
˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟑𝟏.๋⭑
꩜ㅤ𝙿ㅤ𝚁ㅤ𝙴ㅤ𝙿ㅤ𝙰ㅤ𝚁ㅤ𝙰ㅤ𝚃ㅤ𝙸ㅤ𝚅ㅤ𝙾ㅤ𝚂ㅤ⭑
La luz dorada del mediodía se filtraba por las rendijas de las persianas de bambú, colándose tímidamente entre los hilos de seda y los retazos de tela que colgaban del taller. El olor a té recién hecho se mezclaba con el suave perfume del almidón de las telas, creando una atmósfera acogedora, casi irreal. Todo en ese espacio tenía un aire de ceremonia, como si el mundo entero se detuviera entre agujas, dedales y risas apagadas.
—Sostenga eso un poco más, señorita Mito—pidió la costurera, una anciana de cabellos grises recogidos en un moño apretado, mientras deslizaba hábilmente una cinta métrica por la cintura de la joven Uzumaki.
Mito obedeció con una sonrisa serena. Estaba radiante. Su piel blanca brillaba como porcelana bajo el sol filtrado, y su cabello rojo, trenzado con hilos dorados, caía sobre sus hombros como fuego domesticado. Llevaba una bata sencilla, pero en su expresión había algo noble, casi etéreo, que parecía confirmar por qué Hashirama la había elegido.
Hayami la observaba desde una banqueta cercana, con los dedos entrelazados sobre su regazo. Mantenía una sonrisa suave, de esas que duelen en el fondo del pecho. Se sentía feliz, de verdad lo estaba. Era imposible no estarlo ante la dicha genuina de Mito. Y sin embargo, había un peso sutil, un nudo que se enredaba entre sus pensamientos sin pedir permiso.
—¿Y usted, jovencita? —preguntó de pronto la costurera, girándose hacia Hayami mientras ajustaba un alfiler entre los labios—. ¿Está comprometida también? Porta una gran belleza... demasiada para mirarla directamente. Seguro que algún joven afortunado le ha hecho ya la propuesta.
Hayami parpadeó, como si la pregunta la hubiese sacado de un sueño.
—No... aún no —respondió con calma, con esa cortesía templada que solo ocultaba el estremecimiento en su pecho.
Mito giró levemente la cabeza hacia ella, con una chispa cómplice en los ojos. Pero no dijo nada. No aún.
—Qué desperdicio —murmuró la costurera mientras retomaba sus labores—. A veces el destino tarda, pero no olvida.
Hayami desvió la mirada hacia la ventana. Afuera, los cerezos comenzaban a brotar sus primeras flores, tímidas pero vivas. En su mente, una imagen se formó sin permiso: ella, vestida con un kimono blanco, con los cabellos recogidos con peinetas de jade y el Byakugō brillando como una joya maldita en su frente. A su lado, él. De espaldas rectas, ojos oscuros como obsidianas, con las manos entrelazadas con las suyas.
Madara.
Ese nombre, que antes había sido filo, ahora era un susurro persistente que no la dejaba dormir. ¿Cómo sería compartir una vida con él? ¿Una casa, un jardín, una noche de invierno entre las sombras de la misma habitación?
Pero esos pensamientos, tan dulces como dolorosos, se deshacían pronto. Porque la realidad era otra: Madara no le dirigía la palabra. No después de esa noche, no después de dormirse sobre su regazo. Solo miradas breves, a veces esquivas. ¿Lo había soñado todo?
—¿Estás bien? —la voz de Mito llegó como un bálsamo.
—Sí —mintió Hayami, sonriendo como había aprendido a hacerlo desde niña—. Solo pensaba en lo bonita que vas a estar con ese kimono.
—Y tú deberías encargar el tuyo, por si acaso —bromeó Mito, levantando una ceja—. En cualquier momento, alguien te pedirá que te cases.
Hayami soltó una risa baja, sincera y triste al mismo tiempo. Porque Mito la animaba a seguir...
La costurera carraspeó, llamando la atención nuevamente.
—Ahora los bordes. Necesito que me ayuden a elegir el hilo. Blanco perla o rojo cereza. Algo simbólico para una unión importante —dijo, extendiendo los rollos frente a ellas.
Hayami tomó el rojo casi por instinto. Lo sostuvo entre los dedos, pensando en el color del Sharingan, en las noches manchadas de sangre, en las manos que sostenían espadas y también, de forma contradictoria, a veces a ella. Mito la observó en silencio, como si pudiera leerle la mente.
—Rojo cereza —declaró Mito, acariciando con los dedos el hilo—. Para recordar que incluso las guerras más oscuras pueden dar paso a la floración.
Hayami la miró, conmovida. Cómo podía ser tan sabia, tan clara. Y al mismo tiempo... tan ajena a todo lo que le pesaba.
Cuando la sesión terminó, Mito se puso de pie con un suspiro de alivio.
—Gracias por tu paciencia, Hayami. Sé que no debe ser muy divertido acompañar a una prometida ilusionada.
—¿Por qué no lo sería? —replicó Hayami, alzando una ceja.
Mito se encogió de hombros.
—Porque todo esto también te toca de algún modo. Aunque no quieras admitirlo.
Hayami la abrazó con fuerza, porque sabía que si hablaba, su voz se quebraría. Se apretó a ella como quien necesita anclarse a algo. Algo que aún cree en los finales felices.
Y entonces, sin pedirlo, sin desearlo del todo, ocurrió.
Una lágrima se deslizó desde la esquina de su ojo, trazando una línea caliente sobre su mejilla. Fue apenas una, traicionera y veloz, que limpió con la palma antes de que alguien pudiera notarlo. Pero Mito sí lo hizo. Mito siempre lo hacía.
—¿Estás segura de que estás bien...? —preguntó la Uzumaki con suavidad, sentándose a su lado, sus rodillas rozando las de Hayami.
La costurera, ajena a todo, se había retirado al fondo del taller para buscar unas hebras doradas que usaría en el bordado del emblema Senju. Tenían algunos minutos de intimidad, pero para Hayami, aquello era como estar en medio de un campo abierto, sin armadura, sin excusas.
—Hay algo que... —empezó, con la voz más baja que un suspiro—. Que no le he contado a nadie.
Mito se giró hacia ella, el rostro iluminado por una mezcla de sorpresa y alarma.
—¿Qué cosa?
Hayami apretó los labios. Le temblaban las manos.
—Antes de que llegaran... Madara y yo... —trató de mantener la compostura; sus mejillas se encendieron—. Nos besamos. Fue hace unos días.
El mundo pareció detenerse. El suave tic-tic de las agujas al fondo del taller se volvió lejano, como un eco.
Mito abrió los ojos, y durante unos segundos no dijo nada. Simplemente la miró, procesando lo que acababa de escuchar. Luego, como si su cuerpo reaccionara antes que sus palabras, se llevó las manos al regazo, jugueteando con sus dedos de forma nerviosa.
—¿Madara? —repitió al fin, con un murmullo cargado de incredulidad—. ¿Tú y...?
Hayami asintió apenas.
—No lo planeé —agregó, rápido, sintiendo que el peso en su pecho se volvía más y más agudo—. Pasó, sin más. Me besó. Y yo... no pude detenerlo. Pero después... no ha vuelto a mencionarlo. No ha dicho nada. Ni siquiera estoy segura de que lo recuerde del todo, porque habíamos tomado ese día.
Mito no mencionó nada por un momento. Solo bajó la mirada, mordiéndose el labio, hasta que finalmente respiró hondo. Sus ojos buscaron los de Hayami con cierta tristeza.
—Yo... hay algo que también debo contarte.
La miró con seriedad, como si por dentro se estuviera rompiendo un pacto invisible.
—Desde que llegamos, he oído cosas —continuó—. Escuché que Hashirama hablaba con un líder de otro clan... conversaron de muchos temas hasta llegar a mencionar el nombre de Madara.
Hayami no se movió. Ni parpadeó.
—¿Y qué dijo?
Mito dudó. Quiso protegerla, tal vez suavizarlo. Pero no sería justo.
—Que está en conversaciones para conseguir una prometida —dijo, con una voz casi inaudible—. Madara ha empezado a buscar formalmente a alguien con quien casarse.
El aire abandonó el pecho de Hayami. Fue como si de pronto ya no recordara cómo se respiraba. Su espalda permaneció recta, el rostro impasible... pero por dentro, todo se derrumbaba.
Así que era verdad.
Así que mientras ella soñaba con un «quizás», él ya había empezado a caminar hacia un «definitivo».
«¿Por qué no me lo dijiste antes, Hashi? Acaso... ¿creías que no podría soportarlo?», pensó. Mordió su labio para contener algunas lágrimas que amenazaban con salir.
—Claro... —murmuró—. Por supuesto. El tiempo no espera a nadie.
Mito le sostuvo la mano, pero Hayami no reaccionó. Miraba un punto vacío en la tela del kimono, con los ojos nublados.
—Tal vez... tal vez sería mejor que continuaras con tu vida, Yami —aconsejó Mito, acariciando su brazo con ternura—. Sé que es doloroso, pero a veces, lo más valiente que podemos hacer... es dejar ir.
—Yo solo quería una familia —susurró Hayami—. Casarme. Compartir algo. No vivir para siempre entre guerras y medicina. Quería paz. Quería a alguien que me mirara como si yo también mereciera algo más que deber.
—Y lo mereces —le aseguró Mito—. Lo mereces todo. Y si él no se dio cuenta de eso, deberías reconsiderarlo.
Hayami frunció los labios. Era difícil imaginarlo. ¿Borrarlo? ¿Convertirlo solo en un recuerdo? ¿Reducirlo a un «primer amor» y nada más?
—Tienes derecho a enamorarte de nuevo —continuó Mito con una sonrisa dulce, firme—. Tal vez incluso podrías considerar otras opciones, formas de conocer personas y, quién sabe, encontrar a tu media naranja...
Hayami la miró con cautela.
—¿Qué propones?
—Una cita a ciegas —dijo Mito, encogiéndose de hombros como si hablara de algo insignificante—. Con alguien de un clan aliado. Quizás te haría bien conocer a alguien que te mire sin pasado. Solo a ti, como eres ahora.
Hayami tragó saliva. Todo dentro de ella gritaba «no». Y sin embargo, una parte muy, muy pequeña... también gritaba «inténtalo».
Suspiró. Se armó de valor.
—L-lo haré.
—1521 palabras.
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