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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟏𝟖.๋⭑

ㅤ𝙲𝙸𝙲𝙰𝚃𝚁𝙸𝙲𝙴𝚂ㅤ

𝐋a guerra no era la única que arrebataba la vida de los miembros del clan; la acompañaba su fiel colega, la enfermedad. Inseparables, como un matrimonio sólido, consolidado hasta el fin de los tiempos. Y esa era su labor: ser la fuerza que acabaría con uno de ellos...

«Creo que la fiebre me está llegando, debo dejar de imaginarme cosas raras», pensó.

Hayami alistó su canasta y una oz para ir en busca de plantas medicinales. Podía mandar a otros a hacerlo, pero quería investigar la zona, recordar aquellos días en que jugaba con su hermano mayor. Y, solo quizá, olvidar aquella sonrisa orgullosa del niño que los acompañaba.

—Veamos... pala, guantes, tijeras —murmuró, revisando la canasta—. Todo listo.

Dio unos pasos hacia la puerta de su oficina. Sin embargo, al girar el pomo y atravesar el marco, una gran sombra se proyectó sobre la pared. Miró a la derecha, encontrándose con Tobirama, cuya expresión no tenía ni una pizca de gracia. Cruzado de brazos, con el ceño fruncido, la esperaba.

—¿Segura que podrás cuidarte sola? —preguntó él.

—Genial, eres la viva imagen de padre —comentó para luego chasquear la lengua—. Iré a recolectar unas cuantas plantas medicinales. La nueva epidemia hizo que el número de enfermos se disparara, y tengo una idea de cómo detenerla...

«...aunque para ello deba cruzar los límites del clan».

Aún no podía creer cómo había convencido a Hashirama para que le diera permiso para ejecutar su atrevido plan. Podía parecer despreocupado, creerse el chistoso de vez en cuando, pero también sabía que él no aprobaba que ella se expusiera al peligro... o a encontrarse con cierto Uchiha.

—Puedo encargar a alguien que te escolte si lo deseas. ¡Incluso podría ir contigo!

Hayami soltó una breve carcajada. Su hermano, aun enojado, lucía tierno. No importaba cuántos años tuviese, ella lo vería como a un niño de doce años, obstinado en conseguir lo que quiere.

—A ti te necesitan en el campo de batalla, gruñón. —Le dio unas palmadas en el hombro—. Estaré bien sola, lo prometo. Sabes que trabajo mejor así; más personas me estorbarán. ¿O lo haces por algún otro motivo?

—Me parece irresponsable que vayas a territorio Uchiha sin protección.

El rostro de la Senju empalideció.

—Hashirama, chismoso hijo de...

—Lo deduje, hermana. —Suspiró pesadamente—. Es la única área con tierra fértil, con plantas de todo tipo...

—¡Vaya, no tenía idea! —fingió sorpresa—. No haré caso a extraños, Tobi. Ya te he dicho que dejes de tratarme como una niña.

—No se puede razonar contigo. —Contrajo los hombros—. Haz lo que se te pegue en gana.

Hayami sonrió y abrazó a su hermano, cuya expresión seguía siendo poco amigable.

—Pero si me entero de que algún Uchiha se cruzó en tu camino, rodará una cabeza muy pronto.

Aquellas palabras le hicieron recordar lo que pasó hace unas semanas atrás: Tobirama capturó a unos espías —pertenecientes al clan Uchiha—, a quienes se les acusaba de filtrar información. Él fue el encargado del interrogatorio; mala idea. Largas horas de preguntas no surtieron ningún efecto, por lo que pasaron a la tortura, una que no aprobaba Hashirama. En cuanto el mayor se enteró, le dio el sermón más grande de su vida. Tobirama rodó los ojos y salió de la oficina.

Una gota de sudor recorrió la frente de Hayami. Sabía que él hablaba muy en serio.

—C-créeme, no es necesario. ¡Yo mismo los espantaré con mis plantas!

—No bromeo, hermana. Las cosas han cambiado, lo hago por tu bien.

La joven jugó con sus manos, ansiosa. Tobirama tenía razón... casi siempre, ¿no? Tras unos segundos de reflexión, se rindió. Él quería protegerla, y ella solo lo complicaba más.

—No te preocupes, mantendré mi distancia con todos los Uchiha.

—¿Y con Madara?

—Con él también.

Caminó sin mirar atrás, dejando que sus pasos la llevaran fuera del campamento Senju, como si el viento la empujara suavemente hacia lo inevitable. Las palabras que acababa de pronunciar aún ardían en su pecho, no por la promesa en sí, sino por la mentira que se había deslizado entre sus labios como veneno dulce.

No era miedo lo que sentía, sino una punzada de anhelo, una grieta que se ensanchaba más con cada paso que daba hacia el bosque. Porque, por más que intentara enterrar su recuerdo bajo el peso de la razón, el rostro altivo de Madara emergía entre los pliegues de su memoria, orgulloso y obstinado, como una sombra que el sol no logra disipar.

