
˗ˏˋ苦痛 ▸ ℂ𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟏𝟏.๋⭑
꩜ㅤ𝙻ㅤ𝙸ㅤ𝙱ㅤ𝚁ㅤ𝙾ㅤ⭑
𝐇ayami miraba el atardecer mientras pasaba su cepillo por sus albinos cabellos, teniendo sumo cuidado. Sus labios se mantenían entreabiertos y su rostro cabizbajo, somnoliento. Un bostezo hizo que se detuviera de peinar. No había dormido lo suficiente, aunque tampoco quería hacerlo: tenía que continuar su entrenamiento secreto por la noche.
«Todo sería más fácil si tuviera los pergaminos secretos», pensó. «Pedírselo a padre sería una pérdida de tiempo, y no creo que robármelos sea una buena idea...», suspiró pesadamente para dirigir su mirada hacia su hermano y Madara, quienes entrenaban taijutsu.
Había pasado un par de meses desde que lo conocieron y su amistad comenzó a tomar un rumbo más cercano, casi familiar. Pese a ello, seguían encontrándose en el río a escondidas de sus respectivas familias, sin siquiera conocer el origen del otro. Aun así, tampoco querían saberlo, estaba bien así.
Hashirama y Madara respiraban con dificultad, sus cuerpos estaban exhaustos, pero mantenían la sonrisa vacilante característica de cada uno. De pronto, el rostro de ambos se hinchó, evidenciando el impacto de los golpes; ninguno de ellos mostró signos de dolor, firmes como estatuas. Cada vez era más complicado ganar un encuentro.
El rostro de la Senju empalideció al notar los bultos en los rostros de los niños. Hashirama señaló su mejilla, conteniendo su risa. Remangó su yukata y se acercó a ellos. La tocó y concentró chakra en la palma de su mano para curarle las heridas. Sus mejillas se sonrojaron al palpar el rostro de Madara, evitó mirarlo a los ojos para no distraerse.
—Gracias, Hayami —dijo el niño de cabellos azabache.
La niña tomó la mano de Madara al sentir una ligera anomalía en su flujo de chakra.
—No te exijas demasiado, te enfermarás —advirtió—; incluso tu cuerpo podría colapsar.
—Eres buena doctora, ¿no? —Se rió—. Bien, creo que tendrás que prescribirme un descanso médico.
—Aún no lo soy formalmente... pude haberme equivocado.
Madara quiso responderle, pero una piedra cayó sobre su cabello; volteó la cabeza, fastidiado. Hashirama lo había hecho.
—¡Madara, enfréntate a mí! —exclamó el Senju, entusiasmado—. Deja de pretender a mi hermana y demuéstrale que puedes protegerla.
Instintivamente, el Uchiha miró a Hayami, pero su cabeza estaba apoyada sobre su propio hombro, dormida. No escuchó nada.
—Deja de decir tonterías. —Arrugó la frente, un ápice de preocupación invadió sus pensamientos—. ¿Tu hermana está enferma?
El castaño se quedó unos segundos en silencio, sin saber la respuesta a ello. Se acercó a la cara de Hayami y y comprobó su temperatura con el dorso de la mano; nada fuera de lo normal. Bajó su mirada y encontró el cepillo, lo revisó: tenía tallado nombres de medicamentos. Apretó un poco los dientes. La cargó con suavidad y la recostó sobre una roca plana, donde podría dormir mejor.
—Ya no ejerce como kunoichi médico. La despidieron.
—¿Por qué? —inquirió, expectante.
—No sé, la loca de la dueña decidió que prescindía de sus servicios. —Chasqueó la lengua—. Pero ella ama serlo, solo que ahora tiene prohibido leer los tomos de Medicina. Trata de seguir practicando por las noches, anotando en su libreta lo que recuerda.
Madara se quedó en silencio. «No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas...», repetía su consciencia. Apretó los puños.
—Mierda —murmuró—. Escucha, Hashirama, mañana ven aquí, misma hora, con tu hermana.
—¿Qué estás pensando hacer?
—Ni yo mismo lo sé.
