho nada, pero al parecer... también estaba tomando su camino. Su camino hacia ella.

—Y no me miraste a los ojos ni una vez desde que pregunté por él. Confirmadísimo. Están en algo —declaró Hashirama, cruzando los brazos con orgullo de detective.

—T-te equivocas —mintió ella, empujándolo suavemente mientras continuaba su camino, ahora más nerviosa que antes.

Pero su hermano no se quedó atrás.

—Solo digo que si vas a esconder a tu novio Uchiha, al menos no sonrías tanto cuando pienses en él. ¡Te delatas sola!

—¡Ya!, no tengo novio —gritó ella por encima del hombro.

Pero no se detuvo a escuchar la risa burlona de su hermano. Porque en el fondo... sí pensaba en él. Y el simple hecho de detenerse a hablar de él la hacía sentir como si caminara sobre nubes.

El día era claro y cálido en Konoha, con brisas suaves que agitaban las hojas de los árboles . La aldea aún se sentía en expansión, en constante crecimiento, pero también más viva que nunca. Sin embargo, la escena que se desarrollaba entre los hermanos Senju no tenía nada de tranquila.

—Ajá... claro —murmuró Hashirama, entrecerrando los ojos con esa expresión burlona que usaba cuando sabía que tenía razón y se divertía con la negación ajena.

—¡Basta ya! —Hayami se giró del todo, le apuntó con el dedo y bufó—. ¿No tienes una boda que planear? ¿Un clan que liderar? ¿Algún regalo que dar a tu prometida?

—¿Y perderme la oportunidad de confirmar que mi hermana menor tiene un romance con mi socio? ¡Jamás!

—¡No es un romance! —chilló, dándole un empujón leve al pecho de Hashirama.

—Oh, sí, claro —dijo él con tono teatral—. Son «amigos», como tú y ese tipo del clan Shimura, ¿no? Al que espantaste.

—¡Ese chico confundió mi nombre tres veces!

—Y tú confundiste los sentimientos de Madara durante una década, Hayami. Supéralo.

Hayami abrió la boca, mas no dijo nada. El silencio se apoderó de ella por un instante, tan repentino que hasta el viento pareció detenerse. Cerró la boca, luego frunció el ceño y dio media vuelta.

—No quiero hablar de esto.

Pero Hashirama ya no la escuchaba con claridad. La seguía a una distancia prudente, aunque disimuladamente, como si fuera un espía profesional... de hecho, más bien parecía una vieja chismosa. Su gran estatura y su manera de caminar —agachado, detrás de arbustos inexistentes— eran todo lo contrario a lo discreto.

Hayami caminó por el pequeño sendero que bordeaba los canales interiores de la aldea, rodeados de casas, y tomó un desvío que llevaba directo hacia el distrito Uchiha. Hashirama frunció el ceño al reconocer el camino.

—Ahí va —murmuró, y con torpeza absoluta, se escondió detrás de una carreta volcada con tablones. Asomó la cabeza justo a tiempo para ver a Madara.

El líder Uchiha estaba esperando en el umbral del distrito. De pie, con los brazos cruzados, la expresión seria y arrogante que lo caracterizaba... hasta que Hayami apareció.

En ese momento, sus ojos cambiaron.

No fue una sonrisa, porque Madara no sonreía con facilidad. Pero su mirada se ablandó, sus hombros descendieron un poco, como si su cuerpo entero se permitiera, por una fracción de segundo, descansar.

Y luego, la recibió. Ella se acercó, con paso aún tímido, determinada. Madara le rodeó los hombros con el brazo, como si fuera lo más natural del mundo.

Hashirama se atragantó con su propia respiración.

—¡Lo sabía...!

Contuvo un grito, se agachó más aún detrás de un arbusto y se llevó ambas manos al rostro. Estaba escandalizado, sorprendido... y, en el fondo, enternecido.

—Al fin, al fin mis plegarias tuvieron resultados.

Fue entonces cuando escuchó una voz detrás suyo:

—¿Y tú qué haces escondido en este arbusto?

—¡AH! —Saltó como si le hubieran clavado un kunai. Giró rápidamente y se encontró con Sota Uzumaki, comiéndose una brocheta de dangos, mirándolo con una mezcla de diversión y pena ajena.

—Cuñadito querido —dijo Sota, con una sonrisa burlona, que trataba de contener—, parece ser que te atrapé espiando a la parejita.

