
˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟐𝟎.๋⭑
꩜ㅤ𝙲ㅤ𝙰ㅤ𝙼ㅤ𝙱ㅤ𝙸ㅤ𝙾ㅤ⭑
𝐀 Izuna le costaba horrores levantarse de la cama. Su cuerpo, aún resentido por los entrenamientos del día anterior, le rogaba dormir un poco más. El colchón cálido y el sonido suave del viento contra las ventanas lo abrazaban como si quisieran retenerlo. Pero aquella mañana era distinta. Había algo... diferente.
Fue primero el aroma. Una fragancia delicada, familiar y cálida que lo obligó a fruncir el ceño incluso con los ojos cerrados. No era el incienso ni la humedad del tatami, sino algo más hogareño, más íntimo. ¿Era... tofu frito?
Medio dormido, se sentó con esfuerzo, se frotó los ojos con las palmas y se dejó arrastrar por el olor. Bajó las escaleras en silencio, rascándose la cabeza, y se detuvo en seco al llegar a la cocina.
Por un momento, pensó que aún soñaba.
Ahí estaba él.
Madara Uchiha, líder indiscutido del clan, el temido guerrero cuyo nombre provocaba escalofríos en los enemigos... usando un mandil de cocina con un patrón de hojas de bambú bordadas. Frente a él, dos recipientes repletos de inarizushi reposaban sobre la mesa, alineados con una precisión casi militar. Con total seriedad, Madara colocaba los últimos trozos de tofu, doblándolos con delicadeza mientras probaba la consistencia del arroz.
Izuna parpadeó. Una, dos veces. Estaba despierto.
—Hermano... ¿qué estás haciendo? —preguntó finalmente, con la voz ronca por el sueño, el ceño fruncido entre el asombro y el desconcierto.
Madara no se giró enseguida. Movió el último trozo de tofu al recipiente, se limpió las manos en un paño blanco que colgaba de su cintura y, solo entonces, giró la cabeza hacia él. Sus ojos oscuros lo miraron sin emoción... hasta que Izuna dejó escapar una carcajada ahogada.
—¿No me digas que ahora eres el chef del clan?
—¿Te parece gracioso? —Madara arqueó una ceja, con ese tono seco y autoritario que usaba cuando algo no le hacía ninguna gracia.
—¡Me parece surrealista! —Izuna se frotó los ojos de nuevo, como si así pudiera procesar mejor la imagen—. Hermano... ¿estás cocinando? ¿Voluntariamente?
—Necesitaba algo en qué ocuparme.
—¿Algo en qué ocuparte? —Izuna cruzó los brazos, sonriendo con picardía—. ¿Y ese "algo" incluye cocinar suficiente inarizushi como para alimentar a un escuadrón entero?
—No es para ti —replicó Madara con tono cortante.
—¡Nunca dije que lo fuera! Pero ahora estoy ofendido —bromeó Izuna—. ¿Y el mandil? ¿Dónde lo conseguiste?
Madara le lanzó una mirada fulminante.
—No toques el mandil.
Izuna intentó contener otra carcajada, pero fue en vano.
—Hermano, en serio... ¿qué pasa contigo? ¿Te diste un golpe en la cabeza? ¿Estás bajo genjutsu? ¿Acaso estás enamora...
—Izuna —Madara lo interrumpió, y su voz se volvió fría, casi gélida—. No es asunto tuyo.
El menor se enderezó de inmediato, sin perder la sonrisa, aunque ahora tenía un matiz curioso, casi burlón.
—Entonces no te importará que lo investigue por mi cuenta.
No respondió. Se limitó a girarse, tomar ambos recipientes y avanzar hacia la puerta con paso firme, como si todo aquello no fuera completamente insólito.
Y entonces, el timbre sonó.
Izuna, aún con el ceño fruncido por la extrañeza, fue a abrir.
Tras la puerta se encontraba Tetsuo, quien —pese a haber tenido problemas con los hermanos en el pasado— era un amigo del menor. Olfateó el aire con una sonrisa burlona.
—La casa huele increíble. ¿Tu prometida hizo el desayuno?
—En realidad —Izuna sonrió, bajando la voz en tono cómplice—, fue Madara.
