Nathaniel amaba a Ania, muchísimo, con cada parte de su alma pero esto, ya resultaba ridículo. Todas sus camisetas, chaquetas, camisas, sudaderas; todas, habían desaparecido del armario.

No había ni una sola, y estaba seguro que el fin de semana anterior había lavado toda la ropa, esto no tenía ningún sentido...salvo que su novia estaba sospechosamente sorprendida cuando mencionó la desaparición de su ropa.

—¡No puedo creerlo! —había dicho con los ojos abiertos y la mano sobre la boca—. ¿Habrá un ladrón de ropa en el edificio? ¡Nath, eres policía, haz algo!

Ladrón de ropa. Sí, seguro que era eso; y él estaba convencido que su ladrón era una menudita de cabello negro y ojos grises con la que compartía la cama. ¿De verdad pensaba que él no se daba cuenta?

¡Ahora mismo, Ania estaba usando una de sus camisetas y su sudadera favorita! Bueno, esto no se iba a quedar así.

[...]

Ania estaba tan concentrada en su trabajo que no notó nada hasta que fue demasiado tarde.

Lo vio por el rabillo del ojo aparecer por el pasillo que daba a su habitación; tenía puesto su vestido de fiesta favorito, blanco con diseños de mariposas en color negro, se lo había puesto por las tiras de los hombros, haciendo que el resto cayera como una cascada de tela por todo su casi metro ochenta; lo cual era gracioso porque el vestido a ella le llegaba hasta las pantorrillas. También se había puesto un abrigo grueso de piel sintética negra con peluche y uno de sus gorritos.

—¡Nathaniel! —chilló aterrada al ver como la tela del vestido se estiraba demasiado, por los hombros sumamente más anchos que los de ella—. ¡¿Qué crees que haces?! ¡Vas a deformarlo!

—Yo creo que me veo genial.

—¡Quítate mi ropa ahora mismo!

—¡Devuelve mi ropa primero!