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ᴅɪ́ᴀ 29 ↦ ʜᴀᴄɪᴇɴᴅᴏ ᴀʟɢᴏ ᴅᴜʟᴄᴇ

Nathaniel quizá no fuera el hombre más romántico de la tierra, pero cuando se proponía ser romántico, sabía cómo sorprender y, más de una vez, había hecho los gestos más bonitos que Ania pudiera haber imaginado. Pero una relación es de dos, y a él también le gustaba cuando ella tenía ese tipo de gestos.

Durante ese último mes, durante más horas de lo normal en la oficina, por eso, cuando el hombre llegó a su casa esa noche después de un largo turno laboral; cansado, hambriento y dolorido, con los ojos a punto de cerrarse por el sueño, se vio siendo empujado suavemente hacia el baño, tenía tantas ganas de dormir que no notó nada de lo que se había convertido la sala.

Cinco minutos después, el agua caliente de la ducha relajó tanto sus músculos que por un segundo sintió que las piernas se le doblaban, fue entonces cuando decidió salir de allí, antes de que acabara cayéndose en el baño. Sobre la encimera, notó una muda de ropa limpia que Ania había dejado para él, una sonrisa perezosa asomó en sus labios, cuánto amaba a esa chica.

Acomodándose la chamarra blanca, salió al pasillo y el aroma de comida casera tibia le llegó de lleno a su rostro. En el suelo, notó papel de diario pintado de color rojo y cortado de cierta forma que le recordó a los pétalos de rosas, que formaban un especie de camino hacia la sala. No tenía idea de que habría tramado su muy creativa novia, pero estaba muy intrigado.

Al llegar a la sala las luces estaban todas apagadas salvo por un rincón frente al ventanal. Había una gran cantidad de sabanas formando una carpa, y dentro podía divisar una tenue iluminación.

Curioso, se acercó a la entrada de la improvisada tienda; corrió un poco la tela y entró. Ania había llenado la mayor parte del suelo con mantas y almohadones alrededor de la mesa de café. Ella estaba sentada frente a la mesita, esperándolo con una sonrisa cariñosa.

–¿De qué se trata todo esto? –preguntó divertido.

–No eres el único que puede hacer gestos románticos en esta relación, mi amor –dijo tomándolo de la mano–. Ahora siéntate, debes tener hambre.

Nathaniel se sentó frente a ella, solo separados por la mesita, notó el gran plato de guisado de pollo frente a él, respiró profundamente, dejando que el aroma de las especies llenara sus pulmones y haciéndole agua la boca.

Ania llenó dos copas con Coca-Cola, provocándole una ligera risa por aquello. A un lado, notó a Blanca acurrucada en un mullido almohadón, sus ojos vagaron por la carpa, notando el pequeño de detalle de las cuatro lámparas colocadas en cada rincón siendo tapadas por una tela para que su luz no fuera tan fuerte y, las guirnaldas de luces amarillas colgado por encima de sus cabezas.

Comieron en silencio, solo tomándose de las manos y de vez en cuando mirándose con todo ese amor que se tenían, adorando la compañía del otro.

Después de comer, Ania trajo un plato lleno de fresas y dos compoteras con crema y chocolate como postre; también trajo un poco de whisky alegando que necesitaba relajarse para poder dormir mejor. Degustaron las pequeñas frutas mientras conversaban tranquilamente, ella lo escuchó atentamente mientras él se desahogaba de todo lo que había visto en aquellas horas de duro trabajo.

Cuando acabaron, la chica apagó todas las luces y tomando de la mano, lo arrastró con suavidad hacia la habitación, donde lo empujó hacia la cama mientras intentaba sacarle la chamarra.

–¿Qué estás haciendo? –Preguntó entre risas–. Amor, te deseo muchísimo pero no creo poder aguantar ninguna otra actividad más.

–Oh cállate –espetó terminando de sacarle la camiseta e instándolo a acostarse boca abajo–. Cállate y disfrútalo.

–Está bien –dijo dudoso mientras se recostaba sobre la cama y Ania prendía la luz del velador sobre la mesita de noche como única iluminación. Las mantas habían sido apartadas para más comodidad, mientras ella se acercaba al pequeño equipo de música que tenían y colocaba una balada armoniosa.

Luego fue al baño y por unos minutos, Nathaniel oyó el ruido del agua y otros sonidos que la chica hacía desde allí. Ania regresó pronto, cargando una fuente con agua caliente que depositó a un costado, el aroma a vainilla llenó la habitación, relajándolo cada vez más. La chica se subió a su espalda y con dedicación; masajeó toda la zona de los hombros, la columna y la cintura. Ella había colocado aceite de vainilla en el agua, entre eso y el calor del líquido sumado a las suaves pero firmes manos femeninas; sintió como el dolor iba desapareciendo, y sus músculos se relajaban tanto que pronto se vio levemente dormitando.

Ania masajeó hasta que dejó de sentir los enormes nudos bajo sus dedos, entonces notó como la respiración de su novio se había vuelto tan profunda, dejándole saber que finalmente se había dormido. Bajándose de la cama, se acercó al equipo, apagandolo y el sonido de tenues ronquidos inundó la habitación; ella tomó las mantas, tapando el cuerpo del hombre.

Se arrodilló a un lado de la cama, viéndolo dormir. Cuando Nath dormía, generalmente no se relajaba del todo, siempre el fuerte hombre a la espera de actuar y defender a los que amaba en caso de necesitarlo. Era un verdadero alivio para ella como dentro de todo, esa situación había logrado relajarlo lo suficiente como para dormir profundamente. Su rostro ahora parecía el de un niño pequeño, tranquilo y relajado, con el cabello dorado cayendo despreocupadamente sobre sus ojos; la chica pasó sus dedos por su frente, otorgándole una suave caricia que provocó un gruñido de placer por parte de él.

–Descansa, mi amor –murmuró sonriendo con cariño y apagando la luz del velador.


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