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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟐𝟕.๋⭑

꩜ㅤ𝙿𝙻𝙰𝙽𝙴𝚂ㅤ

El paisaje de los bosques que rodeaban el incipiente pueblo comenzaba a ceder, poco a poco, ante la voluntad obstinada de los hombres. Donde antes solo se alzaban árboles milenarios y raíces entrelazadas por la historia, brotaban cimientos, estructuras humildes pero firmes, como si la tierra misma aceptara ese nuevo destino. Los ecos de martillos y voces se alzaban desde el corazón del valle, fundiéndose con el canto de las aves y el susurro persistente del viento. Konoha estaba naciendo. Y con ella, la promesa de algo más grande: un sueño compartido.

En la cima de una colina tapizada de hierba espesa y salpicada de pequeñas flores blancas, tres siluetas descansaban sobre una gran roca cubierta de musgo. Desde allí, se desplegaba una vista casi total de la aldea en construcción: un mapa viviente de esfuerzo y esperanza, con calles apenas delineadas y casas que comenzaban a alzarse como retoños de madera.

El musgo era fresco bajo sus cuerpos, húmedo por las lluvias recientes, y el aroma a tierra mojada se mezclaba con otro más suave y reconfortante: el de las bolitas de arroz que Hayami había preparado aquella mañana. Eran simples onigiri, envueltos con cuidado en algas crujientes, con un delicado relleno de salmón ahumado que aún desprendía un tenue calor. Hechos con cariño, como cada cosa que salía de sus manos.

Ella se sentó con las piernas cruzadas, el cabello suelto cayéndole por la espalda en una cascada plateada que brillaba bajo el sol. Mantenía la vista baja, enfocada en el bocado que sostenía entre los dedos. Tomaba pequeñas mordidas, saboreando en silencio, como si ese instante mereciera ser digerido con respeto.

A su lado, Hashirama se encontraba en medio de ambos, comiendo con una torpeza casi infantil. Se había echado hacia adelante, con las rodillas juntas y los codos en alto, y su túnica blanca ya mostraba pequeñas manchas de arroz. Sonreía con un entusiasmo despreocupado, sin atender a las señas discretas de su hermana, que le rogaban con la mirada que se comportara como el Hokage en formación que era.

Madara, por su parte, había adoptado una postura mucho más distante: recostado sobre la roca, los brazos cruzados detrás de la cabeza y los ojos entrecerrados bajo el brillo del cielo. Su rostro estaba vuelto hacia lo alto, hacia las nubes que flotaban perezosamente sobre sus cabezas, aunque cada tanto su mirada bajaba de forma sutil, como si quisiese asegurarse de que la aldea seguía allí... o quizás de que alguien más seguía allí.

Desde el pequeño altercado con Tobirama, hacía apenas unos días, Madara había mantenido las distancias. No por deseo, sino por incertidumbre. No sabía cómo volver a mirarla a los ojos sin sentir que traicionaba su propio orgullo. El silencio se había convertido en su única armadura.

Pero a veces, la amistad se expresa mejor en el silencio. Y ellos parecían comprenderlo.

Fue Hashirama quien rompió la quietud con su voz llena de energía desbordada.

—¡Las casas están quedando increíbles! —exclamó con una alegría que parecía surgir desde el pecho—. ¡No puedo esperar a ver todos los clanes viviendo juntos! Sin miedo, sin peleas, sin incendios porque alguien miró feo a otro.

Hayami soltó una pequeña risa, apenas un soplido cálido entre los labios. No había ironía en ella, solo ternura por ese optimismo tan suyo.

Madara, sin moverse de su posición, murmuró:

—O por un Uchiha con mal genio.

La joven se llevó la mano a los labios, aguantando la carcajada que amenazaba con salir. Aquello, viniendo de él, sonaba casi como una autocrítica. Hashirama, como de costumbre, no se contuvo.

—¡Ey! ¡No todos los incendios son por culpa tuya!

—¿Eso fue un intento de consuelo, Hashirama? —preguntó Madara, sin abrir los ojos— Porque sonó como una confesión.

—Solo digo que... —Hashirama levantó las manos en gesto de paz— hay Uchihas que son más propensos que otros a lanzar bolas de fuego cuando están de mal humor.

—Puedo pensar en una Senju que también puede llegar a romper el suelo solo por un mal día —replicó Madara, girando el rostro hacia él, con una ceja en alto.

—Sin comentarios —respondió el Senju, llevándose otro bocado de arroz a la boca.

Por un instante, volvió la calma. El viento agitó con suavidad los mechones sueltos del cabello de Hayami. Ella cerró los ojos y dejó que la brisa le acariciara la piel, limpiando pensamientos.

