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ᴅɪ́ᴀ 24 ↦ ʜᴀᴄɪᴇɴᴅᴏ ʟᴀs ᴘᴀsᴇs

Llevaban dos días sin hablarse, y él ya no lo soportaba.

Después de pensarlo bien, comprendió el por qué de qué Ania estaba tan molesta. No era que no confiara en él, sino que se trataba simplemente de respeto. Muchas veces él solía decirle las cosas que le molestaba de los compañeros de trabajo de ella y, solía hacer escenas mucho más escandalosas.

¿A quién le importaba realmente un tonto comentario mordaz? Ania había sido bastante más diplomática de lo que él haría.

Esa mañana se despertó para encontrarse a su novia parada frente a la encimera de la cocina, preparando su habitual café; estaba usando unos shorts de gasa y una camiseta de tirantes. Desde dónde estaba, podía ver los ligeros temblores producto de la fresca mañana.

Fue hacia la habitación, tomó un suéter grueso y regresó a la cocina. Acercándose lentamente a ella, la abrazó por la espalda.

—Lo siento —murmuró apoyando la barbilla en el hombro de la chica—. No me di cuenta que podía molestarte, es solo una broma que tengo con Bethi, no es nada de lo que tengas que preocuparte realmente; pero si te incomoda, lo hablaré con ella.

—No se trata de que me molesta que tengas ese tipo de bromas —respondió en igual tono, mientras se apoyaba contra el pecho del rubio—. Le gustas Nath, y ese tipo de acciones la puede confundir sobre lo que estás buscando.

El chico se mantuvo en silencio, procesando lo que ella intentaba explicarle, finalmente dijo—: Entiendo, hablaré con ella y dejaré las cosas en claro. No te preocupes por cosas que no tienen ninguna importancia—. Sacó un papel bastante arrugado de su bolsillo y se lo entregó.

Nath notó como la chica se relajó por completo, adoró ver esa hermosa sonrisa nuevamente en su rostro, cómo sus bonitos ojos brillaron con la intensidad que tanto amaba.

—Te amo —susurró en su oído.

—Te amo —respondió ella dándose la vuelta en sus brazos para besarlo.

Se besaron lentamente, disfrutando tranquilamente de aquella silenciosa mañana, solo los dos. Una rafaga de aire ingresó por la ventana de la cocina, Ania se estremeció haciéndole acordar del suéter.

—Anda, ponte esto antes de que te enfermes, otra vez —dijo riendo mientras pasaba el abrigo por los brazos de su novia.

Nath aprovechó que aún no había alcanzado a sacar la cabeza, y se metió bajo la lana con ella y volvió a besarla; sacándole una risa a la chica.

—Eres un tonto.

—Yo también te amo mucho, princesa.

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