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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟐𝟓.๋⭑

ㅤ𝚃𝙴𝙽𝚂𝙸𝙾𝙽𝙴𝚂ㅤ ⭑

La nueva aldea aún olía a madera nueva, a tierra removida y a promesas que apenas comenzaban a tomar forma. Los cimientos de esta ya estaban colocados, pero las estructuras físicas eran nada comparado con lo que aún faltaba unir: la confianza. Y no solo la de los clanes... sino la de sus líderes.

Hashirama Senju caminaba tranquilamente por los pasillos improvisados del edificio principal en construcción. Llevaba un mapa enrollado bajo el brazo, tarareando algo con una sonrisa sospechosamente amplia en el rostro. Saludó a un par de obreros que pasaban cargando tablones, silbó cuando vio a un grupo de niños jugar con kunais, y al llegar a su destino, se detuvo frente a una puerta recién instalada, la observó como si evaluara una obra de arte.

—Perfecto —dijo para sí mismo, y apoyó una mano en el marco de la puerta. Luego formó sellos con rapidez y la madera se estremeció—. Hermosa, ¿no? —susurró—. La obra maestra de mi nuevo jutsu: «Habitación de la Reconciliación (sin salida)». Y que Madara diga lo que quiera de mis nombres... pero este es perfecto.

Era un hecho que Hashirama no era tonto. Podía ser despistado, sí. Ingenuo, a ratos. Pero cuando se trataba de las emociones de los demás, especialmente las de su hermana y su mejor amigo-enemigo-compañero de sueños rotos, tenía un sexto sentido irritantemente agudo.

Hayami y Madara no se hablaban. No de verdad. Desde la tregua y el inicio de la construcción de la aldea, ambos hacían el papel de aliados en público, compartían reuniones, firmaban acuerdos... sin embargo, nunca se miraban a los ojos, jamás mencionaban el nombre del otro. Nunca se quedaban solos. Nunca hablaban más de lo necesario.

Para Hashirama, eso era un crimen. Y como buen Senju entrometido —o como «mediador de la paz entre clanes»—, había decidido que era momento de poner fin al silencio.

Por eso los citó a ambos, al mismo lugar, a la misma hora. Sin que ninguna de las dos partes lo supiera.

Primero llegó Hayami. Su cabello blanco estaba recogido en una coleta alta, aunque varios mechones rebeldes enmarcaban su rostro. Vestía su túnica médica y cargaba un pequeño rollo de papel, como si viniera directamente de organizar los suministros. La expresión seria pero cansada la hacía parecer mayor de lo que era, y sus ojos ámbar analizaban la sala con desconfianza.

—¿Hashirama? —musitó, asomándose a la sala vacía—. Qué raro, siempre es el primero en llegar.

La habitación era amplia, con techos altos aún sin pintar. El piso de madera crujía levemente con cada paso, y una lámpara de papel colgaba temblorosamente del centro, sin encender. Había bancos de madera improvisados, una mesa con mapas enrollados, y un par de tazas con hojas secas como si alguien hubiera intentado preparar té, mas se hubiera rendido.

Apenas dio un paso dentro, la puerta detrás de ella se abrió otra vez.

—¿Qué demonios...? —murmuró Madara Uchiha, con el ceño fruncido, su silueta imponente recortada contra la luz exterior. Vestía su yukata oscuro, sin armadura, pero con su habitual aura de tensión contenida. Su cabello negro azabache caía suelto, enmarcando su rostro de líneas marcadas y ojos profundos.

Ambos se quedaron congelados. El silencio que se extendió fue tan incómodo que una rama que crujió afuera sonó como una explosión.

—¿Madara? ¿P-por qué estás aquí? —inquirió ella, confundida.

—Lo mismo pregunto —respondió él, desviando la mirada de inmediato—. Tengo una reunión con Hashirama.

—Yo también... —Frunció el ceño y su voz se volvió una queja disimulada—. No me digas que nos hizo una de las suyas otra vez...

—¡Hermanos míos! —La voz entusiasta de Hashirama los interrumpió desde el pasillo. Asomó la cabeza con el cabello aún mojado, desordenado como si hubiese salido corriendo de la ducha—. Disculpen, el agua caliente fue una bendición, pero mi cabello se rehúsa a secarse.

Ambos lo miraron con la misma mezcla de sospecha y resignación.

—¡Pasen, pasen! —dijo, guiándolos con una sonrisa desbordante—. Esta reunión es muy, muy importante. No podía hacerla sin los dos.

Antes de que pudieran protestar, los empujó hacia el interior de la sala. Madara frunció el ceño mientras se dejaba llevar con desgano, y Hayami suspiró profundamente. Una vez dentro, Hashirama los sentó con una exagerada delicadeza... en extremos opuestos de la habitación.

—Hasta pareciera que me odian —murmuró en tono dramático mientras se dejaba caer entre ellos, cruzando los brazos.

Durante unos minutos fingió revisar unos pergaminos con expresión exageradamente concentrada. El silencio se volvió espeso.

—¿Y bien? —dijo Madara, sin ocultar su desdén—. ¿Cuál es esa reunión tan urgente?

—Sí, estoy ocupada con el inventario de suministros médicos —añadió Hayami, jugando con sus dedos—. Esto podrías haberlo hecho por separado.

—¡No, no! ¡Este tema requiere colaboración mutua! —contestó Hashirama, con voz firme... demasiado firme para ser creíble—. Antes de eso... necesito ir a buscar unos contratos que olvidé. ¡No se muevan!

Salió de la habitación con rapidez y cerró la puerta tras él. Un sello brilló un segundo... y la madera se expandió sutilmente, fusionándose con los marcos. Madara se levantó de inmediato y fue hacia la puerta.

