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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟐𝟏.๋⭑

꩜ㅤ𝙼ㅤ𝙰ㅤ𝙽ㅤ𝙸ㅤ𝙿ㅤ𝚄ㅤ𝙻ㅤ𝙰ㅤ𝙳ㅤ𝙰ㅤ⭑

𝐋as hojas danzaban fuera de la ventana como si el viento supiera que el mundo estaba por desmoronarse. Dentro de la oficina, una lámpara de aceite apenas mantenía viva su llama, lanzando sombras que titilaban sobre los estantes cubiertos de pergaminos y frascos etiquetados con tinta casi desvanecida. El silencio era espeso, interrumpido solo por el roce del papel bajo los dedos de Hayami.

Había pasado horas revisando expedientes médicos. Casos complejos, tratamientos rudimentarios, notas hechas por sanadores en medio del caos. Todo ello la devolvía a una época más simple, o tal vez menos cruel, cuando al menos sabía qué era lo que tenía que hacer: sanar.

Frente a ella, la hoja en blanco para su amiga seguía esperando. Mojó la pluma en el tintero y comenzó a escribir:

«Querida Mito, sé que han pasado un par de semanas desde mi última carta. La verdad es que no he tenido tiempo de ponerte al día. Mi control de chakra ha mejorado. Todavía no recurro al Byakugō, lo cual también me alegra un poco».

Su caligrafía, siempre firme, tembló levemente al continuar.

«No te hablé mucho de mi infancia, solo lo necesario... pero sí te conté de la muerte de mi hermano menor; aún me afecta. Hace poco, visité una zona del campamento y reviví aquel temor. Y he decidido que propondré algo a mis hermanos: quiero presentarme en el frente. Me gustaría ser alguien que pueda proteger a los niños y los mayores del clan. No quiero quedarme inmóvil cuando sé que puedo hacer algo. No quiero volver a sentirme inútil».

Levantó la mirada, con el corazón revuelto. Quería creer que esa era su decisión, que no estaba escapando de algo más profundo...

La puerta de su oficina se abrió sin previo aviso. No con violencia, sino con una suavidad estudiada, como si quien entrara supiera exactamente cómo no parecer una amenaza.

Tobirama.

Entró con la serenidad helada que lo caracterizaba, vestido de gris y azul oscuro, las mangas cuidadosamente recogidas. Cerró la puerta detrás de sí, como si la conversación que iban a tener necesitara aislamiento. O contención.

—Veo que sigues escribiéndole a la noble de Uzushiogakure —comentó, sin rastro de burla en la voz. Solo observación. Se detuvo frente a su escritorio, sin sentarse.

Hayami frunció levemente el ceño, incómoda.

—Es mi amiga —respondió sin mirarlo directamente.

Él ladeó la cabeza, con una media sonrisa.

—Claro. Es bueno tener amistades estables, especialmente cuando todo cambia tan rápido, ¿no? Cuando las cosas se... alteran. O se esconden.

Un silencio afilado cayó entre ambos. Ella se tensó, sin saber si eso era una insinuación o una simple reflexión. Pero entonces, él deslizó una carpeta sobre el escritorio, con dedos casi amables.

—Sabes, alguien me contó de cierto encuentro. En el bosque, sin testigos. Lo curioso es que quien lo vio... ni siquiera suele hablar conmigo. —La sonrisa de Tobirama se curvó apenas, como un cuchillo escondido entre telas finas.

Hayami sintió un escalofrío. Él solo dejó esa frase colgando, como una cuerda tensa que uno decide si jalar... o dejar en paz. El corazón le dio un vuelco, mas mantuvo el rostro sereno.

—No tienes derecho —murmuró ella, sin atreverse a mirar los papeles.

—¿Derecho a qué? —inquirió con fingida sorpresa—. ¿A preocuparme por ti? Eres mi hermana, Hayami. Después de todo lo que hemos perdido... ¿realmente crees que puedo quedarme al margen mientras tú te lanzas a los brazos de un Uchiha?

Ella se puso de pie con brusquedad, los ojos brillando por algo más que rabia.