—¡No estoy espiando! Estoy... haciendo reconocimiento estratégico —corrigió Hashirama mientras se incorporaba, sacudiéndose las hojas de encima con la dignidad herida.

Sota masticó lentamente y luego preguntó, muy serio:

—¿Cuánto tiempo les das? Su noviazgo tiene futuro... espero.

—¡¿Lo sabías?!

—Obvio. ¿Tú no? —Sota ladeó la cabeza—. Tienen la sutileza de dos adolescentes enamorados. Y eso que Madara es más seco que una piedra.

—¡Yo soy el hermano mayor! ¡Debí ser el primero en saberlo! —Hashirama se tomó la cabeza con ambas manos, con dramatismo.

—Ni que fuera dificil notarlo... como sea, yo solo quiero saber el nombre de una chica que conocí hace poco —soltó Sota, como si nada—. La vi caminando por las calles. Tenía moretones... y algo en mí... no sé. Se sintió como un sello rompiéndose. Como si estuviera destinado a conocerla. Cuñadito, creo que me gusta.

—¿Qué estás diciendo?

—No sé si quiero abrazarla o construirle una casa con mis propias manos. Es... complicado. —Sota bajó la mirada y suspiró—. Me dieron ganas de acercarme, protegerla, cocinarle y pagarle terapia. Eso es amor, ¿verdad?

Hashirama lo observó con un dejo de compasión fraternal.

—Eso, querido Sota, es la definición de amor en su forma más trágica.

Volvieron la mirada hacia Madara y Hayami, que se perdían entre las callejuelas del distrito.

—¿Crees que se casen pronto? Necesito opiniones externas.

Sota tragó el último bocado de su dango antes de responder:

—Lo he visto mirarla cuando cree que nadie lo nota. Como si tuviera miedo de que ella desaparezca. Y también como si fuera lo más sagrado que tiene. Cuñadito, en definitiva, no la dejará ir.

Hashirama suspiró. Un poco más tranquilo.

—Espero que así sea. Solo queda estar detrás hasta enterarse de todo.

—Y a mí encontrar el nombre de esa chica —añadió Sota, ligeramente sonrojado.

—Te ayudaré a encontrarlo luego de esto, lo prometo.

Y, sin decir más, corrió detrás de ellos. No solo era el hecho de saber lo que ambos tramaban la razón por la que Hashirama los seguía, sino que también era una forma de cuidar a su hermana. Porque, detrás de las bromas que hacía, la preocupación estaba presente, el miedo a que —quizá— los clanes no estén preparados para aquella unión.

Llegó al destino de la pareja; nuevamente, ese río era testigo de todo. Presenció el primer encuentro, la última vez que se vieron y aún seguía presente.

El cielo tenía ese tono cálido entre anaranjado y rosado que anunciaba la cercanía del atardecer, y el río fluía tranquilo, cantando su murmullo constante entre piedras suaves. Y allí estaban ellos: Madara y Hayami, sentados en la orilla, hombro con hombro, las piernas apenas rozando el agua.

Ella reía bajito, cubriéndose la boca, mientras él, con una sonrisa apenas curvada —ese raro gesto que solo ella había aprendido a leer—, se dejaba llevar por la calma. Tenía la cabeza inclinada hacia ella, el cabello cayéndole por la frente, sus ojos recorriendo los gestos de la joven Senju con adoración silente.

—¿Sabes qué es lo más loco de todo esto? —susurró Hayami, sin mirarlo directamente—. Que después de tantas guerras... estoy aquí contigo, y no me siento culpable por sonreír.

Madara la observó en silencio por un momento.

—Siempre pensé que las guerras me robarían todo —dijo al fin, con esa voz baja que parecía vibrar desde el pecho—. Pero no me quitaron a ti.

Fue entonces cuando ella lo miró. Y cuando lo hizo, fue como si los años se comprimieran entre ellos: la Hayami niña, con su libro de medicina, y el Madara de ojos serios y corazón endurecido por la pérdida, se superpusieron a quienes eran ahora.

Y cuando él se inclinó lentamente hacia ella, acercándose con esa timidez inesperada en alguien tan orgulloso, sus rostros se rozaron apenas. El mundo parecía detenerse en esa exhalación compartida.

—Ay, no —musitó una voz no tan lejana—. No puede ser. ¡No puede ser!