Madara habló entonces, en tono neutro:

—¿Tenemos noticias sobre las alianzas?

Hashirama tragó antes de responder.

—Sí. Tobirama ha estado reuniéndose con los líderes. Ya convenció a casi todos.

—¿Tobirama? ¿Convencer? ¿Sin una amenaza de por medio? —Madara alzó una ceja sin sarcasmo, solo genuina sorpresa.

—Los milagros suceden, socio. —Hashirama se encogió de hombros.

—Nuestro hermano es genial —intervino Hayami con suavidad, dando una palmadita en el hombro del mayor.

—Ni tanto —resopló el Uchiha—. Seguro hizo algún trato que aún no nos cuenta... o del que yo no esté enterado.

—¿Cómo lo supiste? —rió Hashirama, empujándolo con el codo—. Madara, deberías abrir un puesto de predicciones.

—No me hagas perder el apetito. ¿Qué hizo?

—Lo de siempre. Matrimonios arreglados.

Madara se atragantó con el aire.

—¿Qué?

—Supongo que es lo más efectivo para consolidar alianzas —dijo Hayami, sin ironía, pero con un deje de resignación.

—¡Ni loco! —Madara se incorporó con brusquedad, apoyándose en un codo—. ¿Casarme con una desconocida solo para que unos ancianos se sientan más seguros? Que Tobirama se case con una piedra si tanto le preocupa la paz.

—Dicen que en el clan Namikaze hay chicas muy lindas —sugirió Hashirama con picardía—. ¿O acaso estás esperando a alguien en particular?

Madara le lanzó una mirada afilada. No decía «ni te atrevas a mencionarlo», lo gritaba.

—Hermana, tengo una pregunta para ti —dijo entonces Hashirama, sin cambiar de tono, con una traviesa sonrisita al borde de los labios—: ¿De qué clan te gustaría que fuera tu futuro marido?

Hayami parpadeó, atrapada entre la escena y sus propios pensamientos.

—¿E-eh? No lo sé... no conozco mucho a los demás clanes.

—¡Pero seguro tienes una idea! —insistió su hermano, con los ojos brillantes de curiosidad—. Vamos, puedes decirlo. Aquí nadie te va a juzgar.

Ella bajó la mirada. Sus dedos, que antes sostenían el onigiri con firmeza, ahora jugaban con un mechón de su cabello. Temblaban apenas. Como si la pregunta la hubiese tocado en una fibra incómoda.

—No importa el clan que escoja... de todas formas, sería difícil que me escojan.

El silencio que se produjo fue seco, inesperado. Como un soplo que apaga una vela.

—¿Qué? —exclamaron ambos, al unísono.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Hashirama, desconcertado.

Ella suspiró, con la vista fija en la aldea.

—En Uzushiogakure, recibí algunas propuestas y las rechacé. Sin embargo, fueron insistentes. Tanto que Sota... respondió por mí. Mandó cartas cortantes a varios clanes.

Acomodó los rebeldes mechones de cabello detrás de su oreja y relamió sus labios.

—Se armó un escándalo. Padre se molestó mucho. Desde entonces, siento que no soy vista como una opción viable por nadie. Dicen que soy problemática. Que me creo demasiado por ser una Senju.

Madara la miró. Esta vez, sin ocultarlo.

—Eso es absurdo —murmuró, más serio de lo que él mismo esperaba sonar.

Hayami giró apenas el rostro, sin atreverse a encontrarse con sus ojos.

—¿De verdad lo crees?

—No eres problemática. Eres... alguien que no se deja pisotear. Por eso aún estamos solteros, ¿no?

Sus miradas se cruzaron. Fue fugaz. Pero sincera. Como un destello que sólo los dos notaron.

Hashirama se echó en el pasto, con los brazos cruzados tras la cabeza y los ojos fijos en el cielo. El sol empezaba a inclinarse apenas, tiñendo las nubes de un dorado suave.

—Madara —dijo de pronto, con ese tono ligero que usaba cuando estaba a punto de decir una estupidez disfrazada de sabiduría.

—¿Hm? —respondió el Uchiha, sin mirarlo.

—Estás soltero porque eres brusco con las mujeres. Pero tal vez el amor de tu vida esté más cerca de lo que crees.

Madara ladeó apenas el rostro, desconfiado.

—¿Qué estás insinuando?

—Solo digo que... tal vez no necesites buscar en tierras lejanas. Tal vez... esté aquí mismo. Cerca. Muy cerca. Tal vez incluso... en mi clan.

Hayami levantó una ceja, dejando de comer.

—Hashirama —musitó con desconfianza—. ¿Te estás refiriendo a ti mismo?

