
˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟏𝟒.๋⭑
꩜ㅤ𝙲ㅤ𝙾ㅤ𝙼ㅤ𝙸ㅤ𝙴ㅤ𝙽ㅤ𝚉ㅤ𝙾ㅤ⭑
𝐔zushiogakure era monótono, casi un eco deslucido de su antiguo hogar. Desde su llegada, el silencio fue su única compañía. Nadie hablaba, nadie respondía. En una aldea de lazos invisibles, su presencia era como una grieta: evidente, pero ignorada. Todos sabían su rol menos ella. Perdida, solitaria... ¿Qué le quedaba?
Caminaba sin rumbo por los pasillos de la mansión del líder, el único que había aprobado su estancia temporal hasta que el clan Senju decidiera reclamarla... si es que aún la recordaban. Le prohibieron ejercer como kunoichi médica, relegándola a la nada. Cuatro meses de viaje la habían llevado hasta Uzushiogakure. Y desde entonces, más de seis se le escapaban entre los dedos, sentada día tras día divagando entre las calles, mirando cómo el mundo giraba sin ella.
De forma inconsciente, sus pasos la guiaron, como si algo dentro de ella la arrastrara, hacia el jardín. El viento rugía entre las ramas, arrastrando hojas como sus pensamientos: desordenados, sin dirección. Las copas de los árboles se agitaban con violencia, como si el cielo mismo presintiera lo que estaba por venir. Una tormenta se avecinaba... y no solo en el cielo; probablemente, también en su destino.
Acomodó su cabello detrás de su oreja y miró hacia el azul, recordando los buenos momentos pasados. En aquel lugar, posiblemente sería el que la viera comprometerse, casarse, tener hijos, morir...
—P-pero yo no quiero eso —musitó para sí misma antes de juntar sus manos y cerrar los ojos—. Por favor, no sé si haya algún dios, ser místico, pero no dejes que eso me pase...
Una explosión sonó detrás de ella. Giró el rostro, encontrándose con una ventana, estaba intacta. Se acercó a ella y se puso de puntitas para ver qué es lo que había pasado dentro de esa habitación. Era una sala médica. Sonrió de lado, y sus ojos ámbar brillaron.
—Bien, aún podemos mejorar —dijo una joven, casi de la misma edad que Hayami, a un niño pequeño—. Reanimar a un pescado por primera vez puede resultar complicado, pero lo lograrás, Hiro.
La chica, de cabellos tan rojos como llamas ardientes, hizo algunas anotaciones en la pizarra de tiza. El resto de los infantes la miraba, asombrados por —lo que parecía— una clase básica de medicina.
—¡Quiero hacerlo una vez más! —exclamó el niño, apretando los puños.
Hayami miró hacia la derecha, dándose cuenta de que, en la entrada de la habitación, se encontraban dos shinobis. Y también, tres mujeres alrededor de la joven. «Está protegida hasta los tobillos, debe ser alguien importante», dedujo. «¿Una hija de un noble?», entrecerró los ojos con curiosidad. Era claro que ella no era una cualquiera. Había poder en su voz, seguridad en sus gestos y, sobre todo, respeto en la forma en que los demás la rodeaban.
Sin darse cuenta, su frente tocó suavemente el vidrio. La calidez de esa escena le quemaba más que el frío del cristal. Sintió algo viejo y olvidado revolverse dentro de ella. No envidia exactamente... ¿nostalgia, tal vez?
—Claro que podrás intentarlo de nuevo, Hiro. —De forma inesperada, se giró hacia la dirección de Hayami—. Creo que tenemos a una personita interesada en la clase.
Sin que ella pudiera reaccionar a tiempo, la pelirroja abrió la ventana y sus miradas se encontraron, pero en su rostro no se veía reflejada molestia, todo lo contrario. La joven le extendió la mano y le sonrió antes de decirle:
—Debe ser incómodo estar en medio del frío, ¿por qué no entras?
Hayami titubeó, mirando la mano extendida de la joven. La calidez de su gesto no correspondía con la fría distancia que había sentido desde su llegada. No sabía si aceptarlo, si debía entrar en ese espacio que parecía tan ajeno a ella. Su cuerpo le pedía retroceder, como si su presencia pudiera romper algo frágil que aún no comprendía.
Por un momento, la joven pelirroja no habló, como si esperara una respuesta que no llegaba. Los niños en la sala, que hasta entonces se habían mantenido en silencio, ahora observaban la escena con interés.
