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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟏𝟓.๋⭑

꩜ㅤ𝚅𝙴𝚁𝙳𝙰𝙳𝙴𝚂ㅤ⭑

𝐋os susurros, pertenecientes a los altos miembros del clan, no hacían más que aumentar. Ninguno de los hermanos aparecía a dar la cara, a aclarar la situación. Cinco minutos más, y ni uno solo apareció. Nadie cruzaba la gran puerta de madera.

—No podemos esperarlos una eternidad —comentó el más viejo—. Asumiremos el cargo temporal hasta que se recompongan.

—No digas idioteces. Él nos haría polvo si se entera de lo que estás sugiriendo.

Finalmente, el rechinido de la puerta advirtió a todos que ya estaban allí, que él ya estaba allí.

Daba pasos calculados. Su mirada —profunda, capaz de arrancar lo más hondo de tu alma si te atrevías a sostenerla— solo era opacada por su característico ceño fruncido. La armadura emitía un sonido particular cada vez que sus botas golpeaban el suelo con fuerza.

La sala quedó en total silencio.

A su lado estaba su hermano. Caminaba con el mentón en alto, el rostro hermético. Mantenía las manos ocultas tras la espalda, dentro de su yukata. Su boca, entreabierta, no dejaba escapar palabra alguna. Y aunque su presencia se veía ligeramente eclipsada por la del otro, el resto del clan tampoco osaba enfrentar su autoridad; al menos, no en su presencia.

—Es un honor recibirlos...

El mayor alzó una mano en señal de que se detuviera.

—Ahórrate los halagos y condecoraciones. Quiero acabar cuanto antes.

—De acuerdo, joven Madara.

Madara se posicionó en medio de la sala; los Uchiha lo observaban con atención. Tratar de predecir sus movimientos era una pérdida de tiempo. Nadie allí era capaz de descifrar qué pasaba por su mente.

—Izuna y yo venimos a confirmar la muerte de nuestro padre —anunció, con un tono neutro y cortante—. Esta mañana lo despedimos en el cementerio Uchiha.

—Nuestro más sincero pésame, joven Madara —lamentó uno de los consejeros.

Madara soltó un leve suspiro. Una sonrisa, afilada como una daga, se dibujó en sus labios. Un escalofrío recorrió a los presentes. Sin más, se sentó en la silla que alguna vez perteneció a su padre. Apoyó una mano sobre su rodilla, aclaró su garganta y dijo:

—Como dicta la costumbre, el primogénito hereda el cargo tras la muerte del líder.

Un murmullo contenido recorrió el salón, como el zumbido de un enjambre que temía ser escuchado. Algunos bajaron la mirada; otros apretaron los puños en sus mangas. No era un secreto que Madara era fuerte. No era un secreto que era temido.
Pero hasta ahora, había estado a la sombra de su padre.

—¿Alguna objeción? —preguntó, arrastrando ligeramente las palabras, como si deseara que alguien tuviera el coraje de hablar.

Un silencio espeso lo recibió.

—Bien, creo que es momento de...

—¡Me opongo a esto! —exclamó Tetsuo mientras su mano se iba alzando ante las miradas críticas del resto.

Tetsuo caminó hacia el centro, encontrándose con Madara. De todos los presentes, él era el único que jamás cedió ante la autoridad del futuro líder. Al tenerlo frente a frente, volteó para dirigirse hacia los demás, dándole la espalda.

—Como podrán haber sido testigos, a nuestro queridísimo futuro líder le gusta seguir las costumbres, ¿no es así? —Hizo una pausa—. Mas... ¿acaso ha cumplido todas?

La sala, ya enmudecida, se volvió todavía más pesada.

Madara no se movió ni un centímetro. Lo observaba, sereno, como un depredador que ya ha elegido a su presa, decidido en darle unos segundos de esperanza.

—Habla —ordenó en voz baja.

Tetsuo respiró hondo, inflando su pecho. Le dedicó una sonrisa socarrona y mostró dos pergaminos.

