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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟐𝟑.๋⭑

꩜ㅤ 𝙸ㅤ𝚉ㅤ𝚄ㅤ𝙽ㅤ𝙰ㅤ ⭑

Desde el fracaso de la alianza con Madara, la joven había enterrado su dolor en el único terreno donde aún sentía que podía ser útil: la medicina. Con más determinación que nunca, ofreció sus servicios como kunoichi médica en los campos de batalla, aprovechando que su hermano mayor era el que lideraba al clan Senju.

Él no lo dudó. Todavía recordaba cómo, de niña, se escapaba de casa para curar a los heridos que encontraba en el bosque, sin preguntar a qué clan pertenecían. Ese corazón compasivo seguía ardiendo dentro de ella, aunque latía herido. Días antes, ambos habían mantenido una conversación en privado. No dijeron el nombre de Madara en voz alta, pero lo pensaron con cada palabra.

Hashirama le permitiría luchar... y curar. Sabía que la única forma de alcanzar a Madara era encontrándolo donde más dolía: en medio del fuego cruzado, donde los corazones se revelan tal como son.

Así que Hayami se preparó. Se recogió el cabello blanco en un lazo firme, ató su bata médica y se dirigió al frente con el alma dividida. Su lugar era entre los heridos, sí, pero su deseo de pelear también ardía con fuerza: quería ayudar, salvar vidas, acercarse a la verdad. A Madara.

Durante las primeras jornadas, se alejó del frente, atendiendo a los más jóvenes. La mayoría eran niños que apenas sabían sostener un kunai, pero que ya conocían el miedo. Hayami se convirtió en su refugio, su maestra improvisada.

—¡Lo haces muy bien, Takahiro! —exclamó con una sonrisa alentadora mientras el pequeño aplicaba un vendaje torpe pero eficaz a un compañero.

—Es porque tengo a la mejor maestra, señorita Hayami —dijo con orgullo, inflando el pecho. Luego miró a su amigo—. ¿Ya no te duele, Samui?

—¡No necesitabas curarme! Soy muy fuerte —refunfuñó el niño, cruzándose de brazos.

—Siempre es bueno aceptar ayuda —respondió Hayami con dulzura, posando una mano en su hombro. Su sonrisa, suave como la luz del amanecer, hizo que el chico desviara la mirada, sonrojado.

Pero aquella calma era solo una tregua frágil. Pronto, los ecos de la batalla se volvieron gritos. El suelo tembló, el aire se volvió espeso, y los lamentos llegaron como una ola.

—¡Señorita Hayami! —Takahiro se aferró a su túnica, temblando.

Ella lo abrazó instintivamente, sintiendo un nudo en el pecho. Por un momento, no fue Takahiro quien la abrazaba, sino Itama. Su pequeño hermano muerto. Itama, que también había temblado en sus brazos antes de morir por la guerra.

—¿Está bien? —preguntó el niño con inocencia.

—Estoy preocupada por mis hermanos... pero ellos estarán bien —respondió con voz temblorosa.

—Hashirama y Tobirama son los Senju más fuertes. Seguro regresarán vivos, como siempre. Usted también es poderosa... solo que ellos la sobreprotegen —agregó el niño con franqueza.

Hayami soltó una risa suave y melancólica.

—¿Te diste cuenta? —Vio a Takahiro asentir con seriedad—. A veces me gustaría poder ayudarlos, pero Tobi insiste en que es muy peligroso...

—¿Tiene prohibido ir a esa zona? —preguntó, señalando con el dedo hacia el frente.

—No exactamente, pero no puedo dejarlos solos —suspiró. Luego los miró a todos con ternura—. Ir con ustedes sería arriesgado...

—¡No se preocupe! Podemos cuidarnos. —Apareció otro niño—. Nos protegíamos antes de que usted llegara.

—Con lo que nos enseñó, podremos sobrevivir mejor. Así que... puede irse —añadió Samui.

Hayami los miró con el corazón apretado. Eran niños, mas hablaban como guerreros. Por ellos, por todos, debía hacer lo que su corazón le pedía.

—Seré rápida —dijo con una última sonrisa, y echó a correr.

Cuando llegó a la zona central, la escena era un infierno. El humo y la sangre cubrían el campo. Gritos de hombres, el chisporroteo del fuego, el olor metálico del acero y la carne quemada.