—Vamos, no me dejes así frente a los niños.
—E-está bien.
Dio toda la vuelta para poder entrar a la habitación. Hayami sintió que el aire caliente y el aroma a hierbas y medicinas le daban la bienvenida de una forma extraña, como si ese lugar, aunque tan ajeno, la abrazara en su frío. Los niños la miraban con curiosidad, pero no con el juicio que esperaba. Los shinobis a la entrada se mantenían firmes, mas no parecían intrusos; más bien, guardianes de algo más grande.
La pelirroja la miró con una sonrisa suave, casi reconociendo la incomodidad que se reflejaba en los ojos de Hayami.
—Puedes sentarte, no muerdo —dijo con tono amable, señalando una silla cercana.
Hayami dudó un momento antes de tomar asiento. La joven continuó su lección con los niños, pero no dejó de observarla, como si la estuviera evaluando sin ser obvia.
—Ya has estudiado Medicina, ¿no es así? —preguntó la chica, sin desviar la mirada, como si ya supiera la respuesta—. Recién puedo conocer a la Senju que llegó hace seis meses.
—Entonces ya sabías de mí —murmuró.
—Tenía mucha curiosidad de conocerte, pero tuve que viajar. —Tomó las manos de la joven—. Me llamo Mito, Uzumaki Mito.
—Soy Hayami, solo Hayami.
La Uzumaki tomó el pescado y lo colocó en una bandeja. La dejó delante de su nueva amiga. Señaló al animal agonizando para que pudiera hacer la demostración. Parecía un chiste, pero estaba tan feliz de volver al oficio que le restó atención. Con solo un dedo, Hayami concentró todo el flujo de chakra y reanimó al ser... tal vez demasiado, porque incluso sus escamas comenzaron a brillar, como si aún siguiera bajo el mar.
—Como suponía, no eres una novata —comentó, de su voz emanaba orgullo—, nada mal.
Sin embargo, la sonrisa en Mito desapareció tan pronto articuló la última palabra. Asió la mano de la Senju, palpando con las yemas de sus dedos su muñeca. Arrugó un poco el ceño.
—¿P-pasa algo, señorita Mito? —preguntó uno de los infantes.
—¡Nada, nada!, me gustaría hablar con Hayami. —Miró a los shinobis—. A solas.
—Ay, la clase se canceló.
—Mañana continuaremos con las lecciones, veremos taijutsu.
Los niños salieron de allí contentos, hablando entre sí lo emocionante que sería el día siguiente. Los adultos cerraron la puerta y las dejaron completamente solas. La actitud cálida de Mito no había cambiado, pero la expresión en su rostro denotaba que algo no andaba bien.
—Conque estoy enferma... —susurró sin ninguna emoción.
—¿Lo presentías? —inquirió mientras le ofrecía una taza de té—. No es una enfermedad como tal. Debes aprender a controlarlo.
—Mi chakra es inestable. Mi mentora me comentó un poco de eso, pero no me lo explicó más allá.
Mito abrió una bolsita de la infusión y esparció las semillas por la mesa. Las juntó todas en un mismo lugar, formando un círculo, uno casi perfecto. Luego puso su dedo índice sobre este.
—Imaginemos que este es el flujo de chakra de todo tu cuerpo. —Sacó un poco de las semillas fuera del círculo—. Y esto es lo que deberías usar para curar una persona.
—Pero yo no uso esa cantidad. —Tomó más semillas—. Mi cuerpo produce mucho chakra y no se regula, ¿verdad?
—Exacto. —Vertió agua caliente en el círculo—. Además, cuando surge un problema que requiere aún más... te llega a pasar esto.
Remangó el yukata de Hayami, mostrándole que algunas marcas negras por sus brazos. No le dolían en lo absoluto, pero verlas hacía que su piel se erizara, incomodándose un poco. Tapó sus brazos y bajó la mirada.
—Se revierten, dejan de ser notorias con el paso de los días —confesó, más como si quisiera convencerse a sí misma.
—Sí, pero es porque no te exiges mucho. —Entrecerró los ojos—. Si hubiera algún problema y tuvieras que usar todo tu chakra... eso sería peligroso.
—La vida sigue su rumbo, el tiempo no se detiene. Esto pasará, pasó muchas veces. Si ya llegué hasta aquí, ¿qué me impide continuar?
—Eres muy interesante, Senju.
