
˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟑𝟐.๋⭑
꩜ㅤ𝙲ㅤ𝙸ㅤ𝚃ㅤ𝙰ㅤ⭑
Las calles, aún en construcción, estaban adornadas con flores silvestres que los niños del clan Yamanaka habían empezado a plantar como ofrenda de bienvenida para la nueva era. Todo parecía prometer un futuro.
Y sin embargo, Hayami no podía dejar de mirar hacia atrás.
Caminaba al lado de un joven de complexión delgada, estatura media y ojos oscuros como la noche. Llevaba el cabello recogido en una coleta baja, prolija, sin un solo mechón fuera de lugar, y hablaba... sin detenerse. Llevaban diez minutos caminando desde que se encontraron en el límite entre el mercado y la plaza central, y él no había hecho una sola pausa que no fuera para tomar aire.
—...porque claro, si el Consejo continúa priorizando el abastecimiento del norte, el sur terminará aislado en un ciclo de dependencia que solo beneficiará a los clanes más antiguos —decía él, con tono didáctico y las manos cruzadas detrás de la espalda—. Es lógico que surjan tensiones si no se estructura una red equitativa. No entiendo cómo Hashirama no lo ve aún, aunque debo admitir que Madara Uchiha ha tenido puntos válidos en...
La mención de su nombre hizo que el corazón de Hayami se sobresaltara, traicionero, dentro del pecho. Cerró los dedos con fuerza, escondiendo la reacción. Agradeció que el chico —Tetsuya, del clan Shimura— estuviera demasiado concentrado en su propia voz para notarlo.
Asintió con una leve sonrisa fingida y continuó caminando a su lado por la calle adoquinada. Pero no había logrado disfrutar nada de aquello. Cada rincón parecía susurrar el nombre de Madara. Su risa. Su forma de pararse con arrogancia. El modo en que la miraba cuando creía que ella no se daba cuenta.
—...aunque claro, podríamos considerar una reforma estructural si empezamos por descentralizar los fondos del clan Senju y crear un nuevo comité de vigilancia —continuaba Tetsuya, con una sonrisa orgullosa mientras abría un abanico de posibilidades—. Algo así como un control paralelo. Aunque claro, eso implicaría que las mujeres también deban asumir responsabilidades de liderazgo, lo cual no sé si todos aceptarían...
Hayami dejó de escucharlo.
Su mente, traidora, había comenzado a vagar entre recuerdos, recuerdos de cuando todo parecía más fácil. Cuando simplemente debía esperar a la mañana para poder encontrarse con él, para verlo entrenar mientras ella se sentaba sobre una roca...
Y ahora estaba aquí, en su primera cita, con otro hombre. Uno que no callaba. Uno que no la miraba. Uno que no tenía ni idea de quién era ella en realidad.
—¿Qué opinas tú? —preguntó de pronto Tetsuya, deteniéndose—. ¿No crees que la estructura administrativa debería modernizarse?
Hayami parpadeó.
—¿Perdón?
—Lo que dije. Sobre el sistema de liderazgo. No hemos tenido reformas reales desde la paz —explicó con una sonrisa que pretendía ser encantadora—. Me interesa saber qué piensa una kunoichi como tú.
Ella se sintió culpable por un instante. Él no era desagradable, solo... distinto. Su voz era pausada, su apariencia cuidada. Mas carecía de esa chispa que hacía que todo ardiera a su alrededor. No había fuego en él. No había misterio, ni caos, mucho menos pasión.
Solo un silencio cómodo, estructurado. Como una charla de política bien memorizada.
—Creo que... no es tan sencillo —respondió Hayami con una diplomacia que ni ella reconocía—. Hay cosas que deben cambiar, sí, pero también hay cosas que no pueden forzarse.
Tetsuya asintió, dándole la razón sin escuchar del todo. Ella lo miró por un segundo y pensó en lo injusto que era todo aquello. ¿Acaso debía conformarse con alguien que «podría estar bien»? ¿Era esa la vida que se esperaba de una mujer como ella?
Un suspiro escapó de sus labios sin que pudiera contenerlo.
—¿Estás bien? —preguntó él, por fin notando el tono apagado de su mirada.
—Sí —mintió con una sonrisa amable—. Es solo que... hace mucho calor hoy.
Tetsuya la observó, algo confuso. Luego miró al cielo.