A la mañana siguiente, Hayami se enteró de las intenciones de Madara. Su hermano le había preguntado qué es lo que pasaba por la cabeza de su amigo. No supo responderle, era un enigma. A veces, parecía desinteresado de todo lo que ocurría a su alrededor; y en algunas ocasiones, se preocupaba demasiado.
Los hermanos caminaron tranquilamente por el mismo camino hasta llegar a la orilla del río. Se aseguraron de que nadie los siguiera. Los pasos de Hayami eran más lentos que los de su hermano mayor, quien lo notó.
—Estás ansiosa. Tranquila, no creo que te proponga matrimonio, aún no.
—¡Deja de decir esas cosas! —Golpeó la cabeza de Hashirama, pero no midió su fuerza, haciendo que se estampase contra el suelo—. ¡Lo siento!
El Senju, todavía tendido en el suelo, alzó el pulgar en señal de que estaba bien. Pero igualmente su hermana lo tomó del brazo y le ayudó a levantarse.
—Me pregunto si así golpearás a tu esposo Madara cuando llegue tarde del trabajo.
El siguiente golpe sí fue con intenciones asesinas. Fue tan fuerte que las aves, que descansaban sobre las copas de los árboles, salieron volando despavoridas. Se podría afirmar que ahuyentó a toda la fauna de la zona en la que se encontraban.
Un kunai salió disparado y casi le cortó el hombro, pero logró esquivarlo. Dejó en evidencia su ubicación. Tomó un poco de aire antes de volver a golpear el suelo para dejar una cortina de polvo, que distrajo a quien los atacaba. Pese a ello, el extraño pasó por ella y comenzó la pelea.
Hayami solo esquivaba, sin atreverse a dar un golpe certero. La otra persona iba a acabar con ella si no hacía algo. Arrugó el semblante y tomó una posición más segura. Dio una patada al pecho del extraño y se preparó para "combatir". Aprovechó que lo dejó algo herido en el suelo para acercarse y golpear en ciertos puntos de su cuerpo. Atinó a bloquear dos puntos de chakra.
—Carajo, eso fue increíble —la voz de Madara apareció detrás de ella, haciéndola sobresaltarse—. Eres fuerte... en todos los sentidos.
—¿E-eh?
—Hashirama, deja de fingir y deshazte del clon —ordenó el Uchiha.
—Lo hice perfecto, ¿verdad?
—No entiendo nada, me perdí —suspiró la niña.
—Estamos poniendo a prueba un nuevo jutsu, ¿te imaginas un clon que se pueda tocar, que pueda pelear? Pero nos salió deforme y terminamos por ponerle una máscara.
Hayami parecía algo enojada, mas lo dejó pasar, porque Madara la elogió. Una sonrisa se esbozó en su rostro y sus orejas tomaron un color rosado. Limpió su yukata para sentarse sobre una roca plana, acostumbrada a la rutina de siempre: ellos peleaban como monos salvajes mientras ella hacía anotaciones o dibujaba a los animales.
—¿No quieres entrenar, hermana? ¡Esos movimientos fueron grandiosos!
—Ahora no puedo, tengo un nuevo caso. —Se recostó sobre la roca y procedió a ordenar algunos apuntes en su libreta—. Nadie ha logrado resolver esto, si lo hago, ¡me devolverán el empleo!
—Ni lo pienses, te robaste ese expediente, ¿no?
—Hashi, por favor. Padre me va a matar si se entera de mi despido. Me matará.
El castaño negó con la cabeza y la dejó, volviendo con Madara.
—Terca, terca niña —repetía en voz baja.
—Es de familia, igual a ti. —El Uchiha sonrió mientras la observaba fijamente—. Pero ella sí es bonita.
—Hijo de tu... En serio que te mueres por ser parte de mi familia. ¡Que sepas que a mi padre no le gustan los de cabellera negra!
—Admito lo que es imposible de negar: tu hermana es bonita; y tú... bueno, aún tienes tiempo para mejorar. Déjate crecer el cabello y verás que todas te perseguirán.
—¿Lo dices por experiencia? Con tu carácter arrogante, dudo que muchas estén detrás de ti.
—Aunque no lo creas, huyo de todas. Cada día es más difícil llegar aquí sin que me sigan. —Entrecerró los ojos y soltó una risa—. Pero ninguna es digna de mí.