—No es como piensas —susurró, pero con la voz cargada de emoción—. No es un monstruo, hermano. No es lo que tú y los demás dicen. Lo conoces solo a través del odio. Yo... yo sé quién es.

Tobirama no respondió al instante. Caminó lentamente por la habitación, observando las botellas alineadas, los libros médicos, las plantas colgadas en hilos para secarse. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz suave, casi paternal.

—No quiero perderte, Hayami.

Ella se estremeció. Quiso creerle. Quiso recordar a ese hermano mayor que le enseñó ninjutsu, que la consolaba cuando su padre la castigaba severamente. No obstante, su tono estaba manchado de una tensión que no era preocupación, sino una mera estrategia.

—No estoy aquí para juzgarte —añadió, girándose hacia ella—. Pero hay algo que puedes hacer. Algo que solo tú puedes lograr.

Y ahí estaba. El verdadero motivo. La «preocupación» tenía forma y nombre.

—Me opuse en un principio a que te acercaras a él. Desobedeciste. Y creo que es momento de utilizar eso para hacer reflexionar a tu querido amigo...

—¿Q-qué estás proponiendo...? —su tono titubeó un poco, los labios se le secaron.

—Necesitamos a Madara. Al menos por ahora. Estamos planeando una alianza, pero no puede ser equitativa. Él no lo aceptaría viniendo de mí, ni de Hashirama. Pero de ti...

Tobirama sonrió con esa perfección que usaba cuando intentaba ganarse a los diplomáticos enemigos.

—Tú podrías convencerlo de firmar. Harías lo correcto. Por tu clan. Por nuestra familia. Y él... no sospecharía de ti, ¿verdad?

Hayami se levantó de golpe.

—Eso es manipulación —alcanzó a decir con voz quebrada.

—Es guerra —respondió simplemente—. Y en la guerra, a veces tenemos que usar las armas que más duelen.

Se apartó con calma, como si no acabara de desgarrarla por dentro. Se dirigió a la puerta; sin embargo, antes de salir, ella musitó:

—No deberías estar tan seguro de que lo consiga, ¿sabes? —Suspiró—. No hablamos de la guerra, simplemente... somos nosotros mismos.

—He escuchado rumores, Hayami —dijo Tobirama con una calma engañosa—. Y antes de que digas algo, no me interesa tu vida sentimental... si es que eso es lo que crees que voy a cuestionar. Lo que me interesa es la posición en la que estás poniendo a nuestro clan.

Hayami alzó la mirada, todavía brillando por la rabia contenida que le dejó el comentario anterior, pero aún sin fuerzas para pelear.

—¿Rumores? —susurró, fingiendo ignorancia.

—Rumores muy específicos, que trascienden más allá del campamento —continuó él, apoyando los codos sobre el escritorio—. Me pareció curioso que desde que volviste, la alineación de ellos ha cambiado. Algunos avances parecían haber sido anticipados por el enemigo. No directamente, claro. Pero hay movimientos que Madara dejó de hacer de la noche a la mañana.

—No he filtrado nada si es lo que pretendes reprocharme —respondió ella, con la voz tan tensa como un hilo de seda a punto de romperse. Hizo una pausa, bajando los ojos al suelo—. Solo en una ocasión... les di la medicina para detener la epidemia.

Tobirama no parpadeó. No cambió su expresión. Pero la pausa en su respiración fue suficiente.

—¿Los ayudaste? —La voz le salió más baja, grave, casi incrédula.

Ella asintió.

El silencio se volvió espeso, como si la habitación se hubiese llenado de ceniza.

—Y dime, ¿no te parece un poco conveniente? —siguió él, sin levantar la voz—. Te ganaste su confianza con eso. Y Madara, por supuesto, no es tonto. Sabe que puede utilizarte. Te escucha, te halaga si hace falta, te hace sentir comprendida... Pero todo eso es parte del juego. Estás cayendo, Hayami.

Ella apretó los dientes. No podía soportar que lo dijera así. Como si lo suyo fuera una ilusión tejida por su ingenuidad.

—No lo conoces...

—No necesito hacerlo —interrumpió Tobirama con una firmeza que le heló el cuerpo—. Lo he visto hacer cosas que tú jamás imaginarías. Y te aseguro que, si tiene que escoger entre ti y su clan, no va a dudar.