Hashirama se echó a reír de inmediato, dándose una palmada en el pecho.

—¡¿Yo?! ¡Por supuesto que no! —respondió con teatralidad—. Aunque admito que tengo mis encantos, y podría ser un partido muy solicitado.

—Nadie va a disputar eso, pero no es por eso que estamos aquí —comentó Madara, cruzando los brazos.

—Lo sé, lo sé —replicó Hashirama, incorporándose un poco y mirando a ambos con una sonrisa—. Solo intento decir que... si el futuro va a funcionar, si esta aldea va a mantenerse en pie... entonces los lazos verdaderos van a ser la clave. No solo pactos. Lazos personales. Reales.

Hayami lo miró con más atención ahora. Había algo distinto en su tono.

—¿Estás hablando de alianzas entre clanes? —preguntó ella.

—Estoy hablando de todo —dijo él, y se acomodó en el suelo, ahora mirando el cielo con un leve suspiro—. De amistad, de amor, de respeto... incluso de familia. Por eso voy a casarme, para tener una alianza con los Uzumaki.

Hubo un breve silencio. Ni Hayami ni Madara parecían haberlo visto venir.

—¿C-con una Uzumaki? —preguntó ella, sorprendida pero sin desagrado.

—Sí. Hace tiempo lo había pensado. Es una forma de sellar también el pacto con ellos. Y, bueno... quizás encuentre a una buena mujer. Muy fuerte. Alguien que pueda ser servicial a la aldea.

Madara habló entre dientes, algo que sonó a «la va a espantar», mientras miraba hacia otro lado.

—La aldea necesita vínculos duraderos, ¿no? —continuó Hashirama—. Y ya que yo estoy comprometido, pensé que tal vez tú, socio, también podrías... no sé... pensar en tu futuro.

—No necesito a nadie —replicó Madara enseguida, algo cortante.

Pero Hashirama se encogió de hombros, sin molestarse.

—A veces no se trata de necesitar, sino de querer. Y de reconocer cuando eso está justo delante de ti.

Hayami sintió cómo su estómago se encogía ligeramente. Evitó mirar directamente a Madara. El silencio entre los tres se volvió repentinamente más pesado. Entonces Hashirama, siempre dispuesto a agitar las aguas, añadió con una sonrisilla:

—Solo imagina que ese alguien del clan Senju, por ejemplo... tuviera el cabello blanco. O los ojos ámbar. O que fuera muy buena sanando a testarudos imprudentes.

Madara giró lentamente el rostro hacia él, y Hashirama se encogió aún más en el pasto, como si se preparara para esquivar un kunai.

—Tú estás buscando que te golpee.

—¿Yo? ¡Jamás! —dijo Hashirama con cara de ángel—. Solo observo lo obvio. Lo que cualquier ciego vería. Lo que hasta los niños pequeños señalan...

Hayami apretó la mandíbula, sin saber si reírse o mandarlo a callar. Pero Madara no soltó nada. Solo lo miró. Luego bajó la vista, como si pensara demasiado.

—Y por si te sirve de consejo —añadió Hashirama, con una mirada más seria—. El tiempo no espera a nadie, así que aprovecha oportunidades... y vive la vida.

—Hablando desde la experiencia, ¿eh? —preguntó Madara en voz baja.

—Hablando como tu amigo —respondió Hashirama.

Se hizo un silencio más amable esta vez. Uno que no pedía respuestas, solo dejaba que el viento soplara entre las ramas y los pensamientos de cada uno.

Luego, como si se arrepintiera de haberse puesto sentimental por demasiado tiempo, Hashirama se puso de pie de golpe.

—¡Muy bien! ¿Alguien quiere ramen? ¡Se instaló un puesto en la aldea! Podríamos ir luego...

—Necesitas ayuda profesional —murmuró Madara.

—¡¿Por qué tan agresivo?! Esa lección me la enseñó un niñito, cuando iba perdiendo en las cartas.

—¿Y tú le creíste? —preguntó Hayami.

—¡Tenía cara de alguien sabio!

Los tres rieron. Y aunque la conversación había empezado con una broma y terminado con una revelación, el aire se había vuelto más ligero. El tipo de momento que, sin querer, quedaría guardado en la memoria por mucho tiempo.

Madara no dijo nada más, mas cuando se levantó y pasó junto a Hayami, ella sintió que su mirada se detenía un segundo en la suya. Apenas un instante. Pero lo suficiente como para dejarle el corazón latiendo más fuerte.

Hashirama, por su parte, se alejó silbando, feliz de haber dejado la bomba emocional plantada como si nada.

El perfecto cupido accidental.

—2009 palabras.

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