—Supongo que sí. Según los informes del clima, esta temporada debería ser más templada que la anterior, al menos si la humedad no...
Y otra vez, la voz se volvió lejana. Un murmullo sin importancia. Hayami caminó a su lado, pero no estaba ahí. Estaba en otra parte. Estaba en la memoria de un beso robado, en la sombra de un nombre que no se atrevía a pronunciar.
Estaba con Madara, aunque él no lo supiera.
El sol había comenzado a inclinarse, proyectando sombras largas sobre las calles de Konoha. La cita seguía su curso, aunque para Hayami, ya hacía rato que había dejado de serlo.
Caminaban junto al canal que recorría la aldea de norte a sur. El murmullo del agua era el único alivio entre las palabras de Tetsuya, quien no parecía notar el gesto cansado que crecía en el rostro de su acompañante.
—...y es que Madara Uchiha tiene una tendencia peligrosa al autoritarismo —decía mientras se acomodaba los pliegues del haori con gesto ensayado—. No me malinterpretes, es un hombre brillante. Pero esa forma suya de imponer, de decidir sin consultar... me parece alarmante. Casi tanto como la ingenuidad de Hashirama. Ambos están demasiado centrados en su visión de aldea, olvidando los matices, los riesgos...
Hayami detuvo sus pasos sin darse cuenta. El viento jugó con los bordes de su yukata, y por un par de segundos, sus ojos se volvieron afilados como cuchillas.
—¿Terminaste? —preguntó con voz baja, aunque firme.
Tetsuya arqueó una ceja, extrañado por el cambio en su tono.
—¿Perdón?
—Digo, si ya terminaste de hablar mal de las dos personas que se están rompiendo el alma para que todo esto exista —espetó, señalando con una mano las calles de tierra, los cimientos levantados, las casas que comenzaban a poblarse de risa y esperanza—. Porque para ser alguien que vive aquí, pareces muy dispuesto a morder la mano que te dio techo.
El joven se tensó, aun así le dio tiempo para forzar una sonrisa.
—Solo tengo una visión crítica. Eso es necesario en cualquier sistema que aspire a la estabilidad. No todo es idealismo, ¿sabes?
—Ni todo es arrogancia disfrazada de análisis —replicó ella, mirándolo de frente—. Hashirama ha dado más de lo que cualquiera imagina. Y Madara...
No terminó la frase. Lo pensó. Lo sintió en el pecho como una herida aún sin cerrar. Madara había dado tanto... pese a que se negara a admitirlo.
Tetsuya hizo un gesto vago con la mano, como si no quisiera discutir.
—Está bien, está bien; no quise ofenderte. Solo quería saber qué opinabas tú. Al parecer, eso es imposible.
—¿No te cansas de hablar de política? —le dijo de pronto Hayami, cruzando los brazos con un suspiro exasperado—. ¿No tienes otro tema? ¿Una historia graciosa, una anécdota, una idea sobre el futuro que no involucre el sistema administrativo?
Tetsuya la miró con aire herido. Luego alzó una ceja, más desafiante.
—¿Y tú no te cansas de andar encerrada en el hospital, que ni siquiera está construido del todo? ¿De vivir como si no existiera nada más que las vendas y las curaciones?
El golpe no fue brutal, pero sí certero. Y lo peor era que ni siquiera venía de alguien que la conociera realmente. No tenía derecho.
—Al menos yo no confundí tu nombre tres veces desde que nos vimos —murmuró, con una sonrisa tensa, como hielo rompiéndose.
Tetsuya parpadeó. Luego frunció el ceño.
—Ayumi, yo...
—Hayami —lo corrigió, tajante—. Es Ha-ya-mi.
El silencio que siguió fue espeso, incómodo. Ella lo sostuvo con la mirada unos segundos más. Él tragó saliva, evidentemente nervioso por haber metido la pata, pero ya era tarde. El aire había cambiado. Ya no eran dos jóvenes intentando una conexión. Eran dos personas que no tenían nada en común, atados por cortesía y expectativas ajenas.
—Creo que ya fue suficiente por hoy —habló Hayami con voz baja, sin dejar de ser firme, mientras daba un paso hacia atrás—. Que tengas buena tarde, Tetsuya.
Y sin esperar respuesta, se giró.