Mito caminó hacia una vitrina, contó la gran cantidad de libros hasta llegar al duodécimo, que sacó de allí y sopló el polvo que se había acumulado con los años. Lo dejó en la mesa y buscó un pergamino. Hayami se dedicaba a prestar suma atención a los movimientos de la pelirroja.
—Jamás tuve una conexión profunda tan rápido. —Buscó una página en específico—. Hay una forma de retener tu flujo de chakra y ambas podremos aprender en el proceso... ¿Has oído del Byakugō?
—Eso es un mito, no he visto a nadie que lo haya conseguido. —Bajó la mirada.
—Seríamos las primeras. —Se paró del asiento—. Piénsalo, no perdemos nada por intentarlo. Entrenemos las dos, consigamos lo imposible.
Antes de que las palabras salieran de los labios de Hayami, la puerta se abrió de golpe; se rompió la burbuja de calma con un chasquido seco. Ninguna de las dos alcanzó a reaccionar antes de que él apareciera: un joven, de unos dos o tres años mayor a la Senju, estaba parado allí, con el hombro ensangrentado, mas no producía ninguna mueca de dolor, ni de incomodidad.
—Sota, tú... —musitó Mito, con clara molestia—, ¡deja de hacer esas entradas de suspenso!, no asombras a nadie, hermanito.
El chico se paró al lado de su hermana y Hayami pudo notar el gran parecido entre ellos. Ambos eran pelirrojos; y sus ojos, de un gris semejante al negro. Sin embargo, Sota era mucho más alto que Mito, lo que intimidaba a la joven de albinos cabellos. Bajó la mirada y, en cuanto menos lo esperó, la cara del otro estaba plantada en la suya. Retrocedió unos pasos; su amiga soltó una risita.
—Tranquila, él es así —dijo para calmarla—. Sota, vamos a sanarte la herida.
Él hizo caso y se sentó en una de las camillas, donde dejó la parte superior de su traje, exponiendo su torso desnudo, sin pudor alguno. Mito le lanzó la prenda a la cabeza y comenzó a buscar una aguja atraumática, las cuales no lograba encontrar.
—Nunca había visto un cabello como el tuyo—comentó mientras apoyaba sus manos en la camilla—, es exótico.
—Es bastante común en el clan Senju. —Tomó uno de los hilos para empezar a suturar la herida.
Sota movió su brazo y el sangrado escurrió hacia su espalda.
—Ni se les ocurra coserme con esa cosa, me dejará una marca. —Frunció el ceño.
—Es la única opción, eso te pasa por no tener cuidado.
Los hermanos estaban a punto de pelear, pero Hayami los detuvo con un ligero quejido. Ambos voltearon a verla, intrigados por su actitud.
—Conozco una técnica que no dejará cicatriz. —Estiró el hilo—. Sin embargo, no estoy segura si podré hacerlo.
—Cualquier cosa es mejor que eso. —Extendió su brazo—. ¡Hay que hacerlo!
Hayami tragó saliva y, sin pensarlo mucho, concentró su chakra sobre las palmas de sus manos sin dejar de tocar la aguja. El flujo se hizo visible, tomando forma de hilo. Palpó la piel de Sota, quien no dejaba de mirarla fijamente. Suturó con lentitud, concentrada, asegurándose de que nada se le escapara. Solo pudo tomar una bocanada de aire al terminar su trabajo.
—Listo —susurró Hayami al mismo tiempo en que el hilo se desvanecía.
La herida se cerró con precisión quirúrgica, sin dejar rastro alguno más que un leve enrojecimiento que desaparecería al cabo de unas horas. Sota se quedó boquiabierto y una sonrisa socarrona apareció en su faz.
—Vaya... —murmuró, impresionado—. ¿No te gustaría pertenecer a la familia Uzumaki? Soy fuerte, valiente...
—Apártate de Hayami, mujeriego de pacotilla —ordenó su hermana antes de mostrar su puño—. Solo está bromeando, no le hagas caso.
—Piénsalo, nuestro hijo podría salir con cabello rosado, ¿te lo puedes imaginar? ¡La envidia de toda la aldea! —dijo en un tono juguetón, sin llegar a ser coqueto.
Hayami solo rió ante el comentario, sintiendo que le dolía el estómago.
Y así, entre heridas sanadas, promesas no dichas y risas de por medio, ella se sentía más familiarizada a su nuevo hogar. Pero las cenizas del pasado aún se aferraban a su corazón. ¿Lograría dejar atrás todo lo vivido? Quizás el pasar de los años lo determinaría.
—2023 palabras.
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