Ambos se separaron de golpe. Madara soltó un suspiro entre frustrado y divertido, mientras Hayami escondía la cara entre las manos. Y allí, como una aparición celestial armada de escándalo, estaba Hashirama, con las manos en la cabeza y los ojos desorbitados.

—¡Están teniendo una cita! ¡Con agua, atardecer y todo!

—¿Qué demonios haces aquí? —rugió Madara, fulminándolo con la mirada mientras se ponía de pie.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que estaban saliendo! ¡Soy un genio, un profeta! ¡Aún mejor: un visionario! —Hashirama corría en círculos por la orilla como si hubiera ganado una batalla sin haber levantado un dedo.

—¡Hashirama! —gritó Hayami, roja como una amapola. Se había cubierto el rostro con ambas manos de nuevo—. ¡Arruinaste el momento!

—No, no, no, no —insistió él, levantando un dedo con solemnidad—. Solo estoy aquí para bendecir esta unión con mi presencia. De hecho... esto se convierte oficialmente en una cita triple.

—Cita de tres, idiota —corrigió Madara con desdén.

—¡Eso! —Hashirama se dejó caer junto a ellos, con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuera el celestino más feliz del mundo—. Vamos, ¡cuenten todo! ¿Desde cuándo están juntos? ¿Se besaron ya? ¿Cuándo es la boda? ¿Tienen nombres pensados para los niños?

—Hermano —suspiró Hayami con resignación, dejando caer la cabeza en el hombro de Madara.

Él, aunque visiblemente molesto, no se apartó. La dejó estar. Incluso levantó un brazo y la rodeó suavemente, sin decir nada. Era su manera de decir que no iba a salir corriendo, aunque tuviera que soportar al Senju entrometido más insoportable de la historia.

—¿Sabes qué? —dijo Hashirama, repentinamente más nostálgico—. Esto tenía que pasar. Siempre supe que terminaría así. Desde niños se los repetía.

—Creí que solo bromeamas —murmuró Hayami, sin moverse del hombro de Madara.

—¿Tú crees que no me di cuenta de las cartas que escondías en tu habitación? —la miró con una ceja alzada—. Te pasabas tardes enteras escribiendo. Y tú, Madara, siempre preguntando si ella vendría a los encuentros secretos. Hasta cuando sabías que estaba enferma.

Madara bajó la mirada, incómodo. Una sombra cruzó su rostro. No por vergüenza, sino por ese sentimiento que aún le dolía: la distancia, las veces que no pudo verla, lo que creía haber perdido.

—Las guardé todas —susurró Hayami entonces, sin levantar la cabeza—. Las cartas que te dediqué... las tenía escondidas en una caja.

—Que posiblemente tu padre quemó —dijo Madara, con voz baja, entendiéndolo todo.

Hayami asintió.

—Como me hubiese gustado leerlas, tal vez nos hubieramos ahorrado más de media década —murmuró Madara, y todos rieron suavemente.

El río seguía cantando su melodía suave, como si el mundo entero hubiera decidido guardar silencio solo para ellos. Hayami, sentada sobre la hierba fresca, reía con delicadeza por algo que Madara había dicho. Sus piernas rozaban las de él, y el leve contacto bastaba para hacer que su corazón diera un vuelco. Había algo distinto en su forma de mirarla ahora: más presente, más vulnerable, más... real.

Madara había estado tranquilo por un instante. Quizá por primera vez en semanas.

Pero entonces su mirada se desvió hacia el cielo, donde el sol comenzaba a ocultarse, y algo en sus ojos cambió. Se endureció apenas. El peso del mundo regresaba. Se irguió un poco, con ese porte que siempre llevaba en los hombros: orgulloso, recto, como si la tierra misma dependiera de su compostura.

El Uchiha bajó la mirada hacia el suelo, con un suspiro apenas audible.

—Tengo que irme —dijo de repente, sin mirarla.

Hayami frunció ligeramente el ceño y giró hacia él.

—¿Qué pasa?

—Unos asuntos del clan. Nada nuevo —hablaba con voz baja, sin rabia; con esa tensión que se le notaba cuando se dirigía a su gente—. Algunos ancianos están molestos por los terrenos que se asignaron. Y bueno... quieren que esté en la reunión.

Se pasó una mano por el cabello, agotado.

—¿Ahora? —murmuró Hayami, bajando la mirada también—. Justo cuando empezábamos a tener una tarde tranquila...

Madara se quedó callado. Por un instante, pareció debatirse con algo. Luego se encogió apenas de hombros, sin dejar de mirarla.