—¡Hayami! —bramó Tobirama al verla—. ¡¿Qué haces aquí?! ¡Te dije que no te acercaras!

—Vine a ayudar. No discutiré ahora.

Pero no tuvo tiempo de más. Izuna Uchiha emergió de entre la neblina como una sombra, lanzándose sobre Tobirama con furia. La batalla entre ambos se reanudó de inmediato, feroz y veloz, con golpes que sacudían el aire.

Ella apenas pudo retroceder cuando un grupo de enemigos la interceptó. Su chakra latía con violencia dentro de su cuerpo. El desequilibrio amenazaba con desbordarse. La escena frente a la joven no hacía más que ponerla nerviosa.

Dos hombres trataron de clavarle un kunai, mas ella lo esquivó sin titubear.

—No tengo tiempo para ustedes... —murmuró, y con un movimiento preciso, desató una cadena de sellos. Su taijutsu era ágil, y en segundos, los dejó inconscientes.

Entonces lo escuchó.

—¡Ayuda... por favor...! —gimió un shinobi, con la pierna destrozada.

Corrió hacia él sin dudar. Canalizó chakra en sus palmas, aunque el temblor en sus dedos delataba la fatiga.

Uno, dos, cinco heridos más se acercaron. La rodeaban como si fuera la única luz en medio de un abismo. Muchos eran Senju. Algunos, Uchiha. No importaba. Ella los atendía a todos.

Hasta que oyó su nombre.

—¿Hayami?

La voz era grave, inconfundible.

Hashirama.

Estaba frente a Madara. Y este, al oír su nombre en boca de él, giró el rostro.

—Sigues siendo obvio, Uchiha —dijo Hashirama con una sonrisa—. Estaba enterado de tus encuentros secretos con mi hermana.

—¿Conque tú también aprobabas la locura de tu hermano? —espetó Madara.

—Nunca lo hice. Solo sabía que tú inventabas excusas para verla.

—Deberías estar odiándome como lo hace Tobirama; Hayami y yo nos usamos para beneficio propio.

—Claro que no. De hecho, están teniendo su primera pelea de pareja. Pronto se casarán y llegaremos a la alianza. ¿Tengo una mente brillante o no?

—¡Idiota! —Madara arremetió.

El juego acabó en segundos.

Sin embargo, la joven no alcanzó a oír la conversación, su atención estaba dirigida a la pelea entre Tobirama e Izuna.

Su hermano, con su mirada gélida y precisa, esquivaba por milímetros las embestidas de su oponente, mientras Izuna arremetía con la furia de un lobo herido.

El Sharingan del Uchiha brillaba como brasas encendidas en medio de la bruma, leyendo cada movimiento del Senju con precisión. Izuna giró en el aire, lanzó una ráfaga de shurikens envueltos en fuego, obligando a Tobirama a retroceder. Este respondió formando sellos.

—¡Suiton: Suiryūdan no Jutsu!

Un dragón de agua emergió del suelo, rugiendo al embestir contra Izuna, que apenas tuvo tiempo de saltar hacia atrás. El impacto desvió la batalla hacia un sector más expuesto, donde las raíces de los árboles arrancados por la guerra sobresalían como dientes torcidos de la tierra.

—¡Katon: Gōkakyū no Jutsu! —vociferó Izuna, escupiendo una gran bola de fuego que iluminó el campo con un destello anaranjado.

Tobirama la contrarrestó con una ráfaga de agua presurizada que desvió las llamas justo a tiempo, pero no sin costo: una quemadura se formó en su brazo izquierdo, que apenas protegió con un kunai.

Ambos estaban exhaustos, jadeando, pero ninguno cedía. Fue entonces cuando Izuna avanzó con una velocidad brutal, casi invisible, y lo acorraló contra una roca enorme. La espada del Uchiha rozó la garganta de Tobirama, quien, a último momento, activó una técnica de desplazamiento rápido y apareció a su espalda. Su mano atravesó el costado del Uchiha con un corte preciso, profundo.

—¡Ghh...! —Izuna escupió sangre, tambaleándose.

Pero no cayó de inmediato.