Tetsuo estalló en carcajadas.
—¡No puede ser! ¿Dónde está? ¡Quiero ver esto con mis ojos!
En ese preciso momento, Madara apareció en el umbral, con los recipientes ya en brazos, la expresión estoica como siempre... ignorando olímpicamente las risas. Ni una palabra. Ni una queja. Simplemente salió de la casa como si no acabaran de descubrirlo.
Tetsuo lo siguió con la mirada, aún riendo.
—Tu hermano... está más raro que de costumbre.
—Hará inspección del área —dijo Izuna, más para sí mismo que para su amigo.
—¿Sin armadura? —Tetsuo alzó una ceja—. Ahora sí está loco. Ya lo mencioné incontables veces; no debería ser el líder, porque es descuidado, impulsivo.
Izuna no respondió. Era cierto: ni sus kunai llevaba a la vista. Solo los dos recipientes bien asegurados entre sus brazos, como si transportara algo de gran valor.
Y por un momento, la idea cruzó su mente como un relámpago inquietante. Los acontecimientos de la semana aparecieron en él. Quizá era momento de buscar respuestas, incluso si eso significaba hallarlas más allá del territorio Uchiha...
Su mirada se quedó fija en la silueta de su hermano mayor alejándose por el sendero del bosque.
El sol filtraba sus rayos entre las ramas del espesor, proyectando sombras danzantes sobre el suelo húmedo. Las hojas crujían bajo los pies de Madara a cada paso que daba. Avanzaba con determinación, los dos recipientes cuidadosamente sujetos entre sus brazos, como si fueran más importantes que cualquier pergamino de guerra. Su andar era silencioso, pero su mente estaba agitada.
Había algo distinto en su respiración. Un leve temblor, casi imperceptible. Algo que solo se le escapaba cuando se trataba de ella.
Hayami.
Su nombre era una tormenta en su pecho, una palabra prohibida que le latía bajo la piel como un sello invisible. La había visto tan distinta la última vez. Enflaquecida. Exhausta. Su energía desbordada y a la vez... frágil. Como si llevara semanas cargando un mundo que no le correspondía.
El bosque lo envolvía con su murmullo familiar, pero en su mente solo resonaba el sonido de su estómago rugiendo la semana anterior. Esa confesión, tan sencilla, había sido una daga que le perforó el orgullo. No podía permitir que siguiera descuidándose. No ella.
Y entonces, la vio.
Allí, sentada bajo un árbol retorcido, con una libreta entre las manos, Hayami escribía con gesto concentrado, pero su ceño fruncido delataba su distracción. El viento agitaba su largo cabello blanco, haciéndolo ondear como seda plateada. Sus ojos ámbar, intensos y brillantes incluso en la penumbra del bosque, se alzaron cuando escuchó sus pasos.
Madara se detuvo a unos metros, observándola. Por un momento, ninguno habló.
Solo el bosque.
Solo ellos.
—Estás aquí —murmuró Hayami, cerrando la libreta con lentitud, como si aún dudara de su presencia.
—Te lo prometí —respondió Madara, avanzando hasta quedar frente a ella—. Traje comida para poder compartirla...
Le ofreció uno de los recipientes con movimientos medidos, casi ceremoniales. Ella lo tomó, pero con torpeza. Sus dedos rozaron los de él, y aunque fue solo un segundo, ambos sintieron la electricidad vibrar entre sus pieles.
Hayami desvió la mirada de inmediato. Su respiración se volvió irregular, sus manos temblaban apenas al levantar la tapa del recipiente.
—Inarizushi... —susurró, visiblemente sorprendida—. Huele... increíble.
—Lo preparé esta mañana —dijo él, más suave que de costumbre.
—¿Tú lo preparaste?
Ella lo miró, incrédula. En sus ojos dorados se dibujó una mezcla de ternura y confusión.
—Jamás pensé ver esa faceta tuya.
—No todos la merecen —murmuró.
Hayami bajó la mirada. Se llevó un bocado a la boca y, al probarlo, dejó escapar un suspiro involuntario. Sus hombros se relajaron, como si con esa comida algo dentro de ella volviera a su sitio.