—¿Hashirama? —Intentó abrirla. Nada.

—¿Se trabó? —preguntó Hayami, inquieta.

—No —respondió él, frunciendo más el ceño. Golpeó con fuerza. Ni una astilla. Alzó la voz—. ¡Hashirama! ¡Abre la maldita puerta!

Del otro lado, se escuchó una risita traviesa.

—¡Bienvenidos a mi nuevo jutsu! —dijo Hashirama con tono triunfal—. ¡«La Habitación de la Reconciliación entre Socios Desastrosos»!

—¿¡QUÉ CLASE DE NOMBRE ESTÚPIDO ES ESE!? —gritó Madara, ya perdiendo la paciencia.

—Es descriptivo, ¿no? —rio el Senju—. ¡Vamos, vamos! Hablen entre ustedes. Yo solo los liberaré cuando hayan dejado de comportarse como dos niñitos resentidos.

—¡¿Qué?! ¡Voy a matarte, lo juro! —Madara volvió a golpear la puerta con un puñetazo, y una rama le sujetó el brazo por un segundo, como si lo regañara. La soltó enseguida, mas el mensaje estaba claro.

Hayami se sentó de nuevo, en silencio. Estaba incómoda, mirando al suelo. Sus dedos se entrelazaban y deshacían sobre sus rodillas. El eco de las palabras de Hashirama flotaba en su cabeza: dejen de comportarse como niñitos resentidos.

Madara se cruzó de brazos. El silencio regresó a invadir la habitación como un mal chiste repetido.

—Ese idiota... —gruñó Madara.

—...siempre haciendo estas cosas —completó Hayami.

Él la miró de reojo, solo un segundo. Ella no lo notó.

—No creas que esto fue idea mía —murmuró.

—Lo sé. Estoy segura de que no quieres estar aquí... conmigo.

Otro silencio. Luego, Madara suspiró y miró hacia otro lado. Observó las paredes de madera, aún sin barnizar. Había un dibujo infantil en una esquina: dos palitos con cabello y shurikens. Sonrió apenas.

—No es que me incomode estar contigo —soltó, rápido, casi molesto—. Solo... no sé qué se supone que debo decirte.

—Yo tampoco —respondió ella, bajando la voz—. No he sabido cómo hablarte desde eso.

Él frunció el ceño. Se giró un poco hacia ella, apoyando un codo en la mesa.

—Pensé que me odiabas.

—¿Qué? Yo pensé que tú me odiabas a mí —dijo ella con una risa triste.

Madara apretó los labios. Su mirada se clavó en la mesa, en una marca en la madera.

—No podría.

—Ni yo... —susurró Hayami. Se atrevió a mirarlo por fin—. Lamento todo lo que pasó. No debí prestarme para una alianza que no querías. No debí usar el nombre de Izuna.

Madara bajó la cabeza, algunos cabellos le cubrían un ojo. Recordó el día en que la vio partir, en que escuchó de labios de Tobirama la traición que nunca creyó real.

—No fue tu culpa. Fui yo el idiota, el necio.

—Los dos lo fuimos —replicó ella. Su voz era suave, vulnerable.

Silencio. Esta vez menos tenso.

—Durante años... —murmuró él—. Estar lejos, sin saber, era insoportable. Había noches en que no dormía, esperando noticias.

Hayami tragó saliva. Sus dedos temblaban.

—Yo también pensaba en ti —confesó ella, bajando la mirada—. Escuché rumores de que eras el líder de los Uchiha. Pensé que ya estarías casado, con hijos... que habías seguido adelante.

—Nunca me casé. No dejé que lo hicieran. Izuna tenía una prometida. Yo... me negué.

—¿Por qué?

—Todavía no puedes saberlo —dijo, girando el rostro. Luego, más bajo—. Solo mencionaré que creía que no era el momento adecuado. —Resopló—. No creas que me abriré. Aún estoy enojado contigo. Un poco.

Hayami sonrió, enternecida.

—Y yo contigo. Bastante. Sin embargo, sigues siendo mi amigo, una persona en quien confiaré pase lo que pase.

Ambos se miraron. Una risa se escapó de ella. Luego, sin aviso, se acercó y lo abrazó. Madara tardó unos segundos, pero terminó correspondiendo, de forma torpe, con los brazos rígidos al principio... hasta que finalmente aflojó.

El olor de su cabello le era familiar. Su calor también. Y de pronto, todo el resentimiento se sintió lejano.

—Jamás estaría enojada por tanto tiempo contigo, Uchiha.

—No pienses que con esa mirada tierna me vas a ablandar, Senju.

En aquel momento, la puerta se abrió con chirrido exagerado.

—¡Sabía que funcionaría! —entró Hashirama con una sonrisa tan amplia que su cara casi no podía contenerla. Tenía los brazos abiertos—. ¡Esto merece un abrazo grupal!

—¡NO! —gritaron ambos al unísono.

Pero fue demasiado tarde.

El Senju los rodeó con sus brazos, colándose entre ambos con tanta efusividad que Madara lo agarró de un brazo y lo lanzó de cara contra el suelo.

—¡YA BASTA, ENTROMETIDO DE MIERDA!

—No importa, puedo morir en paz... —gimió Hashirama mientras su nariz sangraba un poco. Se aferró al suelo como si fuera su tumba.

Madara resopló. Hayami no podía dejar de reír. Su risa, fresca, limpia, llenó la sala vacía. Todo se sintió en paz.

Detrás de ellos, sobre la mesa, una ramita de cerezo recién brotada reposaba junto a los pergaminos. Nadie la había puesto ahí.

Pero Hashirama, desde el suelo, sonrió con satisfacción.

—1587 palabras.

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