Y, en lo más profundo de sí, deseaba encontrarlo allí, aguardando entre los árboles como un secreto que se negaba a morir, como una promesa nunca dicha que aún flotaba en el aire, suspendida entre el deber y el deseo.

El bosque era un susurro antiguo. Las hojas crujían bajo sus pies y la brisa sacudía suavemente las copas de los árboles, como si el lugar intentara cantarle una vieja canción de cuna. Hayami caminaba con paso firme, la canasta colgando de su brazo, el corazón latiéndole un poco más rápido de lo que le gustaría admitir.

Era la primera vez que pisaba ese territorio desde que todo cambió. Desde que su mundo se desmoronó a medias y las palabras de Madara dejaron un eco doloroso en su memoria.

La zona boscosa del límite estaba más viva que nunca. Pequeñas flores de color azul pálido asomaban entre las raíces, y algunas hojas tenían ese brillo translúcido que indicaba propiedades curativas.

Se agachó para cortar una de ellas con cuidado.

—Maldita sea... este sitio tiene de todo menos paz —murmuró, limpiando el sudor de su frente.

Pero la incomodidad no venía solo del calor o del peso de la canasta. Era esa sensación. La de ser observada.

—¿Otra vez imaginaciones tuyas, Hayami? —Suspiró.

Dio media vuelta para inspeccionar los árboles, pero no vio a nadie. Solo sombras proyectadas por la luz entre ramas. Sus orejas ardían, su respiración era entrecortada. Sin embargo, el chakra... lo sintió. No era agresivo, pero estaba ahí. Firme, como una presencia que se negaba a esconderse del todo.

—Sal de una vez, Madara —lo dijo con voz baja, como si no quisiera que el bosque escuchara.

El sonido fue casi imperceptible: un roce de tela, una pisada ligera. Entonces, la sombra entre los árboles cobró forma. Ahí estaba. De pie, con el cabello alborotado por el viento y esa expresión que nunca sabía si interpretar como enojo o nostalgia. Su armadura brillaba débilmente. No llevaba su espada, ni parecía dispuesto a pelear.

—Tienes buen instinto, como siempre —dijo él, sin acercarse demasiado.

Ella no respondió de inmediato. En vez de eso, volvió a cortar otra planta con aparente indiferencia, pero su corazón latía desbocado.

—Tu chakra sigue igual de ruidoso —agregó ella, sin mirarlo—. Me sorprende que hayas llegado tan cerca sin que te lance algo.

Silencio. Denso, como si el aire se hubiera espesado entre ambos.

—No venía escondiéndome. Quería que me sintieras.

Esa frase le revolvió el estómago. Finalmente se irguió, girando apenas el rostro hacia él.

—Eres un tonto por dejar que te vea sin escolta, Uchiha.

—Y tú tienes agallas al presentarte aquí sin un solo guardia, Senju.

Él sonrió apenas, ese gesto que ella recordaba bien, pero que ahora se sentía ajeno.

Hayami se incorporó y alzó la mirada para enfrentarlo con la frente en alto. Era difícil pretender que no le importaba tenerlo delante de ella. Le dolía no correr a sus brazos y llorar por su reencuentro. Pero no quería defraudar a su hermano, aunque sea por unos minutos más... antes de ceder a los deseos de su corazón.

—¿Y por qué querías que te descubriera? ¿Qué ganas con eso?

Madara no supo qué responder. Solo la observó, como si quisiera grabarse cada detalle: sus ojos color ámbar, su fina nariz, sus carnosos labios...

—Porque no sabía si aparecer era... una buena idea.

—No lo es —respondió rápido. Pero su voz tembló un poco.

El Uchiha bajó la vista un momento, con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Y Hashirama sabe que estás aquí?

—Me dio permiso... más o menos. Tobirama, en cambio, quiso rebanarme la cabeza antes de salir.

Él dio un paso hacia ella. Y aunque no era mucho, bastó para que su cuerpo reaccionara con una alarma muda. Ella respiró hondo, clavando la vista en su canasta como si de pronto todo lo que importaba fueran esas malditas flores.

—Estás arriesgando mucho al venir sola.

—¿Y tú? ¿Qué haces tan cerca de territorio Senju?

—Buscando lo que perdí.

Hayami tragó saliva, tensa. Él no había dicho mucho, pero ese tono bajo, casi ronco, le erizó la piel. Y no por miedo.

—¿Y encontraste algo? —preguntó sin mirarlo.

Madara alzó una ceja, dando otro paso. Solo estaban a un par de metros ahora. La distancia exacta para que el calor del otro se sintiera sin tocarse.

—Tal vez.

Ella giró hacia él por fin. Lo miró directo a los ojos, y su estómago dio un vuelco. Porque no se trataba de rabia ni tristeza. Era esa tensión cruel que se instala entre dos personas que no deberían quererse, pero tampoco pueden fingir que ya no lo hacen.