—Las costumbres dictan que, antes de tomar el mando, el primogénito debe casarse primero —proclamó, recorriendo con la mirada a los ancianos, como buscando apoyo.

Un rumor de voces se elevó entre los asistentes. Algunos parecían incómodos, otros genuinamente intrigados, moviéndose inquietos sobre sus asientos. Ninguno había mencionado esa regla, pero existía. Y todos lo sabían.

Madara bajó la mirada unos segundos, como si meditara algo. Luego alzó la vista mostró los dientes, de esa forma lenta y peligrosa que helaba la sangre.

—No necesito esa mierda de regla —dijo, y su rostro se torció en una mueca de profundo disgusto.

—El clan Uchiha es conocido por ser regido por las emociones de sus integrantes —aclaró Tetsuo, enderezándose—. El matrimonio no solo asegura la descendencia; demuestra también que el líder puede respetar nuestros protocolos.

—¿De qué sirvió a los antiguos líderes tener familia? —espetó Madara, escupiendo las palabras con desprecio—. Jamás protegieron a quienes juraban cuidar. No estoy para hipocresías.

—Sin respeto por nuestras sagradas tradiciones... —Tetsuo se llevó una mano al pecho, fingiendo aflicción—. Madara no es digno del puesto.

Una pausa dramática.

—Pero hay alguien que sí cumple todos los estándares.

El dedo de Tetsuo apuntó entonces a Izuna, quien hasta ese momento había preferido no involucrarse.

—Él está comprometido con una noble del clan. Y ha demostrado tener más dotes de liderazgo que Madara.

El murmullo se extendió como una marea subterránea. Los ancianos intercambiaban miradas. Algunos, por primera vez, parecieron considerar la posibilidad.

Izuna apretó la mandíbula. Mantuvo su postura firme, pero sus ojos —esos ojos leales y determinados— buscaron instintivamente a su hermano.

Madara no necesitaba palabras para entenderlo. Él sabía que Izuna nunca lo traicionaría. Jamás.

Y aun así, ese simple momento, ese ínfimo instante de duda entre los presentes, fue suficiente para que la sangre de Madara hirviera. Se levantó lentamente de la silla de su padre. Su sombra se proyectó larga sobre el tatami.

—¿Sugieres —inquirió, en voz baja, cargada de una amenaza latente— que me pelee con mi propio hermano?

Tetsuo entrecerró los ojos, con cautela.

—Sugiero —replicó, en tono mesurado— que tu hermano sería un mejor líder que tú.

Un chasquido seco resonó en el salón cuando Madara apartó violentamente la silla.

—Basta de habladurías. —Se llevó la mano al mango de su espada, que descansaba contra su cintura—. Me niego a casarme antes de asumir el cargo. Ni ahora, ni nunca, si eso es lo que pretenden. Si alguno tiene una objeción, enfréntese a mí y oblíguenme.

Un silencio sepulcral se cernió sobre la sala, la tensión era palpable entre los miembros del clan. Los ojos de todos estaban fijos en Madara, que aún sostenía el mango de su espada. El sonido de su respiración era lo único que se oía, lento y controlado. Nadie se atrevió a mover un solo dedo, como si el tiempo mismo estuviera detenido.

—¿Y bien? ¡Que levante la mano quien apoya que yo asuma el liderazgo!

Las manos se alzaron sin pensarlo. La elección terminó mucho antes de lo que pensó.

—Es un placer ser su nuevo líder, clan Uchiha. —Señaló la puerta—. La reunión terminó, vayan preparando las tropas; pronto nos enfrentaremos a los Senju.

La habitación quedó casi vacía; nadie se atrevió a contradecirlo. Salieron tan pronto como se les permitió. A las afueras de la sala de reuniones, los altos mandos recién pudieron tomar una bocanada de aire fresco.

Además de los dos hermanos, Tetsuo aún permaneció allí. Estaba quieto, la mesa sostenía sus codos. Su expresión era cubierta por el cabello, pero parecía estar confundido, frustrado tal vez.