—No debiste molestarte tanto —dijo, casi en un susurro.
—No es molestia si eres tú.
El silencio cayó entre ellos como una cortina pesada. La tensión, palpable, vibraba con cada respiro, con cada mirada que se cruzaban. Hayami intentaba concentrarse en la comida, pero su corazón latía con fuerza contra sus costillas.
No era correcto estar allí.
No después de todo lo que habían vivido. No después de la sangre, de aquel día en el límite norte.
Pero su presencia la debilitaba. La atraía como la luz atrae a la polilla. Y a pesar del miedo, no podía alejarse.
—No sé cómo empezar —dijo ella finalmente, después de unos minutos de masticar en silencio—. Siento que... cualquier palabra va a sonar mal.
Madara se sentó frente a ella, dejando su recipiente sin abrir sobre una piedra plana. Apoyó los antebrazos sobre sus rodillas, inclinándose apenas hacia adelante.
—Yo tampoco sé de qué hablar—admitió, sin rodeos.
Se quedaron así, mirando un punto indefinido entre ambos. Como si el aire que los separaba estuviera cargado de recuerdos. Como si en ese vacío flotaran todas las veces que pensaron en el otro pero no lo dijeron. Todas las cartas no enviadas. Todas las palabras que se guardaron.
—¿Recuerdas... la vez que me ayudaste a quitarme a Tobirama de encima? Te hiciste pasar por una niña y lo llevaste al río —preguntó Hayami de pronto, con una sonrisa pequeña y casi avergonzada—. Juraste que nadie se enteraría.
Madara ladeó la cabeza, conteniendo una sonrisa.
—Y al día siguiente, tu padre mandó a buscar a la supuesta chica... Tuve que volver a fingir para romperle el corazón.
—¡No! ¿Es en serio? —Soltó una risita. Una de verdad. De esas que le salían antes. Cuando todo era más simple. Más joven.
—¿Qué querías que hiciese? —Madara alzó una ceja—. Hashirama y tú me dejaron solo en ese problema.
—Éramos niños —dijo, encogiéndose de hombros, pero su tono se volvió más bajo—. Y no sabíamos cuánto ibamos a extrañar esos días.
La risa se apagó, reemplazada por una expresión melancólica.
—Yo también los extraño —admitió él, sin apartar la mirada de ella—. A veces pienso que si hubiéramos sido más egoístas... todo habría sido distinto.
Ella bajó la vista, jugando con los palillos entre sus dedos.
—A veces pienso eso también. Pero otras... me alegra que fuéramos valientes.
Silencio otra vez. Cargado. Íntimo.
—Pero... no sé si fue valentía o cobardía —agregó ella, sin levantar la mirada—. Porque vine a verte. Y no sé si eso me hace fuerte o una traidora.
Madara no respondió de inmediato. En sus ojos oscuros se encendió una sombra de dolor.
—Entonces yo también soy un traidor. Porque no he dejado de buscar excusas para verte. Ni un solo día.
Hayami levantó la vista. Sus ojos ámbar se encontraron con los de él. Sólo estaban ellos. Lo que fueron. Lo que no sabían si podían ser.
No obstante, aún había una guerra, una disputa de clanes. Y no quería que más sangre sea derramada por sus decisiones. Sería la última vez que lo vería bajo la clandestinidad, porque no era correcto aquello.
Ella apretó los labios, recogió el recipiente casi vacío y se puso de pie.
—Debo volver. No puedo quedarme más tiempo.
Madara la observó, sin moverse. Como si aún tuviera algo que decir. Algo que confesar.
Pero no lo hizo.
Hayami dio unos pasos hacia atrás, sin dejar de mirarlo.
—¿Cuándo volveremos a encontrarnos? —preguntó él.
—N-no estoy segura... lo siento.
Y entonces se dio la vuelta, y el bosque la tragó entre sombras y ramas.
El Uchiha se quedó «solo».
Mas, en algún lugar entre los árboles, un par de ojos carmesíes lo observaban todo: su querido hermano, Izuna, quien finalmente entendía la situación.
Madara no estaba loco.
Solo estaba enamorado.
Y eso... era peor.
—1768 palabras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro