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❝Si quieres volar tienes que renunciar a las cosas que te pesan.❞

Christopher Barquero
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El azabache despegó la vista del celular una vez terminó la lectura, toda su musculatura estaba tensa como la cuerda de una guitarra. Con un suspiro atrapado en la garganta miró a su alrededor y solo alcanzó a susurrar.— ¿Hola?

El silencio fue la única respuesta, se levantó de la cama dejando encima el celular y avanzó descalzo hasta llegar a la pared de la cocina. Su apartamento era muy sofisticado y cómodo para una sola persona. La indumentaria de la habitación y la cocina estaban en la misma estancia, solo el baño tenía puerta. Por lo que en cuestiones de pasos su mano palpó la fría encimera.

—Soy libre—. Susurró y su mente divagó en un remolino que acabó por tragarlo.

Evocó carcajadas sin gracia o pizca de felicidad, simplemente rió por la obligación para consigo de hacerlo. Agarró un plato y lo dejó caer.

—Soy libre.

Así rompió el primer regalo de su madre por la mudanza, tres platos que conformaban su vajilla. Hubiese seguido, porque no estaba conforme, hubiese continuado de no ser porque su vista se tropezó con unos de los fragmentos rotos. Desde su lugar la luz de la lámpara perfiló el borde y Jungkook se agachó para agarrarlo con cuidado.

—Ahjumma, tengo una imagen que mantener.

—¡Es mi cuerpo, puedo hacer con él lo que me dé la puta gana!

—Perdón padre, no volverá a suceder.

Casi pudo escuchar la regañina si hacía lo que se le antojaba hacer

—¡Debes cuidarte Jungkook! Tu cuerpo es tu arma, debes mantenerlo intacto.

Con ojos secos y el corazón sangrando, Jungkook acercó el trozo de plato a su muñeca y cerró los ojos.

—No soy tan libre como pensaba.