—Desde que somos niños andabas buscando destruirme, quitarme este momento. —Madara cerró los ojos con fuerza—. Pero no lo lograste.

Tetsuo no respondió nada. Una risa desquiciada retumbó el lugar, el hombre no podía dejar de carcajear como un maniático. Acomodó su cabello y miró al nuevo líder del clan. Se acercó a él, tanto que el cuerpo de Madara se tensó.

—No es nada personal, sé cuando pierdo. —Juntó los pergaminos—. Madara, aunque quieras lucir como una persona despiadada y con coraje, en el fondo sabemos que nunca fuiste así. Y ahora mismo, no eres un líder, solo un conquistador.

—Eres un idiota.

—¿Lo soy? Al menos este idiota no pensó en mezclarse con la escoria Senju. No solo la querías para follar, ¿verdad?

—No la menciones...

—Tu padre no está aquí para amenazar con cortarnos la lengua si hablamos del tema.

Izuna, quien había permanecido en silencio, abrió los ojos al escuchar tales palabras salir de la boca de Tetsuo. La cabeza le comenzó a doler, sus oídos estaban saturados.

—Madara, ¿a qué se refiere?

—Sí, «dios Uchiha», ¿por qué no le cuentas de tu aventura con la Senju? —Señaló la ventana—. Cuéntale a tu hermano cómo te escapaste del campamento para tener...

Madara no pudo aguantar más y lo jaló del cabello para abatirlo contra el piso. Tenía intenciones de matarlo; sin embargo, Izuna se interpuso. En su mirar se encontraba una mezcla extraña de emociones: quería preguntarle todo, deseaba que no le respondiera nada.

—Lo odias, pero es parte del clan —afirmó, tratando de no sonar dubitativo—. No lo hagas; necesitamos hablar.

—Tetsuo, lárgate. Ni se te ocurra acercarte de nuevo por aquí, o te mataré.

El mencionado se levantó con dificultad, su espalda había sido afectada. Sorbió su nariz y palpó su magullado rostro. «Y esa es la razón por la que llevarás a la perdición a nuestro clan». Abrió la puerta para no volver a ser visto durante toda la semana.

—Hermano, necesito saber de qué hablaba.

—No es importante, fueron tonterías de niño. —Se cruzó de brazos—. No se desentierra el pasado.

Izuna sintió pesadez en sus piernas. Necesitaba procesar lo ocurrido hace unos minutos. Cogió una silla y se sentó. Miraba con severidad a su hermano mayor. «Por favor, no me decepciones».

—Estuviste con una Senju.

Madara negó con la cabeza. Él también tomó asiento, sin dejar de observar el rostro disgustado de su hermano.

—Jugué con ella, creí que era una civil común y corriente. Me mintió, me metió en muchos problemas. —Dejó caer sus piernas sobre la mesa—. Esa noche fui para asesinarla.

—Hermano...

—¿Acaso piensas que la sangre Senju puede ensuciarme? Yo la dominé, la doblegué... tal y como lo haré con todos ellos.

Izuna desvió la mirada, incapaz de sostenerla. Su estómago se revolvió de disgusto y rabia.

—Maldita Senju —murmuró con asco—. Encontraré a Tetsuo antes de que expanda un falso rumor. No mereces cargar con ese peso, porque tú no tuviste la culpa.

Izuna se levantó de la silla y corrió a las afueras de la sala de reuniones.

Madara estaba solo, completamente solo. Le dolía el pecho, como si alguien hubiera clavado una estaca en este; él mismo lo había hecho. Llevó las yemas de sus dedos al rostro, aún sintiendo el calor de aquel beso en la mejilla. Ocho años avanzaron muy rápido, sin perdonar nada.

—No queda mucho del niño que conociste.

Y reflexionando en aquel solitario lugar, Madara volvió a recordar a aquella joven cuyos ojos ámbares continuaban asechándolo en las sombras; le acompañaban en sus mejores sueños, en sus peores pesadillas. Suspiró y miró hacia el techo.

—Hashirama, vuélvete líder de una vez y tráela de vuelta.

—1744 palabras.

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