Entonces se inclinó hacia adelante, su mirada intensificándose.

—No lo ves porque no quieres verlo. Y tú, sin pensarlo, le entregaste una cura a su clan. Una que ni siquiera te pidieron. ¿Qué más harás por él sin tener que pedírtelo? Tal y como una adolescente enamorada...

Hayami sintió que el mundo se le encogía. El análisis la desarmaba. Era como si cada paso, cada gesto de Madara, hubiese sido parte de una estrategia, y ella solo una pieza más en su tablero.

—¿Crees... que lo sabe? —preguntó con un hilo de voz.

Tobirama asintió.

—Si Madara es tan perspicaz como siempre ha sido, lo sabe. Sabe lo que sientes. Y por eso estás en peligro.

Ella desvió la vista. Su rostro estaba rojo, no por vergüenza, sino por una mezcla de tristeza y rabia. Rabia por no poder defenderlo como quería. Rabia por dudar.

—Pero podemos darle la vuelta —agregó Tobirama, con un tono más suave, casi como si le ofreciera una tregua—. Hay una forma de hacer que esto sirva para algo. Una alianza. No es necesario mentirle. Solo llevarlo por el camino que tú marques.

—¿Y si se da cuenta? —preguntó Hayami, sintiendo que algo dentro de ella comenzaba a desgarrarse.

—Piensa en esto como una oportunidad, no como una carga. Estoy seguro de que tomarás la decisión correcta. Eres una Senju Hayami, no Uchiha Hayami.

Y se fue, cerrando la puerta con la suavidad que usaba cuando no quería dejar huella.

El aire pareció colapsar. La máscara de fuerza que Hayami llevaba puesta se rompió sin advertencia. Se dejó caer de rodillas al suelo, incapaz de sostenerse. Todo le dolía: el pecho, los ojos, la garganta. Era como si el chakra que tanto había domado se le hubiera rebelado por dentro, rompiendo sus defensas en una ola de angustia incontrolable.

Hayami no se movió durante un largo rato. Sus piernas temblaban, su cuerpo entero parecía no pertenecerle. Y entonces, cuando por fin su respiración se quebró, se dejó caer sobre su asiento y tapó su rostro con ambas manos.

Las lágrimas cayeron sin resistencia. Ya no sabía si lloraba por haber sido descubierta o por lo que estaba a punto de hacer.

Nadie la escuchaba. Nadie iría a consolarla. Por primera vez desde que volvió del exilio autoimpuesto, se sintió completamente sola.

No supo cuánto tiempo pasó allí, con la frente contra el suelo y los puños apretados contra su regazo, hasta que un golpeteo interrumpió su tormenta.

Un sonido seco, familiar, en la ventana.

Una sombra oscura, con plumas marrones cenizas. El águila, aquel que le llevó la carta hace muchos años atrás...

Se levantó temblando, abrió la ventana. El ave alzó una garra, donde llevaba atado un pequeño pergamino sellado con el emblema del clan Uchiha.

Con dedos húmedos por las lágrimas, desató el nudo y desplegó el mensaje. «¿Estás bien? Desde ese día no hemos podido hablar. Si quieres, podemos vernos en estos días. Donde tú decidas. Si no deseas hacerlo... lo entenderé».

La letra de Madara era decidida, como siempre, pero había una grieta entre líneas, una duda que no solía dejar escapar. Apretó el pergamino contra su pecho. No podía pensar con claridad; únicamente sabía una cosa: no soportaría cargar con más.

Tomó una hoja nueva, y escribió sin dudar: «Ven esta noche. El claro del bosque, donde solíamos encontrarnos. Tenemos que hablar».

La ató al águila con movimientos torpes y la soltó. El ave se elevó, graznando suavemente antes de desaparecer entre la neblina y las sombras de la tarde.

Hayami se quedó mirando el cielo plomizo. Sus párpados estaban hinchados de tanto llorar. Porque lo que tanto temía pasó, ocurrió tan pronto ella decidió seguir lo que quería: priorizar al clan antes que a Madara...

—1846 palabras.

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