
˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟐𝟖.๋⭑
꩜ㅤ𝚂ㅤ𝙰ㅤ𝙺ㅤ𝙴ㅤ ⭑
El local tenía una atmósfera tibia y tenue, iluminada por faroles de papel que colgaban en fila desde el techo. Afuera, el viento agitaba los cerezos recién florecidos, pero allí dentro el tiempo parecía ir más lento, acompañado del golpeteo suave de la vajilla y el murmullo de conversaciones ajenas.
Hayami Senju ajustó el dobladillo de su yukata color rosa y echó una mirada a la mesa. Tres tazones vacíos. Una tetera con olor a sake fuerte. Y un Hashirama demasiado sonriente para su propio bien.
—¿Y bien? —murmuró, cruzándose de brazos—. ¿Cuál es la trampa esta vez?
—¿Trampa? ¡Por favor! Esto es una despedida simbólica de mi soltería, eso es todo —respondió Hashirama, con una copa ya medio vacía en la mano y esa sonrisa suya, ancha, como de niño a punto de revelar un chiste interno.
—Podrías habernos invitado a una cena normal —dijo Madara desde el otro lado de la mesa, su voz baja y algo rasposa. Iba vestido sin armadura, con una túnica oscura que le caía como una sombra. Sus ojos se mantenían en su copa, pero era evidente que escuchaba todo.
—¿Una cena? ¡Por favor! Esta es una ocasión única. Me caso en menos de dos semanas. Es una noche entre camaradas. Para hablar de la vida, recordar cosas, reír... y de paso, emborracharnos hasta que Madara por fin confiese que no odia a Hayami.
Madara levantó lentamente la vista, su expresión endureciéndose apenas.
—No la odio.
—¡Ajá! —saltó Hashirama, apuntando con un dedo agitado por el alcohol—. ¡Yo te lo dije! ¡Ahora ya lo sabes!
Hayami bufó, apartando el rostro para ocultar una sonrisa.
—Tenías que hacerlo incómodo, ¿verdad?
—Me estoy casando. Me vuelvo un hombre formal. Tengo que dejar todas mis tareas traviesas atrás. Así que... una última jugada de cupido. ¿Qué mejor momento?
—¿Cupido? —repitió Madara, ahora sí alzando una ceja.
—No le hagas caso —comentó Hayami, suspirando. Luego, más bajo, como si no quisiera admitirlo—: bebió antes de que llegáramos.
—¡Era para probar el sabor! —protestó Hashirama, fingiendo indignación.
Los tres rieron. Por un instante, la tensión que solía colarse entre Hayami y Madara pareció disolverse bajo la calidez del sake y las bromas absurdas de Hashirama. Como si por un momento volvieran a tener doce años, sentados bajo los árboles después de entrenar, soñando con un mundo sin sangre.
Hashirama sirvió otra ronda.
—¿Recuerdan la vez que Madara se cayó al lago intentando impresionar a Hayami?
—No fue para impresionarla —gruñó Madara.
—Ya, no te tenses, tenías doce. ¡Saltaste desde la roca más alta gritando que ibas a demostrarle lo que era la valentía!
—Y luego te diste cuenta de que tenías vértigo —añadió Hayami, con una sonrisa afilada.
—Soy sensible de la espalda —murmuró Madara—. Y... me distraje.
—Por mi culpa, ¿eh? —replicó Hayami.
—Tch, acuérdate y lo sabrás.
Hashirama los miraba como si estuviera viendo una obra de teatro que él mismo había dirigido.
—Ustedes se miraban de esa forma incluso cuando se odiaban por culpa de Tobirama —dijo, con una sonrisa cálida, más tranquila ahora—. La tensión no es buena, mejor hay que cortarla.
Hayami bajó la vista a su copa.
Madara se mantuvo en silencio.
El sake empezaba a calentarlo todo.
Hashirama estaba claramente alegre, con mejillas sonrosadas y una sonrisa desbordante que casi parecía caricaturesca. Sus ojos, medio cerrados por el alcohol, brillaban con la intensidad de quien está dispuesto a convertir la noche en una de esas que se cuentan una y otra vez.
—¡Vamos, muchachos! —exclamó, golpeando la mesa con la palma, haciendo que las copas bailaran—. ¡Es hora de jugar!
Hayami lo observó con una mezcla de exasperación y cariño. Podía sentir la calidez de su presencia, pero también ese impulso juguetón que siempre tenía cuando había tomado más de la cuenta.
—Hashirama, en serio —dijo ella con una sonrisa que intentaba ser paciente—, sabes que cuando estás así tus apuestas se vuelven ridículas... pero supongo que esta vez no será la excepción.