El sol le daba de frente, dándole un brillo dorado al cabello blanco que caía como un río sobre su espalda. Caminó con la espalda recta, los pasos firmes, mientras a su alrededor la aldea empezaba a llenarse de luz de faroles. Algunos niños corrían con cometas entre los árboles. Un par de ancianos jugaban al shōgi en la entrada de una casa. Todo era vida.
Y sin embargo, dentro de su pecho, algo se marchitaba lentamente.
Recordó el gesto de Madara cuando lo conoció. Recordó sus frases mordaces, su dedicación para entrenar. Recordó el beso. Aquel instante robado en que sus mundos se unieron como llamas rozándose antes de apagarse.
Pero ahora él buscaba una prometida.
Y ella, una manera de olvidarlo.
Caminó entre las calles de Konoha, con la frente en alto, pero el corazón hundido.
Porque sabía —con esa seguridad triste que solo entienden quienes han amado en secreto— que no todo lo que florece está destinado a quedarse.
Las luces comenzaban a encenderse una a una sobre los caminos de piedra de Konoha. Faroles de papel colgaban en los postes de madera nueva, pintando de naranja cálido las esquinas aún sin terminar. Hayami caminaba sin rumbo fijo, con las manos escondidas en las mangas de su yukata lila. Sus pasos eran suaves, pero no sabían a dónde ir.
No se dirigía al hospital, ni a su casa, ni de regreso a su habitación. Solo quería caminar hasta que su pecho dejara de doler.
El eco de sus pisadas la acompañaba como un susurro constante. La aldea era hermosa, sí, pero ahora la sentía ajena. Cada calle parecía recordarle lo sola que estaba en medio de la multitud.
Y entonces, sin querer, su mirada se desvió. Fue un gesto inconsciente, como si algo dentro de ella aún tuviera esperanzas. Se detuvo frente a uno de los edificios más nuevos del centro: el restaurante más lujoso de la aldea, inaugurado recientemente por comerciantes del País del Té.
Y ahí, a través del cristal empañado por la bruma nocturna, lo vio.
Madara.
Vestía su yukata más formal, oscuro como la tinta, con detalles en rojo granate. Su porte era impecable. Sostenía un vaso de sake con una elegancia que a cualquier desconocido podría parecerle natural, mas ella sabía que antes eso no existía en él. El niño que conoció solo se interesaba en mejorar sus jutsus.
Frente a él, una joven de cabello rubio y largo lo observaba con interés. Era hermosa, con labios carmesí y un escote apenas disimulado por la tela satinada de su kimono. Reía con una mano sobre la boca, claramente encantada por su compañía.
Hayami no necesitó más.
Sus pies se quedaron clavados al suelo. El corazón le dio un vuelco tan repentino que pensó que iba a vomitar.
Un segundo fue suficiente para arrastrarla de vuelta al pasado.
Madara Uchiha, el niño que le sonrió con ternura entre guerras y cenizas, ahora convertido en un hombre con otra mujer frente a él.
Una que no era ella.
Sin darse cuenta, retrocedió.
Sus manos comenzaron a temblar. Dio media vuelta, se alejó del restaurante con pasos rápidos. Sus ojos ya no podían contener el peso de las lágrimas, pero no permitió que cayeran. No en la calle. No donde alguien pudiera ver.
Solo cuando llegó a las orillas del río, a esa parte donde la corriente era más suave y los sauces dejaban caer su sombra sobre el agua, se permitió detenerse.
Se sentó en una piedra plana, desató los lazos de sus sandalias y dejó que sus pies tocaran el agua helada. El frío era bienvenido. Su cabello cayó por los costados de su rostro, como un velo. Las olas pequeñas del río arrullaban su tristeza en silencio.
Y fue entonces, con la garganta apretada y el corazón hecho trizas, que murmuró:
—Decidido... estaré soltera para siempre.
Se lo dijo al río. A los peces. A la luna que aún no salía.
Y justo cuando el silencio pareció envolverse en su resignación más profunda, lo sintió.
Una presencia.
El crujido leve de unas ramas. Un paso sobre la hierba mojada.
Y una mano; grande, cálida, con los dedos ásperos por el entrenamiento, tocando apenas su hombro.
Ella no necesitó girarse para saber quién era.
Su cuerpo lo reconocía, aunque quisiera negarlo.
Madara la había seguido.
—1994 palabras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro