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˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟏𝟑.๋⭑

꩜ㅤ𝙿ㅤ𝙰ㅤ𝚁ㅤ𝚃ㅤ𝙸ㅤ𝙳ㅤ𝙰ㅤ⭑

𝐌irarse al espejo nunca le gustó, odiaba no poder tener una sonrisa genuina en sus labios, una mirada soñadora... nada de eso. Y justo en aquel momento, lo aborrecía más que nunca. El simple hecho de que Hashirama haya conseguido que se levantara de la cama ese día fue una pequeña victoria.

—Este yukata le queda muy bien, señorita Hayami —comentó una de las chicas encargadas de prepararla para su viaje—. Resalta mucho su belleza.

No hubo respuesta. La Senju arrugó el labio y bajó la cabeza. La delicada tela le rozaba la piel, pero aquello no era de su agrado. El cuerpo le picaba, el yukata apretaba. Un ligero gemido salió de su boca al sentir una aguja rozar su vientre bajo.

—¡Lo siento mucho!

—Señora, ¿podría dejarnos solos a mi hermana y a mí? —preguntó Hashirama—. Necesitamos hablar.

—Claro, justo tenía que traer el ornamento para la señorita. —Despreocupada, salió de la habitación.

Hayami aprovechó para soltar un poco el lazo, permitiéndole respirar tranquilamente. Miró hacia la ventana y se acercó a esta. Apoyó su codo en el marco y dejó que su mente divagara.

—No puedes seguir así. Hermana, ¡háblame! —Los ojos de Hashirama amenazaban con llorar.

—¿Por qué padre lo mete en el mismo saco? —inquirió la joven—. Nunca me hizo nada, no me miró con desprecio. Jamás me llamó «decepción».

—Porque... —Tragó saliva, buscando las palabras adecuadas—. Porque padre no entiende. No ve más allá del apellido, del enemigo.

Ella siguió mirando hacia el exterior, con la brisa acariciando su mejilla. La noche era iluminada por estrellas, unas muy brillantes; podrían haber opacado a la luna. Por un instante, deseó que el mundo se detuviera. Que nadie la obligara a sentir odio. Su aliento chocó con la ventana, empeñándola. Afuera hacía frío...

—Quiero verlo. —Presionó su pecho con ambas manos—. Hashirama, nunca te he pedido nada, por favor.

—No creo que esté allí. —Cruzó los brazos—. Es muy noche, deja de insistir.

—Dejaré la aldea sola, sin que nadie lo sepa hasta que ya esté muy lejos de aquí. —Sus dedos temblaban, arrugando el yukata—. Al menos quiero que sepa de mi partida. Debo confesarle que soy Senju.

El niño se quedó unos minutos pensativo. El brillo que irradiaba amenazaba con esfumarse. Su semblante se tornó serio, evadía todo contacto visual. Uno de sus dedos se movía como signo de estrés. «Debo decirle».

—Hayami, hermana, él ya lo sabe —admitió, con la cabeza agachada—. Padre me siguió ayer. Madara también es hijo del líder de su clan... no creo que lo dejen salir, ya no más.

Hayami se quedó en silencio. Su respiración se hizo más lenta, más pesada. La ventana se volvió a empañar. Esta vez no fue el aliento... fueron lágrimas, caían como una suave llovizna que no tardarían en convertirse en una lluvia torrencial.

—¿Desde cuándo lo sabe? —preguntó apenas, con la voz hecha trizas.

—Desde ayer por la tarde. —Hashirama alzó la vista por fin, y sus ojos también estaban brillosos—. Él simplemente se quedó callado, y yo tampoco me atreví a decirle nada más.

Hayami sintió un nudo en la garganta. Se alejó de la ventana con pasos torpes, como si las prendas pesaran el triple. Ladeó la cabeza y musitó:

—No lo voy a ver nunca más, ¿verdad?

Su hermano chasqueó la lengua, como si las palabras pesaran demasiado para salir. Como si el «sí» fuera una traición; y el «no», una mentira. Se acercó a la joven y le tocó el hombro. Trató de mostrar una gran sonrisa.

—Prometo que seré líder del clan en unos años... y lograré unir a los clanes.

Ella se dejó caer de rodillas frente a la ventana. Apretó los ojos con fuerza, como si así pudiera borrar todo. Como si bastara con cerrar los párpados para volver a estar en aquel bosque, con él, hablando de cosas tontas, que solo los niños creen importantes.

—Si no puedo ir con Madara, entonces que venga a mí —murmuró, con anhelo en cada una de las palabras que pronunciaba.

—Hayami...

—Suena estúpido, se oye infantil. —Arrugó el ceño—. Pero, en verdad, quiero que eso pase.

Y entonces, un golpecito suave en el marco de madera. Uno. Dos. Tres. Ambos se quedaron quietos. Ella se limpió las lágrimas rápidamente, su cuerpo actuaba antes que su mente. Se giró, con el corazón acelerado.

Otro golpecito.

Al fin, pudo verlo: un águila posada en su ventana; tenía un pequeño papel, doblado, en una de sus patas.

—P-por un demonio, ¿desde cuándo hay águilas por la zona? —preguntó Hashirama, con algo de miedo y asombro.

La joven se apresuró a abrir la ventana. El frío impactó en su rostro, el lazo que sostenía su cabello fue arrastrado por los fuertes vientos. Miró directamente al ave. Hayami extendió los dedos con cuidado, como si el más mínimo movimiento brusco pudiera espantar al ave. El papel estaba un poco arrugado, la tinta corrida en una esquina. Lo desdobló con manos temblorosas.