Madara mantuvo una expresión imperturbable, aunque sus ojos mostraban un destello divertido.
—Ridículas o no, la noche es para eso. ¿Qué propones, Hashirama? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante, el brillo de un desafío oculto en su mirada.
El mencionado sacó un mazo de cartas arrugadas y manchadas de tinta, lo que delató que no era la primera vez que las usaba para una de sus ideas locas.
—Esta vez la apuesta es sencilla —dijo con voz algo más baja, como compartiendo un secreto—. Si gano, Madara... tendrás que casarte con Hayami.
El silencio cayó de repente. Los sonidos de la taberna continuaban, pero en ese pequeño rincón, el aire pareció volverse más denso, cargado de una electricidad que hacía vibrar las fibras más profundas de sus almas.
Hayami sintió que el corazón le palpitaba con fuerza, y su respiración se volvió más rápida. Miró a Madara, buscando en su rostro alguna reacción. Él, sin embargo, parecía haber recuperado el control, aunque un leve temblor en sus manos revelaba que no era tan indiferente como intentaba aparentar.
—¿Casarme con ella? —repitió con una sonrisa ladeada—. Eres un borracho peligroso, cabeza de hongo. ¿Seguro que no estás inventando cosas?
—No, no estoy inventando —respondió con firmeza el Senju—. Es una apuesta justa. Jueguen, o nos quedamos aquí toda la noche sin hacer nada.
Ella suspiró, consciente de que no había forma de escapar de eso, y lanzó una mirada resignada al Uchiha. Él hizo un gesto leve, como aceptando la apuesta a pesar de todo.
El reparto de cartas comenzó. Las manos temblorosas, la concentración, el roce accidental de dedos y el crujido de la madera bajo la tensión invisible entre ellos. Hashirama, a cada ronda, reía con esa alegría genuina que sólo el alcohol y la confianza profunda permiten, mientras que Hayami intentaba mantener la compostura, y Madara aparentaba calma, aunque su mente estaba más inquieta de lo que dejaba ver.
En las primeras manos, Hashirama perdió a propósito, soltando alguna broma que hacía que los otros dos soltaran alguna risa nerviosa. Era evidente que el juego no era solo de azar, sino un plan que elaboró a medida.
—Vas a perder, Hashirama —dijo Madara en un susurro, como si le advirtiera—. ¿Seguro que quieres seguir?
—Quiero —respondió el Senju, con un brillo en los ojos—. Confía en mí.
Con cada ronda, la atmósfera se hacía más íntima, los silencios más elocuentes, y las miradas se cargaban de cosas no dichas: de recuerdos, de promesas rotas y de sueños que nunca se habían atrevido a compartir.
Finalmente, llegó la ronda decisiva.
Hashirama tomó sus cartas con mano firme, su sonrisa ladeada como la de un niño que tiene un as bajo la manga.
—Si gano esta, todo cambia —habló, mientras sus ojos recorrían las cartas de un modo que parecía desafiar al destino.
Madara se reclinó en su silla, los dedos entrelazados, como si ya hubiera decidido ceder.
Hayami sintió un peso en el pecho que no supo definir; una mezcla de esperanza, temor y un toque amargo.
Cuando Hashirama colocó sus cartas sobre la mesa, su voz resonó clara y triunfal:
—¡Full de cincos!
Madara mostró su mano: un simple par. La realidad del juego era evidente, mas lo que venía después era un juego aún más complejo.
Hayami soltó un suspiro profundo, sus ojos reflejaban un torbellino de emociones. Miró a Madara, quien bajó la mirada con una sonrisa apenas perceptible, como si guardara un secreto.
—Parece que la suerte está de mi lado esta noche —dijo Hashirama, levantando la copa en señal de triunfo.
Madara, con la voz suave pero firme, añadió:
—Hashirama, estás borracho. Ninguna de estas apuestas sería real en este estado.
—C-claro que puede hacerse. ¡Yo ahora los decla...!
El Senju no pudo terminar su oración, el alcohol afectó sus sentidos y también su sueño. Cayó rendido contra la mesa, durmiendo como un recién nacido.
La mirada del pelinegro se encontró con la de Hayami, y por un instante, el mundo pareció detenerse.
Un pequeño brillo se formó en sus ojos, una mezcla de alivio y tristeza contenida.
—Aunque no terminó como queríamos —musitó, apenas audible—, fue divertido jugar contigo esta noche.
Ella sonrió, la tensión se disipó como la niebla al amanecer, y juntos se levantaron de la mesa.
—La noche es joven, pero mi hermano se adelantó...
—Podríamos ir a mi casa a continuar con la fiesta.