—Vine por las flores, Madara.

—Lo sé a la perfección.

Una brisa fuerte sacudió el bosque. La capa de él se movió un poco hacia ella. Durante un segundo, solo un segundo, sus manos casi se rozaron. Ella no se movió. Él tampoco.

—Te ves cansada —dijo él de pronto.

—¿Y tú qué sabes de mí?

—Mucho; por ejemplo, caminas igual que cuando éramos niños. Ruidosa. Impredecible.

Ella se mordió el labio. No supo si responder con una burla, un reproche... o una súplica. Continuó quitando la tierra para sacar las raíces del hongo.

—¿Y si te ayudo? —preguntó él, rompiendo el silencio.

Hayami lo miró de reojo. Tenía una raíz enredada en la muñeca, las manos ya sucias de tierra y hojas, y aun así, ese ofrecimiento la tomó por sorpresa.

—¿Desde cuándo el gran Madara Uchiha se ofrece a ayudar a recolectar plantas?

Él se encogió de hombros.

—Desde que noté que estás recogiendo mal el hongo shiitake.

Ella soltó una risa suave. No lo quería cerca, pero tampoco tenía fuerza para echarlo. No hoy.

—Si arrancas la raíz, pierde su efecto —agregó él, arrodillándose a su lado.

—Vaya, alguien ha estado estudiando.

—Hay muchas cosas que uno hace por aburrimiento...

Trabajaron un rato sin dirigirse la palabra. Entre sus dedos se cruzaban tallos, pétalos, tierra. Ninguno hablaba, pero el aire entre ellos era espeso, cargado de recuerdos y cosas no dichas. Sus manos se rozaban apenas —sin querer, pero tampoco oponiéndose.

Hasta que Madara habló.

—En mi clan también hay enfermos.

Ella se detuvo. Levantó la mirada. Su rostro estaba sereno, pero esos ojos de noche no sabían mentir.

—¿Epidemia?

Asintió.

—Los más jóvenes. Fiebre, tos... es posible que en el tuyo pase lo mismo.

—¿Estás...? —Hayami tragó saliva—. ¿Estás enfermo tú?

—No. Aún no.

No dijo más, pero ella supo leer entre líneas. Esa pausa le dijo todo. Alguien cercano, su hermano quizá, sí lo estaba.

Sin dudarlo, Hayami sacó un pequeño frasco de su bolso. Lo sostuvo entre los dedos, dubitativa. Luego lo estiró hacia él.

—Esto ayuda a bajar la fiebre. No cura, pero estabiliza. Solo unas gotas en agua tibia.

Madara tomó el frasco con cuidado. Sus dedos rozaron los de ella. Esta vez no fue casual. Ninguno se apartó.

Sus ojos se encontraron.

Y el mundo se quedó en silencio.

Había tantas cosas que decir y ninguna salía. Solo ese roce de dedos, esa necesidad estúpida y brutal de tocarse, de acercarse un poco más. El tipo de deseo que viene con dolor, con años de distancia, con odio y amor mezclados como el más peligroso de los vicios...

Sus cuerpos se buscaban como imanes contrariados por la razón. Cada paso, cada respiro contenido, reducía la distancia entre ellos con una lentitud que dolía. La mente de Hayami se disolvía en el abismo del instante, donde ya no existía el deber, ni el clan, ni el tiempo.

«Tobirama... de verdad, lo intenté.»

Su frente casi rozaba el pecho de Madara. Sus párpados, vencidos, temblaban, y su corazón latía como si supiera que ese segundo no volvería. Él tampoco se apartó; era una tregua sellada en silencios, en heridas que aún sangraban. Un solo abrazo que desembocaría algo más que una casta muestra de afecto.

Solo un centímetro más... solo un respiro...

—¡Hayami!

La voz de Hashirama cortó el momento como un kunai afilado. Ella se separó de inmediato, el corazón dándole vueltas en el pecho. Madara se puso de pie en un segundo.

Entre los árboles, la figura de su hermano mayor emergía con rapidez.

—Maldición —susurró Hayami.

Madara retrocedió, la mirada clavada en ella.

—La próxima semana. Aquí. A esta hora —dijo con voz baja, urgente.

—Madara, no...

—Por favor.

Antes de que Hashirama lo viera, desapareció entre las sombras del bosque, como si nunca hubiera estado ahí.

Hayami se quedó quieta, con las flores aún tibias entre los dedos, el cuerpo temblando, y esa promesa de reencuentro latiéndole en la piel.

Ignoró el llamado de su hermano mayor para mirar el camino por el que desapareció aquel Uchiha que la había cautivado, aquel que era su perdición, la manzana de la discordia en su familia...

Y entonces ella sonrió. No fue una sonrisa alegre, sino una de esas que dolían. Que nacieron del cansancio, del amor que nunca se desvaneció, de la herida que no terminó de cerrar.

—2178 palabras.

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