—Como digas, pelo de pincho... —murmuró—. Bien, ¿qué planeaste ayer? No me digas que te declararás a Hayami.
—Eres un idiota. Ojalá que tu futura esposa te haga sufrir. —Le mostró su puño—. Pero hoy no estoy de humor. Esta reunión será breve. Tendré que ir más temprano a mi casa.
Madara se dirigió al espeso bosque y, cuando volvió, tenía un regalo en sus manos.
—¿Para mí? Qué considerado. —Hashirama extendió los brazos para recibirlo, pero su amigo pasó de largo.
Hayami trataba de contener las lágrimas, no había logrado avanzar nada. Se sentía estancada, inservible. «Creo que no estoy hecha para esto, debería dejar de intentarlo». Arrugó la libreta y apretó el lápiz. Otro fracaso más a la lista. Agachó la cabeza y la hundió entre sus rodillas. El cálido toque de la palma de Madara hizo que lo mirara. La vergüenza de que la viera tan vulnerable la invadió y se recompuso, fingiendo tranquilidad.
—¿Sigues preocupada por tu trabajo? —inquirió el Uchiha—. No vale la pena, eres buena, crea otro campamento médico y destruye a la competencia.
—No creo que se quieran atender con una niña. De igual forma, no llegaría tan lejos, es solo un sueño.
—Eres persistente, no te rindas. Hashirama y yo estamos aquí para apoyarte. Si me das la dirección de tu jefa, me encargaré de que te vuelva a contratar.
—¡N-no!, así está bien.
Madara colocó el regalo al lado de ella. Hayami se detuvo a examinarlo; él lo colocó allí sin explicarle nada. Después, miró su rostro. Sí, el Uchiha no era bueno con las palabras. Pero, y por alguna extraña razón, la niña comprendió el mensaje: «Es para ti, ábrelo».
Colocó la caja sobre su regazo y fue desatando el lazo que la rodeaba. Un nudo se hizo en su estómago. Una mezcla de felicidad y extrañeza la invadió. Debería sentirse contenta por el presente. ¿Por qué no podía estarlo al cien por ciento? Quizás aún dudaba de merecer algo tan bueno.
—Necesitabas uno para continuar estudiando. Este es tuyo, nadie te lo va a poder quitar. —Se sentó a su lado.
El bosque permaneció en silencio. Hayami miraba fijamente el libro. Sus temblorosas manos lo abrieron y fue pasando página por página de forma lenta, pausada. Unas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas. El gimoteo de la niña alertó a Madara, quien tenía una ligera gota de sudor en su frente.
—Fue mala idea...
—G-gracias, es uno de los mejores regalos que me han dado.
El cuerpo del Uchiha sintió extremada calidez de golpe: ella lo estaba abrazando y tenía su cabeza plantada en el cuello. Era un calor distinto al de la batalla. No quemaba el cuerpo, pero ardía en el pecho. Y por primera vez, no supo si quería alejarse o quedarse así para siempre. Su hombro se humedeció, acarició los albinos cabellos de su amiga. Las mejillas de él se sonrojaron, ya no por ira, sino por ella.
—Le regalaste eso para empeorar su obsesión —la voz de Hashirama rompió íntimo, efímero, momento, como una piedra lanzada al agua tranquila—. Aparten esos brazos, sé sus intenciones.
Hayami soltó una pequeña risa. Ambos se separaron.
—Será mejor que vayas con mi hermano para entrenar.
—Aunque me gustaría, no voy a poder. Tengo que irme pronto.
—Oh, está bien.
Madara se despidió de los hermanos Senju y desapareció entre los inmensos árboles. Antes de entrar al campamento Uchiha, tocó su hombro, cerca de la zona húmeda. Y nuevamente el rubor apareció. La piel le hervía y la sensación no le desagradaba.
Tal vez era cuestión de tiempo que descubrieran quién era. Que descubrieran quiénes eran entre ellos. Y aun así, no deseaba que ese momento llegara.
Era una carrera contra el tiempo, una que no quería perder, ni tampoco ganar.
—1832 palabras.
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