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ᴅɪ́ᴀ 23 ↦ ᴅɪsᴄᴜᴛɪᴇɴᴅᴏ

Ania no se consideraba a sí misma una chica celosa, pero esto, ya era completamente ridículo.

Refunfuñando, sirvió el maní en las bandejitas y las aceitunas en la pizza, viendo desde el cenador como su novio servía cervezas a sus invitados. Eran todos compañeros de trabajo de Nath y entre ellos, Elizabeth Jarris, le provocaba rechazo.

La mujer era inglesa, se había mudado hacía un par de meses y había entrado a trabajar a la comisaría. Era pelirroja con unos preciosos ojos verdes, alta y con cuerpo de reloj de arena; había conversado con ella un par de veces, era muy agradable y educada, con unos modales impecables, refinada e inteligente. Pero lo más importante, no dejaba de hacerle ojitos a Nathaniel, sin importarle en absoluto que ella estuviera a su lado.

Normalmente, ella no tenía ningún inconveniente con esos detalles, entendía a la perfección que su novio les gustara. No le importaba, Nath era sexy, dulce, seductor y encantador.

No le molestaba porque cualquier persona en el mundo tenía derecho a sentirse atraída por quien quisiera, sobre todo, porque estaba segura de su relación con el rubio.

Sabía lo mucho que se amaban, la confianza y la comunicación era la base de su relación; llevaban años juntos y en todo ese tiempo, él nunca le había dado ningún motivo para pensar que podía dejarla por otra, o peor, engañarla.

Generalmente, era él el que pasaba más por ataques de celos; Nath confiaba en ella pero lo volvía loco que le coquetearan. Ella solo se reía, era un tanto divertido ver como reaccionaba a cualquiera que se acercara a ella con intenciones sospechosas. Se volvía huraño y serio, casi como un gatito enojado erizandose.

El problema acá, era que Elizabeth era bastante directa y no se detenía ni siquiera por respeto a ella, y Nath no marcaba límites, es más, le seguía el juego.

Ya en lo que iba de la noche, había percibido como los demás invitados se comenzaban a sentir incómodos. Erik y su esposa la miraban casi avergonzados. Y ella, estaba hirviendo a fuego lento.

Entró a la sala, llevando consigo la cena, y frenó en seco. Delante de ella, Elizabeth no dejaba de pasar sus dedos por el cabello de Nath, demasiado cerca para su gusto y...susurrando entre ellos mientras reían.

—¡La pizza! —gritó bastante tensa y con una sonrisa forzada, atrayendo toda la atención hacia ella.

Todos se sentaron en la sala a comer, entre anécdotas del trabajo y comentarios burlescos. Ania no perdió un segundo al sentarse al lado de Nath, casi pegada a él; irritada al ver como Elizabeth se sentó al otro lado.

La cena transcurrió incómoda para la mayoría, sobre todo para Ania quien cada segundo se sentía más molesta y desplazada.

—Ay Nath ¿Esa es tu gatita? —preguntó tomando a Blanca en sus manos en cuanto la minina apareció repentinamente en la sala luego de su siesta.

—Sí, mi pequeña Blanca —respondió orgulloso.

—Es preciosa...igual que su papi.

—Gracias, se ven preciosas juntas —dijo Nath divertido por aquello.

Ania sintió sus mejillas sonrojarse por la furia, Blanca eligió justo ese momento para sentirse molesta por tantos apretones y toqueteos por parte de la desconocida, por lo que en un arranque, gruñó y sacó sus uñas, clavándolas en la mano de la pelirroja.

Elizabeth chilló, soltándola bruscamente. Nath se apresuró a tomarle la mano para ver la herida mientras reprendía a Blanca por aquello, los demás guardaron silencio, quizá percibiendo que las cosas comenzaban a ponerse mal.

La azabache tomó a la mínima en sus brazos, acariciando suavemente sus orejas ganándose un ronroneo satisfecho.

—Esa es la pequeñita de mamá —susurró contra su pelaje.

—Ania, trae un poco de alcohol —dijo sin mirarla—. Está sangrando.

—Claro —respondió encogiéndose de hombros y dirigiéndose al baño—. Entre gatas no se llevan bien —murmuró, sin importarle que todos la habían escuchado. Nathaniel le dirigió una mirada molesta cuando le entregó la botella de alcohol, mirada que ignoró por completo.

[...]

Una hora más tarde, cuando todos se habían retirado. Ambos estaban levantando los platos y vasos, el ambiente tenso y distante entre ellos.

—¡¿Era realmente necesario ese comentario?! —espetó finalmente el rubio.

—Le gustás.

—¿Qué? ¿A qué viene eso ahora? —cuestionó—. No seas ridícula.

—¡¿Ridicula?! Toda la bendita noche estuvo tocándote y haciéndote ojitos —respondió furiosa, soltando con brusquedad el plato que estaba secando—."Ay Nath, es preciosa, igual que su papi" —dijo imitando la voz aguda de Elizabeth, en un tono despectivo y burlón—. Esa tipa no tiene ni un mínimo de respeto por las relaciones ajenas.

—¿Es en serio?¿Estás haciéndome una escena de celos? —dijo anonadado y molesto.

—Claro, porque tú puedes hacerme todas las escenas que te den la gana, pero yo no tengo derecho a decir nada ¿verdad?

—¡Nunca te he dado motivos para que estés celosa! —espetó—. ¡Nunca lo has sido!

—¡Yo tampoco jamás te he dado motivos para que estés celoso, y aún así, siempre te pones celoso por todo! —argumentó a gritos—. ¡Pero esta noche, no has dejado de coquetear con esa ni un segundo!

—¡No estaba coqueteando con ella!

—¡Sí lo hiciste! ¡Estuvo tocándote toda la noche, y en ningún momento la apartaste, le devolviste todos los cumplidos con esa sonrisita que haces siempre cuando estás coqueteando!

—No es así.

—¿A no? —dijo—. Creo que sé perfectamente cómo actúas cuando estás coqueteando con una chica, actuaste exactamente como actúas conmigo.

—Ania estás viendo cosas donde no las hay —murmuró pasando sus manos por su rostro, en un gesto de cansancio.

—¿Yo estoy viendo cosas donde no hay? —cuestionó sarcástica—. Curioso, porque al parecer todos tus compañeros vieron lo mismo que yo.

—¿Qué?

—Erik me pidió disculpas en tu nombre, parecía tan avergonzado y, Melissa también. Me dijo que no entendía qué te pasaba pero que no estaba de acuerdo —explicó mirándolo con seriedad—. Mira, no tengo idea de si esto es una especie de broma o jueguecito entre ustedes dos, pero que sepas que a mí no me hace nada de gracia.

Dejando las cosas como estaban, salió de la cocina, y tomando a Blanca en sus brazos se encerró en la habitación.

Unos momentos más tarde, Nathaniel descubriría que esa noche le tocaba dormir en el sillón.


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