—¡Izuna! —El grito de Madara rasgó el aire como una cuchilla, haciéndolo retroceder de su combate contra Hashirama.

Hayami no dudó. Corrió hacia ellos, pero Tobirama trató de detenerla.

—¡Tobi, no! —gritó Hayami, deteniéndolo con una mano—. Esta es mi decisión, hermano.

—¡No te acerques! —exclamó Izuna, deteniéndola con una mirada cargada de repudio.

Ella frenó en seco, con las manos a medio alzar. La herida en el cuerpo del Uchiha era grave, y si no actuaba pronto, colapsaría.

—Tengo que ayudarte, o morirás... —susurró ella, conteniendo el temblor en su voz.

—¡No necesito la compasión de una Senju! —escupió Izuna con desprecio, tosiendo sangre sobre la tierra. Su voz era áspera, cargada de odio. Miró directamente a Madara, que se había acercado al verlo herido—. ¿Ahora la pequeña bastarda se cree una salvadora?

Hayami apretó los dientes, conteniendo la furia. Se arrodilló de todos modos junto a él, intentando estabilizarlo.

—Déjame curarte —insistió con firmeza.

—Ni lo sueñes. ¡Ni siquiera puedes mantener tu propio chakra bajo control, y vienes a curarme a mí! —le escupió en la cara. Luego giró el rostro hacia Madara, sonriendo con crueldad—. No dejaré que una mierda como tú me toque.

Hayami sintió cómo las palabras la atravesaban, pero no se movió. El cuerpo le vibraba, el Byakugō palpitaba como una amenaza latente.

Madara no respondió. Solo observaba. Sus labios estaban apretados, los ojos fijos en su hermano... y luego en ella. Pero no habló. No la defendió. No negó las palabras de Izuna.

Hayami sintió que algo en su interior se quebraba. Y aun así, siguió.

—Maldito seas... —susurró, presionando su palma en la herida—. No pienso dejar que mueras por tu orgullo podrido.

Izuna forcejeó, pero estaba debilitado. Aun así, la apartó de un manotazo.

—¡Te dije que no! ¡No necesito que me toques! ¡Ni tú ni tu estúpido clan! ¡Ustedes... ustedes mataron a los nuestros! ¡A mis hermanos!

—¡Y ustedes mataron a Itama! —soltó Hayami, de pronto. El nombre estalló entre ellos como una bomba.

Un silencio gélido se apoderó del campo. Solo se oía el rugido lejano de la batalla. La Senju se quedó helada al decirlo. Nunca había mencionado el nombre de su hermano menor en una confrontación. Ni siquiera frente a Madara.

Pero ya no podía contenerlo.

—Todos estamos perdiendo. Todos. Y tú prefieres morir antes que aceptar ayuda... sólo por venir de mí. ¿Qué clase de shinobi se supone que eres?

—¡Uno que no se arrodilla frente a los asesinos de su clan! —rugió Izuna.

Madara apretó los puños, los ojos rojos como brasas, mas no intervino.

—Déjame curar a tu hermano, ¿o acaso no me crees capaz de hacerlo?

Y entonces, como una llamarada negra, desapareció con Izuna en medio del humo. La niebla se espesó tras su partida.

Hayami se quedó arrodillada, temblando. El Byakugō latía peligrosamente. Si lo liberaba, con ese desequilibrio, podría romperse por dentro.

—¿Estás bien? —la voz de Hashirama la trajo de vuelta. Él la sostuvo con cuidado por los hombros, preocupado.

—No... no pude ayudarlo... —murmuró ella, aún mirando el lugar donde se desvanecieron.

—Hiciste lo correcto. Pero Madara... está al borde del colapso. Si Izuna muere...

—Lo sé. —Los ojos ámbar de Hayami brillaban con furia contenida—. Él quedaría devastado, pero todos lo hemos estado al perder a un ser querido...

Tobirama apareció detrás de ellos para murmurar:

—Sí, pero nosotros no tenemos ojos mágicos que despierten con el dolor... ¿o sí?

Hashirama suspiró, dirigiendo la mirada hacia los Uchiha rendidos.

La batalla había terminado. Pero el verdadero caos apenas comenzaba.

Tal vez, pronto, también Hayami tendría que dejar ir a Madara.

—1758 palabras.

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