—Yo también quería quedarme. Pero si no voy, van a hacer un desastre. Y tú sabes cómo me miran los demás ya de por sí.

Ella asintió, con una sonrisa pequeña, un poco triste, pero comprensiva.

—No me molesta. Solo... —hizo una pausa—. Pensé que tendríamos más tiempo.

Madara la miró. Dudó un segundo, pero finalmente le rozó la mano con los nudillos, como tanteando si estaba bien hacerlo. Hayami no se apartó. El gesto fue torpe, pero dulce.

—Tendremos más. —Fue todo lo que dijo.

La miró un momento más, los ojos oscuros sosteniendo los suyos con intensidad. Luego, en un movimiento decidido, se inclinó hacia ella y dejó un beso rápido en su frente. Nada más. Un roce corto, como si no estuviera seguro si podía pedir más, no delante de Hashirama.

—Volveré —pronunció, bajito, con la voz un poco áspera.

—Te espero —respondió ella, igual de suave.

Madara se incorporó con lentitud, pero antes de alejarse, volvió la vista hacia ella una última vez. Y no dijo nada. Pero la forma en la que la miró, como si dejara una parte de él ahí con ella, fue suficiente para que Hayami sintiera que el cuerpo le temblaba.

Y justo cuando él se dio vuelta, la voz chillona de Hashirama estalló:

—¡¿Por qué no se besaron?! ¡Estaban tan cerca!

Madara apretó los labios, conteniendo una sonrisa. Hayami trató de contenerse para no golpear a su hermano.

—Nos vemos —dijo él con rapidez, alejándose entre los árboles. Mas esta vez, al irse, tenía una sonrisa leve dibujada en los labios.

Hayami se quedó mirando el agua, con el rostro aún ardiendo.

Y a su lado, Hashirama se dejó caer en el pasto con un suspiro dramático.

—Ustedes van a matarme de ternura, lo juro. —Rascó su nuca, nervioso—. ¿Pero sabes quién los matará de verdad? Tobirama.

Hayami bajó la mirada, clavando los ojos en las pequeñas ondas que el viento creaba sobre el río. Se quitó un hilo imaginario del dobladillo de su ropa, sin decir nada. Sabía que lo que venía era inevitable, y por eso había intentado posponerlo. Sin embargo, no podía huir de Tobirama para siempre.

—¿Crees que... que se lo tomará tan mal? —preguntó en voz baja, casi como si no quisiera que el viento la oyera.

Hashirama la miró con los labios apretados. No sonreía esta vez. Sus ojos, siempre cálidos, estaban serios.

—Madara es mi mejor amigo —musitó—, pero no puedo mentirte. A Tobirama nunca le cayó bien. Desconfía de él desde niños. Cree que sigue guardándose algo, que no muestra todo lo que piensa.

—¿Y tú? —preguntó ella, girando lentamente el rostro para mirarlo. Había algo triste en su expresión, pero también decidida.

—Yo creo que Madara puede ser muchas cosas, pero no es un mentiroso. Al menos no contigo. —Hizo una pausa—. Y eso... eso es lo que me importa.

Hayami sonrió con suavidad, aunque su sonrisa no alcanzó a tocar sus ojos.

—Gracias, Hashi.

Hashirama le revolvió el cabello como cuando eran niños. Tras ello, su expresión cambió.

—Igual debes prepararte. Tobirama va a decir muchas cosas. Lo hará desde su lógica, desde su instinto de protegerte. Sabes que no siempre mide cómo hiere.

Hayami suspiró en manera de darle la razón, apretando las manos en su regazo.

—Aunque podría haber una forma... podría aceptar cuando Madara se cambie el apellido a «Senju» —bromeó él, intentando aligerar el ambiente.

Ella soltó una risa muy leve. Y luego, se puso de pie. El río seguía corriendo, indiferente al torbellino de emociones humanas.

—Lo hablaré con él. Pronto. Quizá cuando vuelva de su viaje... en un par de días —dijo con firmeza.

—Claro —respondió Hashirama, levantándose también—. Solo dime si necesitas que esté presente; alguien tiene que ser moderador en esa conversación.

Ella lo miró, agradecida. Y al fin, se sintió fuerte. Asustada, sí, pero fuerte. Porque por fin, después de tantos años, comprendió lo que era el amor, y no pensaba soltarlo tan fácil.

—3144 palabras.

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