«Yo también odio que nos hagan odiar. Si aún quieres verme luego de enterarte de mi apellido, te espero detrás del muro de tu clan. —Madara».

Caminó hacia la ventana, sin ningún ápice de temor, juntó sus manos y observó todo a su alrededor. «Loca, estás muy loca», pensó, mas una sonrisa nostálgica apareció en su faz. Su semblante pareció iluminarse, tan brillante como las estrellas del firmamento.

Hashirama tomó el papel, el cual escapó de las manos de su hermana, y lo leyó. Sus pupilas se encogieron y un aura de preocupación lo invadió. Tomó la mano de Hayami, haciendo que esta voltee la cabeza.

—Padre te matará, los matará.

—De todas formas, ya estoy muerta... desde la muerte de Itama.

Aprovechó la incertidumbre del castaño para empujarlo y salir lo más rápido posible de la habitación. Corría rápido, como si ni la noche pudiera alcanzarla, detenerla. Ni siquiera prestaba atención de las personas a su alrededor. Actuaba con impulsividad, igual que una niña yendo a su lugar seguro, alguien que quiere regresar al momento donde más fue feliz.

Era peligroso, lo sabía de sobra. Era consciente de que, en cualquier instante, alguien la atrapara y vuelva a ser encerrada en su habitación, sola. Sin embargo, las horas en el clan Senju estaban contadas, ya no le importaba lo que pasaría con ella...

Las personas estaban en sus casas, era de madrugada. Se aseguraría de llegar hasta el muro y encontrarlo, tal vez confesarle algo que tenía guardado desde hace mucho tiempo.

Al pasar por la entrada al clan, la tensión se esfumó. En aquel momento, no había nada que pudiera detenerla. Tenía que apresurarse y llegar atrás de la aldea. El águila estaba encima de ella, guiándola. Su ropa se rasgaba ligeramente y su cabello se agitaba de forma salvaje con cada paso.

Y pudo divisarlo a lo lejos. Madara estaba ahí, de pie. Sus ojos oscuros se alzaron apenas la vio, y por un segundo, todo lo demás desapareció.

—Viniste... —dijo él, con una mezcla de alivio y sorpresa.

Hayami frenó en seco a unos metros de distancia. Sus piernas temblaban, su pecho subía y bajaba por la corrida, pero lo único que podía sentir con claridad era el retumbar de su corazón. Lo había visto muchas veces en sus recuerdos, pero allí, frente a ella, parecía diferente. Más alto, más serio. Más herido también.

—Pensé que... no te llegaría el mensaje —murmuró Madara, dando un paso hacia ella—. Buen trabajo, Nobu.

—Lo siento, lo siento por no decírtelo antes —respondió, con la voz quebrada—. Creí que así evitaría un problema, pero solo lo empeoré.

Madara negó con la cabeza. Sus ojos reflejaban la misma tormenta que ella sentía por dentro. Ella tragó saliva. Dio unos pasos más, hasta quedar a tan solo un brazo de distancia. Sus mejillas comenzaron a arder.

—Madara... soy Senju.

—Y yo soy Uchiha —respondió, con una media sonrisa triste.

—Me iré a otra aldea por un tiempo indeterminado.

—Lo sé. Y yo esperaré a que vuelvas.

El silencio que siguió no fue incómodo. Era necesario. Como si sus almas hablaran por ellos. Pero entonces, un crujido entre los árboles. Hayami giró bruscamente. Madara también se tensó, y el ambiente se volvió pesado de nuevo.

—Me siguieron —murmuró ella—. Creo que es momento de despedirnos. Aunque fueron solo unos minutos, es suficiente.

La joven se acercó a él y le dio un tímido beso en la mejilla, rápido. Se separó de Madara, sin poder mirarlo a la cara tras el «atrevimiento». Dio unos pasos más antes de que Hashirama apareciera entre los arbustos, preocupado.

—M-maldita sea, Hayami, padre y Tobirama te están buscando —dijo, con una notable molestia—. Y bien... ¿lograste encontrarlo?

—No —contestó sin titubear—. Alguien quiso jugarme una broma muy pesada.

—O lo capturaron antes de encontrarse contigo. —Frunció el ceño—. Te voy a cargar, tenemos que inventar una excusa para que no te castiguen.

El mayor la subió a su espalda, la niña fingía estar herida. Cuando Butsuma los vio, tuvo varias preguntas, pero todas fueron evadidas por ellos. Mintieron sobre la razón por la que Hayami salió disparada de la casa con el pretexto de que fue por no querer ir a Uzushiogakure.

Todo estaba listo para su partida. No había vuelta atrás. Fue repentino, secreto. Una persona la escoltaría hasta la aldea y dejaría su pasado; empezaría de nuevo. Extrañaría a sus hermanos, a Madara y a Yū...

—Hayami, hago esto por ti, porque te amo —dijo su padre antes de dejarla partir a su nueva vida.

El escolta ni le dirigía la palabra. Se dedicaba a cargar sus cosas y protegerla. Sin embargo, antes de abandonar aquel espeso bosque, un águila apareció encima de ellos. Volaba en círculos y dirigía toda su atención a ellos.

—Es un mal presagio —advirtió el hombre.

—No lo veo de esa forma, él vela por nosotros. —Encogió los hombros—. Por mí...

—1669 palabras.

Aquí se cierra la infancia de los personajes, juro que voy a extrañar escribir sobre Madara y Hayami chiquitos. 😭❤️

Con un poquito de ayuda de la IA, y mucha batalla para que me hiciera caso, logré obtener una idea del aspecto de Hayami de niña:

Ahora sí, me despido, ¡hasta la próxima! Muchas gracias por leer.

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