Las mejillas de Hayami se encendieron. No, era obvio que no era ese tipo de propuesta. Sin embargo, su mente la traicionó.
Madara reaccionó en menos de un segundo y tragó saliva.
—Me refería a cenar.
—¡También lo pensé!
Ambos soltaron una pequeña carcajada, avergonzados.
Salieron del local en silencio, pero con una complicidad silenciosa que hablaba más que cualquier palabra. Caminando bajo la luz tenue de las linternas, sus sombras se entrelazaban suavemente, y en sus rostros se dibujó esa sonrisa que solo comparten quienes conocen el peso y la belleza de lo no dicho.
Caminaban en silencio, uno al lado del otro, con los pasos marcando un ritmo cómodo, casi cómplice. No hablaban, pero tampoco hacía falta. Después de tantas heridas, palabras no dichas y tiempos separados, esa quietud compartida era su forma de entendimiento.
Madara se detuvo frente a la entrada de su casa, una estructura sobria, de líneas firmes y presencia imponente. Miró a Hayami con una ceja ligeramente arqueada.
—¿Quieres pasar un momento? —preguntó, con una voz un poco más grave de lo usual por el sake, aunque aún cargada de esa elegancia que nunca perdía.
Hayami dudó por un segundo. No por temor, sino por la carga emocional que sabía que ese lugar arrastraba. Aún así, asintió.
Dentro, la casa estaba cálida y silenciosa, como si Madara hubiese aprendido a hacer del silencio una forma de protección. Encendió una lámpara de aceite, y la luz amarillenta pintó sus rostros con sombras suaves.
—¿Quieres té? —ofreció él, abriendo un pequeño gabinete con torpeza. Sus movimientos no eran tan precisos como de costumbre; el alcohol ya le había alcanzado los dedos.
—No hace falta, Madara. Creo que tú eres quien necesita agua —dijo Hayami con una leve sonrisa, quitándole el tazón de las manos antes de que se le cayera.
Él soltó una risa baja, de esas que rara vez se le escapaban.
—Siempre tan lista para regañarme...
—No es regaño —respondió ella mientras lo guiaba hasta el futón.
Se sentó junto a él. Madara, con las mejillas aún ligeramente encendidas, la observó un momento en silencio. Sus ojos, aunque pesados, aún guardaban una intensidad que quemaba. Afuera, el canto lejano de los grillos y el murmullo del viento acompañaban el ambiente sereno.
—Hayami... —susurró con delicadeza
—¿Madara?
—¿Por qué todo es tan complicado, tan lento?
—¿C-complicado?
—Sí... creo que ya me daré por vencido.
De pronto, sin previo aviso, él se inclinó hacia ella, rodeando su cintura con un brazo lento pero firme. Su aliento, tibio y cargado del sabor del sake, rozó su piel antes de que sus labios se encontraran con los de ella.
El beso fue suave al principio, casi torpe, pero había algo en él que se sentía profundo. Un gesto contenido por demasiado tiempo, como si hubiese sido arrancado del corazón sin permiso. Hayami se quedó inmóvil al principio, no por falta de deseo, sino por confusión. Su cuerpo tembló ligeramente, y su corazón pareció detenerse en medio del gesto.
Cuando él se separó apenas, la joven lo miró. Sus ojos ámbares estaban entrecerrados, la respiración agitada. En su pecho, algo parecía a punto de romperse.
—Madara... —susurró—. ¿Qué... qué somos? Me estás confundiendo.
Silencio.
Ella esperó una respuesta, alguna palabra, incluso un murmullo cargado de dudas.
Pero cuando bajó la mirada, lo vio con la cabeza recostada sobre su regazo, dormido. Respiraba profundamente, los mechones oscuros cayendo sobre su frente, y su brazo aún descansaba sobre su cintura.
Hayami parpadeó, sin saber si reír o llorar. Lo observó por unos segundos largos, el calor de su cuerpo tan real, tan cerca. Se le formó un nudo en el pecho, una presión silenciosa que no sabía cómo liberar.
—Seguramente... estaba bajo los efectos del alcohol—comentó para sí misma y la frase le dolió más de lo que quería admitir.
Acarició lentamente el cabello de Madara, con una ternura que no necesitaba permiso, ni correspondencia. Y aunque su corazón pedía una señal, esa noche solo le fue concedido el silencio y el peso dulce de un hombre dormido que aún cargaba demasiadas sombras.
—2056 palabras.
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ㅤㅤજ⁀➴ 𓏲๋࣭࣪˖《𝐴𝑢𝑡ℎ𝑜𝑟❜𝑠 𝑛𝑜𝑡𝑒》﹕Más de veinte capítulos para un simple beso... qué paciencia tienen JKASJAKSJA.
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